17.6.14

El campeonato que logra detener el tiempo

Costumbres. El Mundial, “ese gran instante”, impone otra rutina: se cambian citas, se reprograman cirugías y hasta los desapasionados hablan de fútbol

El campeonato que logra detener el tiempo./revista Ñ
 
Pasolini decía que hay momentos que son puramente poéticos: por ejemplo, los momentos del gol.
 Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año .
Gritar gol es como nombrar la vida. Tal vez se trate de eso, de un sonido que insiste para alcanzar una pelota brillante en deseos. Esa pelota que es también sol y que, por momentos, encandila.
Cuenta Horacio Quiroga que el jugador de El Nacional, el goleador Abdón Porte, que integró la selección uruguaya y ganó el primer Campeonato Sudamericano en 1917, se suicidó en el Estadio Gran Parque Central. Lo encontraron así, muerto, y lo llevaron a otra parte, al cementerio de la Teja, donde descansaban otros jugadores. Pero Abdón Porte hubiese querido que lo dejaran en el estadio.
Yo tampoco quiero que me lleven a otra parte. Si me muero quiero que desparramen mis cenizas en la cancha .
¿En cuál?
Los que hablan son un hombre y una mujer paraguayos, hablan en guaraní. Ante la pregunta se ponen a llorar, no están en su patria y este año no juegan en el Mundial.
¿Y vos? ¿Por quién vas a hinchar?
Argentina, por suerte, volverá a reunirse en la pasión, habrá un solo cuerpo durante un mes que no será un mes porque el tiempo estará detenido. Será un gran instante. Ya todo se va preparando. Se compran televisores, plasmas más grandes que los de hace cuatro años, se cambian las fechas de las agendas.
Se sabe, por experiencia, que estarán vacíos los pasillos de tribunales, que en los hospitales y hasta en las prepagas se cancelarán las cirugías posibles, sólo se atenderán las guardias y se intentará que sean los médicos de los países vecinos los que tengan que ir a trabajar. Alguien propuso que fueran las médicas pero un solo grito de “machistas” hizo cambiar de idea. En las calles, universidades, ministerios, bancos, fábricas, sucede la organización.
Un grupo quiere convencer a otro, mínimo aunque gritón, de la importancia de este momento. Mientras los inadaptados dicen que todo es un hecho para adormecer las conciencias ciudadanas y campesinas y que Borges no veía nada bueno en el fútbol, el otro grupo recuerda que Antonio Gramsci, Albert Camus, Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, Martín Heidegger, Jacques Derrida, jugaban al fútbol. Que Derrida se tuvo que conformar con la filosofía, la semiología, por ser un pata dura. Escucho que alguien dice que hasta Kafka aprendió el alemán por amor al fútbol y, por supuesto, a su padre. Alguno más valiente, postula que Arquímedes “vio” la esfera sólo para que se creara la pelota que ya está en todas partes y la pelota viene hasta el Mundial a tocar música, al decir de Fernando Pessoa. Arquímedes no sólo inventó la esfera sino que con su vista atravesó los tiempos y vio a Maradona.
¡Eh!, no exageres.
La gente se reúne, la gente quiere comenzar su calentamiento. Algunos llevan carpas y caminan hasta Parque Centenario, otros hasta Plaza San Martín. Quieren ver los partidos en las plazas porteñas donde se podrán compartir los 64 encuentros. Hay quien se apura, retrocede hasta la agencia de la esquina de Scalabrini Ortiz para jugar ese número a la quiniela. También jugale al 12, al 6, al 14 y al 7, le grito recordando cuándo empieza y termina el Mundial. No olvidemos el 2014.
Otros inadaptados hablan de las manifestaciones en Brasil; ¿no se dan cuenta de que ante semejante suceso el país elegido como una tierra prometida tiene que tirar su casa por la ventana? Construir maravillosos estadios, teatros lujosos para que todo el pueblo, sin excepción, pueda lucirse. Y no importa si alguien va al palco, a la platea, al gallinero. ¿Acaso no te acordás en el Mundial anterior de aquel hombre como salido del tiempo, de alguna Edad Media que, no se sabe cómo, entró a este siglo XXI durmiendo en la vereda? Se despierta, se pone de pie y abraza a ese otro hombre tan vestido, traje nuevo, corbata, zapatos nuevos, que deja de lado su portafolio y su inteligente celular para vitorear, vociferar, responder el abrazo del lumpen. Como en 2001, que con el grito de: “Que se vayan todos”, se tocaban unos a otros, confusos, en la Plaza de Mayo.
Para el Mundial también, cabecitas y blanquitos, un solo corazón. Excluidos e incluidos, oprimidos y opresores, gordos y flacos. Un solo cuerpo, un único destello.
¿Es una alternativa o son dos?: ganar, perder.
Bailamos al ritmo de los jugadores. Una alegría muscular se impone. “El fútbol, para ser serio, tiene que ser juego. Y por más orden que busquemos, por más ciencia que hagamos, el partido se decidirá por el arte de lo imprevisto”, decía Dante Panzeri, un periodista deportivo que brilló en El Gráfico. Es decir, no es lo mismo la teoría que la práctica. No es lo mismo llenar en un pizarrón las jugadas que, de pronto, comenzar a correr, sentir el aire en el cuerpo, los pensamientos deliberando descalzos.
Dentro de ese gran instante del que hablé, hay instantes pequeños. Uno es en la cancha, en el juego mismo. Cuando los jugadores hacen malabarismos, magia, gambeteos, maravillas. Cuando el talento va de la cabeza a los pies. Jugadores-santos-visionarios. No importa si fueron alguna vez desnutridos, no importa si nacieron en Fuerte Apache o en la 31 y el espacio amontonado. Lo único que importa durante el juego, mientras corren por la cancha, es lo que son capaces de hacer con su don, su sabiduría.
Otro es el instante en que aquellos pocos, ese uno por ciento ostentador de riquezas, así como reyes y príncipes de Inglaterra, España, Holanda y hasta la mismísima Máxima, tienen que agacharse, inclinarse antes sus ídolos, aplaudirlos.
¡Pensar que en un partido de fútbol grita y se arrodilla más gente que en una de las procesiones!
, escribía Silvina Ocampo en uno de sus cuentos. Y también gritan desaforadamente el gol.
Cuando termine el Mundial, cuando nos saquemos la camiseta y quede la cara descubierta, aún si triunfadores, ¿llegará el hastío, la sensación de fracaso o habrá sólo un recreo hasta recomenzar los ensayos, los entrenamientos? Así, siempre, un próximo Mundial y las voces que claman: juguemos. Juguemos mejor.

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