9.8.11

Ultimas postales del desencanto

Un cronista deambula entre las voces y los rostros de los Indignados españoles, que mantienen su acampada en Madrid a casi cuatro meses de iniciarse las protestas. La desilusión, desde el corazón de la Europa en crisis
LOS INDIGNADOS. Tienen diferentes edades e ideologías y pertenecen a distintas clases sociales, pero los une el "estar en contra".foto.fuente: Revista Ñ

En los mejores días de la acampada, en mayo, no había más lugar en la Puerta del Sol. Los indignados habían copado la plaza.

Los indignados. Así han tolerado que se los llame. Aunque en rigor no son ni siquiera un grupo. No todos son del 15M ni de Democracia Real.
Los indignados que acampan en la plaza más famosa de Madrid, donde empezó todo este malentendido, están básicamente en contra. Todos están en contra de los partidos políticos. Algunos son de izquierda y algunos son anarquistas, aunque ellos prefieran no verse así ni hayan leído a Bakunin. Muchísimos ignoran que, por ejemplo, en Argentina no pagan el paro, o sea que cuando te echan te vas. "¿Adónde?", me preguntó alguien.

-A la puta calle.

El mundo funciona mal. En eso tienen razón y están todos de acuerdo. Pero hay sectores de la plaza donde las opiniones se vuelven más discutibles. Como el stand de veganos. No tengo nada contra ellos. Pero me preocuparía que los veganos que acampaban en el Sol, y tenían pancartas que afirmaban que los dueños de los mataderos y los que comemos vacas somos asesinos, fueran gobierno. O incluso los que decidieron llevar una biblioteca popular en el medio de la plaza porque les pareció oportuno a pesar de las 4 mil bibliotecas públicas que hay en España. Tampoco me agradan –como gobierno, para tomar una cerveza y elucubrar teorías conspirativas adheriría- los convencidos de que el 11 de septiembre de 2001 es obra del Mossad y la CIA. Hay una tapa falsa de El País con un titular por el estilo y una foto tan increíble como la teoría del autoatentado (pero real) del avión de American estrellándose contra las Torres gemelas.

Algunos hacen buenas pancartas. Como esa que dice "Terrorismo es 5 millones de parados" o "No hay comida para tanto chorizo". Hay reclamos más precisos, como "Trabajar hasta los 67 años", "La escasez de guarderías" "Hombres armados en las calles (policía)" –el paréntesis es de ellos- "El capitalismo es violencia. Defiéndete". El problema es que no decían cómo.

Si están aquí, por algo será. Quizás lo sepan.

Los indignados existen en la plaza y también en los medios. En las páginas de los diarios internacionales gozan de mejor salud. Los diarios españoles, igual que los políticos, los miran con desconfianza. Tardaron varios días en reaccionar y tomarlos en serio. Siempre es más sencillo explicar el caos de los otros que el propio. Tal vez por algunos indignados exhiben en una de las tolderías la tapa de The Washington Post con la plaza abarrotada de gente el 15 de mayo pasado. Los periódicos locales no se quieren quedar afuera, no quieren parecer dinosaurios, perder más lectores y apuestan con reflejos lentos a analizar cada uno de las propuestas del #15M y de la autodenominada #SpanishRevolution. Los medios tradicionales, dicen, son parte del problema.

La credencial de periodista vale poco en la República del Sol. Me termino de enterar cuando desenfundo el carnet de mi billetera para charlar en una de esas tolderías improvisadas donde se lee grande una pancarta que ya es famosa: "Esto no es una crisis, es el sistema". En una de esas es por la credencial o por el medio para el que trabajo, pero mi cara, que sugiere "chocolate por la noticia, muchachos", no ayuda a que se ablanden. "¿Por qué no vas con los de comunicación?", me sugieren. Y tienen razón. Al pie de la estatua ecuestre de Carlos III –donde funciona la comisión de comunicación- sale una versión única de todos los reclamos que conviven en el Sol. Si alguien puede explicar por qué hay que festejar este lento despertar de una generación criada entre la bonanza de la Unión Europea y la burbuja de la especulación inmobiliaria, son ellos. Acaso sepan por qué no será un retroceso para ellos que su iniciativa #Nolesvotes termine con una victoria aplastante del Partido Popular de Mariano Rajoy.

