31.10.11

El cine frustrado de Gabo y Buñuel

García Márquez envió dedicada al director una sinopsis de una comedia titulada Es tan fácil que hasta los hombres pueden, pero nunca llegaron a rodarla
Acapulco, 1965: Gabriel García Márquez (con gafas, sentado), Luis Alcoriza, sentado a la izquierda, y, a su derecha, Luis Buñuel.
Luis Buñuel, a la izquierda, con Gabriel García Márquez, en una fotografía perteneciente al archivo del cineasta. fotos.fuente:elpais.com

"Para Don Luis, cordialmente...". Don Luis era Buñuel. El autor de la dedicatoria, Gabriel García Márquez. Dos genios del siglo XX. El objeto en cuestión: una sinopsis de comedia entre alegre, surrealista y ligera titulada Es tan fácil que hasta los hombres pueden. ¿El deseo del autor? Seducir al maestro para que la rodara. ¿El resultado? Papel mojado.

Pero existió. Y la copia inédita reposa en el archivo del cineasta que ahora custodia la Filmoteca Española. Javier Herrera, bibliotecario y experto en Buñuel, que ya dio cuenta de su existencia en la revista Litoral, lo ha estudiado ahora a fondo y ha llegado a una clara conclusión. "Es muy probable que intentaran hacer algo juntos", asegura. Una pena que no surgiera.

Corría el año 1962. Gabriel García Márquez no era todavía Gabriel García Márquez para el mundo. Había publicado un par de novelas, La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba, un puñado de cuentos y trabajaba por entonces en La mala hora. Se ganaba las gachas con encargos que iban desde el destajo periodístico a los guiones de cine. Buñuel, en cambio, ya era Buñuel. Desprendía de lejos y de cerca esa estela mítica donde se adivinaba al iconoclasta irredento. Era toda una leyenda a quien veneraban los jóvenes talentos del momento a ambas orillas del Atlántico. Vivía exiliado por entonces en México, el país más surrealista del mundo, según su amigo André Breton, donde le dejaban hacer el cine que le daba la gana.

Ambos compartían vino, dry martinis, comidas, tertulias y amigos como Carlos Fuentes o Luis Alcoriza. Este último, guionista de Buñuel durante toda la etapa mexicana, fue el nexo cinematográfico. Con él, García Márquez también trabajó a fondo.

La historia era sencilla y sin pretensiones. García Márquez se la había dedicado a Janet Riesenfeld, la esposa de Alcoriza, para quien seguramente había imaginado uno de los tres papeles femeninos protagonistas: tal vez el de Licha, "la más guapa", señala él mismo en la sinopsis.

Empieza así: "Tres chicas guapas, alegres, emprendedoras, que, a pesar de ser primas hermanas no se conocen entre sí ,llegan a la capital desde distintos lugares de provincia, ilusionadas con la noticia de que su tío solterón les ha dejado una herencia...".

Las muchachas han dejado casi todo y se han metido en préstamos pensando que iban a heredar el dorado. Pero caen del burro cuando comprueban su fortuna. Una gasolinera cochambrosa, situada, para colmo, en una calle de escaso tránsito. Según Herrera, se trataba de un proyecto muy feminista: "El propio título lo indica". El desarrollo también. Porque las chicas sacan el negocio adelante mediante todo tipo de follones, triquiñuelas y hasta escándalos públicos.

Resulta una incógnita irresoluble para el arte universal lo que hubiera salido de aquella combinación. La posteridad y sus admiradores en todo el mundo puede que hoy lamenten que no llegara a concretarse. El cineasta lo guardó en su archivo, todo un síntoma. Pero por aquel entonces andaba metido en El ángel exterminador.

Ahora, en manos de Buñuel, aquella historia disparatada propuesta por el escritor colombiano podía ser oro. Además de El ángel exterminador, don Luis vivía la promoción de otro de sus éxitos internacionales y sus coqueteos con un deseado regreso a España. Respecto a eso, el historiador de cine Román Gubern recuerda todavía cuál fue la reacción de Ricardo Muñoz Suay cuando recibió el guion de aquella película en cuestión, la que le proporcionaría parte de sus sueños: "Es una historia blanca sobre una novicia. Me parece una mierda, pero siendo de Luis, la película estará muy bien". Era Viridiana.

Quien sí lamenta que no cuajara lo de García Márquez es Carlos Fuentes. "En el caso de Buñuel, hacer una lista de lo que no hizo supone sumar más cosas de las que hizo", asegura. "Él fue una gran influencia para nosotros, sobre todo en Gabo y en mí, que íbamos a verlo constantemente".

Sin olvidar a Alcoriza, quien fue el absoluto lazo de unión. Cuando García Márquez recaló en México, el guionista y director español le ayudó mucho. Aterrizó en el país latinoamericano al estallar la guerra. Escapó al sentirse señalado por pertenecer a una familia de cómicos de la legua con fuertes convicciones republicanas. Una vez en México destacó como actor y se hizo famoso al interpretar a Jesucristo -cosa nada habitual en la época, algo cercano al sacrilegio para muchos- en María Magdalena, pecadora de Magdala y Reina de reinas: la virgen María.

Como guionista fue fundamental en la etapa mexicana de Buñuel. Javier Herrera lo resalta: "Era un gran dialoguista, conocedor del habla de los bajos fondos. Algo crucial para Buñuel, porque en México estuvo demasiado encerrado, no se llegó a adaptar y desconocía esos ambientes".

Pero allí estaba Alcoriza para dar voz y habla a las criaturas desheredadas de Los olvidados, a la cegadora neurosis del celoso en Él y a los aterrados burgueses de El ángel exterminador. "Siempre reconoció a un padre en Buñuel, un maestro en la vida y en su trabajo, pero, después, en su cine, llegó a ser mucho más radical en ciertos aspectos que su mentor", apunta Herrera.

Si Buñuel era padre, García Márquez fue hermano. Y siempre tiraba de ambos para que le alumbraran con ideas y sugerencias. Alcoriza debió alentar a fondo la idea de que colaboraran juntos. Otro rastro descubierto por Herrera ha sido la huella que los dos dejaron en otro proyecto fallido: la adaptación de La casa grande, una novela de Álvaro Cepeda Samudio, amigo de García Márquez.

En el cuaderno donde Alcoriza, cuyo archivo también está en la Filmoteca, desarrolla la historia, el cineasta anota: "Hemos pensado que la obra debe pasar por manos de Buñuel, que haga una crítica severa, pero no gratuita, sino sugiriendo soluciones o mejoras. Lo mismo sucede con Gabo, creador de ese mundo. Tiene que leerla y dar opiniones e ideas. Él mismo se ofreció de motu propio. Es más, creo que sería magnífico que en un momento oportuno, cuando las cosas empiecen a caminar solas, vaya a Barcelona 3 o 4 días para hablar largamente con él y mejorar el guion".

Novelas como balazos

Rosamund Lupton ha desbancado a Stieg Larsson del número uno del Reino Unido. Hermana es una relato criminal lleno de literatura, contundente e irresistible
Rosamund Lupton, escritora inglesa que debuta con Hermana, novela negra cargada de literatura. foto: Charles Hopkinson.fuente:elmundo.es

Benditos sean Dios, los 'spaghetti nero di sepia', Messi y las modestas editoriales patrias que publican todas aquellas novelas que, vaya usted a saber el porqué, no interesan a las grandes, más ocupadas en tratar de colocarnos el último tostón de su autorcillo de turno. Tal es el caso de Principal de los Libros, editorial mayúscula cuyos escarceos con la vertiente más digna del 'noir' foráneo acabarán logrando que nos convirtamos en adeptos de una nueva religión librera. La suya. ¡Mucha atención porque, después de la agradable sorpresa que fue 'La esquina' –mitad novelón, mitad soberbio reportaje sobre el menudeo 'makoki' en Baltimore, escrito Ed Burns y David Simon, el creador de 'The Wire'–, golpean nuevamente ahora con 'Hermana', de Rosamund Lupton, o lo que es lo mismo, la ópera prima que descabalgó a Stieg Larsson del número uno de las lista de más vendidos en Reino Unido.

