16.5.13

¿Qué tiene el 'El gran Gatsby' que a todos enamora?

Ocho escritores y periodistas dan las claves sobre el éxito de la obra de Scott Fitzgerald en sendos apartados: personajes, época, economía, moda, música, arquitectura...


Portada original de El gran Gatsby, publicada en 1925.
El gran Gatsby nunca deja de enamorarnos 
Por CLARA SÁNCHEZ. Francis Scott Fitzgerald decía que la vida es un asunto romántico y por eso seguramente logró maravillarnos con uno de los personajes más perdedores y al mismo tiempo más triunfadores y soñadores que ha dado la literatura por libros como 'El gran Gatsby'. Jay Gatsby es el nuevo héroe del siglo XX, hecho a sí mismo sin demasiados escrúpulos. Es un fronterizo, un aventurero, pero también un romántico, alguien capaz de arriesgarse hasta las últimas consecuencias por ir detrás de un simple brillo. Y ese brillo es Daisy Buchanan, traslúcida como la ternura, bella como sus vestidos, su casa y su hijita, y tan aparentemente frágil como los diamantes. En medio del calor del verano derrama su mirada lánguida sobre un Gatsby que acaba de salir de las tinieblas con una deslumbrante mansión, buenos trajes, champán, coches, flores, con todo lo que hace juego con la risueña voz de Daisy "llena de dinero". Pero la distancia es abismal, una profunda herida, porque Daisy y su marido respiran un dinero tan antiguo como el fondo de los mares y no recién llegado como el de Gatsby. La novela se publicó en 1925, en el optimista y alegre corazón de la era del jazz, en que "un centenar de pares de zapatos de plata y oro levantaban un polvo luminoso". Desolada, irónica, poética, cruel, tierna y hermosa hasta lograr hacer de la frivolidad y de las enormes gafas del doctor T.J. Eckleburg dos trágicos referentes de la vida contemporánea. También Scott Fitzgerald tenía algo de su personaje. A los veinticinco años ya era un escritor de éxito y, sin embargo, se dejó devorar por la euforia del tiempo que le tocó vivir, por su mundo, por sus sueños.

Francis Scott Fitzgerald, autor de El Gran Gatsby.

El escritor que lo tuvo todo en las manos
Por ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS. Francis Scott Fitzgerald nació el 24 de septiembre de 1896 en Saint Paul (Minnesota) y murió el 21 de diciembre de 1940 en Beverly Hills (Los Ángeles), donde sobrevivía trabajando como guionista de Hollywood y venciendo su adicción al alcohol. Tenía 44 años pero parecía un anciano. Con veinte años lo había tenido todo en sus manos pero ya no le quedaba nada excepto terribles deudas, una mujer loca y la convicción de que él y su proyecto literario había fracasado estrepitosamente. La suya es una de las biografías más tristes de la historia de la literatura, a la que brindó, sin tener tiempo para recoger sus frutos, algunas de sus páginas más brillantes. “Todo buen escritor nada por debajo del agua y aguanta la respiración”, le escribió a su única hija, Frances Scott Fitzgerald . Por aquel entonces él ya sabía que se había desmoronado antes de tiempo, pero que tenía la obligación de seguir: “La prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y seguir conservando la capacidad de funcionar. Uno debería, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y, sin embargo, estar decidido a hacer que sean de otro modo”, escribió en su testimonial El Crack up. Fitzgerald simboliza como ningún otro escritor de la Generación Perdida el descalabro de la sociedad norteamericana de entreguerras, su profunda crisis de valores, su euforia inicial y su demolición final. Aquel joven estudiante de Princeton que solo lamentaba no ser mejor jugador de fútbol, reconoció que provenía de un tiempo ya caduco. Malgastó su talento y sus fuerzas intentado vencer a la implacable ofensiva del fracaso, convencido de que la felicidad había estado en sus manos pero la había dejado escapar sin remedio.

