23.5.14

García Márquez: torneos entre el cuento fantástico y la magia

Homenaje. A un mes de la muerte del Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, Pablo De Santis analiza su impacto en la literatura argentina
Gabriel García Márquez, autor colombiano de Cien años de soledad./revista Ñ.

El impacto de Cien años de soledad sobre los lectores argentinos ha sido contundente y prolongado; el de la obra de García Márquez sobre nuestra literatura fue débil y breve.
Dos rasgos de la literatura argentina sirvieron de muralla frente al realismo mágico. El primero: nuestra literatura siempre fue urbana. Los ejemplos de narraciones ambientadas fuera de las grandes ciudades son excepciones y desvíos. El segundo es el dominio que la literatura fantástica ha ejercido sobre nuestra tradición literaria. En el realismo mágico los prodigios se suceden y nadie se sorprende. Lo sobrenatural no es único, sino plural.
En la literatura fantástica (como ocurre en los cuentos de Borges, de Bioy Casares o de Cortázar) hay un mundo real cuyas reglas son interrumpidas por un hecho imposible (un aleph, ese punto donde están todos los puntos del universo, un libro de páginas infinitas, un viaje en el tiempo, un fantasma). Y ese hecho es único, y se convierte para los personajes en interrogante y obsesión. En el realismo mágico, los personajes conviven con la maravilla. El lector de García Márquez conoce la sorpresa; los habitantes de Macondo, no. El cuento fantástico, en cambio, es terreno del asombro. Por otra parte el realismo mágico, al presentar una “fantasía de izquierda” (digamos: “mariposas amarillas más revolución”) chocaba con la tradición argentina, donde la izquierda defendió siempre el realismo, mientras que los escritores de literatura fantástica rechazaban el marxismo (aunque no tanto como al peronismo). Julio Cortázar es la excepción, pero sólo a primera vista: en los años sesenta su compromiso político creció en la medida en que disminuyó su amor por lo fantástico.
Ha habido escritores que en algún momento de su obra se han acercado a García Márquez, pero son casos singulares y esporádicos. En 1974 Eduardo Belgrano Rawson publicó No se turbe vuestro corazón , su primera novela. (Aparecía en la portada la foto de un militar con recios bigotes: el modelo era Alberto Laiseca). Era una epopeya en la que se mezclaban la historia y la aventura; y lo que se contaba era menos un destino individual que la suerte de una región. Ya en su siguiente libro, El náufrago de las estrellas (1979), Belgrano Rawson se alejó por completo de esta influencia y encontró una voz absolutamente personal y un territorio, la Patagonia, al que luego dedicaría otra gran novela: Fuegia .
Una obra mucho más afín con el mundo de García Marquez es la de María Granata, en cuyas páginas abundan los fantasmas y los prodigios. En el pueblo donde transcurre Los viernes de la eternidad se cruzan vivos y muertos. Esta novela ganó el premio Emecé en 1970 y fue llevada al cine por Héctor Olivera en 1981.
Daniel Moyano toma el lado más político del realismo mágico en tres de sus novelas: El trino del diablo (1974), El vuelo del tigre (1981) y Tres golpes de timbal (1989). Lo fantástico ya se convierte en absurdo, y por ese camino se llega a la alegoría. La tradición de la literatura fantástica siempre exigió un héroe individual; Moyano se aleja de este rasgo de lo fantástico para poner en el centro de la escena a un pueblo entero en busca de supervivencia. Sus novelas, sin embargo, no llegan a la excelencia de sus cuentos (como Los mil días , Una partida de tenis o a rtista de variedades ), que son un tesoro escondido de la literatura argentina. En muchos de ellos Moyano evoca su infancia, los largos años en los que fue enviado de la casa de un tío a la casa de otro. En algunos relatos estas familias provisorias aparecen como un refugio; en otros como una maldición. Siempre está en el centro la figura de un tío o abuelo de perfil legendario.
La obra de García Márquez ha tenido mayor efecto en las formas de leer que en las formas de escribir. Ha servido para que descubramos que puede existir una gran literatura fuera del ámbito urbano. En la literatura argentina el campo apareció casi siempre desde la óptica de la ciudad: tanto el narrador de Don Segundo Sombra , de Ricardo Güiraldes, como el de Los galgos, los galgos , de Sara Gallardo, son hombres de la ciudad, que buscan lejos de su casa el paraíso perdido. El boom de la literatura latinoamericana preparó a los lectores para la obra de Héctor Tizón –que evocó en sus novelas y cuentos el norte argentino– o Haroldo Conti, que llevó su literatura hacia el Delta en su primera novela, Sudeste .
La obra de García Márquez pesó sobre todo en la última novela de Conti, Mascaró, el cazador americano (1975), cuyos protagonistas son los integrantes de un circo. Como en la obra de Moyano, en la de Conti los elementos fantásticos o al menos insólitos toman el camino de la alegoría política. Tampoco encontramos aquí un protagonista individual sino que son los artistas de un circo, ese pueblo errante, el héroe colectivo de la historia.

En una reciente columna en The New York Times en la cual reconoce su profunda deuda con Gabriel García Márquez, Salman Rushdie escribe: “El problema con el término ‘realismo mágico’ es que cuando las personas lo dicen o lo escuchan, solamente están escuchando o diciendo mitad de la frase: ‘mágico’ sin prestar atención a ‘realismo’. Si el realismo mágico sólo fuera mágico no sería importante. Sería una escritura caprichosa donde cualquier cosa puede pasar porque no tiene efecto. Es porque tiene raíces en lo real, porque crece de lo real y lo ilumina de maneras bellas e inesperadas, que funciona”.
Lo que encontró Rushdie en Macondo es un reflejo de su realidad cotidiana en India y Pakistán. “Su mundo era el mío, traducido al castellano”, escribe Rushdie; su gran novela de 1980 –“Hijos de la medianoche”– abraza los métodos de García Márquez abiertamente: eventos fantásticos (todos los niños nacidos precisamente a la medianoche del 15 de agosto de 1947 –la fecha de independencia de la India– tienen poderes telepáticos entre ellos) sirven como base de una narrativa histórica que reflexiona sobre las profundas realidades de su país. Rushdie seguiría utilizando el realismo mágico en todas sus novelas, incluyendo “Los versos satánicos”, la cual le valió una condena de muerte, por blasfemia, del Ayatollah Khomeini. Hoy Rushdie reconoce a Gabo como “el más grandioso de todos nosotros” pero en 1989 intentaba, como el apóstol Pedro, negar a su maestro. En una entrevista en BOMB Magazine dijo entonces: “No veo muchas similitudes entre mi obra y la de García Márquez. Cuando escribí mi primera novela, ni siquiera lo había leído... Yo me considero un escritor urbano”.
Los años, sin embargo, parecen haberle apaciguado la angustia de las influencias y hoy puede decir las cosas como son.

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