19.6.09

Inesperado Cortázar

Cortázar antes de ser El Cronopio Mayor

El libro póstumo Papeles inesperados de Julio Cortázar ha dividido en dos a la opinión: algunos consideran que los textos inéditos debieron quedar así, respetando la voluntad del autor; otros, que tienen algún valor para los estudiosos e incluso para los lectores. Jaime Coyller escribe al respecto en una larga reseña en La Revista de Libros de "El Mercurio" en la que afirma que el material, aunque con buenos y malos momentos, deberían ir con una advertencia al lector sobre la voluntad de Cortázar de desdeñar esas resmas. Es decir, pienso, debió llamarse "Papeles Prescindibles" más que "Inesperados", aunque eso no sería bueno para las ventas ¿verdad?:




La selección y edición estuvieron, en el caso presente, a cargo de la propia Aurora Bernárdez y de Carlos Álvarez Garriga, especialista en la obra cortazariana. El volumen agrupa el material rescatado del cajón en tres grandes secciones: Prosas, Entrevistas ante el espejo (o autoentrevistas) y Poemas. Entre los materiales incluidos en las Prosas hay una decena de cuentos y materiales "sobrantes" o descartados por Cortázar de sus Historias de cronopios y de famas y de Un tal Lucas, ese engendro curioso por cuya boca hablaba el propio Cortázar con mayor comodidad. Hay además variados discursos de índole doctrinaria o política y hasta breves homenajes o prólogos reseñados por el autor en apoyo de otros creadores. Hasta se incluye algún discurso muy pomposo e institucional pronunciado en su juventud, cuando era -como se suele decir- un oscuro profesor de provincias. No es un texto demasiado representativo de su filtro personal ante el mundo, pero le sirve a uno de consuelo, esto de comprobar que el gran Cortázar estuvo, él también, sometido a esos rituales desangelados (aunque a la vez pensando en la que hubiera sido su reacción -con seguridad horrorizada- de saber que sus amigos andan ahora ventilando esta clase de cosas). (...) El problema estriba, pues, en lo muy ambicioso y abarcador de la recopilación y en su carácter en exceso fragmentario, a ratos desorientador.Lo que no sucede con los once cuentos que abren la selección: varios textos desde todo punto de vista rescatables, incluso necesarios, en que afloran tempranamente los procedimientos que luego habrían de configurar el genio cortazariano. Como su devoción temática por esa grieta que irrumpe en lo cotidiano, acechando a la gran costumbre y la solemnidad; como los textos metaliterarios que hacen de la escritura su tema y un objeto improvisado de escarnio; como los relatos de índole idiosincrática en que asoman la argentinidad y sus desvaríos entrañables (y eso que no ocurrían aún las eliminatorias mundialistas); como la piroctecnia verbal a costa de los objetos que nos circundan, o la ironía política. Hay entre esos once cuentos del inicio versiones alternativas a cuentos luego publicados, previas a ellos, en los que incluso varía el punto de vista luego escogido por el autor, y eso es, una vez más, de agradecer. (...) No ocurre lo mismo con los textos sustraídos en su día -y aquí relanzados- a los cronopios y famas o a Un tal Lucas, o con los fragmentos y capítulos que faltaron en El libro de Manuel, muchos de los cuales resultan prescindibles. Hizo bien, el Cortázar más riguroso con sus materiales, al descartarlos. ¿Qué sentido tenía, o tiene a estas alturas, rescatar de las cenizas -las cenizas que nunca fueron- esos empeños archivados? De todo ello surgen algunas conclusiones paradójicas. Nadie que vibrara con la obra cortazariana tal y como ella quedó reunida en vida del autor -y es ciertamente mi caso- puede dejar pasar estos papeles inéditos, pero esa exploración quizás ineludible lo llevará por un derrotero sinuoso y no siempre útil, no siempre esclarecedor, y a reflexionar en torno a lo que esta clase de empeños -el hurgueteo inmisericorde en los cajones del autor fenecido- supone y conlleva. ¿Qué si es necesario explorar en estos materiales? Probablemente, pero a ello cabe sumar algunas advertencias -una caveat lector- que a ratos se echa en falta en esta edición tan entusiasta de sus bienintencionados albaceas. A saber: que el material inédito y de antaño es, las más de las veces, en tanto el propio autor no se resolvió a ventilarlo, un material preparatorio de sus connotados esfuerzos ulteriores; que es muchas veces redundante y suscita una saturación equívoca con procedimientos literarios que fueron luego perfeccionados por el autor; que está no pocas veces descontextualizado, rotulado de modo diverso a las intenciones del autor y organizado no según sus criterios más o menos estrictos, sino al gusto del editor o albacea supervivientes; y que es un material manipulable (vuélvase al ejemplo de Max Brod).


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