14.12.11

Gala: "Me falta el ánimo para escribir"

El autor de El manuscrito carmesí recibe este jueves el Premio Quijote de Honor, otorgado por la Asociación Colegial de Escritores de España
Antonio Gala, vive un viacrucis con el cáncer. foto.fuente:elcultural.es

Un campo de batalla. Así describe lo que ha sido su cuerpo en los últimos meses. "Quimioterapia, radioterapia y cáncer han luchado a muerte en él". Intenta recuperarse y olvidar el vía crucis. Pero no es fácil. El ánimo no ha quedado ileso tras el aguijoneo. Por momentos, se arrebata y el orgullo de escritor le zarandea la conciencia. "Eres un gilipollas, deberías estar escribiendo una novela", le espeta. Son momentos puntuales en que se viene arriba. Luego llega la realidad con las rebajas. El autor de El manuscrito carmesí no ejerce, sin embargo, el victimismo en este epílogo de espinas. No es su estilo. Su estilo es la entereza y la lucidez: "Mi muerte no sería prematura. He vivido lo suficiente". Y, aunque no haya muchos motivos para efusiones anímicas, todavía la vida le brinda momentos de plenitud, como cuando los indignados, en una Puerta del Sol rebosante, le alzaron a hombros como a un torero. O la tarde en que sus viejos amigos Félix Grande y Gómez Rufo fueron a su casa para decirle que la Asociación Colegial de Escritores había decidido darle a él el Premio Quijote de Honor, "por su contribución a la literatura española y su apoyo decidido a los jóvenes creadores desde su fundación". Esta última es su ojito derecho, la que le da a Gala más satisfacciones. Un lugar donde se practica "la fecundación cruzada", con pintores, escritores, cineastas... intercambiando impulsos creativos. Y que contará en breve con una nueva sede en Évora, Portugal.

¿Le hace especial ilusión este premio, que se lo otorgan sus propios colegas?
Sí, es precisamente lo que más valor le da a este reconocimiento, que son otros escritores los que le premian a uno. Pero la ilusión que se ve aminorada porque se lo dan a un moribundo y han tenido que darse prisa. Aun así yo se lo agradezco muchísimo. Cuando vinieron a casa a decírmelo me hicieron muy feliz. Estaba encantado (que no halagado) con ellos. Vinieron Antonio Gómez Rufo, Félix Grande, Raúl Guerra Garrido y Antonio Hernández. A todos los conozco desde hace muchos años. Estuvimos hasta muy tarde hablando, algo que va contra mi costumbre en los últimos meses, en que me voy a la cama muy pronto. Al despedirme estaba tan exhausto que me desmayé. Los pobres pensaban que me habían asesinado. Menudo susto les di.

El premio lleva el nombre del Caballero de la Triste Figura. ¿Es un personaje con el que se identifica especialmente?
Lo quiero cuando empieza a trastornarse, aunque luego a Cervantes se le va la mano y lo trastorna demasiado y empieza a dar palizas a gente nos la merece. Es un personaje precioso para la época y Cervantes tuvo una sagacidad terrible al trastornarlo para defenderse. Esa cautela es una prueba más de que Cervantes, que nació en Lucena, era judío.

La última vez que apareció en un acto público decía que se sentía bajo "libertad vigilada". ¿Se sigue sintiendo en ese estado?
Sí, cuando me fui a La Baltasara [su finca en Alhaurín de la Torre] los médicos de Madrid me dijeron que tuviera en cuenta que seguía hospitalizado. Y ahora sigo hospitalizado aquí en casa. Aunque este premio voy a ir a recogerlo en persona, porque necesito abrazar a quienes me lo dan.

¿Dónde quedó la escritura en este víacrucis [la expresión es suya] que ha vivido? ¿Y dónde está ahora?
He seguido escribiendo La Tronera, mi columna en El Mundo, por la que me han dado el Premio de Periodismo de la Asociación Pro Derechos Humanos. No tengo muchos ánimos para meterme en empeños más ambiciosos. Pero hay veces que salto y me digo que soy un gilipollas, y que debería estar escribiendo una novela o una comedia. El otro día, por ejemplo, fui al teatro a ver Agosto, de la que me habían hablado muy bien, pero a mí me pareció muy mala. Al verla me entraron ganas de escribir una obra, con unas dimensiones normales, no de cuatro horas, y que no se vea venir desde el principio.

Lo que no se venía venir, en los tiempos de bonanza, era la crisis económica que nos asuela ahora. ¿Se siente usted un 'indignado' con la situación actual?
Claro. En el último paseo que me di por la Puerta del Sol estaba en plena ebullición. Había ido a una exposición en el Prado del españolito (a mí me gusta llamarle así) y me insinuaron que en la plaza había algo, sin precisar. Estaba muy cansado pero decidí ir. Y cuando llegué se armó el revolú, que dicen en Puerto Rico. Me conmovió tanto el cariño que recibí que me eché a llorar. Me encantaban todos esos chistes críticos que habían escrito, como ese de 'No hay pan para tanto chorizo'. Incluso intentaron subirme a hombros.

¡Cómo a un torero!
Sí, como a un torero, pero yo me desmayé, otra vez. Ya andaba con la enfermedad a cuestas. Pero el cariño que me daban cuando estaba desmayao, los gritos que daban, cómo me llamaban, me emocionó tan profundamente que les dediqué mi tronera una semana entera. El problema es que es muy difícil mantener la indignación con el tiempo.

¿Y cómo cree que debe encauzarse esa indignación para que sea realmente eficaz?
Es fundamental conocer su causa, concreta, no vaga, porque si la indignación no tiene un punto definido al que atacar, se contenta y desahoga en sí misma. La indignación, aunque parezca una paradoja, debe ser fría y organizada. Porque ellos luchan contra una falta de organización moral, pero pueden ser vulnerables por la falta de una organización física y logística.

Le ha dado por coger un lector electrónico. ¿Qué le parece el aparatito?
Pues me dio por cogerlo porque vinieron a casa de la editorial a enseñármelo y a pedirme permiso para los títulos míos que iban a editar. Mientras me mostraban el espéculo ese negro funcionaba a la perfección. Pasaba las páginas con delicadeza con el dedo corazón y se doblaban, de manera elegante, preciosa. Pero cuando probé yo y puse el dedo encima de la pantalla se puso negra. Y así cuatro o cinco veces. Y cuando lo cogía él todo iba perfecto. Así que le dije: "Yo os doy todos los permisos pero no sé si mis libros podrán leerse ahí". Parecía como si el aparato me tuviera manía.

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