26.1.09

El niño que tenía adentro un esqueleto



Por: William Ospina

EN UNA ENTREVISTA PUBLICADA REcientemente, Ray Bradbury cuenta la historia de un niño que sentía pavor por los esqueletos, y un día descubrió con espanto que llevaba guardado uno en su interior. Es un hecho de su infancia que marcó su vida, pero es sin duda algo que nos ocurre a todos, y puede reconciliarnos con el mundo o enemistarnos para siempre con él.
Ese descubrimiento de un diseño mortal incluido en su cuerpo fue el hecho definitivo de la vida de Edgar Allan Poe, uno de los más poderosos e influyentes escritores de los tiempos modernos, de cuyo nacimiento acaban de cumplirse 200 años. Las parcas lo escogieron para ser el depósito de todas las pesadillas que nos había legado la tradición, y para ser al mismo tiempo la urna de la que salieron buena parte de los sueños de nuestra época. Se diría que no hay creador literario que no le deba algo, pues Poe no sólo fue el inventor del relato policial, y uno de los creadores del género de la ciencia ficción, sino el reinventor de la literatura de terror que fascina a los adolescentes, autor de grandes especulaciones científicas como Eureka, uno de los primeros en imaginar un viaje a la Luna, el inventor de una teoría de la musicalidad en la poesía que ha marcado hondamente la época, y uno de los forjadores del mito del poeta maldito, del dandy endemoniado, encadenado por las pesadillas, intoxicado por el alcohol y las drogas, que se mueve entre la más extraordinaria lucidez y la obnubilación total de las facultades.

Fueron discípulos suyos Baudelaire y Chesterton, Kafka y Borges, Paul Valery y Philip K. Dick. Pero nadie, ni Baudelaire, ni Verlaine, ni Marcel Proust ni Kafka nos ha dejado una imagen tan acabada del creador desdichado. Era un dandy como Baudelaire o Wilde, pero se le notaban los remiendos en la levita negra; padecía hambres y privaciones pero fulguraba con una luz casi infernal; lo devoraba la neurastenia, pero se batía contra el mundo como el capitán Ahab en la proa de un barco; era un mago de las palabras, un criminal y un santo. Y en el fondo Edgar Allan Poe no fue toda su vida más que un niño que no pudo soportar la certeza de que llevaba un esqueleto en su interior, que vio todos los males de la pobreza convertirse en fantasmas a su alrededor: la desaparición de su padre, la muerte de su madre, una joven actriz frágil y tísica que trabajó hasta la última noche para sostener a sus tres hijos, la vida como expósito en un hogar donde apenas se lo compadecía y se lo toleraba, y la convicción profunda de no tener derecho a ser feliz, que lo hacía arruinar todas sus oportunidades.

Cuervos, noches de invierno, criptas, crímenes, entierros prematuros, profanaciones, gatos negros, borrachos, pestes, naufragios, mecanismos de tortura, piras, lenguajes herméticos, casas endemoniadas, enfermedad, amadas espectrales, amores que roban lentamente la vida, magias de la soledad y de la extenuación, abruman la fachada de este edificio gótico que es la obra de Edgar Allan Poe, pero quien tenga la lucidez y la paciencia de penetrar más profundamente encontrará a un pensador desvelado por la desdicha arrojando una mirada clarividente y noble sobre los mayores abismos de la conducta; descubriendo los mecanismos de la culpa, los vértigos de la soledad, los laberintos del miedo, y los recursos ilimitados de la inteligencia para sobrevivir al horror y a la adversidad. Poe no es un mero inventor de monstruos sino un secreto descifrador de la lógica de las monstruosidades; de nadie como de él podrían decirse las palabras de Shakespeare: “Hay método en su locura”.

