28.2.13

La Luis Ángel segunda en los Digital Humanities Awards

Se anunciaron los ganadores de los Digital Humanities Awards 2012, un reconocimiento que destaca proyectos a nivel mundial relacionados las Humanidades Digitales y con el uso de la tecnología en la producción de conocimiento. La Biblioteca Virtual de la Biblioteca Luis Ángel Arango, único proyecto en español y de América Latina en ser nominado, fue segunda en la categoría de Audiencias Públicas, un logró que resalta el trabajo en medios virtuales que la institución realiza desde hace casi veinte años

Biblioteca Luis Ángel Arango, la madre de las bibliotecas colombianas./banrepcultural.org


Con el termino Humanidades Digitales (DH –siglas en inglés-) se denomina un nuevo campo interdisciplinario que busca entender el impacto y la relación de las tecnologías de cómputo con las ciencias sociales y humanas. Un concepto que cada día se ha vuelto más relevante en el ámbito académico internacional dadas las múltiples posibilidades que ofrece para el desarrollo de la investigación y la enseñanza.

Esta es la primera versión que se realiza de los Digital Humanities Awards, una iniciativa liderada por James Cummings, experto en DH de la Universidad de Oxford, que busca destacar proyectos e iniciativas sobresalientes en esta área a nivel mundial, sin distinción de su localización geográfica, idioma o temática. Las nominaciones al premio se pueden hacer de forma anónima, sin embargo todos los candidatos son evaluados por un comité de expertos quienes finalmente determinan su idoneidad, alcance y pertinencia. Los ganadores se eligen por votación pública a través de la página oficial de los premios.
Este año el comité, liderado por Cummnings, estuvo integrado por: Craig Bellamy, experto en sistemas de computación e informática de la Universidad de Melbourne; Sheila Brennan, directora de proyectos digitales en el U.S. Navy Museum y el Smithsonian Institution’s National Museum of American History de Washington; Marjorie Burghart, miembro de la Digital Medievalist Community y profesora asociada de la École des Haute Études en Sciences Sociales de Lyon, y Kiyonori Nagasaki, director del International Institute for Digital Humanities de Tokyo.
El único proyecto nominado en español y de América Latina
La Biblioteca Virtual de la BLAA fue nominada, junto a otras catorce iniciativas, en la categoría Audiencias Públicas, la segunda en mayor número de candidatos. Uno de los ítems que tuvo en cuenta el comité de nominaciones para esta designación fueron las más de 40.000 de visitas diarias que recibe la página (según estadísticas extraídas de Google Analytics).
“Somos el único proyecto que se nominó en español y de América Latina, además según los cifras que presentó los DHA, Colombia fue el segundo país que más participó de las votaciones junto a los Estados Unidos. Datos que confirman que nuestra comunidad de usuarios virtuales aumenta cada día y que los contenidos de la Biblioteca Virtual, un trabajo que se inició en 1996 por iniciativa de Jorge Orlando Melo y continuó bajo la dirección de Ángela Pérez y Margarita Garrido (antiguos directores de la BLAA), se han convertido en un referente valioso para los investigadores”, explica Alexis de Greiff, director de la Red de Bibliotecas del Banco de la República.
La Biblioteca Virtual de la BLAA ocupó el segundo lugar, detrás del Canterbury Earthquake Digital Archive de Nueva Zelanda y por delante del Dickens Journals Online del Reino Unido.
Sobre la Biblioteca Virtual La Biblioteca Virtual de la Biblioteca Luis Ángel Arango publica diferentes contenidos digitales colombianos, entre libros, revistas, videos, audios, etc.
De los proyectos especiales que desarrolló en 2012, año de referencia de los DHA, cabe destacar: Oscar Muñoz. Protografías,la página web de Rafael Pombo, Línea de tiempo de Fernando Botero y Nuevos Nombres BBVA – Banco de la República; así como la digitalización de colecciones documentales como: la Hemeroteca Digital Histórica, Galería de viajeros, Cartografía histórica, Fotografías de Gumersindo Cuéllar, entre otros.

Maquiavelo recargado

Basta con decir maquiavélico y todo queda clarísimo: la maldad, la intriga, el cálculo, la traición, el engaño. La política, el amor, el poder. El buen Maquiavelo, el tipo más decente y noble