Tengo que recorrer pocos metros hasta el centro de la plaza, pero en el medio dos postales me perturban. La primera –otra vez- es una pancarta. "Esto no es un botellón", reza. Parecieran decírselo a los medios, a los turistas curiosos y también a algunos colegas de acampe. La última postal es un teléfono de línea, liberado para llamar a cualquier parte del mundo. Sólo tienen que marcar un código y recién entonces me doy visualizo la cantidad de computadoras portátiles que hay ahora conectadas en la plaza.


Él está pálido, asustado y bien vestido. Lleva un sobretodo y apenas cruza la barrera de los veinte. Si no fuera algo urgente no se le ocurriría interrumpir a su superiora, que ahora –ocupada- habla conmigo.

-Oye- dice tímido.

-Ahora no puedo. Estoy ocupada. Y tengo que marcharme.

-Pero están los de la televisión.

-¿La televisión? ¿Qué televisión?

-Los de Televisión Española. Y también los de El País.

-Pues yo tengo que marcharme. Tú habla. Si ya lo hiciste.

-¿Yo? Es que estos van a pincharme. No son estudiantes de periodismo. – insiste él. No es una afirmación, es un pedido de clemencia.

Ella, que evidentemente es la que aquí corta el bacalao, medita unos instantes en silencio. Yo presencio la escena sin pronunciar una palabra. Pienso si yo también "los pincharía". En medio segundo concluyo que sí, que claro, que por supuesto que lo haría. Mi silencio educado delata mi presencia. Soy un extraño y mi visita inesperada incomoda. Ella se da cuenta, él –a pesar de su turbación- también. Yo también.

-Oye. Yo confío en ti. Lo vas a hacer muy bien – larga ella, como si fuera una arenga futbolera.

-Pero…

-Pero nada- Lo vas a hacer muy bien. Lo hiciste muy bien las otras veces y lo volverás a hacer bien. Yo confío en ti, ¿tú confías en mí?

-…

-¡¿Tú confías en mí?! -levanta el tono de voz. Él no contesta, pero igual asiente- Bien. Pues yo confío en ti. Les dices palabra por palabra lo que se definió en la asamblea de ayer y que por ahora se decidió seguir con la acampada.

-Ok. ¿Y si preguntan hasta cuándo?

-Hasta que se decida en la próxima asamblea.

El se va con un poco más de confianza o fingiéndola y me quedo con ella. Recién ahora reparo en que ignoro su nombre. Sólo sé –por cómo me hablaba antes de que apareciera el chico- y por cómo pronuncia ahora, que es argentina. Mientras estaba el flaquito, impostaba un castellano español, cerrado y madrileño. No sé su nombre, su mail y su teléfono. Me asegura que con el mail, basta: juananadie@xxxx.com.

- Juana Nadie.

- Es un pseudónimo -me aclara como si fuera necesario. - Con eso basta -insiste.

Asiento con la cabeza, aunque en realidad tengo ganas de gritarle que no, que no me alcanza su identidad de superhéroe, de Clark Kent, que si le digo quién soy, de dónde vengo y dónde trabajo, lo mínimo que puede hacer es identificarse. Como corresponde.

Pero me contengo. Después de todo, si alguien me puede ayudar a entender qué es lo que pasa en la Puerta del Sol, con la acampada y los indignados de los que habla medio planeta, es Juana –o como se llame. Ella es una de las cabecillas de la comisión de comunicación. El movimiento será horizontal pero tiene jerarquías, sino que lo diga el pobrecito que ahora ha de estar lidiando con las preguntas incómodas de TVE, El País y más prensa.