Primera novela. Medio millón de ejemplares vendidos en un año. Traducida a 27 idiomas y coronada como mejor debut literario de 2011. Acumula 22 ediciones y ha sido recomendada por 'The New York Times', por Oprah Winfrey, por el Club de Lectura de Richard y Judy y por todo aquel que se ventila, de un tirón, este original relato que echa andar a partir del momento en que el cuerpo sin vida de una tal Tess se descubre en un edificio abandonado de Hyde Park y, automáticamente, es catalogado como suicido. Sin embargo, su hermana Beatrice sabe que la policía ha cometido un error. Está convencida de que Tess fue asesinada y emprende por su cuentea una búsqueda impulsiva de pruebas para demostrar que Tess no se suicidó. Es algo tan sencillo como esto. Contar una historia atractiva de forma novedosa. ¿Alguien da más?

Rosamund Lupton, su autora, lo tiene al parecer bastante claro. A sus 47 castañas, y después de haberse licenciado en literatura inglesa en Cambrigde, ganó el concurso de nuevos guionistas de Carlton Television y fue seleccionada por la BBC para asistir a su curso de nuevos guionistas. Ha formado parte del grupo de escritores del Royal Court Theatre y ha sido columnista y crítica en 'Literary Review'. O sea, que su caso no es el de la típica niñata que un día pasaba por ahí, por la editorial de turno, con su primera novela bajo el brazo, y le sonó la flauta. No, se trata de todo lo contrario. No en vano los críticos más prestigiosos, aquellos que currelan tanto en 'The Daily Mail' como en 'The New York Times Book Review', se han visto obligados a tirar de nada odiosas comparaciones a la hora de cantar las excelencias de esta escritora. P.D. James, Kate Atkinson, Patricia Highsmith, Ruth Rendell, Daphne du Maurier, Alfred Hitchcock y un larguísimo etcétera. Lo dicho. ¿Alguien da más?

Pues sí. Jeffrey Deaver, crítico de 'The Washington Post', quien lo ha dejado bastante claro al referirse a este 'bestseller' tan imparable y contundente como el disparo de una Magnum 44. "¡Maravillosa! 'Hermana' habita en ese lugar en el que se unen la novela negra y la literatura". Es lo que ha dicho el tipo, haciendo gala de una inteligencia atronadora. Y es en ese lugar, añade una al hilo de sus palabras, donde muchos lectores nos mudaríamos sin pensarlo si pudiéramos. La pena es que sea hoy por hoy, para nuestra desgracia, una especie de Marina d'Or diciembremente deshabitada. Por mucho que soñemos con lo contrario.

Walser en el teatro del mundo

La edición individual de Historias y de una biografía literaria permiten profundizar en la vida y obra de un escritor enigmático y encantador
Portada Historias de Robert Walser. foto.fuente:adncultura.com

Entre mediados de los años veinte y principios de los treinta del siglo pasado, cuando ya había escrito sus libros más importantes y estaba a punto de recluirse voluntariamente en el asilo donde abandonaría la expresión escrita, el suizo Robert Walser (1878-1956) se dedicó a llenar de frases todo tipo de soportes: hojas de calendarios, facturas, fajas de periódicos, papeles del tamaño de una tarjeta. Poco tiempo antes había reemplazado la pluma por el lápiz. La tinta le resultaba demasiado solemne y definitiva frente a la flexible blandura de la mina. El trueque afectó su manera de escribir: la letra se fue reduciendo hasta convertirse en "microgramas", signos que, de tan diminutos, resultaban ilegibles. Los especialistas Bernhard Echte y Werner Morlang se enfrentaron a esos jeroglíficos y, entre 1985 y 2000, dieron a conocer seis volúmenes (que en la versión española son tres) que hicieron de Walser un interrogante todavía mayor.

Al escribir de corrido, sin vuelta atrás, los microgramas producen transiciones bruscas. Una narración, casi sin advertirlo, se convierte en otra. Paradójicamente, esas fluctuaciones acentúan la impresión de continuidad. Los temas y el fraseo son los de siempre (una mirada desajustada frente al mundo, un optimismo agridulce, una autonegación que se acerca a la santidad plebeya), pero la distracción que los guía es esta vez extrema. No todo se entiende, pero es siempre susceptible de convertirse en cita.

Aquellas anotaciones fragmentarias permiten leer de manera novedosa los relatos de Historias , volumen que Walser publicó mucho antes, en 1914. Vuelven más evidente la leve desconexión que estructura su literatura. En Robert Walser. Una biografía literaria , Jürg Amann describe con precisión al maestro de las formas mínimas que puede encontrarse en estos cuentos: "Es un innovador en la consecución de requiebros y gentilezas artísticas -anota-. Su mérito más elevado es haber elevado la redacción escolar al rango de literatura [...]. Escribe frases que parecen notas a pie de página de otras frases que, sin embargo, no están ahí, por lo que es preciso imaginárselas. Las oraciones subordinadas son principales; las principales, subordinadas".

Historias estaba incluido en la edición de Vida de poeta publicada en español por Alfaguara hace dos décadas, pero nunca había sido editado de manera individual. En sus veintiún relatos se corrobora hasta dónde todo lo que Walser toca se convierte en un autorretrato velado, algo que también sucede, bajo otras configuraciones, en sus tres novelas extensas ( Jakob von Gunten , Los hermanos Tanner , El ayudante ). Susan Sontag colocó al escritor suizo entre Heinrich von Kleist y Franz Kafka (también podría ocupar un lugar entre Hölderlin y Joseph Roth). En "Kleist en Thun", Walser parece darle la razón. La descripción del autor de Michael Kohlhass , que "quiere entregarse por entero a la mala estrella de los poetas", es una prolongación de los deseos de Walser, tímidos comparados con la histeria del suicida romántico. No es el único poeta que figura en estas páginas. Wenzel, "el genio" que no teme pedir limosna mientras piensa cómo revolucionar el mundo al día siguiente, álter ego soñador del propio escritor, aparece en más de un relato.

La fascinación por las representaciones teatrales y el vano intento de Walser de convertirse en actor permean la colección. En "La prueba del talento", una actriz consagrada rechaza al aspirante con las palabras que él mismo seguramente tuvo que escuchar en su juventud: "Le falta la llama sagrada y fervorosa, el ojo, el par de labios, la mejilla móvil y amenazadora [?]. Estoy contentísima, estimado joven, de haberlo prevenido e intimidado". En "Una velada teatral", en cambio, como si Felisberto Hernández y sus pianistas encontraran en el escritor suizo a su precursor, el narrador alcanza a tocar a las mujeres con los ojos.

Walser trabajó muchos años como empleado contable en oficinas superpobladas. Otros relatos presentan secuaces de Goliadkin o de Bartleby que anteceden las maquinarias burocráticas kafkianas. Son la versión amable y picaresca del Instituto Benjamenta, la escuela de servidores de Jakob von Gunten (1909). En "Una mañana", el oficinista Helbling tiene como único objetivo disimular laboriosidad para entregarse a sus ensoñaciones y permitir que pase la mañana, y en "El diario de un alumno" la descripción del carácter de distintos profesores es el territorio ideal para esas perfectas frases perdidas, salidas de la nada, que proliferan en cada página: "Un hombre capaz de vapulear tan magistralmente -se lee de un maestro afecto a los castigos- ha de ser, en cierto modo, humano".

