20.7.12

La trilogía involuntaria

Con Aire de Dylan parece completarse la serie de novelas donde el escritor catalán construye sociedades secretas. Una vuelta a los mejores años de su literatura

COMO UNA PIEDRA RODANTE. La figura de Bob Dylan es un eco constante en el relato.foto.fuente: Revista Ñ

A Vila-Matas le gusta decir que Aire de Dylan  es la más personal de sus novelas, su libro más libre. Hace pensar en ella como una posdata, no por restarle valor, sino al contrario, porque es diferente y da lugar a un desvío. Enuncia lo que se quiso decir todo el tiempo y se deja para el final. Parece escrita por otra voz. Y porque una posdata tiene, por cierto, un aire más leve; en relación a su contexto, es más íntima.
Quizás se deba al tono confesional y nostálgico del narrador, ese que suele asemejarse al autor catalán y que aquí coincide hasta en el zodíaco. Uno que se define como escritor demasiado prolífico, de vida gris, empeñado en que tarde o temprano dejará de escribir y desaparecerá, como ha repetido incansable sobre sí mismo y sobre sus “personajes Vila-Matas”.
O porque tiene un registro más narrativo, menos ensayístico, opinaron algunos críticos. Hay mayor dosis de ficción, no tanta realidad, completaron otros. Como si pudieran contabilizarse los grados de ficción y de realidad, de ensayo y metaliteratura, de intertextualidad y autorretrato, de cita y pastiche, de impostura y de máscara, de humor, ironía y absurdo, que combina visceralmente en cada libro. Acaso lo nuevo, entonces, tenga que ver con la trama quebradiza, que se deja llevar desordenada como la vida, confirma el autor. Pero sobre todo con el tono teatral, desenfrenado, suelto que utiliza: “Algunos entran muy tarde en el teatro de la vida pero cuando lo hacen parece que entren sin brida y directos ya hasta el final de la obra. Ese es mi caso”, corrobora la primera frase de la novela.
Es que esta vez el autor de Doctor Pasavento le otorga un espacio central a las artes del teatro y el cine, tiñéndolo todo de una actitud escénica. Para ello trazó un juego de espejos con el psicodrama de Elsinor, Hamlet. E hizo del príncipe (Vilnius Lancastre) un tipo que es casi una copia de Bob Dylan, con algo de Rimbaud y de Lovecraft, aunque tiene mucho de Oblomov, el protagonista del autor ruso Goncharov: el “indiferente al mundo por excelencia” y “un ideólogo de la desgana”. El padre (Juan Lancastre) ha sido un hiperproductivo y exitoso escritor, que atormentó al hijo con exigencias y que, muerto, le infiltra sus memorias. La horrible madre ha hecho que su amante asesine a su ex marido, como en Shakespeare, y luego destruyó la autobiografía de aquel hombre famoso, idea que Vila-Matas toma de un cuento de Tabucchi, pero que también se nutre de dos novelas de Nabokov y Sterne.
En oposición al modelo paterno (y a toda la cultura del esfuerzo de nuestro tiempo), Vilnius se convierte en un artista de la inacción y sólo se dedica a gestar su Archivo General del Fracaso, así como a recuperar las automemorias de su padre para convertirlo en el ser más ridículo, imitando la actitud de Francis Scott Fitzgerald contra un productor de cine. Junto a su novia Débora Zimmerman (el apellido original de Dylan), le darán la espalda al sistema de un modo que “no sólo podían empezar a considerarse una sociedad infraleve, sino que, en homenaje a Duchamp, esa sociedad podía llamarse Aire de Dylan, lo que les permitía imaginarse a sí mismos como una gota de cristal que contendría la esencia de su tiempo, ligado en arte al mundo de Bob Dylan, creador escurridizo y hombre de tantos personajes y personalidades”. Tras conocerlos, el narrador (Vila-Matas mismo), que había decidido dejar de escribir, vuelve a considerar hacerlo por última vez para contar esta historia, a través de las memorias apócrifas del “rey” muerto que le encargan.
Hay una fuerte mise-en-scène intencionalmente disparatada en esta novela que remonta a su Historia abreviada de la literatura portátil (1984), donde una sociedad de poetas shandys de los años 20 conspiraba alrededor de una literatura portátil, ligera, y de la vida como una obra de arte que se lleva puesta. Muchos de ellos, artistas sin obra que luego llenaron las inolvidables páginas de su Bartleby y compañía (2000). Los detractores lo tacharon de light, de usar sus libros como juguetes post modernos sin trama ni hondura, donde amontonaba citas sin consistencia ni seriedad.
Vila-Matas reconoce una linealidad entre estos tres libros, y siente Aire de Dylan como un diálogo con el autor que fue en aquella época. En ese sentido, la de hoy parece también una respuesta a los críticos de entonces, una réplica con altura, desde el lugar indiscutible que ocupa hoy en las letras. Porque este libro es esencia vilamatiana, pero pronunciado con una risa que suena a carcajada. Como Vilnius y Débora, defiende su derecho a dar la espalda, a seguir un estilo propio, a divertirse escribiendo un libro libre y a resultar liviano. A darse el lujo de crear un gran dinosaurio en miniatura, como llamó a su Historia abreviada, paradigma de la levedad, como también podría llamarse a una posdata.
Una última cuestión: presten atención a la web del escritor, www.enriquevilamatas.com, su más ambicioso gesto hipertextual, un universo de cajas chinas, un lugar para permanecer, una Casa para siempre.

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