12.5.12

Matilde Urrutia, la cantante que enamoró a Neruda

Venerada por algunos y odiada por otros fue su albacea, una amante celosa

FINAL Y PRINCIPIO. Matilde en el funeral que Pinochet preparó para Neruda. foto: Fina Torres
DIAS FELICES. El Nobel junto a Urrutia, soñadora para algunos, una mujer con ínfulas de diva para otros.
CONTRA PINOCHET. Matilde Urrutia en una manifestación contra la dictadura, Santiago, 1983. foto: Marcelo Montecinos.fuente:Revista Ñ

    Esa franja de hojas amarillas que es el Parque Forestal en el centro de Santiago, es el paisaje perfecto para que las parejas puedan pasear y conocerse. En este lugar, en 1946 Matilde Urrutia le preguntó a una amiga quién era ese hombre de gestos parsimoniosos que escuchaba un concierto al aire libre. Neruda ya era muy conocido en Chile, por eso la pregunta desató estallidos de risa entre los presentes, pero ahí fue donde todo comenzó. Pero lo que pudo haber sido sólo un romance, se transformó en algo más.

Neruda ya tenía un matrimonio consolidado con Delia del Carril, la pintora que siempre lo acompañó fuera del país. De todos modos fijó su mirada en la mujer de pelo rojo y la invitó a tomar el té a su casa al día siguiente. En ese tiempo, era senador de Chile y militante del Partido Comunista. Más adelante, cuando el poeta fue nombrado jefe de campaña de Gabriel González Videla (presidente de Chile entre 1946 y 1952), se encontraron otra vez: mientras Matilde grababa el himno de las Fuerzas de Izquierda, sus amigos cercanos apostaban a que era sólo un romance fugaz. En 1949, en México se vieron por tercera vez, y no fue el destino el encargado del cruce sino ella que leyó en el diario de la llegada de Neruda al país y fue a visitarlo. Los lazos se habían estrechado y fue un reencuentro amoroso.
Poco tiempo después, Matilde Urrutia empezó a cuidarlo como su enfermera por la tromboflebitis que afectaba al poeta y, en simultáneo, iniciaron una relación a escondidas. Darío Oses comenta en el libro Fue tan bello vivir cuando vivías –que acaba de editar para el centenario del nacimiento de Urrutia– cómo fue que en medio de esta doble vida, Neruda le hizo un guiño, un detalle críptico que deslizó que ella era su amante. El segundo nombre de Matilde era Rosario: “Paz para mi mano derecha/ que sólo quiere escribir Rosario”, dice en su Canto General.
Antes que del Carril y Neruda se fueran de viaje por Europa, Matilde le confesó que estaba embarazada, perdió a ese hijo y luego perdería otros niños. Llegaron las mentiras, los encuentros, las andanzas por Berlín en la RDA, Bucarest, París, Capri y Nyon, una ciudad pequeña a orillas del Lago Neman en Suiza: el refugio perfecto para los amantes.
La construcción de la casa de ambos es un nuevo comienzo en la historia. Urrutia vivía en un pequeño departamento en la comuna de Providencia, así que cuando apenas había living y un dormitorio terminado, se mudó al hogar a los pies del cerro San Cristóbal llamada La Chascona, modismo chileno para describir a una persona despeinada, en este caso en alusión a la abundante cabellera de Matilde. Allí, ella se dedica a la jardinería. Acepta ser relegada.
El amor sigue y recién en 1955 Delia del Carril se da cuenta de todo. Herida se va a Buenos Aires y luego a París. La relación entre “La patoja” y el poeta se hacía sólida.