Ante todos los nubarrones de la mente atormentada, Poe alcanza a decirse, como el protagonista de El Cuervo: “Corazón, calma un instante y aclaremos el misterio”. Ante todas las filigranas de la crueldad y de la locura, vemos a un hombre que exprime su cerebro en argumentos, en la búsqueda de explicaciones. Poe es el hombre que, mientras desciende por las paredes del remolino de su propio naufragio, como en Un descenso al Maelstrom, no deja de observar los detalles del cuadro que tiene ante sus ojos, del torbellino que lo engulle y lo pierde, y descifra en los giros de la catástrofe la posibilidad de una salvación. A él lo arrastraba el Maelstrom de su mente huracanada, lo perdía su historia de abandonos, refugios destrozados y besos perdidos, lo aterraba la tibieza de cualquier felicidad posible, porque su carne padecía grandes maldiciones, pero desde la oscuridad de su celda, trabajando con su único recurso, que eran las palabras, salvó para el mundo el tesoro de una inteligencia prodigiosa y temeraria, que no parpadeaba a la hora de los peores eclipses. No habrá habido un hombre más solo en el mundo, no habrá habido un hombre más valiente.

Convirtió su desgracia en belleza, pero en una belleza típica de la modernidad, sombría, cruzada por relámpagos de crueldad, contradictoria, ebria de dudas, que lo tiene en cuenta todo pero que no pierde nunca el sentido moral: por extraviado que esté este náufrago, por confundido que vaya en los vértices de su perdición, no pierde nunca la noción de dónde está el cielo y dónde el infierno.

Pongamos una flor en la tumba de este niño que no pudo escapar al horror de sentir que de algún modo era ya un muerto que recordaba la vida, y digámosle gracias por las historias que nos regaló, por los monstruos que atrapó con sus palabras, para hacernos a todos, en este mundo tan lleno de sombras, un poco más lúcidos y un poco más valientes.

24.1.09

MANOS A LA OBRA: NOTA ATEMPORAL SOBRE EL TALLER DE NOVELA...

MANOS A LA OBRA: NOTA ATEMPORAL SOBRE EL TALLER DE NOVELA...

UNA INSOLITA TARDE BOGOTANA




Por Eduardo García Aguilar

La lluvia caía sobre Bogotá esa tarde y, como no había sacado paraguas, me escampé en la librería Lerner de la Avenida Jiménez. Era una de esas tardes agobiantes llenas de bruma y frío y pantano y el agua se me entraba por las suelas de los zapatos. Me puse a mirar libros y en la estantería de literatura colombiana encontré un ensayo de una de mis más queridas amigas de adolescencia, Patty Coba, editado hacía cinco años por una Universidad y que versaba sobre Vargas Vila y la mujer fatal. No podía explicarme cómo no había tenido noticia de la existencia de ese libro, pese a estar desde lejos tan bien informado de las novedades publicadas por los escritores de mi país.

Pero lo que más me inquietaba es que ella no se hubiera dignado hacérmelo llegar de alguna forma, lo que mostraba hasta qué punto el tiempo nos aleja de los viejos amigos. En la contraportada estaba su fotografía, donde se veía con mirada ágil, su atractivo rostro firme a sus 36 años, que debía haber cumplido el pasado abril. Estaba algo maquillada, muy moderna, con aires de muy próspera. ¿Qué sería de ella? ¿Estaría en Bogotá? ¿Con quien andaría ahora? ¿Estaría enamorada? ¿Se acordaría de mí? fueron algunas de esas preguntas tontas que me asaltaron mientras trataba de bajarme con cuidado de la escalera donde estaba montado, tratando de evitar que me cayera encima uno de los volúmenes que poblaban aquella estantería dedicada a la literatura colombiana. ¡Qué terrible!, pensé, ni siquiera sabía que había publicado un libro. Lo compré y en espera de que escampara me paré a mirar libros lujosos de paisajes colombianos, con la nostalgia de quien sabe que perdió para siempre a su país y es ya un extranjero sin remedio.