El lector que busque un riguroso relato al estilo anglosajón seguramente se sentirá defraudado por Robert Walser. Una biografía literaria . El libro, sin embargo, aborda la vida de su protagonista de la mejor manera: sin aserciones. Un capítulo breve y lírico de Jürg Amann, que sigue la cronología y trata de captar las motivaciones íntimas del escritor, hace pendant con fragmentos de la propia obra de Walser. La antología va ilustrando de propia voz cada una de las etapas de su existencia: el efecto duradero que tuvo en él la depresión de la madre, el papel que cumplieron sus muchos hermanos (principalmente el escénografo y pintor Karl), su inclinación por los trabajos temporarios, la década que pasó en Berlín, sus mudanzas permanentes de pensión en pensión. También refiere algunas anécdotas, como aquella vez que Walser fue invitado a leer públicamente en Zúrich algunos de sus textos. Los organizadores consideraron que su alemán oral era defectuoso, y el escritor, después del anuncio de que no había podido acudir por encontrarse enfermo, se quedó escuchando, sentado en primera fila, cómo otro leía sus escritos. La casta de los editores parece ser lo único que altera su humor. Alguna vez, cuenta Amann, convocó a uno de ellos, por medio de una carta, al altillo en el que vive. El editor se digna a ir y es recibido por un sirviente, que va a darle aviso al escritor. Cuando aparece, el invitado descubre que se trata de la misma persona, vestida con ropa distinta. El chiste no le gusta pero menos gracia le causan las desmedidas exigencias pecuniarias de ese autor al que ni siquiera conoce. Walser le escribiría más tarde a Max Brod: "Los escritores, que a los ojos de los editores son una banda de desharrapados, deberían tratar a éstos como cerdos roñosos".

Amann intenta comprender las razones por las que, al ritmo de su grafía, Walser fue apartándose del mundo hasta terminar refugiándose en el asilo de Herisau, donde permaneció durante más de dos décadas. En uno de los últimos microgramas (la biografía no los contempla) una mujer le comenta al escritor: "Es usted una figura novelesca por excelencia. Las novelas que ha escrito, por hermosas que sean, no pueden competir con su personalidad". Quizá esa percepción de sí mismo, que lo entristecía, le haya permitido entrever que pertenencia a un linaje de escritor poco frecuente: aquél en que vida y obra son parte del mismo orden.

Una biografía literaria incluye una notable colección de fotografías. Entre ellas, las del final. Walser acostumbraba hacer largas caminatas en las inmediaciones de Herisau, acompañado por Carl Seelig (su tutor, albacea y autor del ineludible Paseos con Robert Walser ). En la Navidad de 1956 salió solo, y fue derribado por un ataque. Las fotos de un muerto deberían ser algo solemne, pero hay algo que supera cualquier tristeza en las dos tomas de su cuerpo sobre la nieve que se reproducen al final del volumen. Walser tiene la mano derecha sobre el pecho y la izquierda hacia atrás, en un último saludo. Es un artista, tal vez el actor que había querido ser, que se despide, sereno, en paz consigo mismo, del teatro del mundo..

Historias

Robert Walser

Siruela

Trad.: Juan José del Solar

132 páginas

$ 113

Salman Rushdie regresa con "Luka y el fuego de la vida", un cuento para todos

Rushdie continúa su viaje sobre el arte del relato y la imaginación y narra cómo en una noche estrellada en la ciudad de Kahani, en el país de Alifbay, sucede algo terrible
El escritor inglés de origen indio Salman Rushdie. foto: archivo. fuente:lainformacion.com

El escritor angloindio Salman Rushdie escribió el cuento "Harún y el mar de las historias" después de "Los versos satánicos", el polémico libro editado en 1988 por el que fue perseguido y condenado a muerte. Ahora, más de veinte años después, se publica la secuela de ese cuento, "Luka y el fuego de la vida".

Un relato que sale esta semana en España y, días más tarde, en Latinoamérica, publicado por Mondadori junto con la reedición de "Harún y el mar de las historias", y que es un regalo que el escritor ha querido hacer a su segundo hijo en su duodécimo aniversario.

Lo primero que escribió Salman Rushdie (Bombay 1947), cuya vida tiene un antes y un después de "Los versos satánicos", libro por el que fue objeto de una "fatwa" que le llevó a años de reclusión, fue este relato para niños: "Harún y el mar de las historias". Una fábula sobre el poder de la imaginación y, en realidad, una metáfora sobre la libertad.

En esta nueva entrega, "Luka y el fuego de la vida", años y años después Rushdie continúa su viaje sobre el arte del relato y la imaginación y narra cómo en una noche estrellada en la ciudad de Kahani, en el país de Alifbay, sucede algo terrible.

Y es que el gran fabulador Rashid Khalifa cae en un sueño tan profundo que nadie logra despertarlo. Lo único que se puede hacer para salvarlo del sueño eterno es que su hijo, Luka, se embarque en un intrépido viaje, temible y lleno de obstáculos, por "el mundo mágico" para robar el Fuego de la Vida.

Una historia en la que los niños son héroes que salvan a sus padres, y que Rushdie regaló a su hijo Milan y al mundo entero, plagada de las historias y leyendas de Oriente.

Porque, no en vano, el autor de "El suspiro moro", "Furia" o "La encantadora de Florencia" se ha declarado siempre "un contador de historias" que ha bebido de toda la mitología india, escuchando "Las mil y una noches", "Simbad el marino" o "Ali Babá y los cuarenta ladrones", entre otros clásicos.

Rushdie dio sus primeros pasos literarios a los ochos años, cuando escribió "Un cuento muy largo"; luego comenzó a estudiar en Bombay hasta que después fue enviado a un internado en Gran Bretaña, donde, tras estudiar en Cambridge, se licenció en Historia.

Una carrera que le serviría para medio complacer a su familia, que quería que estudiase economía, aunque en realidad lo que siempre quiso ser el autor de "Hijos de la medianoche", fue escritor, como ha recordado en numerosas ocasiones.

Literatos a dos metros bajo tierra

A vivir hace un recorrido por los camposantos en los que descansan poetas, novelistas y escritores. Lugares llenos de encanto, visitados cada día por turistas que buscan acercarse al espíritu de sus ídolos
La lápida de la tumba de Jorge Luis Borges, autor argentino, en el cementerio de Plainpalais en Ginebra. foto: archivo.fuente: cadenaser.com

La primera parada es el cementerio de Père-Lachaise, el más famoso de los cementerios de París, una verdadera galería de arte al aire libre, con la escultura de Oscar Wilde hecha por Jacob Epstein, la tumba de la escritora norteamericana Gertrude Stein, los restos de La Fontaine, Moliere, Balzac.El toque musical del Père-Lachaise lo ponen las tumbas de Rossini o Chopin y, por supuesto, la de Jim Morrison, cantante de los Doors, la más visitada del cementerio.

No salimos de París, segunda parada. La tumba de Julio Cortázar, en el cementerio de Montparnasse. Dicen que encontrar la tumba de Cortázar es bastante complicado, como una rayuela sin números. La tumba tiene una pequeña hendidura donde van a parar rayuelas dibujadas en papel, las frases de sus libros, piedras, pero sobre todo cartas.

Una de las tumbas más visitadas por los turistas es la de Jorge Luis de Borges, en Ginebra, en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra, esculpida por el argentino Eduardo Longato según un diseño hecho por la viuda del escritor, María Kodama, quien escogió elementos que fueron significativos para el autor de "El Aleph". Una tumba que incluye los "siete guerreros", tomados de una lápida del siglo IX; una frase en inglés antiguo, extraída de un poema sajón traducida como "y que no temieran", una alusión al coraje que el escritor tanto admiraba como cualidad en otras personas. En el reverso están grabadas dos frases y un barco vikingo. Una de las frases dice: "Él toma la espada Gram y la coloca entre ellos desenvainada", la otra es la dedicatoria "De Ulrica a Javier Otálora", nombres de los personajes del cuento "Ulrica" y que secretamente utilizaban Borges y Kodama para llamarse entre sí.

"Murió el poeta lejos del hogar, le cubre el polvo de un país vecino, al alejarse, le vieron llorar, Caminante no hay camino, se hace camino al andar..." Serrat nos habla de Colliure, del cementerio de Colliure, donde está enterrado Antonio Machado. En el año 1958 los restos de don Antonio y de su madre fueron depositados en el actual panteón que hay a la entrada del cementerio del pueblo. Fue enterrado en un nicho cedido por la señora Deboher, amiga íntima de madame Quintana, la dueña del hotel que tan generosamente acogió a la familia Machado. Tres días después murió la madre del poeta. Acabamos este recorrido en España, en el cementerio de San Justo, en Madrid. En 1902, la Asociación de Escritores y Artistas construyó el panteón donde ir agrupando las cenizas de los personajes más ilustres en las letras y las artes. Los primeros en ocupar este panteón fueron José de Espronceda, Mariano José de Larra y Eduardo Rosales. Posteriormente, se han inhumado en este lugar los restos de Leandro Fernández de Moratín, Ramón Gómez de la Serna, Maruchi Fresno, Carmen Conde, Luis Escobar y Rafaela Aparicio, entre otros.