Juana no llega a los 30 y es marplatense. Lleva un gorrito de lana y unas polleras anchas y bordó que combinan con su saco. Seguramente se tomo su tiempo para vestirse, aunque el pelo descuidado por la falta de shampoo de algunas noches a la intemperie diga lo contrario. Vino a Madrid desde Mar del Plata antes de 2001. Era muy chica entonces. Pienso que tal vez no pudo vivir la épica de aquellos días. O, todo lo contrario, supongo que como no fue una testigo directa de aquellos días, los vive en diferido y una épica que quizás no hayan tenido.

A pesar de todo le pregunto –como si me lo preguntara a mí- si el 2001 y 2002 argentino no le quita un poco de entusiasmo.

-¿Pero tú sabes qué estamos proponiendo?

-Sí –contesto rápido. Y paso a explicarle los puntos que más me interesan que los medios y mis pocas incursiones en la plaza me dejaron. Cito de memoria un panfleto que me crucé un par de pasillos antes de llegar a la toldería de la comisión de Comunicación. "La posibilidad de un DNI electrónico me parece una herramienta…", empiezo.

-No, mi vida- me corta Juana. -Nosotros estamos en contra del sistema, del capitalismo. Esto no va más.

Yo no puedo evitar arquear mis cejas con desconfianza. Es un defecto familiar. Siempre se lo echo en cara a mi madre. Lo cierto es que la mueca cínica y escéptica me gana – pero no por mi condición burguesa. Pienso que el mundo es más complicado de lo que cree Juana. Pienso que ahora mismo están cayendo cohetes en Libia, a dos horas de Madrid.

-Esto así no funciona más- repite Juana al principio y al final de su monólogo. En el medio, se pregunta cómo puede ser que no haya trabajo, cómo millones de jóvenes no pueden tener un hogar propio, como podemos resignarnos, y por qué no vivimos en un lugar más justo.

Esta vez contengo el impulso por gesticular y me felicito por tan poco.

La comisión de comunicación es la más activa y ruidosa de la plaza, así que nos movemos, apenas unos metros hacia la toldería de al lado. Ahí funciona algo así como el soporte técnico del Sol, no estoy seguro. Hay cables de todos los colores y equipos abiertos y desmenuzados. Enseguida nos sale al cruce un barbudo con apariencia de dirigir el sector. Nos pide, con cara de pocos amigos, que nos retiremos. Juana le explica que estamos hablando algo importante, que apenas nos demoraremos un minuto. "Comunicación es del otro lado", le dice. Aunque antipático, tiene razón. Después de todo, los indignados también ejercen un sentido de propiedad, sino no habría tantas parcelas.

Juana y yo volvemos adónde estábamos. Tiene que irse, recuerda. "Yo quisiera hacer algo con todo esto", explico sin demasiada propiedad.

-Necesitamos apoyos explícitos de académicos e instituciones. Hablé con algunos profesores de la UBA, que están interesados en lo que está pasando aquí. Necesitamos cartas de legitimación como la que la Universidad de Cambridge acaba de recibir y publicar.

-¿De universidades?

-Sí, y también de intelectuales. Pero de intelectuales limpios, frescos.

-¿Qué quiere decir?

-Hombre, que por ejemplo, a mi gusta mucho Eduardo Galeano, pero bueno está señalado como si fuera un poco rojo.

Pienso unos segundos en Gustavo Escanlar, el escritor uruguayo que murió el año pasado. Acido, alguna vez dijo que Galeano es el escritor más citado y menos leído de América. También escribió que "Galeano cree que usted es un estúpido. Y por eso, como usted es un estúpido, Galeano le explica cómo es el mundo. Dividido en buenos y malos. En pobres y ricos. En indígenas y civilizados. En aldeas y ciudades. En generosos y egoístas. Así de simple, así de Galeano es el mundo de Galeano". El mundo de los indignados –desde afuera- se parece bastante al mundo de Galeano que describía Escanlar. Es curioso que hayan abrazado como su Biblia el panfleto de Stéphane Hessel Indígnate.

Juana dice "rojo" y desnuda la confusión ideológica que gobierna a la plaza y a los indignados. Finalmente Juana Nadie se despide y, sin ella, la plaza se me hace más inhóspita. El mundo, también.

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