Hacía dos años no regresaba a Bogotá y me había instalado en una de las suites de Residencias Tequendama con mirada a los cerros, dispuesto a echar la casa por la ventana para vivir en cierta calma los días que pasara en Bogotá, tratando de ahuyentar el hastío, la depresión, la certeza de ya no tener nada o muy poco que ver con el país, mis padres enterrados al norte de Bogotá en los Jardines de la Paz, con los amigos cada vez más barrigones, canosos y entrados en razón o destruidos por la terrible decepción en que los sumía la crisis permanente del país. Colombia no estaba jodida como el Perú. No, lo que estaba era casi muerta y eso se veía en los ojos de mis mejores amigos, en la mansedumbre de los casados y llenos de hijos, atribulados por el trabajo, los impuestos o el desempleo, en la decrepitud de las mujeres y hombres de mi generación totalmente devastados, tal vez como yo mismo, por una larga lista de sucesos y aventuras absurdos. ¿Cómo podían sobrevivir en esta urbe infernal llena de trancones y miedo ambiente por todas partes?

La lluvia paró y entonces pude salir a caminar por la séptima, como cada vez que regresaba a Colombia. Allí, no lejos del Planetario Distrital, deambulaba el fantasmal muchacho de 18 años que fui, estudiante de sociología en la Universidad Nacional, fascinado por el cine, que asistía en grupo a ver las retrospectivas de Bergman, Antonioni o Truffaut. Más tarde había quedado de ir con unos amigos a un homenaje al recién suicidado poeta Raúl Gómez Jattin, quien se había convertido en uno de esos gurús de jovencitas incautas y desolados muchachos seguidos por crepusculares amantes de la literatura, y quien hacía poco se le había lanzado a un bus para que lo aplastara en la señorial Cartagena de Indias. Nada mejor para garantizar la posteridad en Colombia que cerrar su ciclo con un suicidio bien planeado como José Asunción Silva. Ahí estaba todo el mundo. Los escritores de moda, los directores de revistas, los poetas desconocidos, los funcionarios de la cultura local, los amargados, los alegres, los sabios.


Proyectaban en la pantalla cóncava un documental sobre la vida del poeta, sus caprichos de reyezuelo poético, la paciencia de sus admiradoras, sus desplantes de tirano loco y literario en la Colombia “de fin de milenio”, como sin duda dirían los redactores de contracarátulas. El documental terminó y, como en una película de Fellini se pasó a la rifa de un computador. Mi amiga Rosita Jaramillo, la organizadora del evento, tuvo la genial idea de aprovechar mi paso por Colombia para decir que yo iba a sacar la boleta ganadora, lo que me hizo sonrojar y ponerme embarazado cuando mucha gente me observó de inmediato aunque nunca hubiera escuchado mi nombre. Saqué el boleto, dieron el nombre, y resultó que la ganadora era la poetisa Bella Clara Ventura, quien acababa de llegar de Miami. Apareció entre el público y recibió el regalo, mientras me abordó la poetisa lustrabotas Alma de la Calle, muy molesta por no haber sido ella la afortunada.

La poeta emboladora, cuyo verdadero nombre es María Amparo Anaya Alarcón, me cayó muy bien. “Seguro ya estaba arreglada la rifa¨, me dijo en broma, a lo que le respondí que todo había sido obra del azar. Era una mujer diminuta, encantadora, auténtica, cuyo libro había sido publicado por la editorial de la oficina de cultura del Distrito. Brindamos un vino y empezamos a hablar mientras los escritores de moda eran rodeados de inmediato por su séquito de turno. La poetisa lustrabotas me mostró el libro, compré un ejemplar y pasé de corrillo en corrillo presentándola a mis amigos, extrañados de que los obligara a comprar ejemplares del modesto libro. En menos de diez minutos vendió 20 ejemplares gracias a mí, una fortuna sorpresiva para ella. Agradecida me dio un beso en la mejilla y me dijo, “a usted es al único aquí al que le voy a embolar los zapatos gratis” y se puso manos a la obra, mientras empezaba a ser rodeado por mujeres asombradas por mi pose ante mi nueva amiga la lustrabotas, yo en el esplendor de mi primera noche de regreso, forastero excitado por el viaje, con la fuerza de la novedad, de la extrañeza, de la emoción que se siente de todas formas cuando uno retorna tras los pasos perdidos.