Nicolas Maquiavelo, autor de El Principe./internet/eltiempo.com


Este año se cumplen cinco siglos exactos de cuando Nicolás Maquiavelo escribió su libro más famoso, El Príncipe. Lo hizo desterrado en su casa de Sant'Andrea in Percussina, lejos de Florencia, lejos del mundo. Condenado al exilio por conspirar contra los Medici. "Me quito la ropa del día llena de fango y de lodo -escribió en una carta-, y me pongo los mejores vestidos para entrar a la biblioteca a hablar con mis libros, con esos hombres antiguos que son mi alimento".
De ese diálogo surgió El Príncipe, que tenía la intención de ser un manual para que los Medici pudieran gobernar mejor, para que supieran dónde estaban y cómo mordían las víboras más peligrosas de Europa. Maquiavelo lo escribió casi todo en esos meses del exilio, luego se lo dio a Francesco Vettori para que se lo llevara a Giuliano de Medici: quizás así lo perdonaran los dueños del poder; quizás tantos años al lado de la infamia (de la política, de la gente) le sirvieran para algo.
Lo curioso es que después, por cuenta de ese librito, el nombre de Maquiavelo quedó asociado para siempre a una idea de la maldad y la perfidia que él mismo nunca practicó; al contrario. Una idea que no era suya sino del ser humano en todas partes y en todos los tiempos; una idea que él se propuso describir -no celebrar frotándose las manos- para que cualquier político supiera a qué atenerse con su oficio. "¿Quiere gobernar, quiere el poder? Allá usted: así son las cosas". Así es la gente.
Pero no hubo nada que hacer: Maquiavelo es uno de los pocos personajes de la historia o la ficción, junto con Cristo y Pantagruel, Drácula y Cantinflas, cuyo nombre se convirtió en un poderoso y eficaz adjetivo; una palabra sola que evoca un universo de certezas y significados. Basta con decir "maquiavélico" y todo queda clarísimo: la maldad, la intriga, el cálculo, la traición, el engaño. La política, el amor, el poder. Dónde están y cómo muerden las serpientes.
El pobre y buen Maquiavelo, que hasta donde se sabe, según sus biógrafos, según sus cartas y lamentos, fue el tipo más decente y noble. Un funcionario correcto que nunca hablaba mal de nadie y que nunca intrigó, y que cuando lo hizo, como suele ocurrir con los teóricos de las cosas que en la práctica son un desastre, fracasó. Un tipo que enseñaba cómo mantener el poder a toda costa y que le tenía terror a su esposa. En fin, eso pasa: también los hermanos Grimm odiaban a los niños y vivían los dos con la misma mujer.
Ahora: el tema de El Príncipe no es solo el de la mejor manera de gobernar y mantener el poder, sino también uno muy concreto que atormentaba a Maquiavelo: el de la política italiana del momento, la de siempre. Pequeños Estados luchando entre sí, abriéndoles la puerta a las potencias extranjeras. Un clero corrupto y venal, príncipes indignos de su condición. Cónclaves, alaridos, incertidumbre. Si este país no se une, decía 'Machiavelli', se lo lleva el diablo. Será ingobernable. ¡Hace cinco siglos!
Italia es un país extrañísimo: el más bello del mundo, el más encantador. Pero es caótico y desmesurado: una nación que nunca necesitó del Estado para sobrevivir, ni siquiera para vivir. No sé si sea mejor, para entenderlo, El Príncipe o El señor de las moscas, El Gatopardo o las películas de Fellini. No en vano las elecciones del domingo pasado las ganaron dos comediantes igual de peligrosos, Silvio Berlusconi y Beppe Grillo.
La semana pasada cité a un amigo que dice que los cardenales deberían escoger a Berlusca como Papa. Ayer le dije, muy en serio, que los italianos deberían escoger a Ratzinger como jefe de gobierno. El fin justifica los medios. La frase no es de Maquiavelo, es de la 'Cicciolina'.

'Mortalidad', crónica de una agonía

Ya está en librerías el libro póstumo del controvertido intelectual Christopher Hitchens. Se trata de un testimonio desgarrador de sus últimos días de vida

Christopher Hitchens, ensayista inglés, que no flaqueo nunca frente a la muerte con su militante ateismo./semana.com


Una noche de junio de 2010, cuando se encontraba en medio de la gira de promoción de su más reciente libro, Christopher Hitchens sintió que sus pulmones se llenaban de cemento. Se despertó en medio de la oscuridad, sin aliento. “Me oía respirar débilmente, pero no podía llenar de aire los pulmones. Mi corazón latía demasiado deprisa o demasiado despacio. Cualquier movimiento, por pequeño que fuera, requería premeditación y planificación. Me exigió un esfuerzo extenuante cruzar la habitación de mi hotel en Nueva York y llamar a los servicios de urgencias”, relata en las primeras páginas de su libro póstumo, Mortalidad.
Lo que siguió es conocido. Hitchens, uno de los ensayistas más populares de las últimas décadas, recibió un pronóstico oscuro: sufría de un cáncer pulmonar terminal con complicaciones linfáticas y le quedaba poco tiempo. A pesar de la mala noticia, siguió con la gira de promoción de sus memorias, tituladas Hitch-22, y asistió a entrevistas, programas de radio y televisión y debates públicos. “Aunque vomité (…) con una extraordinaria combinación de precisión, limpieza, violencia y profusión, justo antes de cada evento”, cuenta.
Hitchens tampoco decidió negar su enfermedad o esconderse. De hecho, en la revista Vanity Fair documentó en varias crónicas —acompañadas de crudas fotografías—, el desarrollo de su enfermedad. Justamente el conjunto de esos textos periodísticos forma el libro que acaba de llegar a las librerías. Hitchens decidió además llevar la situación, la de su propia muerte, con sentido del humor y sin dramatizar: “No me veo golpeándome la frente conmocionado ni me oigo gimotear sobre lo injusto que es todo: he retado a la Parca a que alargue libremente su guadaña hacia mí y ahora he sucumbido a algo tan previsible y banal que me resulta incluso aburrido. La ira estaría fuera de lugar por la misma razón. En cambio, me oprime terriblemente la persistente sensación de desperdicio. Tenía auténticos planes para mi próximo decenio y me parecía que había trabajado lo bastante como para ganármelo”.
El autor británico también prometió que, por más dolorosa y angustiante que fuera su enfermedad, no cambiaría ni un segundo su postura frente a Dios. En efecto, Hitchens fue un reconocido ateo —tal vez el más famoso del mundo— y dos de sus obras más leídas fueron Dios no es bueno (2008) y Dios no existe (2009). Desde el principio aseguró que no caería en la tentación de rezar por su vida o de pensar que algo vendría después de su muerte. La mayor parte de Mortalidad, de hecho, reafirma este credo esencial. Sus detractores, que no eran pocos, empezaron a especular —y, de hecho, iniciaron un macabro juego de apuestas— sobre cuándo se quebraría el escritor. Pero nunca lo hizo.
“Supongamos que abandono los principios que he tenido durante toda mi vida con la esperanza de ganarme un favor en el último minuto. Espero y confío en que ninguna persona seria admire esa actuación fraudulenta […]. Por otra parte, ese dios que premiaría la cobardía y la falta de honradez y castigaría las dudas irreconciliables está entre los muchos dioses en los que no creo”, escribió.
Hitchens murió el 15 de diciembre de 2011. Parece ser que hasta último momento mantuvo su actitud. Su esposa, Carol Blue, quien lo acompañó, contó que el británico leyó a sus autores favoritos hasta los últimos días, pues lo tranquilizaban. En el epílogo de Mortalidad Carol también narra que, después de su muerte, se dedicó a vaciar las estanterías de los libros de Hitchens y a leer las notas que él depositaba en ellos: “Cuando lo hago, le escucho, y él tiene la última palabra. Una vez tras otra, Christopher tiene la última palabra”. Seguramente así le hubiera encantado que lo recordaran.

