22.5.09

El paisaje en las nubes de Roberto Arlt.


Roberto Arlt


La tintorería de las palabras

La palabra humana, sometida a determinadas combinaciones fonéticas, ha conseguido casi siempre efectos onomatopéyicos cuya resonancia actuaba sobre los entendimientos humanos al modo de "mantras". Los indios han clasificado como "mantras" reuniones de sonidos cuya vibración conmociona el eje molecular de la materia, provocando en ella alteraciones de carácter mágico. Así, con un "mantra" se podía paralizar el furor destructivo de un elefante; con un "mantra" se podía apresurar el crecimiento de un vegetal, o quebrar la dureza del bronce más endurecido. Los relatos de Oriente abundan de héroes cuyo destino en el planeta fue alterado por la utilización oportuna de un "sésamo ábrete" cualquiera.

En Occidente, la palabra de contenido mágico intrínseco desapareció de la literatura con la muerte de las novelas de caballería, y el arte literario, para obtener efectos sobrenaturales sobre el entendimiento, debió recurrir a los ardides de la intriga, de la elocuencia, del paisaje. De esta manera, La Jerusalén libertada, Los Lusíadas, La Divina Comedia abrieron desconocidas ventanas en horizontes borrascosos.

Sinteticemos:

En cada edad, la humanidad, por intermedio de sus buzos más geniales, sumergió la palabra en las policromas cubas de una tintorería espiritual, y de esa tintorería invisible la palabra salió barnizada de matices nuevos, coloreada de flamas más brillantes, empastada de tintas más calientes, más ligeras, más duras. De esta manera, la marcha utilitaria de los hombres se ligó en armoniosísimo ritmo con la marcha desinteresada de los espíritus. Siglos pasaron. La aparición de los colores industriales, del reclamo, de la arquitectura necesitada de espacio, los triples fenómenos del arte sometido a los cambiantes reflejos de la economía, de la política y de la mecánica engendraron escritores nuevos, es decir, estilos nuevos. Entre las formas de un Chateaubriand y un Hugo o las maneras de un Huysmans o un John Dos Passos, media la misma distancia que aquella que podemos descubrir entre un sulky y un avión.

Voy hacia esto:

Siempre, siempre, la palabra humana marcó paralelamente el paso con el acontecimiento que filtraba su tonalidad en el siglo, o en el momento.
Así, el estilo gris de Babbitt no es independiente de la vida gris de Babbitt hombre; el estilo eléctrico de Manhattan Transfer no está desligado del frenesí brutal que bailotea en las piernas del ciudadano de Nueva York. ¿Está claro?
Hasta ayer el mecanismo de nuestra palabra funcionó así.

Pero de pronto...

De pronto un hombre se asocia a otros hombres para la aventura criminal más descomunal que se haya pregonado a los cuatro horizontes del planeta. Un ex hombre y su banda aprisionan a un pueblo y lo estrellan con la violencia de una catapulta contra el muro de la guerra. Promete a cada uno de sus cómplices el dominio de un trozo del mundo. Sí. De pronto ocurre esto y sin disimulo. Así como la pezuña de una vaca desparrama enloquecida la humanidad de un hormiguero, así la maquinaria de este monstruo dispersa la humanidad de las pequeñas naciones.

Y la palabra se descubre tartamuda, impotente. Los hechos del pasado y del presente no guardan relación entre sí. Han variado las velocidades. Ejemplo:

1914. Un documental cinematográfico de Lovaina. Letrero de la época: "Aquí murieron quinientos civiles".

1940. Un documental cinematográfico de Amsterdam. Letrero del momento: "Aquí murieron cien mil civiles".

Quinientos... cien mil... ¿Qué relación guardan entre sí estas dos cifras? Ninguna.

Aparentemente los hombres continúan siendo los mismos. Tienen dos pies. Dos manos. Beben, comen, cumplen con las funciones fisiológicas normales. Pero algo ha cambiado. ¡Algo! En el año 1914, en nuestro estilo reposado, podíamos escribir la palabra "algo" muy sueltos de cuerpo. ¿Cómo expresar hoy, con nuestras palabras bañadas en la vieja tintorería de las expresiones, cómo pintar hoy, con la conveniente negrura de eclipse, con el conveniente tono rojizo de lluvia de sangre, el horror de este momento catastrófico, cuyas grietas candentes retuercen los nervios de la humanidad en toda la redondez del planeta, como el fuego de un bosque retuerce los sarmientos de la vid? ¿Cómo facilitar la sensación de velocidad con que se precipita la muerte, la sensación de traición, la sensación de locura que abarca tremendos sectores de hombres, los hipnotiza y los lanza hacia el desconocido suicidio?

Es preciso que no nos engañemos. Una parte de la humanidad está escribiendo, trabajando, comiendo, luchando con un pie en el sepulcro y el otro en la victoria. No importa que de sus espaldas no cuelgue la mochila pesada y que sus manos no hagan aún girar sobre su pivote el cuerpo de una ametralladora. Ellos están en la proximidad de ese momento espantoso en que cada hombre elige la cabeza sobre la cual descargará su revólver.

Para este momento de vida que ya no es vida, sino agonía, ¿qué estilo, qué palabra, qué matiz, qué elocuencia, qué facundia, qué inspiración dará el ajustado color?

No sé.

Creo que en la misma tintorería del infierno, donde un diablo pintor combina los colores que con más precisión expresan la máxima crueldad del hombre, el matiz que puede expresar este momento aún no ha sido hallado. Tan lejos él avanzó en el crimen.



http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/05/23/_-01923352.htm

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