28.5.13

"Teoría del cuerpo enamorado", de Michel Onfray

Michel Onfray hace un rítmico recorrido solar y hedonista, enarbolando la estela trágica de Georges Bataille

Michel Onfray  añade su teoría del placer solar./revistadeletras.net

Portada Teoría del cuerpo enamorado
El instinto de supervivencia ha cobrado en el hombre evolucionado, desde épocas platónicas, el hábito gregario y ordenado de la abeja, animal organizado por antonomasia. El servilismo y hábito de grupo han hecho de los filósofos cristianos, burdos alarifes que han apadrinado aquella espantosa ruta de la pareja, que, amén de ratos placenteros durante los primeros años de matrimonio, han ido dando sombra al mismo; desplegada así, la ramada que el displacer y el harem ininterrumpido de ataduras componen su caldo de cultivo para la secularización programada de ese indeliberado hasta racional bípedo sin plumas preocupado por no levantar ni un grano de polvo en detrimento o desplome de una comunidad que altere el ritmo apasionado de su tan forjado servilismo.
Mas la fuerza de la libido mantiene alerta a unos cuantos desadaptados. Y la relativa malicia que apuesta por un breve estallido de lo permanente en el deseo, se apresta a declararle batalla a lo impuesto. Es justo que para esos pocos lunares y filósofos la sociedad de su alrededor no ha sido, digamos, justa con ellos. Como el músico Tchaikovski, obligado a envenenarse, o el mismo Platón al escanciar la cicuta para dejar en paz un rebaño que hasta el cierre de este cristianismo no ha dejado de cobrar victimadas cabezas del rebaño pidiéndole con el mazo unos mangos al Divino Creador de las presencias.
El llano de posibilidades no supera escalas en lo permisible, si de humidificar endechas relacionales con las pulsiones eróticas en permanente producción de ideas, más ideas, se trata; en pro de la noble causa que siempre ha llevado la batuta en lo discernible al deseo, que nada tiene que ver con algún gen obediente en el gran núcleo que la pareja institucional ha erigido.
Llanos a padecer, por grupúsculos, desde siempre hemos estado alertas a las ordenanzas que el colmenar nos imponga, desde aspados los rayos del día. Estas criaturas del trabajo son máquinas minuciosamente organizadas y destinadas, en el mejor de los casos, a una sola cópula en el vuelo nupcial que termina en la muerte del procreador más libre en esa instantánea mordaz que al ver del solo refulgir anacrónico de la colmena, y a un solo zumbido invernal, mantiene en pie la energía necesaria capaz de conservar en completa monotonía el cadáver de la abeja, en esos sarcófagos hexagonales del trabajo, donde pasan toda su corta vida almacenando la miel obrera que traen desde los prados, donde su mellada libertad les dobla las antenas.
Michel Onfray hace un rítmico recorrido solar y hedonista, enarbolando “la estela trágica de Georges Bataille”, que contrapone la tradición filosófica de Diógenes, Horacio y Demócrito, a las elucubraciones cristianas de San Agustín o San Pablo, apostando por una auténtica exploración libre “del cuerpo enamorado”, al solaz regodeo del cerdo epicúreo, preocupado únicamente por los placeres que el cuerpo entregado a la satisfacción plena de la carne y lo intuitivo se entrega.
Así, una filosofía basada en el materialismo hedonista, defiende las abscisas permanentes de los más destacados pensadores de la disciplina filosófica (y también relegados al olvido).
Onfray, desde la estela normada que lo vio nacer, hace un recorrido brillante por los caminos en los que se ve evolucionando el hombre desde la matriz blanca y oscilante del prenato hombre que no ha tocado berrido sobre la tierra civilización, hasta equiparar sus dignos ideales platónicos, por ejemplo, con los de Epicúreo, el filósofo del jardín, cuya inclinación apasionada por la exaltación de los deseos saciados, nos llevan a instantáneas de la pareja ideal, unida únicamente por lazos libres y amicales hasta hoy vistos como una plaga contaminante, temida bomba de tiempo: la soltería.
Teoría del cuerpo enamorado, apuesta “por una erótica solar”, visionada a dar galope suelto sobre la playa del goce secreto y compartido de las exaltaciones hedonistas, por sobre todas las trabas y arraigos cristianos, levantados por sobre el atrio que el poder carnal nos endilgue hasta estos días.
El ensayista francés, también autor de La sculpture de soi. La morale esthétique (1993), Premio Médicis de ensayo, ensalza al erizo como ejemplo práctico y materialista a seguir, una bestezuela neutral, resistente a los cambios, que crea su cámara lúcida de padecimientos, para la existencia plena de un disfrute, hasta cierto grado, indiferente, neutral, de lo que significa arder en una senda desapasionada de reglas y espacios que tornan imposibles y hasta disparatados los más elementales instintos de conservación de la especie apasionada, desarticulando las normas católicas y los lazos tribales donde se regodea la pareja, fiel a las causas perdidas de una sociedad en picada, con agenda de caducidad ya rubricada por los buenos valores, de antemano.
Pero la pasión no es fiesta que hayamos de extender por mucho tiempo. Tal parece que la pérdida apasionada de tales valores que apuestan por la carne y exaltaciones del cuerpo no ha de durar mucho, si se mira, digamos, a un par de milenios, aparte de tener en cuenta que la culpa y el arrepentimiento son males catastróficos cristianos, si se trata, igualmente, de la ilusa propensión de que cada rebaño, un día próximo, no se esparza en pequeños lunares, por el blanco espacio de las libertades permitidas, a bordo de la nave corpórea por la que hemos berrido, insaciables hedonistas del cuerpo enamorado.
Suena iluso, pero sólo de unos pocos especímenes se compone el verdadero paraíso. Y la exaltación solar atada a la ventana del riesgo nos lo recuerda cada día. Libertad por delante de todos los deseos permitidos.
Teoría del cuerpo enamorado
(Por una erótica solar). Michel Onfray
Traducción, prólogo y notas de Ximo Brotons
Pre-Textos (Valencia, 2002)

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