20.10.11

Otro ilustre desconocido

La elección del poeta sueco Tomas Tranströmer como Nobel de Literatura 2011, prueba, a juicio del autor, el carácter pro europeo y antiestadounidense del premio. Pero, "¿por qué habríamos de esperar que un grupo de suecos autodesignados acierten?", se pregunta

Oraciones laicas. Así definió un crítico la poesía de Tomas Tranströmer, Nobel de Literatura 2011. foto.fuente:Revista Ñ

El jueves 6 por la tarde, recibí la llamada de una productora de la radio sueca que sonaba algo agitada. "En su calidad de editor literario, nos gustaría escuchar su opinión sobre el ganador del Premio Nobel de este año, Tomas Tranströmer", me dijo. "Obviamente, en Suecia todos estamos muy emocionados, ¿pero cuál ha sido la reacción en Gran Bretaña?" Como un tonto, accedí a su pedido. En las horas que siguieron al anuncio de la victoria de Tranströmer, había hecho un repaso frenético del tema –junto con todos los periodistas literarios de Londres, sospecho– que básicamente consistió en leer diversas notas periodísticas y asegurarme de pronunciar correctamente su nombre.

"¿Qué significa el triunfo de Tranströmer para usted?" comenzó la entrevistadora. "Eh, bueno", contesté. "Debo confesar que Tranströmer es un autor al que llegué hace poco. Pero su obra me resulta enormemente, eh, profunda en su descripción de la naturaleza. Es una gran victoria para un escritor ignorado durante largo tiempo y un gran día para la poesía misma." "¿Y qué significará esto para la fama de Tranströmer en Gran Bretaña?" , me preguntó a continuación (ya con una voz que denotaba cierta desconfianza).

"Bueno, aunque debo destacar que disto de ser un experto, pienso que…" En ese momento, un repentino estallido de estática explotó en mi oído. La voz de la mujer volvió a la línea. "Perdón, Sr. Skidelsky, parece haber algo de interferencia. Tendremos que terminar la entrevista." Y con eso, mi debut en la radio sueca llegó a un abrupto fin.

Aunque me avergüenza reconocer que no sé casi nada sobre el principal poeta escandinavo, cuyos libros son invariables best sellers en su tierra natal, esto parece algo habitual en lo que respecta al Nobel. El comité tiene la costumbre de laurear a escritores respetados, valiosos pero a menudo muy poco conocidos y que, incluso después de haber sido ungidos, no se convierten en nombres famosos. Sin duda, esta actitud en parte refleja mi estrechez de miras.

Es cierto que la cultura literaria británica es escandalosamente cerrada respecto de escritores de aquellos lugares del mundo que no hablan nuestro mismo idioma. Traducimos muchos menos títulos que la mayoría de los países europeos y las editoriales que se especializan en traducción literaria –afortunadamente, hay algunas– tienen dificultades para atraer la atención hacia sus libros.

Pero al analizar a los ganadores desde que se instituyó el premio en 1901, se comprueba que el comité del Nobel tiene antecedentes atroces en lo que hace al reconocimiento de la grandeza. Vale la pena recordar que, en materia de decisiones sobre premios, este es bastante fácil. No hay que detectar a un escritor talentoso en los comienzos de su carrera ni elegir un libro en particular. Siempre que se los pesque antes de que mueran, no hay un límite de tiempo. Y con esas ventajas, ¿a quiénes ha obviado el comité a lo largo de los años? La lista es una enumeración de genios: Tolstoi, James, Proust, Joyce, Woolf, Fitzgerald, Larkin, Salinger y Munro, para mencionar sólo a unos pocos.

El premio es flagrantemente pro europeo (ocho de los últimos diez laureados provenían de Europa) y anti estadounidense (en 2008 el entonces secretario permanente, Horace Engdahl, dijo que la literatura estadounidense era "demasiado insular", lo que sin duda ayuda a explicar por qué Cormac McCarthy y Philip Roth no han ganado).

¿Pero algo de esto es para sorprenderse? ¿Por qué habríamos de esperar que un grupo de suecos autodesignados acierten? El problema es que la grandeza propia del Nobel nos lleva a pensarlo como una especie de juicio universal y definitivo y tratamos sus decisiones con indebida reverencia, cuando en realidad significan muy poco.

© The Guardian, 2011. Traduccion de Elisa Carnelli.

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