En la imagen de izquiera a derecha: Tobey Maguire (como Nick Carraway), Leonardo DiCaprio (Jay Gatsby) y Carey Mulligan (Daisy Buchanan) en la nueva versión cinematográfica de El Gran Gatsby, de Baz Luhrmann.
 Los sueños de un soñador y sus amigos
Por GUILLERMO ALTARES. El secreto de 'El gran Gatsby' está en Gatsby. “Si la personalidad es una serie ininterrumpida de gestos logrados, entonces había en Gatsby algo magnífico, una exacerbada sensibilidad para las promesas de la vida”, escribe el narrador, Nick Carraway, en la primera descripción del personaje central de la gran novela americana de Scott Fitzgerald. “Era un don extraordinario para la esperanza. Fue lo que le devoraba, el polvo viciado que dejaban sus sueños”. El misterio que rodea a Gatsby, el origen desconocido de su fortuna, sus fiestas, su obsesión por Daisy mientras contempla las luces al otro lado de la bahía, es el motor del relato, la fuerza que arrastra esta novela incesantemente hacia el futuro. Gastby encarna como ningún otro personaje la energía vital de la esperanza, que sin embargo acaba por resultar destructiva, y a la vez la incógnita de una época que todavía no es consciente de que lo peor está por venir. A lo largo del relato, Carraway, el narrador, un buen chico del Medio Oeste, se ve empujado al mundo de Gatsby y en este viaje va perdiendo sus propios anhelos. “Cumplía treinta. Ante mí se extendía el camino portentoso y amenazador de una nueva década”, escribe. Esa década son los años treinta, en los que desemboca la ingenuidad perdida de Carraway.
Robert Redford, como Gatsby, en la versión de Jack Clayton, 1974, delante del Rolls Royce Phantom 1 Ascot Tourer de 1928.

Rutilancia y desigualdad
Por JOAQUÍN ESTEFANÍA. La obra de Fitzgerald es una novela de clase en la que el dinero sirve para comprar la distancia social con el fin de marcarla mejor. Trata de muy pocos personajes de la clase elevada y de un testigo que se asimila a ellos. En el libro no aparece la mayor parte de la sociedad americana, la que tuvo que emplearse en combatir durante la Primera Guerra Mundial: es como si no existiera. El autor describe los excesos de los felices veinte, cuya burbuja, explotada, dio lugar a la Gran Depresión de tres lustros después. Jay Gatsby, el caballero que reina sobre West Egg, es el arquetipo de una época dominada por los excesos sociales, las grandes diferencias, el gansterismo y la corrupción política generalizada que acabó en la mayor crisis del capitalismo de todos los tiempos. Fitzgerald tiene la técnica literaria de fijarse en uno de los dos extremos de la sociedad, el de la gente bonita, riquísima, las mansiones, los criados fieles, la rutilancia de las noches sin mesura, en definitiva, el mundo de los ricos. Es la imagen del esplendor y de las élites de Pareto. Casi nueve décadas después de aquello, la sociedad de los extremos y de la polarización han vuelto a Estados Unidos, tras el paréntesis del New Deal y su influencia en la sociedad americana

Fotograma de El gran Gatsby, dirigida por Baz Luhrmann, en 2013.
 El espíritu del tiempo 
Por JOSÉ ANDRÉS ROJO. 'Hermosos y malditos'. Así tituló Francis Scott Fitzgerald una de sus novelas. Y así fueron sus personajes. Les tocó vivir una época en que las cadenas del pasado se han enmohecido ya y todavía no te agarran los invisibles lazos de un tiempo nuevo. Así que todo parecía posible. Tocaba bailar. Tocaba arreglarse y ver en el espejo reflejada esa extraña belleza que irradia quien se encuentra ebrio de vida. El dinero, el éxito y la fama estaban a la mano con solo mezclar las dosis adecuadas de coraje y audacia. Y los excesos formaban parte del itinerario que se tenía que recorrer para certificar que se había alcanzado la dicha. Lo que acaso resultaba más difícil percibir era la fuerza de la corriente y, de pronto, se encontraron al borde del precipicio. Era cuestión de dar un paso para caer en la ruina y la enfermedad. Fíjense en Scott y Zelda, arrastrados por una arrebatadora pasión y torpes, inmensamente torpes, a la hora de administrar sus recursos, su energía, su futuro. Estuvieron flotando sobre una ola y un día descubrieron que conducían un coche averiado. La fiesta había acabado.