La genialidad de Arthur Rimbaud

Los blogs, el Facebook y el Twitter han hecho crecer la cantidad de genios de manera exponencial. Nos sobran los genios

Arthur Rimbaud, un verdadero Genio./flickr./elpais.com/blogs

Nace uno cada semana, en cada suplemento literario, por cada reseñista entusiasmado. Y cosas geniales, ni se diga, esas brotan en cada tuit con una naturalidad pasmosa. "El escritor X es un genio" "Esta obra es genial" "La genialidad de Y es indiscutible" "¿En serio? ¡Sería genial!" "Lee esto ¡Genio total!" No hay espacio para los artesanos, los alfareros, los que amasan, trenzan, tejen, estiran, moldean palabras y frases. O se es genial o nada. Lo extraordinario no es suficiente. Ya no hay nada espectacular.
Lo más curioso es que incluso tenemos categorías de genios. Hay genios intermitentes ("no me gustan sus textos, pero esa frase suya es genial"), genios ocultos ("X escribe bien, pero Y, que no se conoce mucho, es un genio"), genios en parcelas ("es un genio de la ciencia ficción") y hasta genios probables ("No ha escrito nada, pero si lo hiciese... es que es un genio"). Sin contar con los grandes genios de la humanidad, coronados en su tiempo, librando ahora batallas contra las polillas y el polvo en bibliotecas rurales o en librerías de viejo.  
¿Qué hace a alguien genio? Su capacidad para sintetizar su tiempo,su trascendencia, su perfección, su inalterable capacidad de ser modernos siempre. Pero ante tanta proliferación de genios ahora ya no sé qué pensar. ¿Dante Aligheri es un genio pero J.K.Rowling es genial? ¿De eso se trata? Debemos aceptar como genios a los gastrónomos moleculares, a los cineastas con steadicam, a los futbolistas que consiguen filtrar un pase, a los modistos extravagantes, a los programadores billonarios de software, a los gurús de la industria tecnológica que construyen teléfonos que pueden decir tu nombre, a los grafiteros de cara desconocida, a los artistas que envasan mierda de elefante o ponen diamantes a las calaveras, al chico listo que escribe un libro ambicioso y al escritor mayor que se viste de blanco, al freak, al geek, al hipster, a los ganadores del premio Nobel y la beca MacArthur, a los empresarios exitosos, a los que sacaron un IQ superior a 150, al actor de moda, a la chica desprejuiciada que escribe una comedia televisiva que tiene buenos auspiciadores, al humorista que hace bromas políticamente incorrectas, al músico de garaje, al niño que se sabe las capitales del mundo y aprendió a leer a los tres años. La genialidad se ha convertido en un limbo tan grande que cabe el mismo infierno. La verdadera insolencia es ser mediocre porque incluso desaparecer levanta sospechas de genialidad.
En medio de esas tribulaciones me encontré -como un espejismo en el desierto- con estas frases de Pierre Michon sobre la genialidad de Arhur Rimbaud en Rimbaud el hijo. 
Dice:
"No le bastaban ya los éxitos del día del reparto; ya había cumplido estos su misión; habían nutrido en aquel corazón de ira una ambición brutal al tiempo que nacía en ese mismo corazón el inconcreto talento, pose o denodado empeño, al que se le daba por entonces el apelativo de el genio, ese atributo con visos de sobrenatural que nunca se plasma en una manifestación propiamente dicha, coronando la cabeza del hombre, ni en su cuerpo vivo y visible, y no es ni nimbo, ni vigor, ni belleza ni mocedad, y no obstante sí se manifiesta en resultados mínimos, y se evidencia en la perfección de breves fragmentos de lengua codificada y de longitud variable, en letras negras sobre fondo blanco. Sabido es que esos fragmentos suelen ser mínimos. Quienes los leemos no sabemos nunca si son perfectos o si durante la infancia nos soplaron al oído que eran perfectos, y también se los soplamos al oído a los demás, y así hasta el infinito; y quien lo escribe tampoco lo sabe, incluso lo sabe en menor grado, solo lo sabe en el momento en que empareja las varillas, en el momento en que estas, al encajar a la perfección igual que la espiga en la muesca, manifiestan una desabrida exultación, se cierran con un triunfante chasquido de mandíbulas, y se acabó. Y cada vez que se acaba el poeta, el poeta tiembla, a él están apresando las mandíbulas, la varilla lo ha dejado plantado y no sabe ya escribir, ni sabría aunque se hubiera pasado la vida, como el mariscal Hugo, alineando varillas, una debajo de otra, ni aunque fuese, lo mismo que lo era él, la mandíbula jubilosa del tiburón y el verso en persona. Así que tiembla como una rata, sentado ante su mesa; pero, cuando sale a la calle, pretende que los demás vean en torno a su cabeza algo así como un nimbo, y que se lo comenten: pues él no puede verlo personalmente. Y volviendo a la genialidad de Rimbaud, a esa concretísima ambición furibunda en un rincón perdido de las Ardenas, en lo hondo de un proyecto de hombre enfurruñado que era también y al tiempo amor puro - pues todo se mezcla y resulta bizantino y profuso como una teología antigua-, volviendo a esa genialidad, que del conflicto y el nudo bizantino es como si dijéramos emblema, no sabemos si la ambición es anterior a ella y la fomenta, o si la fuerza de denuedo la engendra, o sí, antes bien, la genialidad, desplegando las alas por puro milagro, se percata a posteriori de la sombrea que proyectan, de los hombres que acuden a ese espejismo y, a partir de ese momento, aquel que es juguete de ese atributo fantasmal y proyecta esa sombra se infatúa de ello, ansía acrecentarlo y se condena."
¿Puede acaso decirse algo más sobre ese atributo fantasmal o condena? ¿Puede decirse mejor? ¿Significa entonces que Michon es un genio o que ese párrafo es genial? No, nada de eso. Guardemos silencio ante el verdadero genio y reconozcamos con admiración al orfebre

El Nobel de Literatura cuenta con 195 aspirantes a ganar el premio en 2013

Un total de 195 escritores, de los que 48 no habían sido nominados antes, conforman la lista de candidatos a ganar el premio Nobel de Literatura en 2013, informó hoy la Academia Sueca

Alfred Bernhard Nobel. Cumpliendo su testamento, la Academia Sueca otorga los premios./Wikipedia./lainformacion.com

