1.10.10

Los que vinieron después de Borges

El segundo volumen de la edición crítica de sus obras completas permite desentrañar su legado en la historia de la literatura argentina: reclamos de paternidad y negaciones

"En la literatura argentina no es tan fácil hablar de tradiciones alternativas a Borges, porque él las incorpora a todas". foto.fuente:Revista Ñ

La sombra de Borges. Los escritores de las últimas décadas hicieron su propia reescritura del legado borgeano.

Borges tuvo varias canonizaciones. Se podría decir, enunciándolo de otro modo, que su obra sobrevivió al paso de las décadas y terminó por instalarse en el centro mismo de nuestra conciencia literaria por una serie de factores y golpes maestros que están por supuesto en su inmensidad literaria, pero que también están en toda esa órbita que gravita un poco por afuera de los textos. El mercado, con su lógica azarosa, le empezó a rendir pleitesía hacia 1961, cuando le otorgan el Premio Formentor compartido con Samuel Beckett. "El resultado inmediato fue que mis libros se reprodujeron como hongos en el mundo occidental", dijo entonces. A partir de ese punto aproximado, el Borges escrito empieza a languidecer y nace el ícono que alimentó las primeras planas del mundo: el ciego oral que da miles de entrevistas hablando de escritores ingleses de segunda línea, que despliega una especie de "política de la modestia" (Alan Pauls, El factor Borges ), tan consciente de que mejor que hablar de sí mismo es dejar que sus textos sedimenten solos y se metabolicen en el nervio de nuestra tradición. Su influencia en los escritores argentinos, sin embargo, ya era palpable, y en unos años la sombra de Borges lo dominaría todo.

Hay una suerte de consenso global que indica que lo más alto de su obra va del 30 al 52; de Evaristo Carriego a Otras inquisiciones . En esos años, Borges no sólo escribió libros, artículos en revistas y diarios, empezó a dictar algunas conferencias significativas y moldeó el esquema mental de su posteridad literaria, sino que además tuvo tiempo para dirigir desde las sombras un taller literario fantasmal y para pocos, del que surgieron por lo menos tres obras maestras: La invención de Morel de Bioy Casares, Las ratas de José Bianco y Autobiografía de Irene de Silvina Ocampo. Los escritores agrupados bajo el cielo de "Sur" encontraron en Borges esa mezcla perfecta entre anacronismo y modernidad para llevar a la ficción los vectores teóricos y las líneas de sentido que pregonaba el aura editorial de la revista. Pero no sólo lo conceptual hizo metástasis en ese grupo: la prosa opaca y precisa, contrabando perfecto de la sintaxis sajona, se impuso como un código de elegancia para la escritura de elite. Si Roberto Arlt, el escritor popular, escribía "mal", a los epígonos de Borges les tocó jugar el papel de la resistencia del belle letrismo y la híper literaturidad del texto –rasgos estilísticos que Borges iría erosionando de El informe de Brodie hacia adelante. Bioy Casares percibió desde luego ese movimiento, y siguió con diligencia los pasos del maestro; sus últimos libros se vuelcan a lo oral y se desembarazan de las marcas literarias duras.

En los años sesenta, el lugar de Borges en el microcosmos literario se rediseña y la centralidad que ya se infería se complica por la vía de la política. Son años de una militancia creciente, y una izquierda radicalizada busca correr a Borges –emparentado con el antiperonismo y artífice de declaraciones poco felices– del centro de la identidad letrada. Según Alan Pauls, "la izquierda más nacionalista casi ni se tomó el trabajo de leerlo; el fervor antiperonista de Borges, festivamente reivindicado bajo la revolución libertadora, fue suficiente para que lo descalificaran sin mayores trámites, acusado de representar los intereses de la oligarquía cipaya. Las cosas no eran tan fáciles para Ernesto Sabato o para el joven Abelardo Castillo, dos figuras menos involucradas en apuestas políticas inmediatas o, en todo caso, más sensibles al carácter problemático (a la vez artístico y político) de Borges. La solución, en este caso, es otra. Borges y su obra son sometidos a una doble exigencia simultánea; una es literaria, la otra es vital. Borges, previsiblemente, aprueba la primera y reprueba la segunda".

