29.7.10

los trenes sin destino de Paul Theroux

Tres décadas después del mítico «El gran bazar del ferrocarril», el intrépido escritor vuelve sobre sus pasos a través de Europa y Asia en «Tren fantasma a la Estrella de Oriente»
El novelista y escritor de libros de viajes, Paul Theroux.foto.fuente:abc.es

«Los marineros hacen a la mar, los soldados van a la guerra, los pescadores se van de pesca... Los escritores a veces tienen que irse de casa». Más de tres décadas pasaron desde que un joven novelista estadounidense, escaso de inspiración pero hambriento de aventuras, pronunciara las palabras que lo alejaron de su hogar, de su mujer y de sus hijos, y lo acercaron a los silbidos de los trenes. Cual Ulises desatado, aquellos «cantos embrujados» llevaron a Paul Theroux a través de Europa, Medio Oriente, la India y el Sureste Asiático y se transformaron en el rumor poético de «El gran bazar del ferrocarril», libro que lo convertiría en uno de los escritores de literatura de viajes más importantes del siglo XX. Treinta y tres años después, un Theroux el doble de viejo que aquel intrépido amante de las locomotoras de vapor vuelve tras las huellas de su primer periplo en «Tren fantasma a la Estrella de Oriente» (Alfaguara).
Dicen que es soberbio y gruñón pero Theroux revela en la entrevista telefónica ser una persona interesante y conversadora, sin duda un gran compañero para las largas travesías ferroviarias. «No sé por qué dicen esas cosas de mí… Soy tan buena persona», bromea. «Si viajas tienes que llevarte bien con la gente. Necesitas ser optimista y educado. No puedes ser cascarrabias o impaciente. El problema es que soy una persona irónica y, en ocasiones, la gente me interpreta de forma literal. Mi ironía es entendida como mal humor pero es una forma de escribir mucho más elegante».
Iguales pero diferentes
A sus 67 años, el autor de «La costa de los mosquitos» se puso la mochila al hombro para descubrir que el mundo había cambiado. O no. Vietnam, llaga sangrante de la guerra fría, se convirtió en un país valiente que supo cerrar sus heridas, mientras que en Myanmar (ex Birmania) el tiempo permaneció inalterado bajo el peso de una cruel dictadura. A lo largo del planeta «la gente es igual pero diferente», expresa Theroux, quien ha recorrido los cinco continentes. «A pesar de que todos tenemos los mismos imperativos de alimento, familia y protección, los habitantes del Sudeste Asiático, por lo general de religión budista, son indulgentes y compasivos mientras que en algunos países de Europa o Medio Oriente no son así. Israel es una nación paranoica y vengativa que continúa hablando de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial. La mayor sorpresa de este viaje fue ir a Vietnam y que me dieran la bienvenida; la mayor sorpresa fue el perdón».
Pero, en el ínterin, el siempre polémico Theroux maneja sus propios métodos etnográficos: «Culturalmente tenemos mucho en común hasta que llegamos a la pornografía. Cada cultura produce su fantasía, su propia imagen de lo que es considerado erótico», sostiene el autor. «La pornografía te da un acceso directo a la cultura de un país. Si sólo tuviera treinta minutos para saber cómo son las personas que viven en una ciudad iría a una tienda porno». Uno de los casos paradigmáticos ilustrados en el libro es el de Japón, país en el que «muchos de los libros manga están al servicio de las fantasías eróticas masculinas más cercanas a la violación» y donde el objeto de deseo está representado por colegialas y jóvenes artificiosas.
La triste música de la humanidad
Escribir sobre los viajes ha terminado por ser, como confiesa el autor, una forma de comprender su propia vida y lo más cerca que estará de una autobiografía. Por eso «Tren fantasma a la estrella de Oriente» se revela aún más íntimo que su libro predecesor. Viajar siempre implica renunciar y Theroux lo sabe: durante la primera odisea su Penélope no permaneció precisamente tejiendo y deshaciendo. No obstante, para el escritor nunca hubo más opción que partir. Mientras que, en 1973, el autor escribía «me fui buscando trenes y encontré personas»; tres décadas más tarde el viaje se convierte en un auténtico encuentro consigo mismo y con una forma de percepción reflexiva y más madura. «Ser invisible es mucho más útil que ser evidente: se ven más cosas y con menos interrupciones», expresa. «Las personas de cierta edad suelen parecer cínicas, misántropas, pero no, únicamente son personas que al fin han oído la música callada y triste de la humanidad, sólo que interpretada por un grupo de medio pelo que no hace más que dar alaridos en pos de la fama».
Mientras tanto, el viaje continúa en las páginas que nos lleva a una mágica Estambul, al aire desesperado de Bucarest, al rostro lleno de cicatrices de Camboya o a la dudosa modernidad de la India. Y en el camino, el autor se encuentra con otros viajeros y con escritores como el turco Orham Pamuk o el japonés Haruki Murakami. Al volver tras sus huellas Theroux descubre que el mundo no ha cambiado mucho. «En términos políticos o de gobierno seguimos siendo igual de estúpidos. Seguimos luchando en Afganistán a pesar de que nada va a pasar, excepto que más gente morirá. El mundo no ha mejorado», concluye el escritor.
Aquel observador vagabundo, ladrón de tiempos y de espacios, ha aprendido su lección. «Si un tren es grande y confortable, ni siquiera necesitas un destino», escribía hace treinta años. Estaba en lo cierto. Después de todo, el mundo no ha cambiado, el que lo ha hecho es él mismo.

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