Fotograma de El gran Gatsby, de Luhrmann.
Las ‘flappers’, un patrón vigente  
Por PALOMA ABAD. Con el fin de la Primera Guerra Mundial se inició una década en la que el mundo occidental se dedicó a celebrar el simple hecho de estar vivos. El armario femenino, tras cuatro años de guerra, estaba listo para ser alimentado de la forma más ostentosa posible. Además, había que añadir el factor de la autosuficiencia: las mujeres (trabajadoras ya) se negaban a renunciar a la libertad adquirida durante los tiempos difíciles, cuando los varones se habían tenido que ir al frente. Si alguien representó ese sentir independiente fueron las flappers, jóvenes emancipadas que huían del constreñido corsé y preferían, en su lugar, vestidos vaporosos, de corte recto (resultaban fáciles de replicar en casa con una máquina de coser) y cortados a la altura de la rodilla. Esa fue la silueta que propusieron y popularizaron Paul Poiret, Jean Patou o Coco Chanel. Las flappers fueron mujeres enigmáticas y liberadas, que se mantuvieron fieles a su propio patrón hasta el colapso de la bolsa en octubre de 1929: sus noches de humo y bailes estaban indiscutiblemente acompañados de tacones anchos y con hebilla, collares largos de perlas, tocados de plumas y boquillas largas para fumar cigarros. Casi 100 años después, las casas de moda -desde Gucci a Ralph Lauren, pasando por la propia maison Chanel- siguen tomando como referencia estética esa breve década rendida al hedonismo.

Fotograma de El gran Gatsby de de Luhrmann.
La banda sonora de la felicidad  
Por IKER SEISDEDOS. El director de cine Baz Luhrmann acostumbra a actualizar la música y los ambientes de sus películas ('Romeo + Julieta' o 'Moulin Rouge') jugando a la gamberrada posmoderna. Gatsby no es una excepción a su regla. Su versión del clásico de Francis Scott Fitzgerald se acompaña de una banda sonora cuyo productor ejecutivo es el emperador del rap Jay-Z y cuenta con la consabida ración de estrellas del momento (Lana del Rey, Fergie o Jack White). Más allá de la jugada comercial, la elección juguetea con la iconoclastia al adornar con estridencias de radiofórmula un texto normalmente asociado a los ritmos sincopados del jazz de los años 20. “Un tiempo para los milagros, para el arte, para los excesos, una edad para la sátira”, como escribió Scott Fitzgerald en su libro Cuentos de la era del jazz. El fondo musical de 'El gran Gatsby', la novela, pertenece a los grupos que pusieron banda sonora a la felicidad de una década que, ay, alojaba en su interior el desencanto que aguardaba al doblar el decenio, cuando el sueño se convirtió en la pesadilla de la Gran Depresión. En el texto se citan algunas piezas concretas, como 'Three O'Clock in the Morning', de Paul Whiteman, aquel blanco que se proclamaría inventor del jazz, 'The Sheik of Araby', del pianista y genial humorista Fats Waller o el clásico 'Beale Street Blues', de Chris Barber. Más allá de las referencias, no cuesta imaginar aquella música, nueva y excitante, retumbar en toda su sofisticación en la mansión de Jay Gatsby durante las fiestas del verano de 1922, cuando Fitzgerald situó la novela. Casualmente, el año de uno de esos momentos estelares de la historia del género, en que Louis Armstrong cambiaría Nueva Orleans por Chicago y el jazz nunca volvería a ser el mismo.
Robert Redford en la versión de El gran Gatsby, de Clayton./elpais.com

Hablan las casas a ambos lados de la bahía  
Por ANATXU ZABALBEASCOA. La mansión de Jay Gatsby es mucho menos misteriosa que su dueño. Mientras la novela intriga con los opacos objetivos y la oscura fortuna de su protagonista, la vivienda revela datos que permiten ir descubriendo al personaje. Nueva, pero diseñada como si llevara tiempo levantada y construida como si encerrara un pasado, es decir, una historia, la casa se utiliza como salón para las memorables fiestas que celebra su dueño. Es más escaparate que refugio. Busca más impresionar que acompañar sin molestar. Esa relación interesada y superficial entre inquilino y arquitectura se escapa en los detalles con los que habla la casa: la hiedra no termina de trepar por la fachada. Frente a esa mansión colonial, al otro lado de la bahía, el matrimonio Buchanan tiene una casa de ladrillo de estilo Georgiano. Más pequeña pero mucho más asentada y forrada de hiedra vive arropada por la vegetación del jardín que la rodea. La casa de los Buchanan no es una recién llegada. Por eso la mirada de Gatsby se pierde por su embarcadero, por eso es una casa envuelta por un lugar, por eso, a pesar de las vueltas y revueltas de la vida, la casa aguanta, estoica, callando todo lo que sucede en su interior. Todo eso, lo que sucede en las casas de Long Island, lo cuenta Nick que, por 80 dólares al mes, vive rodeado de millonarios.

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