8.8.12

Joseph Roth a Zweig: "Nunca he sobrevalorado la tragedia del judío"

Se publica en La filial del infierno en la tierra, cuatro cartas que el escritor escribió a Stefan Zweig y sus artículos más críticos con el totalitarismo nazi
Stefan Zweig y Joseph Roth, escritores judios perseguidos por el nazismo del Tercer Reich alemán. foto. fuente:elcultural.es

'La filial del infierno en la tierra' (Acantilado) es el testimonio del Joseph Roth más indignado, asqueado y apasionado. De un hombre convencido de que "el patriotismo es particularismo", en una época en la que el régimen nazi anulaba la conciencia individual en pos de la supremacía aria, buscando despertar un sentimiento de patriotismo blanco y cristiano.

"El hombre ya no se conmueve cuando se vulnera y asesina la condición humana", manifestó en una carta a su amigo Stefan Zweig. Ambos compartieron la misma convicción en esos tiempos convulsos: su hogar, Austria, estaba irremediablemente perdido antes incluso del 'Anschluss' en 1938. La correspondencia, que consta de dos cartas de 1933 y otras dos de 1935, destila una impotencia rabiosa y apunta ya una profunda crisis de identidad.

El epistolario, escrito desde París, igual que los artículos que publicó en diarios de habla alemana, reflexiona sobre la humanidad, sobre el judío que va a la guerra, como él, o el que se opone a ella, como Zweig. Roth habla de enfermedad, de una sociedad podrida que hay que amputar cuanto antes para que no contamine al resto.

Tanto Roth como Zweig optaron por el exilio. Roth se marchó, huyendo del humo y las cenizas en que se convirtieron sus libros, condenados a la hoguera por los nazis. Zweig aguantó hasta que la Policía registró su casa en 1934. Sus obras fueron prohibidas en la Alemania aria, demasiado "pura" para las letras de un judío. La desesperación por la cultura perdida y el aparentemente imparable avance del nazismo le condujeron al suicidio en 1942. Su amigo Joseph Roth había muerto tres años antes, mojando su rabia en alcohol.

 
Las cartas:

París
33, rue de Tournon
Hotel Foyot
26 de marzo de 1933

Apreciado y querido amigo:

Creo que en estos tiempos hay que hacer todo lo posible para no perder el contacto. Por eso le respondo en seguida.

Le ruego procure que sus cartas me lleguen vía Suiza. Es que algunas me vienen por Alemania. Estoy completamente de acuerdo con usted: hay que esperar. Por ahora. Sólo que aún no tengo del todo claro hasta cuándo.

El embotamiento del mundo es mayor que en 1914.

El hombre ya no se conmueve cuando se vulnera y asesina la condición humana. En 1914 desde todas partes se esforzaba uno por explicar la bestialidad con razones y pretextos humanos.

Pero hoy en día se pertrecha a la bestialidad con explicaciones bestiales, que son aún más atroces que las propias bestialidades.

Y nadie se mueve, en todo el mundo. Quiero decir, en el mundo de los hombres que escriben, exceptuando a Gide, el eterno excéntrico, quien, comunista desde hace poco, ha celebrado aquí sin ningún éxito una grotesca asamblea para snobs y para el funcionariado internacional comunista; y salvo los judíos de América e Inglaterra, a quienes en definitiva lo que les preocupa es el antisemitismo, tan sólo un pequeño segmento dentro del gran círculo de la bestialidad.

Para usted está claro: en la misma medida en la que un animal enfermo tipo Goering se diferencia de un Guillermo II, quien aún se mantenía en el marco de lo humano, en esa misma medida se diferencia el año 1933 de 1914.

Está claro que los imbéciles cometen estupideces; las bestias, bestialidades; y los locos, desvaríos: todo ello es suicida.

Pero lo que no está claro es cuándo un entorno igualmente enfermo y desconcertado reconoce la estupidez, la bestialidad, el desvarío.

De eso se trata. Y yo me pregunto si ha llegado el momento en que estamos obligados a aislar por medio de la palabra a nuestro entorno de lo que está enfermo, para que no se contagie.
Me temo que después de todo es demasiado tarde. Me temo que estoy en situación de tener que desear una guerra lo más rápida posible.