La sombra de Borges en esa década es, entonces, dominante pero también problemática. Ya había pasado Contorno (1953-1959), revista dirigida por los hermanos Viñas, que rearmó el lugar de Borges y Arlt en el mapa de las lecturas críticas. Rodolfo Walsh había publicado en 1957 Operación Masacre , y en la década del sesenta compuso un puñado de relatos donde se deja traslucir la estampa de Borges. Saer publica en esa década sus cinco primeros libros, y Piglia aparece con su primer volumen de relatos. Osvaldo Lamborghini saca en 1969 El Fiord , y Andrés Rivera, que destila por momentos una herencia borgeana literal, se empieza a construir su lugar en la literatura contemporánea. Para Rivera, Sabato y Castillo, sobre todo, Borges empieza a ser una figura difícil de eludir. Por aquellos años, ya es claro que hay por lo menos dos modos fuertes de capitalizar el legado borgeano: a través de la prosa, que es posiblemente el modo más tosco y estéril, demasiado visible, de saquear Borges, y a través de los modos en los que Borges leyó la literatura local en relación a la cultura universal, que quizás sea su gran legado y lo que los mejores escritores pudieron apropiar.

Con la vuelta de la democracia, la cartografía literaria se rearma y la centralidad de Borges, que ya era palpable, termina de consolidarse cuando los dados arrojan. Sylvia Saitta, en el libro Lo que sobra y lo que falta , dice: "Que Borges ocupara el centro del sistema literario en los años ochenta y fuera consagrado el gran escritor nacional, fue el resultado de operaciones convergentes de lectura y relectura de su obra, en la que participaron varios actores. En primer lugar, y en más de un sentido, las operaciones críticas de Ricardo Piglia, en tanto escritor y en tanto crítico, diseñaron el sistema literario que hoy se mantiene vigente: Piglia diseña un mapa en cuyo centro están Borges y Arlt, negando la disyunción con la que solía pensárselos hasta entonces". Parte del reposicionamiento de Borges vino, claro, de la academia: todos terminaron de entender que las teórias francesas en boga ya habían sido formuladas por Borges varias décadas antes, y un círculo conceptual terminaba entonces de cerrarse. Según Piglia en Crítica y ficción (1986), "Paul de Man, Harold Bloom, George Steiner, Stanley Fish son por momentos más borgeanos que Borges. Quiero decir que a su manera, en los años cuarenta, en Buenos Aires, en pequeños ensayos circunstanciales, Borges había planteado problemas y modos de leer que después la crítica contemporánea descubrió. Todo lo que Borges había estado haciendo en aquel momento entró después en la escena de la discusión académica. Lo que hoy dice Derrida de una manera un poco esotérica sobre el contexto, sobre el margen, sobre los límites, es lo mismo que dice Borges de una manera más elegante y mas clara".

Con esta refundación de nuestro canon, aparece también una nueva generación de narradores, que imponen su propia reescritura del legado borgeano. Siguiendo a Saitta, "el sistema literario que se reconstruye en los primeros años de la democracia es, entonces, un sistema presidido por Borges cuya marca predomina en la narrativa de comienzos de la década: la no respresentación de lo real, la exhibición de la desconfianza que genera la lengua como medio para representar la realidad, el rechazo por las motivaciones psicológicas en la elaboración de tramas y personajes, el uso de la cita, la parodia, el estilo conjetural. Con Piglia y Juan José Saer como escritores faro, el campo literario ha definido a sus actores y sus agentes consagratorios: por un lado la carrera de Letras de la UBA; por otro, las editoriales, los suplementos culturales de los diarios y las revistas culturales, en torno a los cuales se crean grupos de pertenencia". En este contexto, empiezan a publicar sus primeros libros los escritores agrupados en la revista Babel, muchos de ellos de impronta altamente borgeana: Luis Chitarroni, Alan Pauls, Sergio Bizzio, Sergio Chejfec, Charlie Feilling, entre otros. Deudores de una literatura intelectual, una literatura de prosa y de procedimientos, leían a Borges pero también a César Aira, a Fogwill, a Saer y a los escritores europeos, de Nabokov a Thomas Bernhard. Al mismo tiempo, aparece lo que se llamó los "planetarios", agrupados en torno a la colección Biblioteca del Sur de Planeta y después al suplemento Radar de Página/12. La literatura de este grupo –que, para arrojar algunos nombres, contaba entre sus filas con Rodrigo Fresán, Juan Forn, Guillermo Saccomanno, Marcelo Figueras– entró en discusión con la política literaria de Babel, y prefirió buscar a sus precursores en la literatura norteamericana y en autores argentinos más narrativistas, como Osvaldo Soriano. Así, la influencia de Borges, ya ampliamente expandida y legitimada, sufrió algunos tironeos que la mantuvieron viva. Sólo basta que los jóvenes (en determinado momento) se disputen la potestad de una obra para que esta rejuvenezca.