30.10.11

El cuento del domingo

León Tolstoi

¿Cuánta tierra necesita un hombre?

Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra -pensaba a menudo- los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."

Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.

"Qué te parece -pensó Pahom- Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."

Así que decidió hablar con su esposa.

-Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.

Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.

Así que ahora Pahom tenía su propia tierra. Pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena cosecha. Al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la dama y su cuñado. Así se convirtió en terrateniente, y talaba sus propios árboles, y alimentaba su ganado en sus propios pastos. Cuando salía a arar los campos, o a mirar sus mieses o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría. La hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le parecían diferentes de las de otras partes. Antes, cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.

Un día Pahom estaba sentado en su casa cuando un viajero se detuvo ante su casa. Pahom le preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de allende el Volga, donde había estado trabajando. Una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras en venta por allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. Las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una avilla. Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos, y ahora tenía seis caballos y dos vacas.

El corazón de Pahom se colmó de anhelo.

"¿Por qué he de sufrir en este agujero -pensó- si se vive tan bien en otras partes? Venderé mi tierra y mi finca, y con el dinero comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".

Pahom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas ganancias, y se mudó con su familia a su nueva propiedad. Todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pahom estaba en mucha mejor posición que antes. Compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado que deseaba.

Al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción, Pahom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a pensar que tampoco aquí estaba satisfecho. Quería sembrar más trigo, pero no tenía tierras suficientes para ello, así que arrendó más tierras por tres años. Fueron buenas temporadas y hubo buenas cosechas, así que Pahom ahorró dinero. Podría haber seguido viviendo cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos los años, y de sufrir privaciones para ahorrar el dinero.

"Si todas estas tierras fueran mías -pensó-, sería independiente y no sufriría estas incomodidades."

Un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó que acababa de regresar de la lejana tierra de los bashkirs, donde había comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.

-Sólo debes hacerte amigo de los jefes -dijo- Yo regalé como cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y di vino a quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.

"Vaya -pensó Pahom-, allá puedo tener diez veces más tierras de las que poseo. Debo probar suerte."

Pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y emprendió el viaje, llevando consigo a su criado. Pararon en una ciudad y compraron una caja de té, vino y otros regalos, como el vendedor les había aconsejado. Continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos kilómetros, y el séptimo día llegaron a un lugar donde los bashkirs habían instalado sus tiendas.

En cuanto vieron a Pahom, salieron de las tiendas y se reunieron en torno al visitante. Le dieron té y kurniss, y sacrificaron una oveja y le dieron de comer. Pahom sacó presentes de su carromato y los distribuyó, y les dijo que venía en busca de tierras. Los bashkirs parecieron muy satisfechos y le dijeron que debía hablar con el jefe. Lo mandaron a buscar y le explicaron a qué había ido Pahom.

El jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le dijo a Pahom:

-De acuerdo. Escoge la tierra que te plazca. Tenemos tierras en abundancia.

-¿Y cuál será el precio? -preguntó Pahom.

-Nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.

Pahom no comprendió.

-¿Un día? ¿Qué medida es ésa? ¿Cuántas hectáreas son?

-No sabemos calcularlo -dijo el jefe-. La vendemos por día. Todo lo que puedas recorrer a pie en un día es tuyo, y el precio es mil rublos por día.

Pahom quedó sorprendido.

-Pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de tierra -dijo.

El jefe se echó a reír.

-¡Será toda tuya! Pero con una condición. Si no regresas el mismo día al lugar donde comenzaste, pierdes el dinero.

-¿Pero cómo debo señalar el camino que he seguido?

-Iremos a cualquier lugar que gustes, y nos quedaremos allí. Puedes comenzar desde ese sitio y emprender tu viaje, llevando una azada contigo. Donde lo consideres necesario, deja una marca. En cada giro, cava un pozo y apila la tierra; luego iremos con un arado de pozo en pozo. Puedes hacer el recorrido que desees, pero antes que se ponga el sol debes regresar al sitio de donde partiste. Toda la tierra que cubras será tuya.

Pahom estaba alborozado. Decidió comenzar por la mañana. Charlaron, bebieron más kurniss, comieron más oveja y bebieron más té, y así llegó la noche. Le dieron a Pahom una cama de edredón, y los bashkirs se dispersaron, prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba y viajar al punto convenido antes del amanecer.

Pahom se quedó acostado, pero no pudo dormirse. No dejaba de pensar en su tierra.

"¡Qué gran extensión marcaré! -pensó-. Puedo andar fácilmente cincuenta kilómetros por día. Los días ahora son largos, y un recorrido de cincuenta kilómetros representará gran cantidad de tierra. Venderé las tierras más áridas, o las dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la mejor y la trabajaré. Compraré dos yuntas de bueyes y contrataré dos peones más. Unas noventa hectáreas destinaré a la siembra y en el resto criaré ganado."

Por la puerta abierta vio que estaba rompiendo el alba.

-Es hora de despertarlos -se dijo-. Debemos ponernos en marcha.

Se levantó, despertó al criado (que dormía en el carromato), le ordenó uncir los caballos y fue a despertar a los bashkirs.

-Es hora de ir a la estepa para medir las tierras -dijo.

Los bashkirs se levantaron y se reunieron, y también acudió el jefe. Se pusieron a beber más kurniss, y ofrecieron a Pahom un poco de té, pero él no quería esperar.

-Si hemos de ir, vayamos de una vez. Ya es hora.

Los bashkirs se prepararon y todos se pusieron en marcha, algunos a caballo, otros en carros. Pahom iba en su carromato con el criado, y llevaba una azada. Cuando llegaron a la estepa, el cielo de la mañana estaba rojo. Subieron una loma y, apeándose de carros y caballos, se reunieron en un sitio. El jefe se acercó a Pahom y extendió el brazo hacia la planicie.

-Todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. Puedes tomar lo que gustes.

A Pahom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen, chata como la palma de la mano y negra como semilla de amapola, y en las hondonadas crecían altos pastizales.

El jefe se quitó la gorra de piel de zorro, la apoyó en el suelo y dijo:

-Ésta será la marca. Empieza aquí y regresa aquí. Toda la tierra que rodees será tuya.

Pahom sacó el dinero y lo puso en la gorra. Luego se quitó el abrigo, quedándose con su chaquetón sin mangas. Se aflojó el cinturón y lo sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un costal de pan en el pecho del jubón y, atando una botella de agua al cinturón, se subió la caña de las botas, empuñó la azada y se dispuso a partir. Tardó un instante en decidir el rumbo. Todas las direcciones eran tentadoras.

-No importa -dijo al fin-. Iré hacia el sol naciente.

Se volvió hacia el este, se desperezó y aguardó a que el sol asomara sobre el horizonte.

"No debo perder tiempo -pensó-, pues es más fácil caminar mientras todavía está fresco."

Los rayos del sol no acababan de chispear sobre el horizonte cuando Pahom, azada al hombro, se internó en la estepa.

Pahom caminaba a paso moderado. Tras avanzar mil metros se detuvo, cavó un pozo y apiló terrones de hierba para hacerlo más visible. Luego continuó, y ahora que había vencido el entumecimiento apuró el paso. Al cabo de un rato cavó otro pozo.

Miró hacia atrás. La loma se veía claramente a la luz del sol, con la gente encima, y las relucientes llantas de las ruedas del carromato. Pahom calculó que había caminado cinco kilómetros. Estaba más cálido; se quitó el chaquetón, se lo echó al hombro y continuó la marcha. Ahora hacía más calor; miró el sol; era hora de pensar en el desayuno.

-He recorrido el primer tramo, pero hay cuatro en un día, y todavía es demasiado pronto para virar. Pero me quitaré las botas -se dijo.

Se sentó, se quitó las botas, se las metió en el cinturón y reanudó la marcha. Ahora caminaba con soltura.

