31.8.14

El cuento del domingo


Ana Lydia Vega
El día de los hechos
Sí, señores, yo estuve allí aquel día a las tres en punto de la tarde cuando la calor de afuera era piragua al lado del infierno que jervía en aquel laundry. El vapor guindaba del plafón como papel celofán. Había más pantalones que en el ejército. Es decir, o por lo menos eso parecía: a Filemón Sagredo hijo, no le iba del todo mal en Puerto Rico. Porque los trapos sucios sobraban más acá de La Mona y en la Arzuaga de Río Piedras, entre kioscos y pensiones dominicanas, corrían el sancocho y el morir soñando talmente como en el Cibao. Si a ratos pellizcaba la nostalgia de un merengue ripiao y de un hablaicito paiticulai, siempre se podía dar un brinquito a la República pa cumplir con los viejos y echar su figureo en la plaza y hasta traer de vuelta unas cuantas alfombras de pajilla pa buceai los cuaitos y defendeise, oh.
Y así, en su Laundry Quisqueya ordeñaba la vaquita regordeta de la suerte que le había guiñado el ojo desde el día que llegó, tieso del susto, a las playas del Borinqueño Edén, un poquitico más arriba de Bahía Bramadero.
Aquel desgraciao de Grullón lo había soltado bastante lejos de la costa por no arriesgar el pellejo. Y con los otros cinco ilegales, Filemón había tenido que nadarse el resto a pulmón, espantándose los tiburones con promesas a la Altagracia.
En la costa fueron otros los pejes que se le tiraron al cuerpo. Tuvo que repartir dólares mojados como bendiciones para no ir a tener a la jaula con los demás.
Propina aparte, el viajecito se le había trepado en más de quinientos dólares. Menos mal que en Puerto Rico no es pobre sino quien quiere. Porque trabajo no es lo que hace falta, no. Ni hay que dejarle el lomo y el vivir al maldito corte de caña. Acá un ilegal se cuela donde pueda, vendiendo barquillas en una heladería china, atendiéndole las frituras a cualquier cubano desmadrao, cambiando gomas en algún garaje paisano. Como quiera se pasa un temporal. Hasta que pueda enyuntarse uno con hembra boricua y arreglar con Inmigración. O prosperar en el traqueteo de la vida y negociarse la papelería por un par de cientos.
Pues, sí, señores, yo estaba allí, de cuerpo presente y vi cuando el negro grandote y tofe se le cuadró enfrente a Filemón Sagredo hijo, con su escopeta recortada al hombro y dijo:
— Felicién Apolón te manda recuerdos.
El dominicano no pudo piar ni esta boca es mía. Apenas marcó un paso de salve hacia las perchas. La descarga aplastó el grito de la mujer que en eso volvía de la trastienda. Pero me consta: antes de verle la careta a la muerte, Filemón tuvo un recuerdo largo y parido que enhebró en la misma aguja a su pai Filemón Sagredo el Viejo y al mentado Felicién Apolón.
Y no vayan a creer que aquello fue cuestión de cuartos. El difunto saldaba puntual como timbre de colegio católico. Ni cuartos ni hembras, no. Filemón era manisuelto como cualquier hijo de vecino pero no se llevaba nada más que a la que estuviera mal cuidá. El asunto era más viejo y más hondo que el hambre. Esta servidora podría contarles con lujo de detalles todo lo que sucedió hace tanticuantos años en Juana Méndez. Allí fui yo a tener —la curiosidad no se cura— el dichoso día de los hechos.
Fue durante la semana roja de no acordarse. El Benefactor había proclamado la muerte haitiana a todo lo largo del Masacre. La dominicanización de la frontera estaba en marcha. Todo dominicano que se dijera patriota y macho tenía que tumbarle la chola a alguno de esos mañeses culisucios y muertosdihambre que venían a disputarle el mangú a los auténticos hijos de Duarte.
El viernes por la noche ya no había en qué cargar los muertos. Dondequiera había carretas jartas de cadáveres y bandas de perseguidores borrachos azuzados por el olor a sangre de madamo.
Desde la oscuridad del cuarto, Felicién Apolón escuchaba los aullidos de sus compatriotas moribundos. Algunos habían nacido de este lado de la frontera, críos de haitiano emigrado con dominicana. Pero a la hora del golpe no se le preguntaba a nadie por su mai.
En la habitación vecina, Filemón Sagredo el Viejo no acababa de decidirse a denunciar al haitiano. Había ayudado al hijo a cruzar el río porque Paula se lo había pedido. Por ella solamente, por ser dominicana además de buena hembra, aunque se hubiera acuartelado con un maldito cocolo. Pero cuando Felicién pidió refugio, lo pensó dos veces para al fin murmurar un sí cagado de indecisión. El recuerdo de su padre muerto en Haití durante la ocupación yanqui era una espina en pleno galillo.
