18.10.12

El libro, el mejor amigo del hombre

Varios volúmenes profundizan en la prolífica relación entre literatura y animales domésticos

Ilustración de Adolfo Serra para El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos. / Adolfo Serra./elpais.com
“He conocido perro malvados y bondadosos, estúpidos e inteligentes, pero no podría vivir sin ellos. Los griegos decían que una casa no es un hogar si no tiene una golondrina anidando bajo su alero, y en mi opinión una casa no es un hogar si no tiene un perro”, escribe Gerald Durrell en el prólogo de Las mejores historias sobre perros. Una recopilación de relatos breves firmados por autores clásicos y protagonizados por canes que la editorial Siruela ha reeditado junto a Las mejores historias sobre gatos y, este mismo mes, Las mejores historias sobre caballos. Tres tomos que vienen a desbordar las baldas de las librerías dedicadas a ese subgénero cada vez más pujante dentro del mercado español. Rozándose las tapas con ellos, otras novelas consagradas a la relación entre literatura y animales domésticos como la recién publicada El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos (Nórdica) o Perros, gatos y lémures (Errata Naturae), lanzada el año pasado.

                              Ilustración para El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos. / Javier Olivares

El delirio por esta temática en países como Reino Unido o Alemania es tal que existen catálogos dedicados exclusivamente a historias de mininos. Sin llegar a esos niveles, Elena García Aranda, editora de Siruela, asegura que en España funciona más que bien. “El público que comparte la pasión por los animales y la literatura no es pequeño. Y a toda esa gente le gusta leer a los escritores que admira hablando de mascotas o de animales, una vivencia que comparten con ellos y en la que se ven reflejados”, coincide Irene Antón, editora de Errata Naturae.
Los animales han transitado por la narrativa antes incluso de que se fijara en papel. Baste recordar que el primer ser en reconocer a Ulises de vuelta a Ítaca no es otro que su fiel can, Argos. Desempeñan roles relevantes, como detalla García Aranda, en las antiquísimas parábolas con moraleja, en las fábulas grecolatinas y en los cuentos persas. Aparecen en la Biblia y también en el Corán, donde una aleya habla de la relación entre Mahoma y su gato. “Además, en cualquier época de la historia, los escritores siempre han sido seres solitarios que, a veces, tienen una relación mas estrecha y empática con las mascotas con las que comparten su casa que con otros seres humanos, por esa característica intrínseca de su oficio que les obliga a estar atado a un escritorio durante horas”, resume la editora de Siruela. Ernest Hemingway, por ejemplo, vivió en La Habana con una veintena de gatos y un número indeterminado de perros.

                         Ilustración para El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos. / Elena Ferrándiz

“Marguerite Duras ni siquiera escribía en el jardín, allí, decía, siempre había un gato, un pájaro, una ardilla… Ella quería la soledad absoluta, la casa encerrada sobre su propio ser. Para otros escritores, en cambio, la soledad incluye aquello que Duras excluye: un animal, un ser que no es humano, que no habla o interrumpe, que nos deja solos pero, al mismo tiempo, nos acompaña”, escribe Andrés Trapiello en el prólogo de Perros, gatos y lémures.
Quizá por esa íntima relación, Cortázar introdujo a su minino –llamado Teodoro W. Adorno- en algunas obras como Rayuela o Más sobre filosofía y gatos. Virginia Woolf narró en El final los últimos días de Flush, trasunto de una perra suya muy querida. Y Raymond Chandler confesó en sus escritos que su gata Taki, sentada rotunda sobre los folios, parecía decirle: “Lo que estás haciendo no es más que una pérdida de tiempo, compañero”. La lista de autores que recurren a mascotas en sus obras es interminable.
E incluye a escritoras españolas como Marta Sanz, que participó en Perros, gatos y lémures. La autora de Un buen detective no se casa jamás (Anagrama) considera que, además de por razones sentimentales, los escritores gustan de incluir animales porque resultan muy rentables literariamente. “Nos permiten", argumenta, "liberar la imaginación, y plantear hipótesis sobre sus pensamientos. Aportan un punto de vista extrañado sobre la realidad que nos facilita verla mejor”.

                                   Ilustración para  El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos. / Ana Juan

Soledad Puértolas ha incluido a sus tres perros en la trama de Mi amor en vano, (Anagrama) su última novela, “simplemente porque mientras escribía estaban alrededor”. A diferencia de Sanz, considera que resultan elementos muy difíciles de gestionar mas allá de la mera función ornamental . “Hay que tener un punto de vista muy especial, coger una distancia. En casos como el de Virginia Woolf constituyen experimentos arriesgados que no pueden contarse entre lo mejor de su producción. Pero he de reconocer que", agrega, "aunque a veces es un poco premioso, cuando [J.R.] Ackerley habla de su perra Tulip [en Mi perra Tulip] resulta muy divertido”.
Pero los escritores no son los únicos miembros del mundo editorial que mantienen un vínculo sentimental/profesional con estos seres peludos. “Si eres ilustrador y no tienes gato es como si te faltase algo”, sentencia Javier Olivares que ha puesto bigotes al protagonista del cuento de Saki, Tombermory, dentro de El paraíso de los gatos. ¿La razón de tal relación de dependencia? “Son autónomos y no tienes que sacarles a la calle. Pero como somos estéticamente más puñeteros que la media, creo que nos atraen tanto porque están muy bien dibujados, se mueven de forma sinuosa y son silenciosos”. Musas para lápices y teclas que en compensación solo piden una caricia y unas bolitas de pienso.

Unos héroes muy bestias

En toda relación hay grados de compromiso. Y dentro de la que tejen literatura y animales, el más alto lo ocupan aquellas novelas cuyo protagonista absoluto resulta ser una fiera dotada de cualidades humanas. Una fórmula que articula varias novelas destacadas por la crítica en los últimos años.
Una de las que más éxito logró entre el público fue Firmin (Seix Barral), en el que Sam Savage se autorretrata como un ratoncito de Boston que devora los tomos que se apilan en el sótano de una librería, como las obras de Jane Austen, que saben “bastante parecido a la lechuga”. Y sueña con convertirse en un gran autor, aunque pronto comprende que una rata culta es una rata solitaria. Un “poderosa metáfora de las virtudes redentoras de la lectura”, tal y como la definió el crítico Javier Aparicio Maydeu
Natsume Soseki analiza la burguesía Meiji a través de la sarcástica mirada de un felino viejo, filosófico y sin nombre que no puede reprimir los más incisivos comentarios sobre el clan de estrafalarios personajes con los que le ha tocado vivir. Soy un gato (Impedimenta) recién reeditado por Impedimenta, explota esa visión extrañada que, según Marta Sanz, tan eficazmente se construye a partir de un personaje animal, y que devuelve al lector un retrato sorprendente de la condición humana en general.
Joseph Smith va más allá y trata de reproducir lo que sentirían y pensarían los animales salvajes en El lobo y El toro (ambos en Mondadori). En estas obras, el autor trata de ponerse en su piel mientras buscan alimento en el bosque, se enfrentan a caballos y perros, además de describir los mecanismos que hacen dispararse el llamado instinto animal. Y al hacerlo, habla también del sentido de la vida, de la asunción de la responsabilidad y de nuestra relación con la naturaleza, según explica el crítico José Manuel Sánchez Ron.

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