16.12.10

Ungar: “Me siento un extranjero”

En su novela Tres ataúdes blancos, Premio Herralde 2010, el escritor colombiano trabajó desde el humor porque, según dice, "es la única manera de sobrellevar una realidad atroz"

Nómade. Ungar asegura no identificarse con Colombia.foto.fuente:Revista Ñ

Aunque asegura que ya no se siente colombiano, lleva un año viviendo en ese país, donde está escribiendo su próxima novela, "sobre una secta monoteísta contemporánea con tres narradores muy serios cada uno". Flamante ganador del Premio Herralde por su novela Tres ataúdes blancos, Antonio Ungar estuvo de paso por Buenos Aires para participar de un debate sobre literatura y política en América Latina.

¿Cuál es su idea sobre el estado de la literatura y la política en América Latina?
Preparé trozos de la novela que reflejan la dramática realidad para leerlos intercalados con fragmentos de las constituciones de distintos países de Latinoamérica. Y quedaba divertido porque se nota la brecha que hay y cómo lo que expresan las constituciones es un expresión de deseo que está lejos de la realidad. El contraste resulta cómico y trágico a la vez.

Su novela tiene lugar en la república ficcional de Miranda, que bien podría ser la ideada por Lihn, el poeta chileno, o el nombre de una mujer, aunque se parece bastante a Colombia. ¿Por qué ningún lugar específico?
Lo hice por seguridad. En Colombia siempre hemos tenido democracia, nunca hemos tenido un dictador. Tuvimos un par de militares puestos por presidentes constitucionales por circunstancias específicas que acabaron su mandato. Todas las fuerzas siempre han sido por debajo y son muy peligrosas. Siempre ha sido, en términos de apariencia, una democracia perfecta. Pero yo no me quiero arriesgar, tengo dos hijos chiquitos y una mujer que no es colombiana. Así que esta novela puede ser interpretada en clave venezolana, colombiana o de cualquier país con características similares de Latinoamérica.

Usted trabaja desde la alegoría pero con una alta dosis de humor e ironía sobre la realidad de la Colombia actual. ¿Se puede operar un cambio desde una mirada cómica en la literatura?
En Colombia el humor siempre ha sido una manera de sobrevivir, una defensa contra la tragedia. En Colombia a la mañana hay una masacre y a la noche ya hay chistes sobre ella, lo que no implica que no suframos la masacre misma. Es la única manera de sobrellevar una realidad atroz. En general, si tú mides el país con los índices de violencia y pobreza, Colombia tiene unos de los más altos, pero a la vez cuando hacen esas encuestas por la felicidad, Colombia también es uno de los primeros. Hay mucha vida y mucha muerte al mismo tiempo. Pero hay dos tipos de humor. Uno que es reírse de la realidad para no verla, un humor escapista. Y otro humor que te enfrenta a la realidad y no sólo te ayuda a vivirla mejor sino a verla mejor y analizarla. Es este último el que me interesa. De todas maneras ese humor se está perdiendo y hoy en día cualquiera se ofende. Por eso en mi novela está tan mezclado el humor con la rabia.

Hay pasajes de una escritura subjetiva hacia una que abarca el mundo de la realidad política. ¿Cómo traza ese recorrido?
Mis primeros libros de cuentos fueron alusivos a realidades más internas que externas y luego escribí la historia de un tipo que se vuelve loco, ya fuera de mí. En ese libro, lo que me interesaba más era el lenguaje mismo, es una cosa autorreferente y loca con el lenguaje. Cuando me pongo a escribir un libro muy planificado en general ese libro no me sale nada bien, pero casi siempre en paralelo sale otra cosa más interesante. Así salió por ejemplo Las orejas del lobo , que es un viaje por Colombia desde la mirada de un niño. Ese libro fue posible porque yo estaba escribiendo un policial, con todas las reglas del género. Para divertirme empecé a escribir un falso libro de infancia.

¿Cómo se ubica en el panorama de sus contemporáneos latinoamericanos? ¿Observa características comunes?
Siento que se está escribiendo con mucha libertad. Creo que en la lengua castellana ha habido durante mucho tiempo un dogma tácito y que recién ahora estamos conociendo autores paralelos a García Márquez. Y fue la industria editorial quien se inventó esas cosas como el boom. No había espacio para tipos con humor como Cabrera Infante. Ahora hay mucha diversidad y mucha dispersión. Lo cual puede ser atemorizante, pero también divertido. Esa heterogeneidad depende de las decisiones individuales. Cada uno está en una búsqueda individual. Me parece que pensar en America Latina como una unidad es peligrosamente totalizador. Solo en Colombia hay al menos cinco países, cinco tipos de comida, cinco lenguas. En muchas cosas se parece más un pueblo colombiano a un pueblo andaluz y un pueblo andaluz a un pueblo árabe que a otro de Latinoamérica.

El nomadismo debe haber construido en usted una mirada particular sobre el mundo. ¿A qué se debe?
Soy muy torpe para la vida práctica y ahora ya me siento extranjero en todas partes. Nunca me identifiqué con Colombia, ya no me siento colombiano. Tengo muchos problemas de comunicación, las formalidades en Bogotá ya no las entiendo. Pero tampoco me siento identificado con ningún sitio. Cuando viví en México tuve el mal tino de llamar al editor de la editorial donde trabajaba para consultarle una duda de la traducción que estaba haciendo y perdí el trabajo porque parece que debía haber llamado antes a su secretaría y demás. También viví en Jaffa, que es una comunidad palestina dentro de Israel, porque mi mujer es de allí. Yo no soy bienvenido en ninguna de las dos comunidades. En Oriente Medio no saben cómo clasificarme. Mi familia fue exterminada por los nazis pero estoy casado con una palestina y considero a Colombia igual de importante en mi identidad.

Hay una especie de descreimiento muy grande en la política y los políticos en su novela.
Lo que se cuenta en el libro es que en Colombia la vida real de los ciudadanos se rige por poderes de facto más poderosos que el Estado. Y el juego democrático es un juego alrededor de esos poderes. La única manera de contarlo fue hacerlo a través de este personaje llamado Del Pito. Los políticos dependen del narcotráfico o de las consecuencias de ese narcotráfico que es paramilitarismo. Se hace el juego de la política y de la democracia, pero cuando llega el momento de las decisiones importantes, si hay un obstáculo se mata. Allá no hay programas de opinión política en la TV porque si dices alguna opinión eso tiene consecuencias concretas en tu vida. Al instante te borran. Entonces todo el espacio del humor y de la discusión se está acabando. En ese proceso me parecía importante darse cuenta que los políticos son relativos. Había un silencio muy prolongado y había que pensarlo.


Ungar básico
Bogotá, 1974. arquitecto y escritor
De inclinación nómade, vivió en las selvas del Orinoco, México D.F., Barcelona, Palestina y Manchester. Publicó tres libros de cuentos (como "Las orejas del lobo", de 2004) y tres novelas, de las que se puede mencionar "Zanahorias
voladoras", de 2003.

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