29.11.12

Betina González: "A los doce leí el "Nunca Más": se me debe haber jugado ahí algo de lo monstruoso"


Las poseídas,  ganadora del Premio Tusquets de Novela, cuenta el despertar sexual de una niña que llega con el aura de excentricidad del exilio a un país que sale de la dictadura

DE LOOSER A WINNER. González, dice que cuando era chica era una perdedora,  recibe en Guadalajara./Tusquets/Revista Ñ
“Lo que fue algo compartido de muchos de mi generación es que no sólo te dabas cuenta del ocultamiento oficial sino el de todo el mundo, como que habías vivido una mentira. Como el Mundial 78… todas las cosas que habías vivido de chiquito y por detrás había toda esta masacre y vos estabas ahí creyendo que todo estaba bien. Pensabas que el mundo era lindo y no, era una especie de horror”.
Betina González habló, habla, hablará mucho estos días, en la Feria del Libro de Guadalajara, de su novela Las poseídas. Porque esta argentina de 40 años acaba de ganar el Premio Tusquets de Novela, que le otorga 20 mil euros, por este texto. Una historia de chicas adolescentes en un colegio católico, apenas terminada la dictadura. De salir a la vida y encontrar ese mundo desolado. González dice que está emocionada, dice que casi no puede hablar pero, la verdad, tiene experiencia en eso de ganar premios: en 2006 se llevó el Premio Clarín por su novela Arte menor.
El jurado –Juan Marsé, Almudena Grandes, Juan Gabriel Vásquez, Fernando Aramburu y la editora de Tusquets Beatriz de Moura– destacó “la recreación poco complaciente del despertar sexual de la adolescencia y su actitud desafiante ante la herencia de los adultos, así como la atmósfera de un colegio religioso que acaba convirtiéndose en un trasunto sutil de un país que sale de la dictadura”.
Ayer, en el anuncio, acá en Guadalajara, De Moura señalaba la transparencia del lenguaje con el que se cuenta una historia compleja. “Quise romper ciertos clichés del realismo, yo diría que es una novela de un realismo desenfocado”, analiza la doctora en Literatura Betina González.
“La historia empieza cuando a ese colegio llega una chica nueva, Felisa Wilmer, que estuvo viviendo afuera durante la dictadura y es muy rara. La historia la cuenta otra chica, a la que le dicen López, que queda fascinada”, dice González ahora, un rato después del anuncio, en el mundo de mesas del bar de la Feria, frente a un vaso de cartón altísimo que debe tener medio litro de café.
La novela, aclara, toma el tiempo, el espíritu de la posdictadura, pero no se trata de eso, solamente. Es a la vez una novela gótica y una novela de misterio, con una alumna muerta en un campanario y mucho clima de relato de internado, aunque la escuela no es un internado. “Pero sí un micromundo”. Como sus chicas, González fue a una escuela católica –“nada que ver con ésta”– y conoce ese mundo. “En la novela, la escuela queda en un barrio de clase media alta tipo Olivos y se juega con el tema de que la santa era la santa de la pobreza y la escuela es para chicas de plata”. Betina vivió la transición democrática.
–Sentía que no podía hablar frontalmente de eso, porque yo casi no había vivido la dictadura. Esto a mí me llegaba como un género de horror y de lo monstruoso.
-El género de terror para contar el terror…
–Claro. Aparecen cosas como que en los diarios siempre se estaban desenterrando cadáveres, los dos demonios, lo que se hablaba en la tele. Y cómo la Iglesia Católica apañó la actuación de los militares. Esto aparece puntualmente en una excursión que hace la escuela cuando ya es democracia. Y, como premio, a las alumnas se las llevan al Palomar, a la escuela militar. Como que en las instituciones, en la familia y en la vida cotidiana eso no se derrumba de un día para el otro.
–¿Qué tiene de rara la protagonista?
–Por ejemplo mezcla dos idiomas, porque vivió un tiempo en Inglaterra. Y queda claro en algún momento que se siente poseída por dos espíritus.
–¿Y la narradora?
–María Cruz López. Es una looser, una perdedora. Se siente así porque no es linda.
–¿La idea de que sea una perdedora la que cuenta, te permite una mirada crítica?
–Claro, tiene una mirada irónica, a la vez resentida. En realidad es un triángulo, estas dos chicas y una que es la linda, la exitosa, que se llama María Sol.
– ¿Cómo fue para vos ser joven en esa transición?
–Era bastante looser también, era la que leía… Yo era más bien dark, depresiva; esto está en la novela, por ahí hay muchas cosas de mis años 80. Me acuerdo que hubo un recital de The Cure donde la gente rompió todo, les tiraba botellazos a los músicos, incendiaron una guitarra, hubo robos… Creo que eso era como simbólico, era salir de la dictadura y querer romper todo, querer de repente hacer todo ¿no? Pero no saber qué romper y qué hacer.
–¿Romper con lo anterior?
–Y no saber cómo. Era raro enterarte, más estando en una escuela como la mía, de lo que había pasado. Yo leía mucho, y leía historias de terror. A los 12 años leí el Nunca Más . Se me debe haber jugado ahí algo de lo monstruoso, de lo monstruoso pero en lo real.
–¿Es una novela de lo duro que es crecer?
–Lo que es ser joven, ser niño y lo que es ser inocente. Que también lo podés conectar con lo político.
–Parece que no se agota el tema de la dictadura.
–Pero no es el centro de la novela, aunque no sería igual en otra época porque tiene esa atmósfera. Creo que hay distintas formas de narrar eso y cada generación va a tener la suya.

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