El número de aspirantes es menor que el del año pasado, cuando 210 escritores optaban al premio, que ganó finalmente el chino Mo Yan por unir en su obra el cuento, la historia y lo contemporáneo.
El secretario permanente de la Academia Sueca, Peter Englund, explicó que este año han aumentado las invitaciones enviadas a universidades africanas para que participen en el proceso de nominación, al igual que el año pasado se hizo con instituciones académicas de Estados Unidos.
El Comité Nobel de Literatura envía cada año en septiembre entre 600 y 700 cartas a personas e instituciones cualificadas para proponer candidatos al premio.
Entre quienes pueden nominar a candidatos figuran los miembros de la Academia Sueca o de otras organizaciones similares, profesores de Literatura y Lingüística de universidades, ganadores del premio y presidentes de sociedades de autores representativas en sus países.
El Comité del Nobel de Literatura tiene ahora unos dos meses para recortar a la mitad el número de aspirantes, que tras pasar varias cribas quedarán reducidos a los cinco finalistas.
De ellos saldrá el ganador, que cada año se suele anunciar, como el resto de los prestigiosos premios, a principios de octubre.

27.2.13

Muere Stéphane Hessel, el autor de 'Indignaos'

El exmiembro de la resistencia contra los nazis, exiliado y diplomático ha fallecido en la noche del martes al miércoles


Stéphane Hessel, ideólogo de los Indignaos / Getty Images./elpais.com


Stéphane Hessel, el autor del best seller ¡Indignaos! que dio origen al nombre del movimiento ciudadano de los indignados, ha fallecido esta noche a los 95 años, según ha anunciado su esposa, Christiane Hessel-Chabry.
Antiguo diplomático y defensor de los Derechos Humanos, Hessel vendió más de cuatro millones de ejemplares de ¡Indignaos! en casi 100 países desde que salió en octubre de 2010.
Nacido en Berlín en 1917, Hessel se convirtió en ciudadano francés después de que sus padres huyeran de la amenaza nazi y se instalaran en París. Durante la Segunda Guerra Mundial se enroló en la Resistencia, fue condenado a muerte y capturado por la Gestapo y deportado a los campos de concentración nazis de Buchenwald y Dora-Mittelbau.
Tras la guerra inició una carrera en la diplomacia y colaboró en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. Hombre de izquierdas y europeísta convencido, era famoso por sus ideas progresistas. Su libro ¡Indignaos! se convirtió en una suerte de guía para el movimiento español de los indignados nacido de las manifestaciones del 15-M en 2011.

Los aspectos históricos y actuales de la integración literaria de Brasil y América hispánica

La traducción ha sido uno de los aspectos tratados en un coloquio en Casa de América para trazar rutas para el futuro del intercambio entre los países iberoamericanos

Un grupo de niños ensaya en el Royal Opera House de Río de Janeiro. / Ricardo Morães./elpais.com
 
La rica tradición del intercambio literario entre la América hispánica y Brasil ha sido debatida el lunes en Casa de América en el coloquio Brasil y América hispánica: rutas del siglo XXI. Aspectos históricos y actuales de esta relación fueron aportados por los profesores y escritores Julio Ortega y Aldo Mazucchelli, de la Universidade de Brown, el periodista y académico Juan Luis Cebrián, presidente de PRISA, editora de EL PAÍS, y por el profesor y traductor Rômulo Monte Alto, de la Universidade Federal de Minas Gerais. Los siguientes son algunos de los temas clave debatidos:
Reto brasileño
“El papel de Brasil en el siglo XXI en una comunidad luso-hispana viene determinado por el hecho de que no tenemos el dinero y la tecnología, pero tenemos la cultura, que es poderosa y está influyendo en un potencias militares y económicas como los Estados Unidos", Juan Luis Cebrián
Integración cultural
“En este siglo, los jóvenes de cualquier país comparten el mismo lenguaje y, por ello, herramientas equivalentes. Este es el contexto en el cual la relación entre Brasil e Iberoamérica podría producirse”, Julio Ortega
“El conocimiento de Brasil sobre la cultura hispánica es mucho más grande que la de nosotros sobre ellos. Necesitamos desarrollar la idea de una comunidad luso-hispana, una unificación cultural", Juan Luis Cebrián
Literatura
“Brasil ha sido siempre una de las fuentes de nuestro optimismo, una suerte de espejo mágico donde, casi siempre, nos hemos visto mejores”, Julio Ortega
“La aparición de un par de críticos literarios brasileños y de obras de gran integración como estudios y trabajos que unen las dos culturas fueron esenciales para el acercamiento entre los dos mundos. Rubén Darío es un personaje que marca la comprensión y la incomprensión de la cultura brasileña”, Aldo Mazzucchelli
La literatura brasileña, y también la española, es uno de los instrumentos más refinados de la modernidad. Esta noción de que la novela es una fuente de la identidad latinoamericana es producto de los años 70, porque antes, las fuentes de identidad eran la raza, las ideologías, la política y las clases políticas. Hoy en día hay más diálogo entre los países por medio de la novela, pero quizás en el futuro no sea así”, Julio Ortega
“Algunos de los primeros registros hispánicos sobre Brasil mencionan el hecho de que el país, por su topografía, estaba abierto al Atlántico. Se mencionaba la lengua y las desconfianzas en la época del Imperio, y también una especie de fascinación por lo genuino de la naturaleza y una exaltación del exotismo”, Aldo Mazzucchelli
Traducción
“Nuestras literaturas tienen tiempos bastante distintos. En Brasil, nuestra relación con el libro es más tenue. El papel de la traducción es hacer que la palabra suene en el idioma de uno. Es una preocupación que ya tenía Guimarães Rosa, pues acompañaba muy atentamente sus libros lanzados en el Extranjero”, Rômulo Monte Alto.