La lustrabotas se quedó mucho tiempo limpiándome con la mayor profesionalidad los zapatos, como si fuera yo un príncipe elegido, y hacía todo lo posible para que cada uno de mis zapatos brillara como nunca zapato alguno brilló. Y entonces me sentí volar en una historia maravillosa donde la poesía se personificaba toda en esa poetisa lúcida que era la mejor de todos los poetas de esa noche en Colombia, aunque no hubiera ganado la computadora ni la incluyeran en las antologías. Alma de la Calle se había convertido en la princesa de un cuento de hadas y yo en el ceniciento que venía del hielo al país de mi infancia y tenía que irme rápido antes de que sonaran las campanadas de medianoche.

NOTA ATEMPORAL SOBRE EL TALLER DE NOVELA...


Del Castillo Encantado. dijo...Le quedó corta la evaluación del taller. Yo acudí por empezar a acabar con esa angustia empozada en mi de cómo desbloquearme con el fin de romper “mi encallamiento”, que en una palabra salida de labios y que conoce muy bien Nahum era “encoñamiento”. Y si todos recuerdan, que los puse en situación; como a actores en una puesta en escena, pues quien llegaba tan arrogante y pagado de sí mismo, no era ningún caribonito galán ni tampoco alguien que fuera recomendado por otro. Sé que sobre mi persona, se hizo inteligencia y burla de la mala, pues no era “normal” que un madurito acudiera a un taller cuando ya debía venir de regreso. Y para muchos, de ultratumba. Y como dijo un presidente en apuros: aquí estoy, y aquí me quedo. Y seguí. Y como se trataba de estar y animar un taller de la literatura, me dio mucho placer llegar en cada sesión, con mi rimero de extractos de otros oficiantes ya reconocidos en la novela como de materiales memorísticos con tantas y avasalladoras informaciones inútiles. En el fondo, la tarea fue lúdica y divertida siempre. Ahora si se trata de evaluar que aprendí: saber oír al otro en la mayor diversidad que constituimos todos los aprendices de novelistas. Que si nos lo proponemos cada uno, en re-crear nuestro cotidiano y arañar una particular concepción del mundo, puede salir, óigase bien: si queremos podemos alcanzar con el uso de la paciencia, una lucidez de esplendor; bajo una divisa fundamental: escribir sin inspiración y sólo bajo la imaginación, terminando cada uno su novela, para volver a vernos las caras radiantes por los flashes, pletóricas del manido éxito, o de la mentada fama; como tantas otras veces lo pregonan por ahí, pero con libros e impresos. Eso mismo: nuestros textos propios, exhibidos en las vitrinas de novedades en las librerías y tirados en el piso de una calle de un tenderete de los piratas con el orgullo henchido de que somos novelistas. Pero para ello me recuerdo siempre que “No me preocupa el ser conocido. De lo que trato es de hacerme digno de ser conocido” según Confucio, y esto con Una Obra Que Tengo En Marcha. El resto es Ni Un Día Sin Una Línea. Gracias por invocarme junto a mi padre literario, Rubem Fonseca. Y regreso menos solo a mi más ruidosa soledad que está atravesada en el corazón de toda vida. Salud.


para ver mas: http://www.elcuadernodesamuel.blogspot.com/

15.1.09

UN AMIGO LECTOR ME PREGUNTA...