Lo habían ahorcado los cacos de Péralte, colgándolo del asta de una bandera gringa por espía y delator. Injustamente, por cierto. Lo confundieron con otro dominicano que se largo a Nueva York forrado de billetes y privando de listo. Esto para mí es bolero viejo. Yo alcancé a ver los pies de Filemón abuelo bailando su dernier carabiné en el aire haitiano. Y puedo jurar sobre la Constitución de la República que su postrer maldición fue para el madamo que asesinó a su padre durante la última invasión haitiana. En venganza del propio, claro está, atravesado por bayoneta dominicana en tiempos de Serapio Reinoso.
Filemón lo pensó tres veces antes de llamar a los verdugos que rondaban como hombres lobos. Porque sangre pesa más que agua. Y era de madrugada cuando chillaron los goznes de la puerta. Un brillo de armas filosas prendió el batey. A las seis de la mañana, Paula frotaba el piso con un cepillo para hacerle vomitar sangre de haitiano a las tablas sedientas.
Por eso, aquel día, Filemón Sagredo hijo, descendiente de tantos filemones matados y matones, estaba de cara al suelo en el Laundry Quisqueya de Río Piedras. El mayor de sus dos hijos, parado en el umbral de la puerta, miraba fijamente sobre las cabezas de los curiosos el cauce de la calle Arzuaga por donde se había escurrido, en un Chevrolet negro, el pasado de su padre. Al volante del mentado, Felicién Apolón hijo, seguía la pista de sangre pacientemente dibujada por tantos felicienes matones y matados.
Se anda pendiente por si volviera a llover. Para cualquier novedad pueden contar conmigo. Yo lo sé casimente todo. Siempre ando por ahí el día de los hechos.
Ana Lydia Vega (1946). Escritora puertorriqueña con una relevante obra literaria y pedagógica. Mereció el Premio Casa de las Américas en 1982 y el Premio Juan Rulfo en 1984.
Esta escritora puertorriqueña, nació en Santurce, un barrio de San Juan, la capital, el 6 de diciembre de 1946. Desde los siete años de edad escribía poemas inspirados en los sentimientos filiales hacia sus padres. Cursó estudios en la Academia del Sagrado Corazón durante doce años. En su época de adolescencia también se sintió atraída por la prosa, los cuentos y las novelas. Sus primeras manifestaciones literarias, entre las que tiene varias novelas de misterio y amor, fueron escritas en inglés.
En la Universidad de Puerto Rico escogió su futura profesión como profesora de lenguas extranjeras. La vocación de maestra la heredó de su madre, quien enseñó durante toda su vida en escuelas públicas. Ana Lydia obtuvo su licenciatura en Artes en 1968.
Ya teniendo conocimientos previos del francés, idioma que aprendió desde niña, se marchó a Francia para cursar estudios de maestría y doctorado. Terminó su maestría en literatura francesa en la Universidad de Provence, Francia, en 1971. Posteriormente completó el doctorado en literatura comparada en la misma universidad en 1978.
De regreso al país natal, trabajó como profesora en la Universidad de Puerto Rico. Junto a su esposo, el también profesor y poeta Robert Villanúa, publicó un manual para la enseñanza del francés titulado Le francais vécu (El francés vivido). Luego, en 1981, escribió en colaboración con su compañera de aventuras literarias, Carmen Lugo Filippi, el libro de cuentos Vírgenes y mártires, donde se explora el  spacio femenino en el contexto colonial y machista puertorriqueño. Fue tanta la aceptación, que logró publicar Encancaranublado y otros cuentos de naufragio, Premio Casa de las Américas 1982. En esta obra, la alegoría, el discurso espiritista, la leyenda y las batallas carnavalescas, nos llevan a una reflexión sobre los conflictos del mundo caribeño y su soñada unidad.
Su tercer libro, Pasión de historias y otras historias de pasión, publicado en el 1987, recibió el premio Juan Rulfo Internacional de París en 1984. En 1988 escribió los ensayos que fueron publicados en la columna "Relevo" del periódico Claridad, y luego aparecieron en la colección de ensayos El tramo ancla de siete escritores del país .
Entre sus ensayos más importantes se encuentran Pulseando con el difícil, Nosotros los historicidas y Mirada de doble filo. En ellos emplea tonos irónicos y contundentes recursos para exponer su punto de vista crítico hacia una cultura puertorriqueña marcada por la ausencia de poder político. Las temáticas referentes al problema de la defensa de la nacionalidad puertorriqueña son recurrentes en su obra.