Brasil se reivindica como potencia cultural para un mundo global


No todo lo que brilla es oro

Un escritor que deja de publicar y se dedica a componer retratos escritos es el eje de lo nuevo de Alessandro Baricco

Alessandro Baricco, escritor italiano. Trabajó en cine, televisión y teatro/Revista Ñ
En noviembre del año pasado, el eterno candidato al Nobel de literatura Philip Roth produjo un pequeño cismo en las placas tectónicas del mundo literario: anunció que dejaría de escribir. Y lo hizo, como no podía ser de otro modo, escribiendo.
Mr Gwyn, la última novela del italiano Alessandro Baricco, autor –entre otras obras premiadas– de Seda (un long seller que fue llevado al cine en el 2007 y lo convirtió en una celebridad) comienza con una nota publicada en una prestigiosa revista literaria por un escritor de gran popularidad que enumera cincuenta y cuatro cosas que no va a hacer nunca más. Las últimas dos son: escribir otra novela y publicar.
Que Philip Roth le aguara el argumento, superando con hechos reales el poder de la ficción, no constituiría un problema, si no fuera porque Baricco se encarga sólo de diluir con grandes dosis de superficialidad y lugares comunes su propia historia.
El escritor en cuestión se llama Mr. Gwyn, nombre que le da título al libro. Y salvo por las afirmaciones retóricas del autor, y de la enorme admiración que le profesa su agente literario y amigo Tom, no hay otro dato que deje claro por qué se supone que es tan brillante y reconocido. Las ideas que despliega son presentadas como grandiosas, pero no pasan de apenas ingeniosas y, en rigor, poco originales: una de ellas es escribir una guía de las mejores lavanderías de Inglaterra. La otra, la que da pie a la trama de la novela.
Mr. Gwyn, después de jurar sobre sí mismo que jamás volverá a publicar una novela, comienza a sentirse irremediable y literalmente perdido. Empieza a experimentar una especie de delirio, durante el cual conversa con una señora que conoce un día pero después resulta que está muerta, y se desorienta en la calle a tal punto que tiene que pedirle a su agente que lo rescate para conducirlo de vuelta a su casa. Tom, que está postrado en una silla de ruedas, manda a Rebeca, su secretaria, y este encuentro resultará decisivo.
Luego de pasar por casualidad por una galería de arte, Mr. Gwyn se detiene frente a la obra de un artista que fotografía personas comunes y corrientes completamente desnudas. Y es ahí cuando se le ocurre la “brillante” idea de realizar retratos. Retratos escritos. Retratos que no constituyan una descripción física de las personas, sino que reflejen algo de su esencia. Para ello, desplegará una puesta en escena que incluirá un estudio medio derruido pero pintoresco, una banda de sonido y una iluminación especial. Pero antes de poner en práctica su nuevo negocio –porque de eso se trata– necesita probar que eso que se propone es posible. Entonces contrata a Rebeca, para realizar su primer retrato.
Baricco demora la mitad del libro para llegar hasta acá y, hasta entonces, quedan esperanzas de que cumpla lo que viene prometiendo. Pero una vez que el escritor dentro de la novela comienza el experimento, que los pocos allegados consideran descabellado y terriblemente excéntrico, las ideas de Baricco empiezan a chocarse, como en un laberinto sin salida, e intentan escapar del atolladero de la peor forma: desesperada, nerviosa e incongruente. Rebeca, que hasta entonces era un personaje secundario, se convierte en la protagonista, las peripecias de ambos personajes se aceleran y concluyen en un final melodramático trillado.
Una pena: Mr Gwyn podría, si quisiera, pertenecer a esa constelación de escribas que la ficción creó para reflexionar sobre la relación entre creación y escritura, mundo y conocimiento: los enormes e insaciables Bouvard y Pecuchet de Gustave Flaubert, y el Bartleby de Melville, pero no lo logra.

La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes recibió el Premio Stanford

 El galardón reconoce la innovación en bibliotecas virtuales de investigación de cualquier parte del mundo

AUTORIDADES. La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes está presidida por Mario Vargas Llosa./Revista Ñ

La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes y la Biblioteca Nacional de Francia han obtenido el Premio Stanford para la Innovación en Bibliotecas de Investigación (Spirl), mientras que la Universidad Griffith de Australia y la Biblioteca Pública de Nueva York han recibido menciones de mérito. El galardón, al que optaron 24 propuestas, premia programas, proyectos y servicios pioneros desarrollados por las bibliotecas de investigación de cualquier lugar del mundo.
El premio para la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes es un reconocimiento por sus contenidos de primera calidad, entre los que destacan sus ediciones críticas integrales, utilizadas por la comunidad investigadora mundial. La organización subrayó que la Cervantes cumple con los retos de las bibliotecas digitales mediante un diseño abierto y enfocado a usuarios que se guían por una arquitectura orientada hacia los servicios y con un soporte de desarrollo en código abierto ("open-source").
El jurado del Premio Stanford para la Innovación en Bibliotecas de Investigación estuvo presidido por Lady Lynne Brindley, exdirectora ejecutiva de British Library. Y estuvo compuesto por Charles Henry, presidente de la organización profesional Consejo de Bibliotecas y Recursos Informáticos, con sede en Washington, y Richard Luce, vicepresidente adjunto para investigación y decano de las bibliotecas de la Universidad de Oklahoma. Además de Elisabeth Niggemann, directora general de la Biblioteca Nacional de Alemania; Ann Okerson, consejera experta sobre Estrategias Electrónicas del Centro para las Bibliotecas de Investigación (con sede en Chicago); Dr. Dongfang Shao, jefe de la división para Asia de la Biblioteca del Congreso, y Karin Wittenborg, bibliotecaria universitaria de la Universidad de Virginia.
La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes fue creada en 1999 por iniciativa de la Universidad de Alicante, el Banco Santander y la Fundación Botín. En 2001 se constituyó la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que, desde entonces, trabaja para convertir a este gran acervo digital en el referente de las letras hispánicas en internet.
Presidida por Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, su vicepresidente es el Rector de la Universidad de Alicante, Manuel Palomar.