El centenario
El último 3 de mayo Matilde Urrutia –que falleció en 1985– hubiera cumplido cien años. Desde el jueves 3 y durante una semana completa, la Fundación que resguarda el legado del Premio Nobel realizó varios eventos a propósito del centenario. Uno de ellos, el lanzamiento de Fue tan bello vivir cuando vivías, el libro de Osses que narra episodios de Urrutia como albacea de la obra de Neruda, sus memorias como detractora de la dictadura de Pinochet e intenta dejar a un lado las críticas que la describen como una mujer arribista y frívola.
El texto también describe a una Matilde en su faceta política casi oculta –que la mayoría de sus detractores no reconocen cuando le critican no haber cuestionado las circunstancias de la muerte de Neruda– cuando tuvo que rearmarse, hacerse de una coraza a la altura de las circunstancias para no fiarse del funeral para Neruda que Pinochet ofreció, para reconstruir La Chascona que fue saqueada y destrozada tras el golpe militar. “Matilde era una mujer de carácter tan fuerte que podía llegar a ser temible.  Sin esa firmeza no hubiera luchado por darle más disciplina de trabajo a su marido, por administrar su legado material, literario y moral, y defender los Derechos Humanos. Ese carácter fuerte generó antipatías. Pero hubo también mucha gente capaz de valorar lo que hizo, entre ellos grandes personajes como Gabriel García Márquez, José Donoso, Carmen Balcells, Miguel Otero Silva, Jorge Amado y Julio Cortázar”, cuenta Darío Osses.
El libro también se remonta a sus incursiones en el canto, una afición que partió en su colegio en la ciudad de Chillán, al sur de Chile. Allí tuvo varios empleos modestos, en una cooperativa, en un correo y en el Seguro Obrero. En Santiago se perfeccionó con clases de canto particulares, estudió el Conservatorio y gracias a eso logró pequeñas actuaciones en coros que se hacían en el Teatro Municipal. Para algunos era soñadora y para otros una mujer con ínfulas de diva, a la que le avergonzaba reconocer que había participado en una película peruana llamada Lunareja.
Las comparaciones también fueron inevitables. Ella no era Delia del Carril, la intelectual que verdaderamente formó a Neruda. Para unos, Urrutia no era más que una oportunista que siempre soñó con la fama. Hay un recuerdo de una testigo en la época de la escuela normalista que alude a Urrutia joven, estirando los labios frente a un espejo de mano, para cerrarlo de golpe y repetirse: “Esto no es para mí”.
Carlos Mellado, poeta chileno, revive un poco esa rivalidad histórica. “La hormiguita (como llamaban a Delia) era muy respetada y estaba muy vinculada con los intelectuales de la época, Matilde era provinciana no por desmerecerla, pero si por nombrar el hecho (...) Si bien no tenía experiencia literaria, aprendió mucho al lado de Neruda y tras la muerte del poeta tengo recuerdos de haberla visto trabajando mucho en su obra, buscando escritos y fotos inéditas”, explica.
La aprendiz
Juntos fueron algo más que la pareja apasionada que en medio de invitados cumplía con el rito de besarse con el atardecer de postal. Empezó a forjarse su mito de musa, ya lo había sido de manera furtiva con Los versos del capitán. De Neruda aprendió todo lo que pudo, rozó la política, la literatura, se hizo una mujer con garbo, buena cocinera y se vestía siempre impecable. Logró domar su melena, se calzó los guantes blancos cada que la ocasión lo ameritaba. Pero por sobre todas las cosas pulió su labor de guardiana, esa que la caracterizó hasta los últimos días de Neruda.
El escritor chileno Poli Délano describe esta faceta de Urrutia, él que conoció a ambas mujeres. “La separación de Neruda con “la hormiguita” divide al mundo del poeta en dos bandos: unos por Delia y otro por Matilde.  (…) En Isla Negra ella hacía como de rectora, a Pablo, que le gustaba tener a sus amigos cerca, que se quedaran a comer y a dormir, le cortó la rienda un poco y alejó a algunas de sus amistades, en ese sentido fue muy aprehensiva”, recuerda.
Se casaron en Isla Negra el 28 de octubre de 1966. Asistieron los amigos íntimos Blanca Hauser y Antonio Carvajal, quienes habían hecho de celestinos veinte años atrás. En 1971 se fueron a París, donde el poeta asumió el cargo de embajador de Chile designado por el presidente Salvador Allende. Ese mismo año recibió la noticia del Nobel. A finales del siguiente año, el poeta enfermó y regresaron a Santiago. La situación política se agravaba y finalmente el golpe militar destruyó la apacible vida de Neruda: el partido, los amigos, la pena. “Esto era el fin. Todo este júbilo del pueblo, esta esperanza de una vida con igualdad, con justicia, se va desvaneciendo; esta gran esperanza de Pablo, por la que trabajó toda su vida, se ha venido abajo bruscamente”, dice Matilde en sus memorias.
Doce días después murió. Urrutia tuvo algunas sospechas de la clínica, abrazó su cadáver, cuidándolo siempre, como cuando estaba vivo y hasta le ató los cordones de los zapatos.
Pese a las críticas, se reconoce su meritorio trabajo, que no está exento de polémica nuevamente: dicen que acercó a Miguel Otero y alejó a Homero Arce –fue el gran amigo de Neruda– de las memorias: no hay menciones para él.
Ella era la representante del poeta y la gente desparecía en Chile. Comenzó a preguntase: “¿Qué haría Pablo en mi lugar?”. A fines de mayo de 1978, Matilde junto a Margarita Aguirre y Ana González irrumpieron en la Embajada de los Estados Unidos para iniciar un ayuno en solidaridad con los familiares de los detenidos y llamar la atención del mundo sobre la represión vivida en el país. Fueron bien recibidas por encargo del embajador Walter Landau. Otras veces salió a las calles a protestar, ya no era la misma de antes. Algo había cambiado.

 

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