17.2.14

La 'caja negra' de Hemingway en Cuba

Se podría decir que Ernest Hemingway sufría el síndrome de Diógenes. Nunca le gustó deshacerse de sus papeles y los guardaba como tesoros en sus casas de París, Idaho o Key West

Hemigway en el salón de su casa de Cuba en 1953./elmundo.es

En ningún lugar vivió tanto tiempo el escritor como en Finca Vigía: la mansión a las afueras de La Habana donde se enteró de que le habían dado el Nobel y donde moldeó la historia de El viejo y el mar. La quinta permaneció abandonada durante décadas y sólo empezó a recobrar parte de su esplendor gracias al empeño de Jenny Phillips, que visitó la isla en 2001 y a la que le permitieron visitar la mansión de Hemingway por ser la nieta de su editor.
Así fue como nació la Fundación Finca Vigía, que ayudó a restaurar el refugio cubano del escritor con la ayuda de varios arquitectos estadounidenses y puso en marcha un programa para digitalizar miles de documentos escondidos durante décadas en el sótano de la mansión.
Se trata de cerca de 2.500 papeles que, desde esta semana, pueden consultar los investigadores gracias al respaldo de la biblioteca presidencial de JFK, que se comprometió a custodiarlos por la mediación de un congresista de Boston y por la tenue relación del presidente demócrata con la familia del escritor.
Unos meses después del suicidio de Hemingway y de la invasión fallida de Bahía de Cochinos, su viuda Mary solicitó permiso a Kennedy para viajar en secreto a La Habana y reunirse con Fidel Castro. El objetivo era negociar un acuerdo que le dejara llevarse los enseres más valiosos de la quinta. A cambio, Mary se comprometía a donar el edificio y sus alrededores al Gobierno cubano, que había empezado a expropiar mansiones como la del escritor.
El régimen abandonó Finca Vigía a su suerte durante décadas y los papeles de Hemingway permanecieron olvidados en el sótano a merced de las termitas y de la humedad. Los rescató el empeño de la fundación creada por Phillips, que adiestró a varios cubanos para digitalizarlos y ponerlos a disposición de los filólogos y los mitómanos del escritor.
Entre los papeles de Finca Vigía hay postales navideñas, pólizas de seguros y bitácoras de Hemingway. También se encuentran los cuadernos escolares de uno de sus hijos, las entradas de varias corridas de toros y sus pasaportes cuyos sellos detallan su espíritu viajero y cuyas fotos detallan cómo envejeció.
"No hay ninguna bomba", decía esta semana a 'The New York Times' la profesora Sandra Spanier, que dirige un proyecto sobre las cartas del escritor. "El valor de los papeles se encuentra en la textura de la cotidianeidad, en la forma en la que trazan un retrato de Hemingway. Cuando se fue de Cuba, él no sabía que nunca iba a regresar. Sus zapatos siguen allí. Es como si se hubiera marchado para volver dentro de un momento".
Aun así, los papeles esconden alguna joya. Por ejemplo, el telegrama en el que Ingrid Bergman felicita a Hemingway por el Nobel en octubre de 1954. "Después de todo, los suecos no son tan tontos", escribe la actriz sueca de ¿Por quién doblan las campanas?
Entre los documentos está también la nota en la que un agregado naval de la Embajada de Estados Unidos autoriza a Hemingway a utilizar un aparato de radio en su barquito de recreo para captar las señales de los submarinos alemanes durante los meses más difíciles de la II Guerra Mundial.
Los papeles de Finca Vigía aportan luz también sobre la figura de la cuarta esposa de Hemingway. Entre los documentos digitalizados se encuentran los pedidos de caracoles franceses y sopa de tortuga que hacía a una tienda neoyorquina y las cartas que escribía a unos viveros de Pensilvania preguntando cómo cultivar rosas en aquel clima tropical.
Ninguno de estos detalles habrían emergido si no fuera por Jenny Phillips, que visitó Finca Vigía por primera vez hace 12 años e inició con su esposo Frank un proyecto para restaurar la mansión. Dentro permanecían unos 9.000 libros varados desde 1960, un disco de Glenn Miller en un fonógrafo de época y varios licores con etiquetas ajadas y a medio terminar.
La restauración fue obra de arquitectos de los dos países, que sellaron las goteras, renovaron los marcos de las ventanas y cambiaron el estuco de los muros de la mansión. Pero su trabajo no habría sido posible sin la ayuda del mayordomo de Hemingway, René Villarreal, que desde hace décadas vive en un vecindario cubano a las afueras de Nueva York. «[Hemingway] solía esconder los manuscritos en una maleta en el estante más alto del armario de su estudio", recordaba René hace unos años. "Los manuscritos estaban envueltos en un papel marrón y luego en una toalla que metía dentro de un maletín. Era la forma de asegurarse de que les entraba la menor humedad".

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