"Seguiré otros cinco kilómetros -pensó-, y luego giraré a la izquierda. Este lugar es tan promisorio que sería una pena perderlo. Cuanto más avanzo, mejor parece la tierra."

Siguió derecho por un tiempo, y cuando miró en torno, la loma era apenas visible y las personas parecían hormigas, y apenas se veía un destello bajo el sol.

"Ah -pensó Pahom-, he avanzado bastante en esta dirección, es hora de girar. Además estoy sudando, y muy sediento."

Se detuvo, cavó un gran pozo y apiló hierba. Bebió un sorbo de agua y giró a la izquierda. Continuó la marcha, y la hierba era alta, y hacía mucho calor.

Pahom comenzó a cansarse. Miró el sol y vio que era mediodía.

"Bien -pensó-, debo descansar."

Se sentó, comió pan y bebió agua, pero no se acostó, temiendo quedarse dormido. Después de estar un rato sentado, siguió andando. Al principio caminaba sin dificultad, y sentía sueño, pero continuó, pensando: "Una hora de sufrimiento, una vida para disfrutarlo".

Avanzó un largo trecho en esa dirección, y ya iba a girar de nuevo a la izquierda cuando vio un fecundo valle. "Sería una pena excluir ese terreno -pensó-. El lino crecería bien aquí.". Así que rodeó el valle y cavó un pozo del otro lado antes de girar. Pahom miró hacia la loma. El aire estaba brumoso y trémulo con el calor, y a través de la bruma apenas se veía a la gente de la loma.

"¡Ah! -pensó Pahom-. Los lados son demasiado largos. Este debe ser más corto." Y siguió a lo largo del tercer lado, apurando el paso. Miró el sol. Estaba a mitad de camino del horizonte, y Pahom aún no había recorrido tres kilómetros del tercer lado del cuadrado. Aún estaba a quince kilómetros de su meta.

"No -pensó-, aunque mis tierras queden irregulares, ahora debo volver en línea recta. Podría alejarme demasiado, y ya tengo gran cantidad de tierra.".

Pahom cavó un pozo de prisa.

Echó a andar hacia la loma, pero con dificultad. Estaba agotado por el calor, tenía cortes y magulladuras en los pies descalzos, le flaqueaban las piernas. Ansiaba descansar, pero era imposible si deseaba llegar antes del poniente. El sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.

"Cielos -pensó-, si no hubiera cometido el error de querer demasiado. ¿Qué pasará si llego tarde?"

Miró hacia la loma y hacia el sol. Aún estaba lejos de su meta, y el sol se aproximaba al horizonte.

Pahom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez más rápido. Apuró el paso, pero todavía estaba lejos del lugar. Echó a correr, arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y conservó sólo la azada que usaba como bastón.

"Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder. Tengo que llegar antes de que se ponga el sol."

El temor le quitaba el aliento. Pahom siguió corriendo, y la camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel, y tenía la boca reseca. Su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un martillo, sus piernas cedían como si no le pertenecieran. Pahom estaba abrumado por el terror de morir de agotamiento.

Aunque temía la muerte, no podía detenerse. "Después que he corrido tanto, me considerarán un tonto si me detengo ahora", pensó. Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los bashkirs gritaban y aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón. Juntó sus últimas fuerzas y siguió corriendo.

El hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo como la sangre. Estaba muy bajo, pero Pahom estaba muy cerca de su meta. Podía ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se diera prisa. Veía la gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo, riendo a carcajadas.

"Hay tierras en abundancia -pensó-, ¿pero me dejará Dios vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he perdido la vida! ¡Nunca llegaré a ese lugar!"

Pahom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado. Con el resto de sus fuerzas apuró el paso, encorvando el cuerpo de tal modo que sus piernas apenas podían sostenerlo. Cuando llegó a la loma, de pronto oscureció. Miró el cielo. ¡El sol se había puesto! Pahom dio un alarido.

"Todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya iba a detenerse, pero oyó que los bashkirs aún gritaban, y recordó que aunque para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la loma aún podían verlo. Aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba. Allí aún había luz. Llegó a la cima y vio la gorra. Delante de ella el jefe se reía a carcajadas. Pahom soltó un grito. Se le aflojaron las piernas, cayó de bruces y tomó la gorra con las manos.

-¡Vaya, qué sujeto tan admirable! -exclamó el jefe-. ¡Ha ganado muchas tierras!

El criado de Pahom se acercó corriendo y trató de levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca. ¡Pahom estaba muerto!

Los pakshirs chasquearon la lengua para demostrar su piedad.

Su criado empuñó la azada y cavó una tumba para Pahom, y allí lo sepultó. Dos metros de la cabeza a los pies era todo lo que necesitaba

Lev Nikoláyevich Tolstói (cirílico ruso Лев Николаевич Толстой), también conocido como León Tolstói (Yásnaya Poliana, 28 de agostojul./ 9 de septiembre de 1828greg. - Astápovo, en la actualidad Lev Tolstói, provincia de Lípetsk, 7 de noviembrejul./ 20 de noviembre de 1910greg.) fue un novelista ruso ampliamente considerado como uno de los más grandes escritores de occidente y de la literatura mundial.1 Sus más famosas obras son Guerra y Paz y Anna Karénina, y son tenidas como la cúspide del realismo. Sus ideas sobre la «no violencia activa», expresadas en libros como El reino de Dios está en vosotros tuvieron un profundo impacto en grandes personajes como Gandhi y Martin Luther King.

Se traslada a Moscú con intención de buscar un empleo o un casamiento conveniente. En aquel período de indecisiones, acosado de deudas contraídas en el juego, se declara la guerra con Turquía y su hermano Nikolái, teniente de artillería, lo insta a ir con él al Cáucaso, en el Valle de Térek. Al llegar a la stanitsa Tolstói se desilusiona y se arrepiente de su viaje. Pocos días después acompaña a su hermano que debía escoltar un convoy de enfermos hasta el fuerte de Stari-Yurt. Cruzan las fuentes termales de Goriachevodsk donde Tolstói, algo reumático, aprovecha para tomar baños termales y donde conoce a la cosaca Márenka, idilio que reaparece en su novela Los cosacos.

Tolstói no pertenecía al ejército, pero en una de las campañas, el comandante, príncipe Bariantinski, repara en él y tras unos exámenes Tolstói ingresa en la brigada de artillería, en la misma batería que su hermano, como suboficial. Tiempo después consigue permiso para una cura reumática en las aguas termales en Piatigorsk, donde aburrido de pasar largas horas encerrado en su habitación se pone a escribir. El 2 de julio de 1852 termina Infancia y fruto de su estancia escribe La tala del bosque y los relatos de Sevastópol.

Poco después de ser testigo de tantos sacrificios y heroísmo en la campaña de Sevastópol se reintegra a la frívola vida de San Petersburgo, sintiendo un gran vacío e inutilidad.

"He adquirido la convicción de que casi todos eran hombres inmorales, malvados, sin carácter, muy inferiores al tipo de personas que yo había conocido en mi vida de bohemia militar. Y estaban felices y contentos, tal y como puede estarlo la gente cuya conciencia no los acusa de nada"
Tolstói


Adscrito a la corriente realista, intentó reflejar fielmente la sociedad en la que vivía.

La novela Los Cosacos (1863) describe la vida de este pueblo.

Anna Karénina (1877) cuenta las historias paralelas de una mujer atrapada en las convenciones sociales y un terrateniente filósofo Lyovin que intenta mejorar las vidas de sus siervos (Lyova es el diminutivo de Lev; así es como llamaba, en privado, a Tolstói su esposa Sofía Behrs).

Guerra y Paz es una monumental obra en la que se describen cientos de distintos personajes durante la invasión napoleónica.

Tolstói tuvo una importante influencia en el desarrollo del movimiento anarquista, concretamente, como filósofo cristiano libertario y anarcopacifista. El teórico anarquista Pedro Kropotkin lo citó en el artículo Anarquismo de la Enciclopedia Británica de 1911.