Panamá y el Instituto Cervantes firman un acuerdo para el Congreso de Lengua Española

El Gobierno de Panamá y el Instituto Cervantes firmaron el acuerdo para la celebración del VI Congreso Internacional de la Lengua Española del 20 al 23 de octubre en la capital panameña, bajo el lema El español en el libro: del Atlántico al Mar del Sur y con la presencia de los Reyes de España

Panamá y el Instituto Cervantes firman un acuerdo para el Congreso de Lengua Española./lainformacion.com

El convenio fue suscrito por la ministra panameña de Educación, Lucy Molinar, y el director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, en presencia del director de la Real Academia de la Lengua Española, José Manuel Blecua.
García de la Concha declaró a Efe que los Reyes de España "estarán aquí" en Panamá para presidir el Congreso Internacional, como siempre lo han hecho desde que se celebró el primero de ellos, en 1997.
"Los Reyes estarán aquí, en este caso, porque también coincide con la Cumbre Iberoamericana", que se realizará el 18 y 19 de octubre próximo, dijo para añadir que aunque no coincidieran, los Reyes "se desplazarían para presidir el congreso" de la Lengua.
Tanto la Cumbre Iberoamericana como el Congreso Internacional de la Lengua se enmarcan en la conmemoración en Panamá del V Centenario del descubrimiento del Mar del Sur (océano Pacífico) por el español Vasco Núñez de Balboa.
El director del Instituto Cervantes dijo que la realización de los congresos internacionales de la Lengua ha sido decisiva para que los "hispano hablantes" tomen conciencia de la riqueza que supone la lengua española, así como de la responsabilidad que tienen como "copartícipes y codueños" de la misma.
"Cada generación ha ido recibiendo el patrimonio enriquecido de la lengua, y la responsabilidad de la actual es la de entregar a la generación de nuestros hijos y nietos una lengua enriquecida", señaló García de la Concha tras la firma del acuerdo.
Sobre el tema de los libros y el desarrollo tecnológico, el director del Instituto Cervantes afirmó a Efe que el mundo vive ahora un "cruce de sistemas", donde el libro de papel encuentra una nueva alternativa ello para "ensanchar" todavía más el camino de la comunicación.
El "libro digital" no debe asustarnos porque el "libro de papel", de alguna manera, quedará, y todo lo demás debe tomarse como un enriquecimiento, añadió García de la Concha.
Al VI congreso internacional de la Lengua Española, promovido además por la Asociación de Academias de la Lengua, asistirán unos 200 expertos de Guinea Ecuatorial, Filipinas, Estados Unidos, Brasil, Japón, Francia, Italia, Portugal y del Reino Unido, según la información oficial.
Blecua apuntó que los participantes podrán analizar el asunto del libro desde varias perspectivas, entre las que mencionó la relación del libro con la lectura y los mundos culturales; la industria del libro y la propiedad intelectual; la relación que existe entre el libro, la lectura y la educación; y el libro entre la creación y la comunicación.
La ministra Molinar dijo por su parte que el foro del próximo octubre es una nueva oportunidad que recibe Panamá para dar un salto "cualitativo" en la consolidación de todo el proceso de enseñanza y manejo del idioma español.
Los congresos de la Lengua se han celebrado desde 1997 en Zacatecas (México), Valladolid (España, 2001), Rosario (Argentina, 2004), Cartagena (Colombia, 2007).
El Congreso de Valparaíso, Chile, en 2010, fue suspendido debido al terremoto que el 27 de febrero de aquel año sacudió al país suramericano.
"El V Congreso Internacional con el lema de la poesía, que era el que tenía Chile, quedará en los anales como celebrado virtualmente en Valparaíso, sobre todo por deferencia a un país que lo pasó muy mal con el terremoto", dijo en noviembre de 2011 Carmen Caffarel, entonces directora del Instituto Cervantes.

26.2.13

Narrar el duelo

Piedad Bonnett publica un hermosísimo y desgarrador testimonio sobre la muerte de su hijo Daniel.  Ella habló sobre los tres estigmas que atraviesan la obra: enfermedad mental, suicidio y fracaso

Piedad Bonnett publica un hermoso y desgarrador testitomio sobre lamuerte de su hijo Daniel./revistaarcadia.com

 


Desde el momento en que su hijo menor, de veintiocho años, murió en Nueva York el 14 de mayo de 2011, Piedad Bonnett acordó con su familia que no ocultarían la circunstancia del deceso: “Daniel no ha muerto plácidamente en su cama, adormecido con calmantes, como todos soñamos morir –escribe en su libro Lo que no tiene nombre, que Alfaguara lanza el 8 de marzo– sino que ha saltado desde el techo de un edificio de cinco pisos para ir a estrellarse sobre el asfalto. Sus amigos, nuestra familia, las mujeres que lo quisieron, necesitan una explicación de esta tragedia brutal, intempestiva, aparentemente absurda, y sin duda agradecerán la verdad desnuda”. Y por eso decidió pronunciarse también sobre la esquizofrenia, enfermedad que, en palabras de Bonnett, “precipitó el suicidio”.
Daniel, artista plástico, estaba cursando una maestría en la Universidad de Columbia. Lo que no tiene nombre narra cómo llegó la enfermedad a abatirlo, a pesar de las múltiples batallas que libró junto con su familia, y se vuelve así el desgarrador intento de una escritora por comprender, como madre y como intelectual, la red de eventos previos a la muerte de su hijo. Pero el libro también es una reflexión sobre la escritura como forma de hacer el duelo y un recorrido por el duelo mismo de su autora.
Bonnett escribe: “Siento de pronto que Daniel se me escapa, que lo he perdido, que de momento no me duele. Me asusto, siento culpa. ¿Es que acaso he empezado a olvidarlo? ¿Es que ingresa ya al pasado, que empieza a desdibujarse? Entonces cierro los ojos y lo convoco con desesperación, lo hago nacer entre la bruma de la memoria, lo hago realidad de carne y hueso”.
En una conversación con María Jimena Duzán usted decía que el dolor de madre ante la muerte de un hijo no tiene nombre. Luego de escribir este testimonio, ¿sigue pensando lo mismo?

Sigo pensando que hay realidades para las que no hay palabras, lo cual no quiere decir que no sea legítimo intentar verbalizarlas. Pero para contestar mejor su pregunta, quisiera usar lo que en una entrevista reciente dijo el escritor israelí David Grossman, quien después de perder a su hijo Uri en la guerra, hizo su duelo escribiendo Más allá del tiempo: “Descubrí que la muerte es hermética, no la puedes penetrar ni entender, pero creo que la escritura es la única forma en la que al menos la podemos rasguñar”.
¿Cómo entiende una persona que ha dedicado toda su vida al trabajo con las palabras que hay realidades a las que el lenguaje no puede llegar?