No voy a Viena por muchos motivos. Desde hace diez años vivo en Francia unos seis u ocho meses al año. ¿Por qué no ahora? Y sobre todo, ¿por qué no, si a los hombres que se empeñan en ver en mí el mal absoluto siempre se les ocurrirá decir que he huido? ¿Y por qué no, cuando es natural que uno en efecto huya?

En Viena se corre más rápidamente que aquí la voz de que me he marchado de Alemania. Sí, justamente allí, porque he vivido allí muchos años, en otro tiempo, y creen que podría volver.

En una revista francesa de chismorreo aparece su nombre entre las personas que han huido a Suiza, y yo lo hago con el de Ernst Roth, al parecer porque se ha omitido el de Toller.

En Zsolnay tampoco yo puedo hacer nada, porque Landauer es amigo mío y, al publicarme, tiene que poder sacar beneficios. Pues también él está en apuros.

En cambio, iré a Salzburgo y a su casa, aunque sólo sea por un par de días, en cuanto, gracias a un nuevo contrato, consiga un poco de dinero y cierta seguridad.

En lo que respecta a lo que hay en nosotros de judío, estoy de acuerdo con usted en que no hay que dar la sensación de que se preocupa uno tan sólo por los judíos y nada más.

Sin embargo, al mismo tiempo hay que tener siempre en cuenta que la condición de judío no exime a ningún hombre religioso del deber de tener que acudir también a primera línea del frente, como cualquier no-judío religioso.

En esto hay un determinado punto a partir del cual la nobleza se convierte en incumplimiento del deber, además de que no sirve para nada, pues para las bestias de arriba uno sigue siendo un peligroso cerdo judío.

Como judío, usted se ha opuesto a la guerra. Y yo, como judío, he ido a la guerra. Los dos tenemos muchos camaradas. Ninguno de nosotros se ha quedado en la retaguardia.

En el campo de batalla del humanitarismo, podría decirse, también hay judíos en la retaguardia. No se puede ser uno de ellos.

Nunca he sobrevalorado la tragedia del judío, y menos ahora, cuando ser una persona honesta resulta verdaderamente trágico.

En eso estriba la bajeza de los demás, en ver judíos.

No conviene que con nuestra reserva confirmemos el argumento de esos insensatos animales.

Como soldado y oficial, yo no era judío. Como escritor en lengua alemana tampoco lo soy. (En el sentido en el que estamos hablando ahora.)

Me temo que hay un momento en el que la reserva judía no es más que la reacción del judío discreto frente a la desfachatez del que no lo es.

Entonces aquélla resulta absurda y nociva, como ésta.

-Tiene uno-como ya le dije-un compromiso tanto frente a Voltaire, Herder, Goethe, Nietzsche, como frente a Moisés y a sus padres judíos.

De ahí se deriva el compromiso siguiente:

Salvar la vida cuando se ve amenazada por las bestias. Y la obra.

No rendirse a aquello que precipitadamente se denomina destino.

E "intervenir", luchar, en cuanto llegue el momento adecuado.

La cuestión es si no ha llegado demasiado pronto.


Siempre cordial, su fiel


Joseph Roth

El poeta en el Tercer Reich

I
Hace algún tiempo el escritor Klaus Mann escribió una carta amarga y llena de reproches al escritor y neurólogo Gottfried Benn, que se ha quedado en el Tercer Reich y ha sido nombrado (de manera temporal) director de la Academia Prusiana de las Letras. Que no comprende-es lo que el señor Klaus Mann viene a decir al señor Benn con todo respeto-cómo un escritor de prestigio puede ponerse al servicio del Tercer Reich, por qué un hombre como Benn defrauda a sus partidarios que andan ahora por París, Londres o Praga y que a la desesperación que les embarga con respecto a su patria tendrán que añadir la que ahora deben de sentir con respecto a su querido autor. Él, el autor de la carta, como "racionalista" que es, estuvo siempre en contra de la concepción "irracional" del mundo por parte del respetado escritor, pues parece que por desgracia la propensión a lo "irracional" conduce necesariamente a la "reacción": no obstante, sería imposible que existiera relación alguna entre la fuerza literaria de Gottfried Benn, indudablemente sólida, y el Tercer Reich, insensible, ajeno al espíritu y a la literatura.