Entusiasta lector del Ensayo sobre la desobediencia civil del anarquista norteamericano Henry David Thoreau, envió a un periódico hindú un escrito titulado Carta a un hindú que desembocó en una larga correspondencia con Mohandas Gandhi, por entonces en Sudáfrica, influyendo profundamente el pensamiento de este último en el concepto de resistencia no violenta, un punto central de la visión del Cristianismo de Tolstói. En septiembre de 1910, dos meses antes de su muerte, le escribió en el sentido de aplicar la "no resistencia", ya que "la práctica de la violencia no es compatible con el amor como ley fundamental de la vida", principio que fue capital en el desarrollo posterior de la "satyagraha" del hindú. También sostuvo correspondencia con George Bernard Shaw, Rainer Maria Rilke y el zar Nicolás II, entre otros. Su epistolario forma un corpus de unas 10.000 cartas conservadas en el Museo Tolstói de Moscú.

Fue uno de los mayores defensores del esperanto, y en sus últimos años tras varias crisis espirituales se convirtió en una persona profundamente religiosa y altruista, rechazó toda su obra literaria anterior y criticó a las instituciones eclesiásticas en Resurrección, lo que provocó su excomunión. Ni siquiera una epístola celebérrima, la que le envió su amigo Iván Turguéniev en su lecho de muerte para pedirle que regresara a la literatura, hizo que cambiara de opinión.

Junto con Eliseo Reclus fue precursor de lo que poco después se denominaría "naturismo libertario". Tolstói, vegetariano como Reclus, escribe en su postrer libro Últimas palabras (1909) que vivamos según la ley de Cristo: amándonos los unos a los otros, siendo vegetarianos y trabajando la tierra con nuestras propias manos. Prueba de su vegetarianismo son múltiples citas suyas, entre las que destacan:

Alimentarse de carne es un vestigio del primitivismo más grande. El paso al vegetarianismo es la primera consecuencia natural de la ilustración.

y

Un hombre puede vivir y estar sano sin matar animales para comer; por ello, si come carne, toma parte en quitarle la vida a un animal sólo para satisfacer su apetito. Y actuar
así es inmoral.

Tras ver la contradicción de su vivir cotidiano con su ideología, Tolstói decidió dejar los lujos y mezclarse con los campesinos de Yásnaya Poliana, donde él se crio y vivió. No obstante, no obligó a su familia a que lo siguiese y continuó viviendo junto a ellos en una gran parcela, lugar al cual con frecuencia sólo llegaba a dormir, gastando la mayor parte del día en el oficio de zapatero. Funda en la aldea una escuela para los hijos de los campesinos y se hizo su profesor, autor y editor de los libros de texto que estudiaban. Impartía módulos de gimnasia y prefería el jardín para dar clases. Creó para ello una pedagogía libertaria cuyos principios instruían en el respeto a ellos mismos y a sus semejantes.

Tolstói intentó renunciar a sus propiedades en favor de los pobres, aunque su familia, en especial su esposa, Sofía Behrs, lo impidió. Intentando huir de su casa murió en la estación ferroviaria de Astápovo, y entre sus últimas palabras, se oyeron éstas que muestran, como ninguna de las muchas maravillosas que pronunció o escribió, la grandeza de su alma: "Hay sobre la tierra millones de hombres que sufren: ¿por qué estáis al cuidado de mí solo?". Se le enterró en su casa en Nara.

Como anécdota, el 26 de diciembre de 1941, el general alemán del 2° cuerpo panzer de blindados, Heinz Guderian usó su finca en Yásnaya Poliana como cuartel general durante el avance hacia Moscú y, según él mismo, tuvo que desactivar los dispositivos de autodestrucción de la casa y de la propia tumba de Tolstói colocados por órdenes de Stalin, antes de poder ocuparla, salvando los restos de la destrucción[cita requerida].

Sin embargo, otras fuentes, en especial las soviéticas, han publicado material gráfico que muestra que los invasores nazis destruyeron parte de las propiedades y obras de arte de la finca[cita requerida].

Las Obras Completas de Tolstói fueron publicadas entre 1928 y 1958. Se trata de 90 tomos, cuyos últimos 32 volúmenes recogen la correspondencia del conde. Esta edición no es fiable: la censura soviética consideró "políticamente incorrectos" muchos pasajes. Por eso es preciso consultar los manuscritos originales en el Museo Tolstói de Moscú.Infancia (Детство [Détstvo]; 1852).Adolescencia (Отрочество [Ótrochestvo]; 1854).Juventud (Юность [Yúnost']; 1856).Relatos de Sebastópol (1855-56).Dos húsares (1856).Felicidad conyugal (1858).Los cosacos (Казаки [Kazakí]; 1863). Guerra y Paz (Война и мир; [Voyná i mir]; 1865-1869).Anna Karénina (Анна Каренина; 1875-1877). Confesión (1882). La Muerte de Iván Ilich (1886).La Sonata a Kreutzer (Крейцерова соната; 1889). Iglesia y Estado (1891). El Reino de Dios está en Vosotros (1894). El Padre Sergio (1898).Resurrección (Воскресение [Voskresénie]; 1899).Hadzhí Murad (1912) (póstuma). No Puedo Callarme. Cuentos Populares. ¿Qué es el Arte?. Cantando por mi vida. La escuela de Yásnaia Poliana. El Diablo (Novela corta) (1911) (póstuma). De las memorias del príncipe D. Nejliúdov. Lucerna (1857). Albert (1858). Tres muertes (1858) (relato). Nuevo abecedario (1872-1875).El origen del mal



Foto y Semblanza biográfica:Wikipedía.Texto:El cuento del día.

29.10.11

Ollé-Laprune: "Ya no matan la carne sino la palabra"

Philippe Ollé-Laprune es editor de la antología Entre desterrados y director de Casa Refugio, un lugar en México que desde 1998 recibe a escritores perseguidos de todo el mundo
El escritor francés, Philippe Ollé-Laprune, editor de múltiples antologías, estuvo en Bogotá hablando de su libro Entre desterrados. foto: David Campuzano.fuente:elespectador.com

México fue durante todo el siglo XX refugio de escritores. Paraíso anhelado por europeos y estadounidenses, lugar de resguardo para tantos latinoamericanos perseguidos. Había sido una patria sin dictadura, y entre tortillas y tejidos había levantado una fama de tener un grado muy alto de tolerancia, tanto en la vida cotidiana como en la vida política.

Se decía entre intelectuales extranjeros que era el país en donde se podía hacer lo que se quería, si uno no molestaba a nadie. Había sido además el primer país en tener una revolución en el siglo XX, incluso antes que los rusos, y eso iba a despertar múltiples fascinaciones, iba a convocar a surrealistas y escritores de la generación beat, a pintores y poetas.

Esas historias de exiliados, ese flujo intenso de personajes extraños que traían consigo sus culturas y sus ideas, tuvo un gran impacto en la vida misma de los mexicanos. "El exilio fue una suma de aventuras a escala individual que, de cerca o de lejos, penetró la existencia de numerosos mexicanos". Fue justamente esa idea, la de que México había ganado profundamente con los exiliados, con todas las diversidades y transformaciones culturales que habían traído, la que alentó, en 1998, al entonces alcalde del D.F., Cuauhtémoc Cárdenas, a hacerles un reconocimiento, a crear un lugar que bautizó Casa Refugio.

"Él quiso hacer una casa viva, que funcionara a la inversa de una cárcel y que recibiera a escritores perseguidos en todo el mundo", explica Philippe Ollé-Laprune, un escritor francés y antólogo de la literatura mexicana que ha centrado su trabajo en la investigación sobre los exiliados y sus efectos en México y quien, además de tener dos libros publicados sobre el tema, Tras desterrados y Entre desterrados, fue la persona a la que el alcalde encomendó la dirección de la casa.

Aunque el exilio parezca una cosa de otra época, más propia de los tiempos de Voltaire o Víctor Hugo, aún hoy, cuando en apariencia la democracia parece imperar como forma de gobierno, el mundo del poder sigue inquietándose por la palabra escrita, por esas letras literarias que, consignadas en el papel, lo siguen perturbando. "América Latina conoció un pico de escritores exiliados por la represión de los gobiernos a finales de los años setenta, pero aunque en estas latitudes esa situación parece casi superada —hoy los escritores sólo salen de Cuba—, actualmente en Asia y África, e incluso en Europa del Este, hay muchos países en los que los escritores tienen muy pocas posibilidades de publicar", explica Ollé-Laprune, invitado especial por el Fondo de Cultura al cierre de su Festival Visiones de México en Colombia.

