23.8.11

Escritores en el taller

Un ensayo permite asistir al proceso creativo de los grandes autores del siglo XX

Faulkner. La gramática del premio Nobel norteamericano, que bordó el monólogo interior y olvidó la puntuación, sufría las influencias del alcohol.foto: Alfred Eriss.fuente:lavanguardia.com

"La narración salió de mí como en un verdadero parto, cubierta de suciedad y mucosidades", escribió Kafka, un día, en su diario. Asistir a la gestación de algunas de las obras maestras de la literatura del siglo XX es lo que propone El desguace de la tradición (Cátedra), el último ensayo del profesor Javier Aparicio Maydeu, cuyas más de 1.000 páginas se consagran a desmenuzar –o desguazar– textos como el Ulises de Joyce, La metamorfosis de Kafka o Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, entre otros. Armado con tenazas, sin miedo a mancharse el mono, el mecánico Aparicio nos muestra cómo funciona el motor de esas novelas, desmonta los cilindros, las bielas y el cigüeñal que hacen avanzar el mecanismo de las historias, convirtiendo además al lector en voyeur del método de trabajo de los escritores, de sus dudas ante si ponen un adjetivo u otro, de su correspondencia... Imitando el ritmo de sus clases en la Universitat Pompeu Fabra, el narrador de este ensayo se disculpa en ocasiones –"no tenemos mucho tiempo, pero déjenme hablarles un poco de esta novela"–, pone ejercicios prácticos al lector y entrega –en los apéndices– un montón de lecturas. "Quería que fuera un libro real, vivo y abierto", explica su autor.

Tachones, alcohol y deudas. Aparicio –que suma a sus 14 años de experiencia docente su etapa anterior en la agencia Balcells, donde trabajó junto a escritores como Eduardo Mendoza, García Márquez o Manuel Vázquez Montalbán– realiza un análisis transversal, relacionando novelas con cuadros o piezas musicales, reproduciendo manuscritos repletos de tachones y correcciones a veces iluminadoras, y abordando cuestiones menos frívolas de lo que parece, como la influencia del alcohol en la sintaxis de Faulkner o los problemas de otros autores para cumplir los plazos de entrega o para cobrar los derechos. Asimismo, desmiente tópicos como, por ejemplo, el de que las grandes plumas no hagan literatura de género: "Tren nocturno de Martin Amis es novela negra, Joyce Carol Oates ha escrito novela gótica, Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro es ciencia ficción, y El amor en los tiempos del cólera de García Márquez es una feliz parodia de la novela rosa. Hay que decir estas cosas, porque al lector medio siempre se le machaca, como si no supiera nada, y es injusto. Yo, por ejemplo, muestro que seis premios Nobel de literatura –seis– dicen que Proust es aburrido. A lo mejor el lector que vea eso se da cuenta de que su criterio es tan válido como el de ellos". Y, lejos de cualquier atisbo de deconstructivismo crítico, Aparicio se pregunta: "¿Quién mejor que el propio autor para explicarnos cómo ha escrito un libro?".

Escribir como Picasso. Admite el autor que "a la hora de explicar los procesos creativos, los pintores son mucho más abiertos y menos retóricos que los escritores" y tal vez por ello recurre a menudo a la comparación con la pintura. "La literatura y el arte siempre han ido juntos –responde–, y si ves un cuadro de Mondrian y entiendes cómo funciona, después te será mucho más fácil entender Berlín Alexanderplatz de Döblin. No en vano Picabia, Dalí y muchos otros alternaban escritura y pintura. Y, del mismo modo que Picasso volvió a pintar Las meninas, Joyce revisita a Dickens y John Fowles, fallecido en el 2005, versiona la novela victoriana en La mujer del teniente francés. Resulta curioso que existan tantos libros sobre cómo interpretar cuadros, e incluso la música contemporánea, pero que la literatura se deje siempre a la intuición del lector. Yo supongo que habrá gente que quiera tener un manual de claves que les facilite disfrutar más de los textos. Nos han hecho creer que las grandes obras de la narrativa son muy difíciles y eso es falso".