Siempre hay y habrá una brecha entre las palabras y las cosas, como lo plantea Foucault. Cada vez que el poeta escribe poesía, por ejemplo, batalla contra esa insuficiencia de las palabras. A veces, claro, se logra iluminar con ellas, así sea fugazmente, la realidad, que siempre es ambigua, misteriosa y compleja, y que a menudo nos escamotea su sentido.

¿Cuándo empezó a escribir Lo que no tiene nombre? ¿Cuánto tiempo le tomó terminarlo?

Un mes después de la muerte de Daniel, mi marido y yo nos fuimos a Italia, tratando de distraer un poco la pena. Durante el viaje releí el libro que el inglés A. Álvarez escribió sobre el suicidio y tomé abundantes notas en mis libretas sobre mis recuerdos, mis pensamientos y reflexiones sobre la vida de Daniel, sin saber muy bien para qué. Luego alguien me habló del libro que Joan Didion escribió sobre la muerte de su marido y su propio duelo. Al leerlo, sentí la necesidad de hacer algo semejante. Mientras escribía, leí muchos otros libros: el de Michael Greenberg, sobre el momento en que su hija de quince años enloquece; el de Peter Handke, sobre el suicidio de su madre; el de Mary Jo Bang, sobre la muerte de su hijo por sobredosis; el de Jean Améry, un filósofo austriaco, sobre el derecho al suicidio. Leí también mucho sobre la enfermedad mental. Escribir Lo que no tiene nombre me llevó, contando las muchas reescrituras, más o menos quince meses.
Comentaba que escribir este libro no era una forma de hacer el duelo pero que, sin embargo, la escritura le permitía recordar, hacer las paces con muchas cosas, comprender. ¿Con qué quería hacer las paces exactamente?
Con la vida, que a menudo nos parece tan injusta, para no ir a caer en la amargura o en la desesperación.

¿Y cómo entiende ahora Lo que no tiene nombre? Si no es una forma de duelo, ¿qué es?

Escribir este libro sí fue, ahora lo comprendo, otra forma de hacer el duelo. Pero, por supuesto, es más que eso. Lo que hago no es ficción, pero es literatura: una narración sobre una lucha y una derrota, que entraña una reflexión sobre la muerte, el duelo y eso que a veces llamamos destino. Pero es también un texto que quiere hacer abrir los ojos sobre muchas realidades que esta sociedad soslaya o deforma: la enfermedad mental –esa gran desconocida–, el suicidio, las prácticas médicas, la idea del éxito y el fracaso.
Hablemos entonces de esos estigmas, empezando con la enfermedad mental. Hay mucha ignorancia y temor alrededor de la esquizofrenia. Para el neurólogo Frederick Plum, esa enfermedad es “el cementerio de los neuropatólogos”, queriendo decir con esto que nadie ha entendido ni podrá entender del todo sus causas.

Mi experiencia, que nace no solo de vivir con Daniel sino también de lecturas y de conocimiento de otros casos, me permite decir que, ante todo, se trata de una enfermedad física. Eso la gente parece olvidarlo. Algunas personas tienen diabetes o lupus, otras esquizofrenia. La esquizofrenia nace de una deficiencia grave del funcionamiento cerebral, de una disfunción de los sistemas de neurotransmisores que implica cambios de comportamiento que asociamos con la locura. Pero además, hay múltiples grados y variantes de la enfermedad. Cada enfermo es distinto. Daniel era un muchacho completamente funcional, que estudió una carrera, tuvo un trabajo, hizo amigos, amó y fue amado. Tuvo siempre perfecta consciencia de la gravedad de su mal y, por tanto, cargaba un gran dolor.
La esquizofrenia suele presentarse hacia el final de la adolescencia o al principio de la adultez. El paciente, entonces, descubre que es habitado, invadido por otro. Y los padres tienen que aceptar que el hijo que conocían ya no es el mismo. Pero yo me pregunto si es posible disociar la enfermedad del ser. ¿La enfermedad oscurece, elimina al individuo? O, por el contrario, y al ser una realidad esencial y permanente de quien la padece, ¿es parte de su identidad?
La enfermedad puede poner máscaras. Y puede llegar a desdibujar por completo al individuo que alguna vez fue sano. Pero hay casos de casos. En Daniel permaneció siempre una personalidad reconocible, con sentido del humor, enorme sensibilidad y gran capacidad intelectual y crítica. Y, por supuesto, hay un porcentaje de enfermos como él. Es célebre el caso de John Forbes Nash, premio Nobel de Economía en 1994, quien aprendió a vivir con sus alucinaciones. Y también el de Elyn Saks, profesora de Leyes de la Universidad de Southern California, quien recientemente publicó un libro sobre cómo ha podido controlar su enfermedad y hacer una vida que incluye amor y trabajo.
Lo que no tiene nombre muestra que la escasa simpatía por parte de los médicos fue una constante en su experiencia…
Daniel tuvo durante cuatro años un excelente psiquiatra, con quien estamos muy agradecidos: él hizo de la suya la mejor de las vidas posibles para sus circunstancias. Pero en todos esos años de lucha nos encontramos también con mucha incompetencia, insensibilidad, ambición económica y frialdad. Es algo que muestro muy concretamente en el libro.
Escribe: “No puedo dejar de asociar el convencimiento del enfermo de que el mundo le habla, con la pretensión de los poetas de poder ‘leer’ las señales del mundo para luego ‘traducirlas’ en ritmos y en imágenes. Y me duelo del horrible parloteo del universo en los oídos de mi hijo y de saber que lo que para mí ha sido siempre un gozoso ejercicio de inmersión en la realidad, al agigantarse en su cabeza era para él tortura infernal, fuente de miedo”. La esquizofrenia, entonces, está en un terreno de dolor y terror, atravesado, además, por la vergüenza y la culpa…
Pero para mí, el dolor comienza cuando debemos aceptar que el mal existe, que es para siempre, y que comienza, muy probablemente, una despedida. Eso lo sabe la familia y a veces el enfermo, que teme perder lo que considera su verdadero yo, y el dolor es inmenso. Por el estigma social, él siente vergüenza de su enfermedad y la oculta; si la confiesa probablemente pierda el trabajo, los amigos, el amor. Y ese secreto debe ser respetado: eso fue lo que hicimos. En cuanto a la culpa, creo que no existe para la familia cuando se ha dado apoyo, amor, solidaridad. Yo no tengo culpa. Si acaso, algo así como una culpa cósmica, la que nace de ver cómo sufre alguien a quien se trajo a la vida. Pero el enfermo que tiene una buena dosis de lucidez sí suele sentir culpa, porque los tratamientos son costosos, porque sus crisis crean dolor en los que lo quieren, porque su mal es a veces incapacitante.
Dice en el libro que a su hija Renata le gusta pensar que Daniel no se arrojó del edificio sino que voló para liberarse de su sufrimiento. La pregunta es por el conflicto entre alivio y duelo.

