7.1.14

Marina Ginestà, la joven y desafiante miliciana del fusil

A la protagonista de la icónica fotografía de Hans Gutmann, que firmaba como Juan Guzmán, le prestaron el arma para la ocasión

Marina Ginestà, en la famosa fotografía tomada en 1936 en la azotea del hotel Colón, en Barcelona. /Juan Guzmán/elpais.com

Hay fotos que nacen tocadas por la fortuna, listas para convertirse en iconos de una época, de un momento histórico. El destino quiso que una de ellas fuera la de la joven y guapa miliciana que a inicios de la Guerra Civil, con un rifle a la espalda, despeinada, lanza una mirada alegre y desafiante en una azotea desde la que se atalaya el centro de Barcelona. La chica, que simboliza magníficamente la épica revolucionaria proletaria y la firme resolución y las esperanzas del pueblo en armas, era Marina Ginestà, que falleció ayer en París, donde residía, a los 94 años.
La foto fue tomada por el fotógrafo alemán Hans Gutmann (1911-1982), conocido como Juan Guzmán, en el terrado del viejo hotel Colón en la plaza de Catalunya —un edificio que luego ocupó Banesto y que en la actualidad alberga la tienda de Apple—. Durante la Guerra Civil, el hotel se convirtió en sede central del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), que colocó en la fachada proclamas y retratos de Lenin y Stalin. Fue uno de los escenarios de los enfrentamientos en 1937 entre los comunistas y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), cuando los terrados de la zona dieron mucho de sí, balísticamente hablando: los miembros del POUM, entre ellos George Orwell, tiraban desde lo alto del teatro Poliorama, ocupado por la CNT-FAI, mientras que por el agujero de la “O” del letrero del hotel Colón asomaba el cañón de una ametralladora, que barría la plaza con su fuego...
Cuando Gutmann retrató a la jovencita Ginestà, que contaba 17 años y era miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas, aquella desunión fratricida aún no había llegado. Era el 21 de julio de 1936 y la mirada de la chica refleja toda la confianza republicana tras el aplastamiento de la sublevación en Barcelona. Tiempo de lucha y de sueños.
Decía que la revolución y Hollywood
influían en aquella mirada
La foto tiene una historia curiosa detrás. Permaneció en el archivo de Efe hasta que en 2002 salió a la luz. Solo en 2006, gracias al empeño de un documentalista de la agencia por descubrir la identidad de la joven de la imagen, Julio García Bilbao, tuvo Marina Ginestà conocimiento de la existencia de la foto, que llevaba tiempo circulando y ha sido incluso portada de un libro y cartel de una exposición en Alemania.
Con 89 años, residente en París, la modelo de aquel viejo retrato recordó en una entrevista con TVE las circunstancias en que se tomó la foto. Explicó que los clientes del hotel, la mayoría extranjeros, se habían marchado y que los ocupantes estuvieron allí “viviendo de una manera burguesa” unos días hasta que se acabaron las provisiones. Le dijeron que subiera con el fotógrafo a la terraza y le prestaron el fusil, advirtiéndole que lo tenía que devolver al acabar la sesión. “A los 17 años no estaba en condición de hacer la guerra”, señaló en la entrevista. De aquella mirada cautivadora y desafiante de la foto consideraba que estaba influida por la mística revolucionaria y el cine que había visto, y citaba a Gary Cooper y a la Garbo.
La antigua militante no supo que
existía la foto hasta los 89 años
Marina Ginestà había nacido en Toulouse el 29 de enero de 1919. De familia obrera y muy comprometida políticamente —el padre fue secretario del comité de enlace CNT-UGT de Cataluña y la madre, Empar Coloma, activa miembro de la Agrupación Femenina de Propaganda Cooperativista—, la chica estuvo implicada, antes de la foto, en las Olimpiadas Populares, y después ejerció de periodista y de traductora del corresponsal de Pravda Mijaíl Koltsov durante la entrevista que este mantuvo en Bujaraloz con Durruti —junto al que apareció retratada en una foto— en agosto de 1936. Después trabajó en la retaguardia republicana. Con la derrota pasó a Francia y con la ocupación nazi marchó a México. Finalmente, se instaló en París, donde vivía desde hace 40 años. Decía que su peor recuerdo de la guerra era la visita a un hospital barcelonés para identificar cadáveres. Y de aquella imagen de la azotea recordaba la euforia del momento. “Es una buena foto”, sostenía, con una sonrisa en la que parecía regresar aquella joven que confiaba en que pronto fusilarían a Franco...

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