10.12.10

Un Nobel a 400 coronas del centro (en taxi)

Mario Vargas Llosa durante la visita al colegio de Rinkeby, en las afueras de Estocolmo


El Nobel pasea por el centro de Estocolmo.foto:Efe.fuente:elmundo.es

Las ciudades son como las familias de Tolstoi. Pero al revés. Cada ciudad tiene su centro histórico distinto, que es donde, por lo general, habita la felicidad del Ibex 35; pero, basta alejarse del casco antiguo 400 coronas suecas en el taxímetro, para ver exactamente la misma ciudad en Suecia y en el estado independiente de Torrelodones. Los pobres tienen tan poca sensibilidad y tan mal gusto que acaban siempre en el mismo barrio, el más feo. Eso o que los ricos no les dejan otra opción, que también puede ser.

Este jueves el Premio Nobel de literatura, pues estamos en Estocolmo, se fue a recorrer el extrarradio de la opulencia nórdica. Desde el Grand Hotel, sito a escasos metros del edificio de la Ópera, la limusina oficial le llevó hasta la biblioteca de Rinkeby. Al Oeste y más allá. Es decir, la biblioteca de un barrio en el que se hablan 19 lenguas (la cifra es oficial), cada una de ellas con tantos dialectos como taxistas con dialecto. Que son muchos. El panorama que a duras penas deja ver la nieve es un paisaje uniforme de hormigón prefabricado, estanterías billy y chándals de Carrefour. Todo, eso sí, perfectamente cálido y ordenado. No en balde, Ikea es de aquí.

"No he leído ningún libro de Mario", comenta George Ilhon con una contrastada familiaridad con todo lo que tenga que ver con el Nobel. George es un chaval de 15 años con bigote incipiente, gomina en el pelo y zapatillas Nike en los tobillos (por este orden). "Soy más de novela criminal", añade. "Pero me gustaría leerle", vuelve a añadir. La conversación tiene lugar minutos antes de que haga acto de presencia el aludido. Es decir, Mario.

Entra Mario. Detrás de él, una nube de periodistas a la caza de la "historia con lado humano", que es como los periodistas llaman a los reportajes absurdos que aparecen al final del telediario. Se sienta el Nobel y los adolescentes cantan. Cantan 'Santa Lucía'. Lo hacen en sueco, claro, y todo lo que de napolitano tenía la canción adquiere el color opaco de la Reforma protestante, de la Reforma protestante sueca. De 19 maneras distintas, del español al malayo pasando por el somalí y el turco, la muchachada da la bienvenida al Nobel. Es, a falta de una descripción mejor, tierno. Tan tierno que la última fila ya hace un rato que se ha puesto en las orejas los cascos del mp3.

Durante los próximos 15 minutos, los no tan niños darán muestras de todo lo que son capaces cuando tienen un adulto pegado al cogote. Los hay que recitan poemas; otros cuentan de forma detallada la vida de Alfred Nobel, aquel hombre que se hizo rico con la invención de la dinamita y famoso con el premio más importante del mundo dedicado a la Paz (contradictorio, quizá); los siguientes (va por turno) se entretienen en desvelar todo lo que saben sobre, precisamente, Mario, Mario Vargas Llosa, o Selma Lagerlof o cualquier otro Premio Nobel que en su momento pasó frío en Estocolmo. Y así durante 15 minutos. Parece poco, pero no: es bastante. Mucho incluso. Y cuando parece que se ha acabado... otro poema. Aforismo: En Suecia los poemas son más largos.

Por fin le llega el turno a Mario. Mario tiene la voz débil. Pero, como siempre, el gesto firme. Cuenta Mario que es un privilegio estudiar en un colegio que en realidad es el perfecto resumen del mundo entero; la ONU casi. No queda claro si los profesores que están por allí comparten esa misma sensación de privilegio. Es más, tampoco queda claro que le hayan oído. Llevan un rato intentando calmar al auditorio. Pero sonríen. Dice Mario que más allá de las diferencias de cultura, religión o lengua, en lo fundamental somos iguales; que a todos nos mueve el mismo ansia de progreso, idéntico deseo de paz, equivalente amor a la familia... Y aquí sí que todos, con sus mismos iPhone, idénticos pantalones caídos y equivalentes rostros salpicados de acné, le dan la razón. También les exhorta a que lean libros. Y añade: "No hay nada más entretenido y divertido que leer". Y esto ya no.

George, por ejemplo, ve bastante más entretenido el fútbol. Y para demostrarlo enseña una carpeta tapizada con el rostro y el nombre de Messi, que todavía no es premio Nobel. A su alrededor, hay 'quorum' y, como siempre que hay 'quorum' entre adolescentes independientemente de su nacionalidad, gritan. Gritan a poco que el periodista se moleste en preguntar. ¿Entre el fútbol y la literatura, con qué os quedáis? Todos como un sólo hombre: "el fútbol".

Se admiten sugerencias, pero, sobre la marcha, sólo se nos ocurren dos soluciones para adaptar los Nobel a los tiempos (y gritos) que corren: o añadir la disciplina del balompié a las ya clásicas de química, física, medicina, paz y literatura, igual que se añadió tiempo atrás la de economía; o exigir a los intelectuales del planeta que cambien de hábitos. Que cuiden la línea, se pongan a hacer abdominales y adornen con algún que otro 'piercing' su demasiada frágil anatomía. Todo sea por acercarse a las últimas filas de la clase; todo sea por el bien de la cultura.

A eso de las tres y media, una hora después de 'Santa Lucía', el acto se da por concluido. Noche cerrada en Suecia. Ismahan Jama Mohamed, cuya familia procede de la provincia sueca de Somalia, y Alexander Anaya, del cantón báltico de El Salvador, se muestran determinados a leer un libro, aunque sea uno, de Mario. Es más, Alexander mantiene que ya ha leído uno. "Cuando me enteré de quien era el Nobel, me alegré mucho. Me pareció justo", dice. Pero lo dice de verdad. Queda claro. Es la hora de volver al centro, allí donde Estocolmo se convierte en Estocolmo. Allí donde se habla o sueco o inglés. Y nada más.

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