Sin embargo, este hombre, que a través de una amplia red de amigos y organizaciones de todo el mundo empezó a recibir listas de escritores amenazados, advierte que las formas de persecución se han vuelto más complejas. "No es tan sencillo entender cómo funciona la censura hoy en día, porque la fuerza de los poderes es muy distinta a la que existía antes. Los poderes se privatizaron y cada vez es más difícil reconocer al censor. Además, los métodos han cambiado. Hoy en día casi nadie quiere matar a un escritor, porque sabe que es fabricar un mártir, y eso no es bueno para ningún poder político. Lo que se hace ahora es que se mata la parte de escritor que tienen muchas personas y se los condena a no publicar por diez años, o les prohíben el acceso a espacios públicos y a medios de comunicación. Ya no matan la carne, sino la palabra, y eso es más difícil de combatir", añade Ollé-Laprune.

Así, a Casa Refugio, lugar que el francés ha dirigido por trece años y que preside el escritor colombiano Álvaro Mutis, han llegado poetas de Birmania, Argelia, Kosovo, Rusia, Irán y Serbia. Han llegado pidiendo una tierra que los acoja y que, sobre todo, los deje ser lo que son por encima de cualquier cosa: escritores. "México es un país que propone una materia perfectamente maleable para adoptarla a tus gustos. Ofrece además una gran cultura ancestral y es un lugar que ha acogido a muchos extranjeros, entonces los escritores perseguidos quieren venir aquí", explica Ollé-Laprune.

De este proyecto también hacen parte otros escritores notables como Sergio Pitol, José Emilio Pacheco y Juan Villoro, quienes ayudan a la activación literaria de la casa, a que siempre haya coloquios y conferencias. Los escritores exiliados, por su parte, recibidos muchas veces con sus familias, tienen durante dos años la posibilidad de una beca, de dar conferencias, participar en diferentes ferias del libro nacionales, contribuir a esa rica vida literaria que se cocina entre las habitaciones y paredes de la casa y, además, a publicar un libro. Así, Casa Refugio es la responsable de que los mexicanos gocen, quizás como pocos en América Latina, de la posibilidad de leer prominentes y transgresoras historias escritas en albanés o birmano.

"En la casa estamos convencidos de que, aunque cada vez sea más difícil combatir a los censores, debemos luchar a cualquier costo una de las pocas cosas loables del mundo Occidental: su defensa por el derecho a la libertad de expresión. Es un derecho que no se puede acotar, ni restringir de ninguna manera. La literatura puede burlarse de todo, porque la escritura no está hecha para el respeto, no hay que respetar a nadie, ni a la religión, ni a los poderes políticos ni a los económicos, las letras están hechas para mantener esa gran libertad", concluye Ollé-Laprune.

Premio al silencioso oficio de escribir

Con dos galardones en un mismo año, Germán Gaviria Álvarez recoge frutos literarios






Con la novela 'Olfato de perro', el escritor bogotano Germán Gaviria Álvarez, de 50 años, ganó el Premio Nacional de Literatura Novela Inédita de MinCultura 2011, dotado con una bolsa de 40 millones de pesos.video.fuente:vive.in

Ignacio Madero, un profesor universitario que a los 59 años escarba en su pasado, protagoniza la novela 'Olfato de perro', con la que el bogotano Germán Gaviria Álvarez acaba de ganar el Premio Nacional de Literatura Novela Inédita de MinCultura 2011, que será publicada en los próximos meses.

Se trata del segundo premio en lo corrido del año, que reconoce el trabajo literario, silencioso y disciplinado, al que Gaviria llegó tardíamente -como dice- por allá, a finales de los 80. Otra de sus novelas inéditas, 'El hombre que imagina', que será publicada en noviembre, ganó hace poco el Concurso Nacional de Novela Corta de la Universidad Central de Bogotá.

"La verdad es que nunca me había preocupado por buscar una editorial, porque lo que me interesa es escribir bien, con calidad, y reflexionar", anota el autor, de 50 años, que se licenció como químico, pero que ha estado vinculado toda la vida a los libros como editor y escritor.

Esa pasión por la narrativa, que heredó de su padre, en cuya biblioteca primaban los clásicos, fue apoderándose de Gaviria hasta volcarlo a la hoja en blanco cuando se acercaba a los 30. Desde el inicio, sus primeros cuentos atraparon la atención de los jurados de los concursos a los que se postuló.

Precisamente, y como si se tratara de un mensaje premonitorio de lo que le ocurriría este año, sus dos primeros relatos los envió al Concurso Carlos Castro Saavedra, de Medellín, y resultaron escogidos en el primero y segundo lugares.

Gaviria se considera un artesano riguroso de la palabra, a la que dedica cerca de seis horas de trabajo diarias, que combinan con su labor como editor, con la que se gana la vida. "Me interesan los personajes complejos, que dudan, que fracasan, que pueden levantarse, que cuestionan su entorno, que lo analizan, que tienen dilemas morales".

Agrega que "el escritor tiene la obligación de reflexionar sobre la sociedad en la que vive y tratar de entender al hombre contemporáneo. En ese sentido, Ignacio Madero también refleja la crisis del hombre actual, porque tiene muchísimos dilemas morales, éticos y existenciales, que se plantean en la novela".

Madero es un ciudadano común y corriente que, al estudiar sobre su pasado, termina devolviéndose hasta 1940 y recorre las décadas de 50, 60 y 70, en las que aborda el devenir de los grupos de izquierda, los guerrilleros y los paramilitares.

Crisis ante el autoritarismo

'El hombre que imagina' aborda la crisis moral y ética de un joven hijo de un coronel, que fracasa en el sueño de ser periodista y escritor. "Tiene unas sombras fuertes: las de sus padres y el efecto que produce, en un muchacho común y corriente, el haber prestado servicio militar. Yo busco, con mis novelas, analizar la psique del hombre contemporáneo colombiano".

El hombre que imagina
Germán Gaviria A.
Universidad Central
170 páginas
Costará entre 20 a 25 mil pesos

Muñoz Molina reúne sus cuentos en "Nada del otro mundo"

"Los periódicos españoles han decidido dejar de serlo, para convertirse en puestos de chucherías", afirma el escritor
Antonio Muñoz Molina, en la presentación de Nada del otro mundo foto:Sergio Barrenechea.lavanguardia.com

Defensor de esa "fotografía instantánea de la experiencia" que es el cuento, Antonio Muñoz Molina ha reunido casi todos los suyos en "Nada del otro mundo", una prueba de cuánto le gusta al escritor este género cada vez menos demandado por los periódicos, que ya "sólo piden microrrelatos". Sobre todo, en verano. "Los periódicos españoles han decidido dejar de serlo, para convertirse en puestos de chucherías", afirma el escritor en una entrevista con Efe, que tuvo lugar en su casa de Madrid en vísperas de que presentara hoy su nuevo libro, editado por Seix Barral.

Muñoz Molina comenzó a publicar cuentos en 1983 y diez años después reunió los escritos hasta entonces, casi siempre por encargo, en un libro con el mismo título que el que sale ahora. Convencido de que el relato es más propicio que la novela "para la tentativa o la aventura, la ironía o lo fantástico", este académico de la Lengua creía que seguiría concibiendo muchas más historias breves, pero no fue así. En gran medida, porque los medios de comunicación "han perdido ese hábito maravilloso de pedirle cuentos a los autores", asegura. "Lo más que quieren son microrrelatos y me niego porque, para hacerlos bien, tienes que ser Augusto Monterroso", dice con humor el escritor, que está considerado uno de los grandes novelistas en lengua española de las últimas décadas. Los medios de comunicación "han dejado también de publicar crítica de música clásica", aunque las salas de conciertos "están llenas", añade Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956). "Nunca ha habido más público que ahora en las grandes exposiciones, y uno va en el metro y la gente va leyendo literatura. Entonces, ¿por qué este desprecio, este recelo hacia la literatura, la música o las artes en el sentido más noble?", se pregunta. "¿Para quiénes están trabajando los periódicos? Creo que para los fantasmas que tienen en la cabeza", subraya el escritor.

