22.11.14

Perros e hijos de perra

Arturo Pérez Reverte ha tenido a lo largo de su vida cinco perros -Sombra, Mordaunt,..- y si algo ha aprendido de ellos, y de otros canes ajenos, es que  ningún ser humano vale lo que un buen perro
Arturo Pérez-Reverte, vuelve por sus fueros con los nobles perros./lainformacion.com

Perros e hijos de perra de Arturo Pérez-Reverte

"Cuando desaparece un perro noble y valiente -quien escribe es el articulista Pérez Reverte- el mundo se torna más oscuro. Más triste y más sucio".
De "Perros e hijos de perra", así de contundente es el título, habla el nuevo libro del periodista, novelista y académico de la Lengua Arturo Pérez Reverte, que ha reunido en esta antología sus artículos escritos entre 1993 y 2014 y que tienen a los canes como protagonistas principales o secundarios.
Una exquisitez bibliográfica de apenas 150 páginas, ilustrada por el pintor Augusto Ferrer y editada por Alfaguara.
En todos sus artículos, el escritor no escatima elogios y cariño hacia tan fieles compañeros de viaje del ser humano, con los que ha convivido durante la mitad de su vida, una convivencia que le ha enseñado "mucho" de cuanto sabe, o cree saber, "sobre las palabras amor, desinterés y lealtad", poco frecuentes, destaca, "entre los humanos, al menos las dos últimas; y desde luego -escribe- tampoco la primera".
Para el autor de la saga del capitán Alatriste o de novelas como "La Reina del Sur" o "El tango de la vieja guardia", "no hay compañía más silenciosa y grata" que la de un perro, "libertad más conmovedora como la de sus ojos atentos, sus lengüetazos y su trufa próxima y húmeda". "Nada tan asombroso -recalca- como la extrema perspicacia de un perro inteligente".
Perros que son medicina sanadora, el mejor alivio "para la melancolía y la soledad", de una fidelidad extrema que, en muchos casos, se prolonga hasta después de la muerte del amo. "Morirá por tí, sacrificándose por una caricia o una palabra".
"Nunca conocí -relata- entre los seres humanos, como en los cinco perros que hasta hoy pasaron por mi vida, un amor tan desinteresado y tan leal. Tan conmovedoramente fiel".
Hay recogidos en las páginas de este libro numerosos casos concretos de esa fidelidad a prueba del paso del tiempo y de otras circunstancias, de ese coraje que el autor atribuye a los perros. Pero también historias de soledad, trágicas.
Historias de perros que, muerto su amo, siguen esperándole a la puerta del hospital donde falleció, o la de aquel otro que en la antigua Yugoslavia, recuerda el entonces reportero de guerra, fue el único en defender a una mujer violada por los serbios ante la pasividad de sus vecinos, y que peleo hasta que los agresores le mataron de un tiro.
Y a la vuelta al hogar desde alguno de esos "territorios comanches" en los que el reportero vio tantas veces el rostro de la muerte y la maldad del ser humano, allí estaba Sombra, el labrador que le hacía fiestas, que se enredaba entre sus piernas loco de contento.
Escribe el autor de "El maestro de esgrima", "La piel del tambor" o "El francotidador paciente", de momento su última novela, sobre el abandono de perros en la cuneta de cualquier carretera secundaria, cuando han dejado de ser el juguete caprichoso de los hijos, o sobre la muerte colgados de una soga en mitad del campo cuando ya no son útiles para la caza.
"Al abuelo -escribe- se le mete en un asilo y al perro se lo lleva a un paraje lejano, se abre la puerta y se le dice sal". Después un acelerón y "libre del jodío chucho". "El nunca lo haría", como decía aquel slogan publicitario que perseguía concienciar sobre hechos tan rechazables.
No recuerda Pérez Reverte quien dijo aquello de que "cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro", pero sí tiene claro que "cada vez que desaparece un animal silencioso, bueno y leal" este mundo "de mierda resulta menos generoso, menos habitable y menos noble".
Pero no todas las historias sobre las que escribe conducen a la tristeza, la indignación y la melancolía. Las hay también esperanzadoras, felices, como la de Sami, un perro callejero que vagabundeada por la capital mexicana. Un chucho "a medio camino entre un zorrillo y un pastor alemán, con un toque chusma, misántropo y poco sociable", al que un gran danés, de dueño se supone que pudiente, le sacó un ojo en un ataque callejero.
Heridas de las que Sami fue curado gracias a la generosidad del vecindario, que sufragó los gastos del veterinario, y que lo devolvió a la calle. La misma generosidad que poco después le salvó de un atropello, eso sí sin cola, con la pelvis "hecha cisco" y cojo. "Hizo a todos mejores".

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