29.1.13

El escritor en vacaciones

Tiempo de descanso y desconexión, este derecho laboral en las sociedades modernas puede ser contradictorio para aquellos que, para poder seguir escribiendo, deben trabajar de otra cosa, dice la autora en esta nota

VACACIONES. El concepto apareció recién hacia fines del siglo XIX, como un derecho del trabajador./Revista Ñ

El concepto “vacaciones” no existió siempre. Apareció recién hacia fines del siglo XIX, como un derecho del trabajador en las sociedades modernas a cambio de exigirle un trabajo más intensivo que en épocas anteriores. Y no responde necesariamente a una actitud altruista, no reclama justicia en el intercambio de capital y trabajo. Se le da vacaciones pagas, antes que nada, para que a lo largo del año rinda más. Estos conceptos aplicados al escritor hacen agua por muchos costados. Primero habría que definir si escribir la propia obra entra en esta acepción de la palabra trabajo. Nadie nos paga si suspendemos la escritura de una novela para tomarnos unos días. Incluso es probable que no queramos suspenderla, o hasta que planifiquemos las vacaciones con esa contradictoria prioridad: “trabajar” con más intensidad y más calma sobre el texto en cuestión. Pero el escritor, visto como trabajador, es hoy alguien partido al medio que no sólo escribe su obra, y esto cambia el asunto.
Mucho se ha escrito sobre el tema antes y después de “El escritor en vacaciones”, artículo de Roland Barthes incluido en Mitologías que escribió a partir de fotos de Le Figaró. Vale la pena leer ese texto, pero más allá de la certeza de sus afirmaciones, uno acá, muy lejos de Europa y varias décadas después, se pregunta si alguno de nosotros, escritores que además de escribir textos propios tenemos que trabajar de alguna otra cosa para subsistir, entramos dentro del mito planteado por Barthes. Una mirada burguesa sobre el oficio de escribir, y una mirada romántica sobre el lugar que la sociedad les da a los escritores. O les daba. “El (el escritor) acepta sin duda que está provisto de una existencia humana, de una vieja casa de campo, de una familia, de un short, de una hijita, etc., pero contrariamente a los otros trabajadores que cambian de esencia y en la playa no son más que veraneantes, el escritor conserva en todas partes su naturaleza de escritor; al tener vacaciones, muestra el signo de su humanidad; pero el dios permanece, se es escritor como Luis XIV era rey, incluso en el inodoro”. Si ya en el texto de Barthes está afirmación escondía cierta ironía, hoy y acá nos queda claro que ni casa de campo ni dios, inodoro sí.
El texto arranca con un párrafo donde, después de haber visto la foto que lo representa, Barthes dice: “Gide leía a Bossuet mientras bajaba por el Congo. Esa postura resume bastante bien el ideal de nuestros escritores ‘en vacaciones’ (...): juntar al placer banal el prestigio de una vocación que nada puede detener ni degradar”. El placer banal, las vacaciones; la vocación, la literatura. El párrafo me remitió a una foto de 1946 de Bioy Casares y Silvina Ocampo que encontré en el blog de la Audiovideoteca de Buenos Aires. Los dos en la playa, en Mar del Plata, ella con una capelina en la mano y los clásicos anteojos de las Ocampo, él con el sombrero puesto, los dos sentados sobre la arena, delante de una carpa. A la foto la acompaña un texto extraído de una entrevista que Tomás Barna le hizo a Bioy en 1997. “Con Silvina, nuestra costumbre era quedarnos en Mar del Plata después de la estación de verano. (...) Hacía mucho frío. Había muchos días de tormenta, entonces nos quedábamos en la casa mucho tiempo, y se nos ocurrió que podíamos escribir esta historia (Los que aman, odian) que no sé (si ella o yo) quién la invento”. Bioy y Silvina no sólo podían pasar su verano en Mar del Plata sino que se podían quedar a escribir una novela. Una realidad bastante distinta a la mía y a la de muchos de mis colegas.
Hay un uso más adecuado de la palabra “vacaciones”, cuando se aplica a esa mitad de nosotros que se ocupa de actividades rutinarias con las que juntamos el dinero necesario para vivir y poder seguir escribiendo. Federico Jeanmaire es bibliotecario en el Congreso, Félix Bruzzone limpia piletas, Jorge Consiglio trabajaba hasta hace poco como visitador médico. Y todos, mientras tanto, escribieron lo que escribieron. Sin mencionar los que trabajamos de docentes, reseñistas, escritores fantasmas, jurados de concursos, editores, conferencistas. En estos casos pensar bajar por el Congo leyendo a Bossuet o quedarse en Mar del Plata hasta que salga una novela, resulta casi impertinente.
Cuando Barthes dice, “falso trabajador, también es un falso vacacionista”, no se refiere a la mitad del escritor que cumple un horario, que tiene un jefe, que recibe un sueldo a cambio de su trabajo, que se le da vacaciones para que después rinda más. El escritor de aquí y ahora sale de vacaciones con sus dos mitades: el trabajador y el escritor. Más la mujer o el marido, los chicos, el perro y probablemente la computadora. Y se hace lo que se puede.
Algunos ejemplos. María Rosa Lojo: “Los meses más tranquilos de enero y febrero (cuando no hay clases ni vida académica) resultan los mejores para desarrollar o terminar proyectos literarios. La verdad es que he trabajado sin solución de continuidad la mayor parte de mi vida”. Gabi Cabezón Cámara: “Este año me tomo febrero y me voy a una playita mínima, con la idea de escribir y hacer vida sana. Veremos qué sale”. Sandra Lorenzano: “Durante el año le robo horas al sueño para escribir, así que se me hace agua la boca al pensar en las semanas en que puedo escaparme del trabajo cotidiano y sumergirme en la escritura”. Eduardo Sacheri: “Alguna vez me he llevado un cuaderno como para tranquilizar mi conciencia, bajo el principio de ‘mirá si se me ocurre algo buenísimo y yo con estas mechas’. Pero jamás he escrito una línea estando de vacaciones. Una especie de respeto por los tiempos de la familia”. Sergio Olguín: “Me desconecto de aquello que considero trabajo (no escribo artículos, no respondo mails laborales) pero hago la principal tarea de un escritor: leo por placer. Y pienso escribir algo si me queda tiempo (“el ocio no me deja tiempo para nada”, dice una canción del Cuarteto de nos)”. Antonio Santa Ana: “Hace unos años me traje una novela a la costa y por poco me echan de casa. Desde entonces aprovecho para hacer el trabajo previo o paralelo, el de las lecturas que ayudan a bocetar personajes a tomar apuntes”.
Distintas opciones. ¿Coincidencias de género? Puede ser, pero eso daría lugar a otra columna que tendré que dejar para mejor momento, porque con el siguiente punto final esta mitad de mí empieza sus vacaciones.

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