Ana Lydia Vega integra la amplia lista de prominentes figuras de América Latina que han manifestado su apoyo a la independencia de su país. Presentó su adhesión a la “Proclama de Panamá”, aprobada por unanimidad en el Congreso Latinoamericano y Caribeño por la Independencia de Puerto Rico celebrado en noviembre de 2006.
Dentro de una literatura de carácter realista como es la de Ana Lydia, la violencia es un elemento constitutivo. Su humor alcanza un matiz un tanto hostil como medio de ridiculizar al enemigo. Concretamente, como en el cuento Letra para salsa y tres sonetos por encargo, Vega responde con la burla a la agresión que supone el acoso sexual. Emplea preponderantemente la parodia como medio humorístico, sobre todo combinada con el juego de palabras, manera de evidenciar la torpeza de la conducta humana. También utiliza el humor para decir veladamente lo que no está permitido decir a viva voz.
La escritora no ha escapado a las clasificaciones generacionales y ha sido adscrita a la llamada generación del setenta. Una de las características más sobresalientes de este grupo es darle voz a ciertas zonas de la realidad puertorriqueña que antes habían sido ignoradas o poco trabajadas artísticamente. Algunas de estas zonas son la sexualidad lésbica, los mundos del negro, del narcómano, entre otros. También se ha caracterizado, en términos generales, por la combinación de códigos lingüísticos de estos mundos, así como por el coloquialismo del habla puertorriqueña en general.
El rasgo principal que atraviesa los textos de todos estos creadores de su generación es la actitud irreverente hacia la realidad y frente a la tradición literaria puertorriqueña. La defensa del pasado latente, y su recuperación mediante la memoria, es tema frecuente en el caso de las narradoras  que se proponen lograr una reivindicación femenina.
Ana Lydia Vega es una mujer del presente que vive la realidad de su país y de Latinoamérica. Busca con incisiva mirada captar sus fuentes esenciales. Su estilo literario la acerca a públicos muy diversos y los temas que aborda reaparecen en el anecdotario del pueblo, que se renueva en su lucha por subsistir en la historia.
Su labor intelectual como docente ha dejado huellas importantes en la enseñanza del idioma francés, entre otras especialidades. Es una voz activa que sigue calando a fondo en los vericuetos de la latinoamericanidad, y ha tomado partido ante la lucha del pueblo puertorriqueño por salvar su cultura. Su obra deja la expectativa de continuidad, de seguir hurgando en un mundo jocoso y maravilloso, que tiene aún muchas historias que contar.
Obra:
 “Puerto Príncipe abajo”, Casa de las Américas, La   Habana, Vol.21, no.123 (nov.-dic., 1980), p.94-99.
Encancaranublado y otros cuentos de naufragios, Casa de las Américas, La Habana, 1982.
El Tramo ancla; ensayos puertorriqueños de hoy, Ed. Río Piedras, Universidad de Puerto Rico, 1988.
De cómo Ana Lydia Vega descubre el Caribe”, Casa de las Américas, La Habana, Vol.30, no.175 (jul.-ago., 1989), p.162-165.
“La felicidad ja, ja, ja, ja y la universidad”, Anales del Caribe, La Habana, no.11 (1991), p.13-21.
Vega, Ana Lydia y Torres, Walter: Falsa crónicas del sur, Río Piedras, Universidad de Puerto Rico, 1992.
Ana Lydia Vega et al.: Cuba y Puerto Rico son: cuentos boricuas, sel. e introd., Pablo de la Torriente, La Habana, 1994.
Cuentos calientes, México, D.F., UNAM, 1996.
Esperando a Loló y otros delirios generacionales, ed. San Juan, Universidad de Puerto Rico, 1996.
Vega, Ana Lydia; Pastrana Fuentes, Yolanda y Ortiz Sotomayor, Alida: En la Bahía de Jobos: Celita y el mangle zapatero, San Juan, Universidad de Puerto Rico, 1998.
“La Batalla de la lengua en Puerto Rico”, Casa de las Américas, La Habana, Vol.41, no.222 (ene.-mar., 2001), p.156-157.
Vuelve Tom”, Casa de las Américas, La Habana, Vol.42, no.225 (oct.-dic., 2001), p.34-35.
“De qué mueren los taxistas”, Casa de las Américas, La Habana, Vol.8, no.255 (abr.-jun., 2009), p.83-86.
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Semblanza biográfica y foto:encaribe.org .Texto: El cuento del día.

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