Lo que puedo decirle es que si Daniel escogió la muerte es porque para él, en ese momento, significó un alivio. Y en esa medida aceptamos y respetamos su suicidio. Lo cual no quiere decir que no haya un dolor infinito frente a su muerte. El dilema que usted plantea y que plantea la vida es en verdad atroz: ver que la vida de Daniel estaba atravesada por el sufrimiento nos llenaba de dolor, como nos llena de dolor haberlo perdido. Yo nunca perdí la esperanza de que él pudiera tener una vida que, aunque dura, tuviera muchos momentos felices, como la que tuvo durante algunos años, y habría dado lo que fuera por ayudarle a conseguirla.

¿Cambiaron la enfermedad y el suicidio su visión del mundo, de la vida y de la muerte?
Después de la muerte de Daniel, mucha gente me ha abierto su corazón y he descubierto que la enfermedad mental y el suicidio están más cerca de nosotros de lo que pensamos, pero de manera oculta. Pero no puedo decir que mi visión del mundo o de la muerte haya cambiado mucho. La experiencia sí, porque no ha habido muchas muertes cercanas o definitivas en mi vida. Ahora encuentro que no hay una realidad más extraña y perturbadora que la muerte.
Para el psiquiatra y escritor Andrew Solomon, el sufrimiento que trae la esquizofrenia es incesante y singularmente infructífero, tanto para el paciente como para su familia. ¿Está de acuerdo?
No. Tal vez en los casos más dramáticos, donde hay una enajenación total, sea así. Pero muchos artistas esquizofrénicos han encontrado en el arte una tabla de salvación y en sus visiones un camino revelador. Para las familias, la enfermedad puede ser también un motivo de unión, de sensibilización, de comprensión más amplia de la existencia.

Este sufrimiento incesante, que no da frutos, me hace pensar en El mito de Sísifo, el ensayo de Albert Camus, y el planteamiento del suicidio como único problema filosófico que importa. En ese libro, Camus habla del suicidio como obra de arte. ¿Puede hoy, luego de la muerte de Daniel, verlo así?

No. La frase de Camus es demasiado literaria. El suicidio es una decisión dolorosa que nace de no encontrar alternativas. No es un performance, aunque a veces, desde afuera, parezca así.

Ese ensayo también presenta el suicidio como una confesión. Para Camus, matarse significa “confesar que la vida es demasiado para uno o que uno no la entiende”. O confesar que no vale la pena la molestia. A. Álvarez, por su parte, habla del suicidio, también como una confesión, pero específicamente como una confesión de fracaso. ¿Qué opinión le merecen ambas aproximaciones al suicidio?

Como dice Camus, un suicidio es la más desgarradora de las confesiones. Muchas veces, además, una confesión silenciosa: de impotencia, de cansancio, de rendición. En mi concepto, un suicidio es muchas veces una salida honrosa. Puede ser, también, una confesión de fracaso ante una batalla perdida. Pero jamás un fracaso en el sentido convencional en que esta sociedad entiende el término. Se suele esperar que la gente transite por los mismos caminos, y el que no lo hace –o no se casa o no tiene hijos o no va tras una meta profesional o no construye un patrimonio– es, a los ojos de muchos, un fracasado.

Durante la escritura, ¿tuvo miedo de lo que usted misma llama “impudor confesional”?

Claro que sí. El impudor confesional me parece que abochorna al lector. Me pregunté siempre, como Doris Lessing en sus memorias, “cuánta verdad contar” para no caer en la truculencia o el impudor y, sobre todo, para no maltratar la memoria de Daniel ni la sensibilidad de mi familia. Y siempre consciente de que la literatura lo que hace es pasar las confesiones por la criba del lenguaje, convirtiéndolas en arte, en experiencia universal.

¿Para usted este libro es más confesión o testimonio?

Es un testimonio literario que entraña unas confesiones dolorosas sin las cuales el libro no podría existir.

“Y escribo, escribo, escribo este libro, tratando de cambiar mi relación con el Daniel que ha muerto, por otro, un Daniel reencontrado en paz”. ¿Pudo hacerlo?
Parte de escribir este libro fue revivir un proceso doloroso de años. Ese ejercicio me permitió alcanzar serenidad, convivir con su memoria de una manera menos dolorida. Creo que la escritura permite exorcizar, sublimar, sanar.
Daniel pintaba. Menciona en el libro un autorretrato que hizo cuando tenía veinte años “y el sufrimiento comenzaba a arrasarlo: allí se ve con el brazo derecho cruzado sobre el pecho, los ojos entre tristes y enojados, y un rictus desesperanzado en la boca”. ¿Cómo se influyeron ambos, madre e hijo, como artistas?
En el terreno de lo intelectual tuvimos siempre una comunicación muy fluida e intensa. Fui yo la que, muy tempranamente, descubrí su talento para la pintura y el dibujo, y lo impulsé a tomar clases. Luego, en su época universitaria, teníamos largos diálogos sobre aspectos teóricos del arte, textos literarios o problemas prácticos que él enfrentaba en su obra. A su vez, Daniel me ponía al día en temas musicales. Nos enseñamos el uno al otro y, de alguna manera, nos influimos.
Pienso ahora en Peter Handke y su Desgracia impeorable. Él habla ahí del peligro de que, “sin dolor alguno, una persona desaparezca entre frases poéticas”. ¿Comparte su temor?
Claro que sí. Sería el peor de los horrores convertir la muerte de un hijo, su tragedia, en retórica o falso lirismo. La literatura existe para dar vida. Otra cosa sería una traición a los dos: al hijo y a la literatura.