17.9.11

Cine negro y caza de brujas

Se publica por vez primera en castellano La ley del silencio, la novela que inspiró la mítica película dirigida por Elia Kazan y protagonizada por Marlon Brando
Marlon Brando, a la derecha, en una secuencia de La ley del silencio de Elia Kazan. foto.fuente:laoponioncoruna.es

La ley del silencio (1954), que Acantilado publica ahora por vez primera en castellano, es un caso peculiar, aunque no único, de película que se estrena antes de que la novela se hubiese editado (1955). La doble condición de guionista y escritor de Budd Schulberg explica este fenómeno puesto que, tal y como el propio autor explica en el prólogo de esta edición española, dedicó años a empaparse del ambiente en los muelles de Nueva York y así elaborar con más detalle la historia a la hora de pasarla al papel.
Cuando Elia Kazan rodó La ley del silencio ya no era precisamente un hombre muy querido en los ambientes de Hollywood. Considerado, hasta el propio inicio del macarthysmo, como una persona de ideología más bien izquierdista y progresista, su testimonio delator de directores, actores, actrices, guionistas, escritores, periodistas, intelectuales... a los que denunció públicamente -no se sabe si por miedo o por convicciones personales- por sus, presuntas o no, filiaciones y/o simpatías hacia el Partido Comunista, provocó una satanización de su figura que ha perdurado en el tiempo y que ni siquiera se olvidó cuando, ya anciano, le concedieron un Oscar honorífico.

En 1954, curiosamente un par de años antes del fallecimiento del senador McCarthy, artífice de aquella oprobiosa caza de brujas, Kazan contactó con un amigo y colega suyo, el escritor y guionista Budd Schulberg, y éste le contó que estaba escribiendo una curiosa historia: la de un tipo que delataba a los gánsteres y mafiosos que mandaban sobre el sindicato de estibadores del puerto de Nueva York. Al leer el texto de Schulberg, el cineasta debió encontrar la luz para justiticar su comportamiento durante el período más maldito de la historia del cine americano: se trataba de dar a entender al gran público que aquellos mafiosos eran los "demoníacos" comunistas a los que había denunciado o, por lo menos, sus jefes. Hubo, por supuesto, quienes le creyeron, y hubo quienes no, sin embargo La ley del silencio está considerada, aún a día de hoy, una obra maestra del género del cine negro americano: en eso, hasta quienes más odiaron a Elia Kazan se ponen de acuerdo.

La ley del silencio (1954), que Acantilado publica ahora por vez primera en castellano, es un caso peculiar, aunque no único, de película que se estrena antes de que la novela se hubiese editado (1955). La doble condición de guionista y escritor de Budd Schulberg explica este fenómeno puesto que, tal y como el propio autor explica en el prólogo de esta edición española, "aunque La ley del silencio ya forma parte de la tradición popular del cine, el origen de esta novela es menos conocido". "No fue en absoluto una novelización. Había dedicado, no uno o dos meses, sino años de mi vida a absorber todo lo posible de la ribera portuaria de Nueva York, haciéndome un habitual de los bares del lado oeste de Manhattan y de Jersey, donde chantajistas e insurretos tanto irlandeses como italianos tenían sus cuarteles generales y sus segundos hogares". Rodada en tan solo 35 días y con un exiguo presupuesto de 800 mil dólares cedidos por el productor Sam Spiegel, el filme obtendría, no obstante, la friolera de ocho Oscar, entre ellos el de mejor película, guión (para Schulberg), director (para Kazan) y actor (un excepcional Marlon Brando).

Quienes hayan visto la película pero no así leído la novela comprobarán que el paso de la pantalla al papel permitió a Schulberg desarrollar con mucho más detalle la complejidad del mundo de los muelles de Nueva York: "La película -leemos en el prólogo- se centraba en Terry Malloy (Marlon Brando), un matón a medias feroz atrapado entre la mafia del puerto y el angustioso despuntar de la conciencia. Elia Kazan y Marlon Brando habían tratado el personaje con brillantez y sensibilidad, y yo había escrito los diálogos cuidadosamente, con los oídos puestos en mis vagabundeos por la ribera, pero la restrictiva mecánica del dijo él-dijo ella no me había permitido explorar la mente del personaje" (...). "En la novela encontré la oportunidad de poner a Terry Malloy en el foco adecuado. Solo era preciso contar la historia desde otro punto de vista y con un final distinto en mente. Esto demandaba un final por completo diferente, a la vez que un desarrollo más pleno de algunos personajes que en la película habían sido figuras secundarias".

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