El autor de "Sefarad" ha reunido en "Nada del otro mundo" catorce relatos, de los cuales sólo el último -"El miedo de los niños"- es inédito. Son historias de terror, amor y muerte, que descubren a un Muñoz Molina "más humorístico y propenso a lo fantástico". "Sostener la fantasía durante el espacio de una novela es insoportable. No lo creo como lector. Pero en el cuento lo fantástico es como un chispazo, y en los de este libro surge a veces como una posibilidad, como un quiebro", comenta. Ese quiebro se da en el primer relato, "Nada del otro mundo", que con sus 85 páginas es casi una novela corta, excepcional como la mayoría de las narraciones de Muñoz Molina. "Este cuento es una especie de crónica un poco burlesca de una época, una parodia de la vida literaria y, de pronto, poco a poco, va convirtiéndose en otra cosa. Tiene algo de película de zombi", comenta.

Galardonado con el premio de la Crítica, con el Planeta y con el Nacional de Narrativa en dos ocasiones, entre otros premios, el autor de "El jinete polaco" cree que "está por ver" que "la experiencia sirva de algo en literatura", ya que "se han dado casos obvios de escritores que han empeorado". Él, "personalmente", se siente "aprendiendo en el arte de los relatos", que son "una especie de 'aquí te pillo, aquí te mato'; tienen algo como de fotografía instantánea de la experiencia". Y eso de "vivir en el cuento durante unos días, mientras lo escribes, esa especie de arrebato, también es fantástico". Cuando se le ocurrió el que cierra el libro, "El miedo de los niños", vivía "en un estado de excitación muy interesante". "Ese cuento me tuvo una noche en vela, imaginando detalles", comenta el escritor al referirse a este relato "sobre la tradición oral y el modo en que las historias están en la imaginación de los niños". Y una historia breve que pertenece a "la tradición folclórica del desconocido que llega, el hombre del saco, el tío mantecón. Esos cuentos son una advertencia del peligro que corren los niños", señala.

Antonio Muñoz Molina viajó hace unos días a Holanda para presentar la traducción de "La noche de los tiempos", que transcurre en parte en los comienzos de la Guerra Civil y que ha salido también en alemán y se publicará en francés, inglés, italiano y polaco. De momento, dice que no tiene ninguna novela entre manos: "Jacques Brel tuvo el talento de saber cuándo tenía que dejar de escribir canciones". ¿Será un aviso?

Pablo Picasso rescata su bombín

Una exposición en torno a la obra del pintor y su influencia en el arte británico será la gran estrella de los Juegos Olímpicos Culturales de Londres en 2012

La source, una de las grandes obras de Pablo Picasso que estarán en la exposición de la Tate Britain
El pintor Pablo Picasso y su esposa Olga en Leicester Square, Londres, en 1919.fotos:Getty.fuente:elpais.com

Impecable con su traje de Saville Row, bombín de ala generosa y pipa en ristre, Pablo Picasso posa junto a su esposa Olga en la londinense Leicester Square. La instantánea, tomada en 1919, no sólo plasma la primera y única estancia temporal del artista en las islas, donde trabajó en el atrezzo de El Sombrero de tres Picos, estrenada en la ciudad por los ballets rusos de Serguei Diaghilev. También simboliza la fascinación, el debate y la rendición definitiva de un país ante ese genio que tuvo un profundo impacto en el movimiento modernista británico. Picasso y su relación con Gran Bretaña va a ser una de las grandes citas de la olimpiada cultural del próximo año en Londres, expuesta a través de los ojos y el trabajo de nombres como Henry Moore, Francis Bacon o Lucian Freud.

Cuando Picasso desembarcó en una planta de Floral Street, callejuela adosada a la ópera de Covent Garden, para ejecutar la colaboración con Diaghilev, su figura todavía no había adquirido en el ámbito británico la dimensión que acabaría siendo objeto de enconado debate. Seis años antes, Duncan Grant fue uno de los primeros pintores locales en responder al impacto que le produjeron obras del malagueño como el Jarrón de Flores (1908), inspiradora de su cuadro The Tub, que el museo Tate Britain desplegará junto a uno de los autorretratos de perfil cubista de Wyndham Lewis. Si el estímulo que suscita Picasso está muy presente en la nueva generación de talentos artísticos del Reino Unido, habrá que esperar a la inmediata posguerra para descubrir la resistencia ante su obra de la conservadora sociedad británica, la reacción hostil ante una exposición que en 1945-56 le dedica en el museo Victoria & Albert (en reemplazo de una Tate castigada por los bombardeos alemanes).

"Alfred, si nos topáramos en la calle con Pablo Picasso, ¿le darías conmigo una patada en el ...?", preguntó Winston Churchill al presidente de la Royal Academy, Alfred Munnings, en alusión a aquella muestra de cuadros del español y de Henri Matisse que el gobierno francés había brindado al pueblo británico en agradecimiento por la liberación de la bota nazi. Probablemente también repeliera a ambos personajes el comunismo del artista, quien en 1939 había enviado su Guernica de gira por el Reino Unido como símbolo antifascista y para aleccionador de las masas izquierdistas. Pero sobre todo Gran Bretaña no estaba quizá "preparada" para la revolución artística picassiana, se lamentaba en aquellos años el pintor abstracto Ben Nicholson. Mientras los grandes museos nacionales no se atrevieron a empezar a apostar por el arte moderno hasta los años cincuenta, los dos grandes coleccionistas británicos Douglas Cooper y Roland Penrose llevaban ya dos décadas atesorando Picassos. Su apoyo y el de muchos críticos o artistas como Graham Sutherland (uno de los amigos británico que mejor lo conoció) se anticipa a la futura aceptación popular de la producción de Pablo Picasso, certificada en una retrospectiva que la Tate organiza en 1960.

En expresión de un cronista de la época, la exposición "arrasa a las masas que asociamos con las películas de Charles Chaplin". Entre sus visitantes, la reina Isabel y también David Hockney, quien la recorrió nada menos que ocho veces: "Vine a Londres sintiendo que tenía que trabajar y trabajar, que pintar y pintar para capturar su espontaneidad. Picasso está constantemente abierto a nuevas ideas e inspiraciones que plasma inmediatamente en el lienzo". Para el torturado Francis Bacon, las propuestas del artista español estaban "más cercanas" a lo que sentía sobre la "psique de nuestro tiempo" que las de cualquier otro autor.

A través de un recorrido por 150 obras, la exposición Picasso & Modern British Art invitará a cotejar, por ejemplo, la Crucifixión que Bacon pintó en 1933 con el estudio en movimiento de las bañistas de Picasso. O la escultura de Henry Moore Recicling Figure y su composición idéntica al óleo de Picasso La Fuente, de 1921. Estos dos nombres junto con los de Grant, Lewis, Nicholson, Sutherland y Hockney han sido elegidos por la muestra como receptores del legado picassiano en toda su diversidad. Y rematando el despliegue de sus creaciones y las de Picasso, el cuadro del malagueño Tres Bailarinas quiere ilustran tanto esa alegoría sobre la danza que le llevó a recalara en suelo británico como la impronta que legó a algunos de sus mejores artistas.

Los platos fuertes de la olimpiada cultural - Retrospectiva de Damien Hirst. La Tate Modern prepara la primera gran retrospectiva del artista conceptual más cotizado del planeta. 4 abril-9 septiembre- Lucian Freud, retratista. La National Portrait Gallery reunirá más de 150 retratos del artista. 9 febrero-27 mayo. - La Royal Academy desplegará centenar y medio de obras de David Hockney, con especial atención a sus paisajes a gran escala. 21 enero-9 abril- El mejor diseño británico que afloró en el arte y la industria de la posguerra centrará la principal exposición del Victoria & Albert. 31 marzo-12 agosto- Shakespeare y Dickens. Mientras el teatro Shakespeare Globe proyecta representar las 37 obras del Bardo, el British Council of Arts se volcará en el bicentenario de Dickens.