Hola Marcelo:

Tu que lo sabes todo, me puedes recomendar, mejor, hablar sobre Jonathan Littell. el ganador del Goncourt con una novela gigante llamada Las benévolas. ¿Si vale la pena leerlo? tengo un problema es que yo me creo todo lo que dicen los comentarios y muchas veces el resultado no es el que me esperaba. Que vaina! Deberían regular eso, como publicista que soy, creo que están faltando a la Etica al promocionar un producto que mentiras.
Ayudeme,
Un abrazo,
Mauricio.




Querido Mauricio:
Primero aclararle que yo no me las sé todas; segundo, que trato de saberlas, es otra cosa...Pues, su pregunta me dio pie para buscar en google(este si se las sabe todas!) y encontré sobre el escritor que me pregunta, le copio un blog que más o menos informa:

http://thekankel.blogspot.com/2006/09/jonathan-littell-revelacin-en-francia.html

Ahora, como premisa básica personal,yo voy a los tanteos con los libros. Me valgo mucho del voz a voz. Radiobemba dicen en nuestro mágico Caribe. Nunca me he dejado guiar por los betseller's como tales(en mis inicios como novel lector por esa época, estaba en el ambiente Cien años de soledad, como un verdadero fenómeno de bet seller y ese libro tuvo que esperarme ocho años para yo llegar a él a leerlo) y tampoco guio mis lecturas por los listados, que son enteramente comerciales, ¡Oh! Las editoriales y su mercadeo! Ahorita mismo en España se vive un fenómeno editorial con la novela de Ruíz Zafón, que indaga sobre ese pasado de la guerra civil española, que es un karma para todos los españoles, y vendió en los primeros días la bicoca de 300mil ejemplares(este podría ser un tema para una novela de indagación del texto en el texto con los con-textos sociales de un texto; pero ahora me acuerdo que esto en la literatura, ya se hizo, desde Don Quijote, con el padre de la novela, Don Miguel de Cervantes, y no es nada nuevo.)

Aquí cabría otro listado sobre los escritores que conviven su concepción de narrativa, con los temas que tienen que ver con su propia teorización del texto que tienen en obra, y se ha vuelto hoy una especie de moda. Creo que hay un escritor casi profesionalizado en este aspecto Vila-Matas, si no estoy mal.
Pero volviendo a su angustiada pregunta, y la ética, es que esos libracos, tan gordos, de pronto valgan la pena solo como para trancar puertas en desnivel( con nobles excepciones como por ejemplo 2666, Los detectives salvajes, y Paradiso, y Rayuela, y Noticias del imperio, y el mismo Don Quijote) y paro de textos tan voluminosos y supuestamente pesados y llenos de páginas, con apretada letra menudita( me acuerdo ahora del Ulises, y de ese libro que a usted le fascina, que es una saga de libros: En busca del tiempo perdido.)Recuerdo ahorita un personaje escritor de Rubem Fonseca, que reflexiona sobre la literatura diciendo que un gran libro puede ser la guía de teléfonos!

Pero ya, en serio y sobre su pregunta esencial sobre la ética, es que hay que ir por los libros que superen una generación como mínimo.Y a propósito de generaciones. Vivo con alegría cómo se está leyendo a un contemporáneo nuestro(me refiero a la edad cronológica) Andrés Caicedo, se está leyendo con furor entre los jóvenes más jóvenes, y ya supera una generación su libro cuasi póstumo: Qué viva la música
Borges se llenaba la boca diciendo que él felizmente no le debía nada a sus contemporáneos. Y le doy toda la razón al sabio Borges porque el sólo se preocupó de los eternos temas, y lo hizo con toda la ética,en no publicar,se le hacía abominable la publicación como la cópula y los espejos porque hacen proliferar los libros y la gente!

Así, pues, a esperar que el tiempo decante los libros...
Un feliz año literario de lecturas, escrituras, y por supuesto de
muchos libros, sean o no betseller's...
Un abrazo
Marcelo