Joyce, director de cine. El libro hurga en la correspondencia de Kafka para mostrar lo enormemente torturado que resultaba el proceso creativo para el checo, atenazado por una enfermiza inseguridad sin la cual acaso no hubiera extraído lo mejor de sí. Al inicio del capítulo de Joyce vemos a su editora, Sylvia Beach, fascinada por la voz del escritor, que exhibía "con la entonación de un tenor" y que además "escogía sus palabras y su sonoridad con gran cuidado", atendiendo a "su oído musical". "Saber que Joyce hablaba en voz alta entonando una cantinela nos sirve para comprender su novela, ideal para ser escuchada". Consciente de que muchos se asustan ante el Ulises, Aparicio despliega una caja de herramientas interpretativas: un breve diccionario de retórica joyceana, varios ejercicios prácticos –uno requiere hasta rotuladores de color–, y el análisis de fragmentos: "¿No logran entenderlo? –exclama ante uno de ellos– ¿Les parece un laberinto de frases inconexas? ¿Y si lo que sucede es que Joyce ha puesto un micrófono en una grúa, como un director de cine, y lo mueve por el espacio de la taberna, grabando fragmentos de las distintas conversaciones simultáneas que están teniendo lugar en las mesas, como si de cubismo verbal se tratara?". Haberlo dicho antes...

La gramática del bourbon. De Faulkner analiza El ruido y la furia, "a caballo entre la poesía y la novela, con ausencia de signos de puntuación, y una prosa entendida como continuum de conciencia, un monólogo interior que al principio quería imprimir con tintas de diferente color". El bourbon no será ajeno a la gramática del libro.

¿Y si no sucede nada? "Una mujer para escribir necesita dinero y un cuarto propio. Sólo a partir de estas dos posesiones puede empezar a crear", dijo Virginia Woolf, la escritora que "introdujo la banalidad en sus novelas, los episodios pequeños e insignificantes, la fascinación por lo irrelevante y trivial. Frente a la grandeza de la novela clásica, La señora Dalloway rompe cualquier atisbo de trama para mostrarnos la magia del ser humano".

Jugando con rompecabezas. Aparicio explica cómo desarmar los rompecabezas de John Dos Passos, un artista del collage, "un cubista que descompone la narración en fragmentos simultáneos, usando la técnica del contrapunto". Una línea que seguirá el francés Patrick Modiano, pues "reproduce pasaportes, documentos de archivo, fichas policiales, páginas de periódico, listines telefónicos, convirtiendo sus páginas en el desordenado paisaje de un piso que acaba de ser saqueado".

Pistolas y canciones para Lolita. Nabokov escribía de pie frente a su atril, y en Pálido fuego hizo "una novela que en realidad es un poema que en realidad es una edición crítica que en realidad es una autobiografía que...". Se reproducen fichas que utilizó para escribir Lolita, con una lista de modelos de pistolas (incluye el dibujo de una que le pareció bien para su personaje de Humbert), y la lista de canciones de una jukebox. Vemos también cómo su ruso natal influía su prosa en inglés y los idiomas que se inventaba.

Llegan los posmodernos. Aparicio se detiene en La broma infinita, la obra del norteamericano David Foster Wallace –suicidado en el 2008– que ha servido como estandarte de la posmodernidad literaria. "Cuando hace hablar a un niño pequeño explicando con su lenguaje cómo abusan sexualmente de una niña amiga suya, o cuando reproduce códigos informáticos, yo reencuentro a Joyce en sus mil piruetas formales".

Deberes. El ensayo muestra, asimismo, el funcionamiento de la máquina del tiempo de Proust, por qué en el realismo mágico pueden levitar las mujeres, qué tienen que ver el pop art de Warhol y Don DeLillo, los consejos de Capote a los jóvenes... Un libro que también puede leerse como una continuación de Lecturas de ficción contemporánea, la obra anterior de Aparicio, que no entraba en el cómo de las novelas sino en el qué. El desguace... ofrece también una lista selecta de librerías literarias en el mundo y quince lecturas obligatorias. Aún queda verano para acometerlas.

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