Así era más o menos la carta que el escritor Klaus Mann dirigió al por él respetado colega Gottfried Benn. Éste contestó. Contestó con un largo editorial publicado en el Deutsche Allgemeine Zeitung, que por cierto fue prohibido un par de días después, y desde luego no por la respuesta de Gottfried Benn. Al contrario. Si en el Deutsche Allgemeine Zeitung no hubieran aparecido nada más que manifestaciones similares a las de este escritor que se ha quedado en el Tercer Reich y a quien eventualmente se ha considerado apto para dirigir la Academia Prusiana de las Letras, sin duda alguna no habría sido prohibido. Pero si hasta los hechos más insignificantes se consideran desde el punto de vista de ese "irracionalismo" que el señor Klaus Mann reprocha a Gottfried Benn y del que éste se jacta en su respuesta pública, casi se podría sospechar que también en esta ocasión una fuerza irónica e inextricable-una fuerza a la que desde siempre le gusta parafrasear los patéticos, falsos y endebles acontecimientos-se ha puesto manos a la obra para castigar al redactor jefe de un periódico por haber asumido la función de correo y haber dispensado al autor del evidente y delicado deber de contestar a una carta privada con otra carta privada.

II
Tal vez se pueda decir que el autor de estas líneas es un "reaccionario", en modo alguno un adepto de la interpretación "racionalista" de los acontecimientos históricos, así como tampoco un "marxista" o un admirador del director provisional, el doctor Benn. Cuando éste pronunció el discurso encomiástico con ocasión del septuagésimo cumpleaños de Heinrich Mann, el autor de estas líneas era ya partidario de Heinrich Mann-a pesar de todas las diferencias de opinión existentes entre ellos-, no así del doctor Benn, aun cuando a éste le guste presentarse como un "reaccionario" y aquél sea un "revolucionario". ¿Es necesario insistir? En el escritor lo decisivo es la aportación literaria, sólo la aportación literaria. Que el doctor Benn se convierta o no en el director provisional de una Academia en la que los miembros son diletantes-da igual de qué ideología-, a un viejo "reaccionario" como yo le habría parecido irrelevante. Pero que el doctor, frente a un colega y admirador que mantiene una clara postura "liberal-racionalista", se presente como "conservador", "irracionalista" y al mismo tiempo como defensor de la "revolución nacional"; que alguien que hace tan sólo un par de meses ha pronunciado un discurso sobre Heinrich Mann-un autor totalmente libre de cualquier sospecha de "irracionalismo"-y que a toda prisa ocupa su asiento como "director provisional", escriba también una carta abierta como "irracionalista" y prosélito del Tercer Reich, que acaba de desterrar a Heinrich Mann, me parece sintomático y creo que merece ser considerado con más detalle.

III
Si se me permite transcribir unos cuantos pasajes del editorial del doctor Benn: "Sólo con aquellos que han pasado por las emociones de los últimos meses, aquellos que hora tras hora, periódico tras periódico, mitin tras mitin, programa de radio tras programa de radio han vivido todo esto sin interrupción y muy de cerca, que día y noche lucharon con él, incluso con aquellos que no recibieron todo esto con júbilo, sino que más bien lo sufrieron, con todos éstos se puede hablar, no así con los desertores que se marcharon al extranjero.

... pero, y esto es lo que yo pregunto a mi vez, ¿cómo imagina usted en definitiva que se mueve la historia? ¿Piensa usted que actúa especialmente en los balnearios franceses?"

... ah, ella (la historia) no le debe a usted nada, pero usted se lo debe todo a ella ...ella no tiene otro método que el de, en sus puntos de inflexión, extraer del seno inagotable de la raza un nuevo tipo humano que tiene que abrirse paso luchando, que tiene que integrar en la materia del tiempo la idea de su generación..."

Comprende usted al fin allí, en su mar latino...

De modo que está usted allí sentado, en su balneario, y nos pide explicaciones...

Es la nación cuya lengua habla usted, cuya ciudadanía posee, cuya industria imprimía sus libros, a la que debía usted su reputación y su fama, entre cuyos miembros le gustaría tener cuantos más lectores mejor, y que tampoco ahora le habría hecho gran cosa de haberse quedado usted aquí...

"Sabe usted que como médico del seguro estoy en contacto con muchos trabajadores... Y no cabe ninguna duda-se lo oigo decir a todos-de que les va mejor que antes.

¡Un pueblo es mucho! ¡... la totalidad de mi cerebro, todo ello se lo debo en primer lugar a ese pueblo! ¡De él proceden los antepasados, a él vuelven los hijos!"

Acantilado publica el epistolario de Joseph Roth

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