14.4.12

El 'antipoeta' Nicanor Parra vive ajeno al Premio Cervantes

A sus 97 años, el creador disfruta de la placidez que inunda Las Cruces, un balneario que ha sido cuna y refugio de Vicente Huidobro y Pablo Neruda
El poeta chileno Nicanor Parra. foto:Efe. fuente:lavanguardia.com

Ajeno a la expectación que despierta su posible viaje a España para recibir el Premio Cervantes, Nicanor Parra pasa sus días en un pequeño pueblo de Chile con vistas al Océano Pacífico, donde recibe a amigos y a familiares y teje conversaciones trufadas de poesía, historia y vida.

A sus 97 años, el creador de la antipoesía disfruta de la placidez que inunda Las Cruces, un balneario situado en una zona del litoral central de Chile que ha sido cuna y refugio de artistas y escritores ilustres como Vicente Huidobro, Pablo Neruda y el propio Nicanor Parra.

En la parte alta del balneario, surcando un camino de arena, se llega hasta una casa que parece sacada de un cuento de los hermanos Grimm. Es el refugio costero del escritor que el próximo 23 de abril recibirá el Premio Cervantes, el galardón literario más importante en lengua castellana.

Un viejo 'escarabajo' de color gris permanece apostado frente a la puerta de la casa convertido en una reliquia, porque el escritor apenas lo utiliza. Sus reflejos al volante cada vez son más huidizos.

Un animado Nicanor Parra se dispone a despedir a un ilustrado amigo, vecino también de Las Cruces, que ha llegado a visitarle en una mañana de otoño para recomendarle que no compre pasajes para Madrid y que se reserve para viajar a Estocolmo, donde se entregan los Premios Nobel, un galardón que desde hace años muchos reclaman para él.

"Les presento a un gran escritor, Gustavo Frías", dice Parra con voz firme y gesto amable, lejos de la hosquedad que a veces se le atribuye, dando pie así a una amena conversación que fluye sin guión ni convencionalismos.

Firme durante una hora junto a la pequeña verja que circunda su jardín y bajo un agradable sol que caldea la brisa marina, Parra da muestras de una envidiable lucidez y de una salud a prueba de décadas.

El 'antipoeta' sostiene un diálogo depurado de actualidad, porque hace años que rehuye las entrevistas y, ante la sospecha de una pregunta inquisitiva, amenaza con dar media vuelta y cruzar la blanca balaustrada, ésa sobre la que alguien -sin duda un admirador- ha escrito con letra pequeña y grafitera: "Don Nica, al Nobel".

El creador de los 'artefactos' repasa junto a Gustavo Frías, autor de un ensayo sobre la obra de su ilustre vecino, la historia del otrora aristocrático balneario de Las Cruces, donde en la primera mitad del siglo pasado el obispo Carlos Casanueva (1874-1957) dirigía retiros espirituales durante los veranos.

Según Frías, fue Casanueva quien convenció a Alberto Hurtado y a Teresa de los Andes, a la postre los dos únicos santos chilenos, de convertirse en sacerdote y monja.

"Y a Pablo Neruda de convertirse en poeta", remacha con sorna Parra, que tuvo una particular relación de admiración y rivalidad con el Premio Nobel de Literatura.

Tal vez por ello, cuando hace años le preguntaron si anhelaba ser el mejor poeta de Chile, Parra respondió: "No, me conformo con ser el mejor poeta de Isla Negra", el pueblo cercano a Las Cruces donde entonces vivían él y Pablo Neruda.

A propósito de la labor apostólica del obispo Casanueva, Nicanor Parra confiesa que carece de instrucción alguna en materia eclesiástica y militar, con lo chocante que esto resulta en un país que hace 200 años, antes de independizarse, era la colonia castrense del Reino de España.

"De ahí vienen Diego Portales y Pinochet", agrega. El primero, considerado el arquitecto de la República, fue una figura relevante del siglo XIX, una época en la que la sociedad se dividía entre propietarios y forajidos, cuenta Parra. "Ahora soy forajido en mi casa, pero propietario de mi perro", comenta entre risas.

Parra, nacido en 1914 en San Fabián de Allico, almacena para su reciclaje palabras, citas, frases famosas con los que luego crea su peculiar poesía. "Contra Franco vivíamos mejor", anota en una libreta diminuta.

Con el pelo revuelto y vestido con pantalón y camisa de color crudo, bajo la cual asoma un grueso suéter de lana, Parra habla con parsimonia y dulzura y confiesa que en Las Cruces encuentra la paz que necesita cuando duerme, a la espera del sublime momento.

"Los rusos son los mejores anfitriones que conozco", suelta de repente el antipoeta, y acto seguido se arranca a recitar unos poemas en la lengua de Tolstoi, provocando primero el estupor y luego la admiración de sus contertulios.

Acto seguido se adentra en la mitología griega. A juicio de Parra, la auténtica pareja romántica no son Calisto y Melibea, los protagonistas de La Celestina, de Fernando de Rojas, ni siquiera Romeo y Julieta, sino Jason y Medea. Y remata esta aseveración con uno de sus tópicos recurrentes: "La decadencia empezó con Homero".

Cuenta que, en una ocasión, después de un recital de poesía en la ciudad de Sevilla, alguien se le acercó y le dijo que también se apellidaba Parra. "¿Y de dónde son los Parra?", le inquirió Nicanor. "Pues de Andalucía", le respondieron.

Ese día el autor de Poemas y Antipoemas y Meditaciones del Cristo de Elqui aparentó saber más sobre sus ancestros. Nicanor Parra se anima por momentos y propone incluso ir a almorzar a un restaurante cercano, pero llegado el momento de partir el antipoeta se dirige a su casa y suelta un críptico "¡Voy y vuelvo!", tal como reza uno de sus conocidos artefactos.

Parra se fue, pero no volvió. La mujer que lo cuida sale al cabo de un rato para avisar de que el poeta está descansando. Tal vez simplemente esté deshojando la margarita del Premio Cervantes: "Voy a España, no voy a España, voy a España...".


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