Además del sello decisivo que empiezan a dejar las lecturas de Borges que propone la literatura de Piglia y Saer, se abre un nuevo derrotero que desencapsula algunos de los tics borgeanos más estereotipados, que cruza la literatura con la cultura de masas y que tiene como centro de sistema a dos nombres de peso: Manuel Puig y César Aira. Así, a partir del comienzo del nuevo siglo, las generaciones de nuevos narradores destilan la influencia borgeana a través de la lupa deformante de estos autores de cabecera. Se podría decir que para los escritores jóvenes Borges es un autor que ya viene procesado por Aira, por Piglia, por Saer y por unos pocos escritores más. En ese sentido, es inútil tratar de indagar si los escritores que hoy empiezan a producir "leyeron" a Borges: la literatura de Borges ya está en nuestras letras, y cualquiera que haga su entrada en nuestra tradición va a escribir desde Borges, sea o no sea consciente de esa paternidad, evidencie o escamotee esas marcas de pertenencia.

Por lo demás, es cierto que los tiempos han cambiado, y es innegable que la poética y la retórica de pensamiento de un Aira o un Piglia puede ser más estimulante para un escritor joven que la de Borges. La erudición como se entendía en los días de Sur es un sistema de conocimiento ya casi impracticable, y la velocidad –asociada a una suerte de elogio del "vitalismo" y en algunos casos deudora de las nuevas tecnologías– parece haberse impuesto como contraseña de buena parte de la nueva narrativa. Sin embargo, no todo es tan sencillo. Con los escritores en los que Borges aparece atravesado por Piglia o Saer (Martín Kohan, Hernán Ronsino, Mariano Dupont, Juan José Becerra, Gustavo Ferreyra), la influencia parece ser mas desentrañable. Pero los escritores que salen de una línea más cercana a la que abrieron Aira y Puig (Félix Bruzzone, Romina Paula, Cucurto, Iosi Havillo, Pola Oloixarac) muestran una relación con Borges más tensa, tirante, acaso más demandante. En una conferencia que ofreció Josefina Ludmer en el último Festival de Literatura de Buenos Aires, dijo en algún momento que la literatura de Aira tardó en leerse en Europa porque para los lectores europeos es difícil entender la lectura, compleja y sutil, que el argentino hizo de Borges en sus propios relatos. Por eso es difícil ver a Borges en algunos de los nuevos narradores: porque escritores como César Aira le confirieron a lo borgeano una silenciosa y trabajada vuelta de tuerca, al punto de que ya es imposible volver a lo borgeano en sentido puro, original. Es, si se quiere, un movimiento que la propia literatura de Jorge Luis Borges imploraba, tan afecta a los juegos de manipulación, saqueo y deformación de un texto original.

Para terminar, podemos citar a César Aira en una entrevista, consignando una sensación que, como un fantasma, ha recorrido las últimas décadas de la narrativa argentina: "Borges es un centro, y es a la vez inescapable y muy resbaloso. Creo que el quid está en que leyéndolo, de adolescentes, vimos dónde estaba la esencia de la literatura. Eso fue definitivo, pero después descubrimos, también, que la literatura no tiene una esencia sino muchas, históricas y contingentes. Así que fue fácil escapar de la órbita borgeana, tan fácil como volver, o como no haber escapado nunca. En la literatura argentina no es tan fácil hablar de tradiciones alternativas a Borges, porque él las incorpora a todas".

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