10.5.14

De Caballero para González

filBo 2014
Este libro recoge una serie de cartas que el pintor Luis Caballero le envió a la artista Beatriz González durante su estadía en París
 
Luis Caballero viajó a París en 1963 para estudiar en la academia de pintura La Grande Chaumiére./elespectador.com
 
Marshall McLuhan bajó a los románticos del cielo a la tierra con una frase que para cualquier teórico de la comunicación es imposible de olvidar: “el medio es el mensaje”, es decir, ahora el mensaje no es sólo el contenido sino también cómo transmitimos el mensaje. No es para menos: ese cómo transmitimos el mensaje nos ha empujado a unos y encantado a otros hacia parajes donde lo masivo es el último grito de la moda. Se hace lo mismo aquí en Colombia que en Varsovia. Todos estamos globalizados lo queramos o no, o al menos estamos en proceso de.
Luego vino Zygmunt Bauman a decir que había algo llamado modernidad líquida que nos salpicaba a todos. Eran los años 60 cuando el término se comenzó a entretejer dentro de él y, según su planteamiento, se aplicaba al proceso por el cual pasaba un individuo maleable y sin identidad fija para integrarse a una sociedad cada vez más global. Pareciera que nos hablara de millones de personas, pero en Colombia hubo una en particular que atravesó el proceso, logró recuperar su identidad cuando estuvo a punto de perderla y, viviendo en París y echando mano de esa modernidad de Bauman, se configuró como uno de los artistas colombianos más reconocidos que podía vender cuadros tanto en Alemania como en Bélgica: Luis Caballero.
El libro ¡Pobre de mí, no soy sino un triste pintor! no es más que un acto cómplice de la artista bumanguesa Beatriz González: nos permite ver por medio de las cartas que le escribió Caballero, desde su llegada a París, cómo un ser humano con toda su luz y racionalidad lucha contra la época, la soledad y la crisis existencial.
Caballero en 28 cartas. Enérgico, preguntón, lleno de imágenes de Colombia alimentadas por su amiga Beatriz. Reclamos de los olvidos entre dos buenos amigos, de respuestas que en su momento nunca llegaron y que sólo ocurren en la distancia. Caballero visitando museos como El Prado y el Louvre, desencantado y furioso por ver sólo salas oscuras sin luz ni gracia. Luego “boberías, estoy empezando a pensar que nunca llegaré a pintar. Es demasiado difícil”. La transición de realidades lo golpea y lo hiere hasta el punto de hacerle reconocer su necesidad de cariño, de atención, de una mamá protectora. Caballero se da cuenta de su realidad sin maquillaje y se comprende, por fin, en una ciudad gigantesca siendo joven, desconocido y sin un peso en los bolsillos. Se sabe que se toca fondo cuando se deja de caer, cuando el fondo golpea a su víctima, y el golpe la dejó vacía. Pero como el ave fénix, que de las cenizas renace, así renació, y entonces empezó a vender cuadros en Francia y Alemania. La gente lo empezó a conocer y en Colombia fue llamado maestro y le rindieron homenajes y le hicieron extensas entrevistas. Las cartas, la caligrafía de las cartas se hace cada vez más clara, menos cursiva y más lineal. Su salud, inversamente proporcional a esa caligrafía: una deficiencia en el cerebelo dejó su coordinación de movimientos por el suelo y las cartas se acabaron.
Luis Caballero desmoronó la teoría de McLuhan y Bauman en el preciso momento en el que la globalización comenzaba a absorber todo, incluso la pintura. A él le molestaba ver el mismo estilo en todos lados y por eso admiraba a Beatriz. Ella pintaba diferente, colombiano. Él se veía reflejado en ella y con 28 susurros le hizo saber que la admiraba, que a veces la vida le era áspera, pero ante el cambio de lo líquido a lo sólido él se mantenía de trazo firme.

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