25.6.13

Crónica de un lector de Rayuela 2

Lo que Cortázar le dijo a Harss

Julio Cortázar, en el Pont Neuf sobre el Sena, en París. / Antonio Gálvez./elpais.com

En su libro Los nuestros, que es la biblia mayor del boom, Luis Harss explica su encuentro con Julio Cortázar, que lo había maravillado con Rayuela. Harss publicó su colección de entrevistas y encuentros (con Borges, con García Márquez, con Carlos Fuentes, con Mario Vargas Llosa, con Onetti, con Cortázar…) en 1966, tres años después de que hubiera aparecido el libro más importante de su casi paisano argentino (Harss nació en Chile pero se crió en Buenos Aires; como Clarín nació en Zamora). Ese libro insuperable, mítico y hasta hace un año verdaderamente inencontrable, ha sido publicado otra vez por Alfaguara, y es de nuevo un gozo sumergirse en él para redescubrir, por ejemplo, esa exaltación rayuelita (la palabra es de Harss) que a todos los lectores de esa novela nos entró en muchos casos hasta ahora mismo. Todos los rayuelitas quisimos vivir dentro de ese libro y Harss disfrutó de la circunstancia de decírselo en seguida a su autor.
       En la reedición de Los nuestros Luis Harss cuenta que él mismo quiso ser Cortázar, que “esperaba reconocerme en su mirada”. No había visto ninguna foto suya, cree, así que no le ponía cara… “Y me sorprendió… Era un pelirrojo pálido, flaco, pecoso, casi lampiño”. Tenía “algo del maestro de escuela de provincia que había sido, esos maestros que de noche se escapan a ser poetas. Y algo también de ese paseante secreto de pasillos que era en la Unesco, donde trabajaba como traductor. Era de una amabilidad que ponía distancia. (…) Un expatriado de alma, que era otra manera de ser argentino”.
       Como dice Harss, en ese momento ya Cortázar era “una figura en la imaginación de la gente”. Todos queríamos ser como él, hablar como él, caminar como sus personajes, y creíamos, además, que la literatura tenía otros modos de hacerse, pero que ninguno podía ser mejor que aquella que había abordado Cortázar. Nos planteábamos la literatura, como en Rayuela, y precisamente de eso habla Harss con Cortázar, como una consecuencia de la vida, y también como la vida misma, sin palabras o sólo con las palabras que escuchábamos en esos balcones oscuros en los que ocurrían acontecimientos extraños con los que nosotros soñábamos como si los viviéramos al tiempo que los contaba Cortázar. Como si a nuestra lectura sucediera el libro y éste no existiera antes de tenerlo en las manos.
       Esta conversación de Harss con Julio Cortázar es, más que probablemente, la más literaria del libro; parece una paradoja pero no lo es: es, también, la más vivida del libro, la que sustancia más la palabra vida. En algún momento Cortázar le dice a Harss que en sus libros anteriores (Bestiario, Las armas secretas) él no había llegado aún al alma humana, al hueso mismo de la vida, y que eso empezó a ocurrir en Los premios y terminó de pasar en Rayuela. La vida, la libertad y el humor, esos son ingredientes máximos de la novela. Los percibió Harss y de ello hablaron. Al principio, en esa conversación, Julio fue el hombre tímido que su entrevistador describe; como si entre ellos dos comenzara un combate de tímidos, uno va siguiendo ese discurso doble como quien ve bailar en un alambre (o en la tabla sobre la que Oliveira ve venir, en el vacío, a la mujer que le trae objetos que precisa para su obra doméstica) a dos seres humanos que han sido señalados para explicar Rayuela como si este libro fuera un ser humano.
       “Me di cuenta”, dice Harss, “que nos habitaba a todos”. Julio nos habitaba a todos, Cortázar nos hacía escribir a todos, todos nosotros bailábamos, sentíamos, caminábamos para imitar los pasos de la rayuela. Inauguró esa saga de bailarines Luis Harss; él comprobó un elemento que no tiene por qué estar en el libro de Cortázar, pero que se insinúa en el suyo y es evidente en las cartas que ahora habría que leer para tener claves de cómo se hizo el boom: Cortázar se alegraba de los premios ajenos, sugería los nombres de los otros para que no sólo Harss los fuera a buscar, le abría camino a los que él consideraba merecedores de ser considerados en la historia literaria, no cerró puertas ni balcones, ni le quitó el aire a nadie. Y, además, había escrito un libro que nos puso a respirar a todos los rayuelitas. Ahora hay que dar las gracias, además, al gran Harss, autor del mejor reportaje que mereció Cortázar.  

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