20.6.11

La izquierda alemana y sus problemas

Luego de El lector, el escritor alemán Bernard Schlink vuelve a escribir sobre el presente de su país teniendo en cuenta los acontecimientos del pasado. En El fin de semana el tema es la lucha armada de los años 60 y 70
El fin de semana. El nuevo libro de Bernard Schlink, sobre la lucha armada de los 60 y 70.foto.fuente:Revista Ñ

En El fin de semana, Bernard Schlink vuelve a describir el presente de su país, Alemania, y el peso de un punto del pasado (en este caso las décadas de 1960 y 1970), que sigue siendo importante en nuestros días. Aunque esta no es una de sus mejores novelas –claramente inferior a El lector–, el alemán utiliza en ella su lenguaje de siempre: una sintaxis aparentemente simple y clara, fluida, que por debajo deja entrever corrientes profundas, poderosas, oscuras, tal vez infinitas.

La estructura general de la novela es casi un lugar común, repetido también en gran número de películas de muchas procedencias, por ejemplo Los amigos de Peter: el reencuentro de un grupo de amigos de la secundaria o la universidad después de años de separación, cuando la mayoría de ellos tiene ya cincuenta años. Schlink agrega un condimento especial a este esqueleto archi-conocido: el encuentro se hace en una vieja casa de campo para dar la bienvenida a uno de los amigos, Jörg, que sale de la cárcel después de cumplir una condena de veinte años por atentados terroristas de izquierda.

La puesta en escena

La narración cuenta el fin de semana completo, dividido en Viernes, Sábado y Domingo, como una obra de teatro en tres actos, con escenas y cambios de lugar, y está cruzada por recuerdos, tensiones nuevas y antiguas, y comparaciones constantes entre las vidas de cada uno de los ex conocidos y de los caminos que escogió cada uno de ellos, además de un manuscrito (en bastardilla) en el que Ilse, una de las amigas, trata de novelar una vida alternativa para un compañero más, Jan, supuestamente muerto por su propia mano unos años antes. Salvo en el manuscrito, el narrador es una voz en tercera persona que mira el mundo desde distintos puntos de vista. Con esa opción que salta de un personaje a otro, construye un caleidoscopio de opiniones, ideologías y emociones que se abre como un abanico incompleto en el que la visión de Alemania que presenta Schlink no tiene en cuenta ninguna mirada fuera de la clase media y ni fuera del continente europeo, salvo una mención superficial de Vietnam.

El eje del debate

La pregunta principal alrededor de la cual giran las discusiones, acercamientos y planteos tiene que ver con la lucha armada de izquierda, la guerrilla de mediados de siglo, sus razones, justificaciones, realidades, injusticias y errores. Ese campo organiza no sólo la ideología de los personajes sino la del autor, que tiene una mirada muy eurocéntrica al respecto.

El libro arma el debate en una oposición binaria –tipo bien versus mal– que enfrenta de un lado, las vidas cotidianas, pequeñas de la mayoría de los personajes (los que abandonaron la lucha y se dedicaron a familia, empresa, negocios) y del otro, la lucha revolucionaria, representada no tanto por Jörg como por el personaje menos creíble y más antipático de todos, Marko, y sus consecuencias: la cárcel y la muerte. La redención queda claramente del lado del primero de los miembros de la oposición: hay una mirada más comprensiva para quienes se dedicaron a lo propio, se resignaron a no cumplir con los sueños de la juventud y para quienes están dispuestos a perdonar (el perdón está muy relacionado con la religión, presente en el personaje de Karin, obispa protestante). Este lado del debate se corona con la escena de la cadena humana que cierra el libro, cuando todos se organizan para sacar el agua del sótano inundado de la casa en que se reunieron. En ese acto de cooperación se entienden empresarios poderosos, revolucionarios feroces, mujeres posesivas, enamorados, confundidos y también personas de diferentes generaciones. El acto en sí, anunciado unas páginas antes, es claramente simbólico y parece una utopía un tanto infantil después de los mares de incomprensión que mostraron las páginas anteriores.

Ese momento simbólico es un eco de la visión panorámica del grupo que Bernard Schlink coloca más o menos en la mitad de su novela: un momento en que todos se van despertando en la casa húmeda y la narración pasa de punto de vista en punto de vista en una ronda cuidadosa que evalúa las fuerzas en juego. Así como hay mucho que criticarle a la cadena del final, también hay que decir que en esa imagen en ronda está la mayor fuerza de esta novela con errores y puntos ciegos. Schlink es un maestro cuando muestra en el diálogo "realista", sin simbolismos explícitos, la forma en que el recuerdo puede golpearse contra la realidad, en que la herencia marca la relación entre padres e hijos; en que se tejen las dependencias y las alianzas en distintos momentos de la vida humana. Ese es su fuerte, sin duda: contar desde una superficie que parece breve, el peso del hielo de la parte principal del témpano, como pedía Ernst Hemingway.

Por eso, los diálogos, los encuentros y los desencuentros, las rabias y los amores son lo mejor de El fin de semana, eso y el golpe de efecto realmente impresionante con que Ilse, la escritora, termina su novela sobre Jan, el terrorista que tal vez esté muerto y tal vez no.

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