27.8.10

Muere a los 101 años, la casera de García Lorca en Valderrubio

Con ella desaparece una de las últimas personas que conocieron al poeta de Fuente Vaqueros en su primera juventud

María Mata ante la casa de los Lorca.foto:IDEAL.fuente:ideal.es

«Parece que lo estoy viendo tocar el piano. Le salía la música del alma», recordaba María
María Mata Padilla fue la casera de la vivienda que la familia de Federico García Lorca tenía en Valderrubio y que, ahora, cumple la función de Casa Museo. María, uno de los pocos testigos que quedaban de la vida del poeta granadino, falleció a sus 101 años el pasado martes por causas naturales y fue enterrada en el municipio aunque sin ningún tipo de homenaje, tal y como pidió a sus hijos antes de fallecer.
El Ayuntamiento de Valderrubio también respetó su deseo de permanecer en el anonimato y se limitó a guardar un minuto de silencio por su muerte, según informó Francisca Blanco, alcaldesa del municipio. «Le encantaba recordar anécdotas de Lorca y su familia», destacó Blanco y que, pese «a su avanzada edad», María contaba con gran lucidez, lo que ha servido de ayuda para numerosos estudios realizados sobre el poeta.
María era una de las pocas personas que quedaban vivas con la mente repleta de recuerdos del poeta granadino. Fueron 30 años, junto a su marido, los que ella sirvió a la familia Lorca en la casa de Valderrubio, donde el autor de 'Poeta en Nueva York' veraneaba cuando era adolescente.
Entre los muros de esa casa, María, aparte de dedicarse a las tareas domésticas, pudo contemplar las hazañas y aventuras del joven Lorca. «Un día Federico se fue con unos amigos a la Fuente de la Teja y al subir a un árbol se le rompió el pantalón por la parte de atrás. Se tuvo que poner una sombrilla para que la gente no lo viera. Era muy presumido», recordó en una entrevista que IDEAL le hizo el pasado año con motivo de su nombramiento como socia de honor de la Asociación Cultural Tertulias Lorquianas, en agradecimiento a su colaboración en todos los proyectos que han estudiado la vida y obra de Lorca.
Un fuente de recuerdos
Quiénes la conocieron siempre destacaron su memoria infalible, capaz de recordar y recitar de un tirón poemas y cancioncillas que aprendió durante su etapa en el colegio.
Federico no se salvó de que María, junto a alguna amiga suya, le dedicasen una. «Las niñas hacíamos columpios en la cuadra de la casa y cuando él venía nos poníamos a cantar. Le llamábamos Federico 'el Estudiante' y hasta le sacábamos canciones», añadió durante la citada entrevista, con el recuerdo puesto en la figura de «aquel muchacho que vestía de blanco y que llevaba casi siempre libros debajo del brazo».
De los recuerdos más fuertes que siempre retuvo fue el de Lorca tocando el piano. «Parece que lo estoy viendo tocar, porque le salía la música del alma. Eso se me quedó muy grabado, porque me impresionaba mucho como lo hacía», declaró en otra entrevista a IDEAL cuando fue nombrada Hija Predilecta de Pinos Puente por el Ayuntamiento de la localidad, al considerarla «la mejor embajadora del poeta en el mundo».
Otra imagen que le vino a María a la mente fue cuando a Lorca le llegó el momento de incorporarse a filas. «Su padre dispuso librarlo de cuota, y él dijo que ni hablar. 'Yo no necesito que me libre nadie. Me apaño yo solo'. Y efectivamente se libró solo, por el papel que hizo, por su gracia e inteligencia», relató María.
Al recordar la muerte de Lorca, María se emocionaba porque el dolor de pérdida fue por partida doble: su padre murió unos tres días antes de que lo hiciese Federico y de la misma manera. «El día 14 lo quitaron del medio. Los dos tuvieron la misma mala suerte».
La muerte de María arranca un eslabón más de la cadena que fue testigo de la vida de Lorca. Afortunadamente, ella estuvo dispuesta en todo momento a implicarse en cualquier tipo de proyecto que enriqueciese el conocimiento sobre el poeta.

1 comentario:

antonio molina medina dijo...

CIEN AÑOS
Cien años, cien legados,
cientos de sueños
bordados por sus dedos
con agujas de fuego
lazadas a sus manos.
Se disipa la niebla,
los chopos con sus sombras
adornan su silueta,
María los mira, los contempla
hojas caen a su paso
Federico la observa
sus ojos se humedecen
en lágrimas de musgo
caen a tierra.
Se quieren los dos tanto
en amor veraniego
con el sol de testigo.
La cal de paredes y manos,
resguardo de lo blanco,
habla de corazones injertados.
antonio molina medinal