24.12.14

¡Feliz Navidad y un Próspero Año 2015!




Como la llama encendida de esta vela sea la esperanza perenne...

Un año de letras

Bogotá Literaria. Un recuento de 2014
 Homenaje a Gabriel García Márquez en la FILBO y lanzamiento de su libro al Viento./revistaarcadia.com
Gabriel García Márquez en Libro al Viento
Sin duda alguna, la literatura y la cultura en Bogotá son muestra de que es posible crear políticas públicas incluyentes que atiendan tanto lo local –talleres literarios, bibliotecas, programas en los barrios--, como lo global –Feria Internacional del Libro de Bogotá, Lectura bajo los árboles–. Durante 2014, miles de bogotanos pudieron leer gratuitamente Libro al Viento, asistir a festivales, y leer cómo nos ven desde fuera gracias a los programas de Idartes. 
Un payaso toca la guitarra. Lleva un saco de rayas, tirantas y nariz roja. Matías, de 5 años, lo acompaña con las palmas, sonriendo. A su lado, un par de viejos juegan ajedrez sobre el césped y diez metros más allá, una pareja comparte el espacio estrecho de un sillón. El Parque Nacional de Bogotá vibra con los rayos de sol de una tarde de sábado, y con quienes buscan perderse entre las tapas de un libro, leyendo bajo la sombra de cualquier árbol. “Mi libro favorito es los diferentes”, dice Matías, luchando con su propia lengua en cada ese. Su madre lo trajo porque, como el payaso guitarrista, quiere leer Chigüiro y el lápiz, de Ivar da Coll una vez más. La pareja del sillón comparte una edición de La vida, instrucciones de uso, de Georges Perec y el abuelo vino porque quiere leer un cuento de Eduardo Galeano. Entre los estantes y las maletas abiertas se amontonan estos y otros miles de títulos, esperando que un par de manos curiosas los hagan tomar vida. Cada vez que los destapan, los libros respiran. Renacen en cada versión de Lectura bajo los Árboles, programa organizado por la Gerencia de Literatura del Instituto Distrital de Artes (Idartes) desde hace cuatro años. El 29 de septiembre fue el sábado en que Matías, la pareja y el abuelo, además de 1.500 personas, merodearon por las carpas y conversaron con escritores, editores y libreros. Y aunque no es una gran multitud, cuenta para decir cómo sí hay alternativas culturales en la ciudad. Lectura bajo los Árboles, forma parte de un programa transversal que ha cambiado la manera de asumir, en estos últimos años, la literatura en la ciudad: “Este es un espacio de diálogo donde hay juegos, chistes, trueques, talleres, cómics y libros. Simplemente puede ayudar a que la gente tenga una visión más placentera de lo que es una tarea”, dice Santiago Rivas, periodista y fiel seguidor de la agenda cultural del Distrito. Lectura bajo los Árboles pertenece al capítulo de lo que dentro de la política pública se ha llamado “Apropiación”. En alianza con la Cámara Colombiana del Libro y de la Secretaría de Cultura, el equipo de Idartes vela por democratizar la palabra llevándola a localidades donde no hace parte de la agenda diaria y enriqueciéndola donde es habitual.

Los otros tres capítulos en los cuales se ha enfocado el trabajo de la Gerencia son: Estímulos, Escritura y la Circulación. Un equipo coordinado por Valentín Ortiz, bajo la batuta de Santiago Trujillo, director de Idartes, y de Clarisa Ruiz, secretaria de Cultura de la ciudad, que es quien idea y dicta la política pública, ha logrado ensanchar una red de proyectos que se abren a lo largo y ancho de la ciudad. “Leer para compartir, para conversar, para relacionarse con la vida”, dice Ortiz, como fundamento de sus programas.


Patrimonio bogotano

“Este año rompimos récords”, dice Adriana Martínez, coordinadora cultural de la Cámara Colombiana del Libro y encargada de invitar a cientos de escritores del mundo a la FilBo, la feria literaria más importante del país, “quizá la segunda en Latinoamérica, después de la FIL de Guadalajara”. Cuando habla de récords, Martínez se refiere a las 450.000 personas que asistieron a la versión número 27 del evento, y que le dejó 22.000 millones de pesos en ganancias al mercado editorial colombiano. La feria es otro de los proyectos transversales que apoya la Gerencia de Literatura e Idartes, así como la Secretaría de Cultura. Lo hacen porque saben que es el epicentro donde confluyen muchas de sus acciones: de los participantes en sus talleres literarios a los autores de sus publicaciones. En la feria, desde hace tres años, además se lanza un Libro al Viento, un programa insigne creado hace diez años para promover el acceso gratuito a los libros y a la lectura, que se asocia a la literatura del país invitado de honor. En abril pasado, la presencia inequívoca de Perú como invitado les dejó a los bogotanos una recopilación de relatos de ese país que pudieron leer y conocer de primera mano. Libro al Viento es una política demostrativa de cómo es posible crear programas de largo aliento. Lo demuestra la edición de su título 102. En la feria, Idartes además sumó un libro homenaje al recién fallecido Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982. “Libro al Viento se convirtió en un bien público. Está en las universidades, en los taxis, en las bibliotecas de la red distrital”, cuenta Ortiz. La idea es que quien tome uno lo entregue después a otro capitalino. Y así, hasta que todos hayan leído a Gabo, a Álvaro Mutis –también editado este año– o a los diez peruanos que hicieron una edición especial de cuento. El número 97 tiene tapa morada. Hace parte de la ‘Colección Capital’, categoría para los textos que hablan de la ciudad. También los hay naranjas, que clasifican a las obras universales; verdes, para los infantiles, y azules, para aquellos géneros no tradicionales, como la caricatura. En dicha portada hay una ilustración de La Rebeca leyendo y, adentro, viven los textos de algunos de los escritores que han participado en Bogotá Contada, otro hilo conductor del capítulo de la política de apropiación.

Sabuesos urbanos


Este año, cinco escritores han venido a Bogotá a compartir un poco de su experiencia. Hace dos años, a Clarisa Ruiz, secretaria de Cultura, se le ocurrió que sería interesante contar Bogotá desde fuera, persiguiendo la tradición de cronistas que, desde el siglo xvi, visitaron y escribieron sobre la ciudad. El proyecto Bogotá Contada produjo, el año pasado, un bello libro en el que se encuentran crónicas vivenciales de escritores como la chilena Alejandra Costamagna, la brasileña Adriana Lunardi o el argentino Martín Kohan: un libro para que los bogotanos sepan cómo los ven, cómo los perciben, cómo un escritor se fija “en los cielos ominosos de una ciudad entre montañas”. Para este 2014, Idartes invitó a Élmer Mendoza, Wendy Guerra, Rodrigo Hasbún, Alberto Barrera y Luis Fayad, quienes además de escribir sobre la ciudad, participaron en encuentros en librerías, bibliotecas y en talleres de creación literaria.
A propósito de los Talleres Distritales y Locales de Escritura, se trata de una apuesta fuerte de Idartes, pues lo que empezó como un ejercicio gratuito de redacción, terminó en la inscripción de más de 1700 aspirantes, de los cuales 700 fueron elegidos para regalarle un cuento, una novela, una crónica o un poema a su ciudad. Henry Gómez es director del Taller de Escritura de la localidad de Rafael Uribe y durante cuatro meses supo que era posible compartir su pasión por la literatura. En su taller, la mayoría de asistentes de estrato dos, leyeron cuentos de Ernest Hemingway y de Álvaro Cepeda Samudio, así como poesía colombiana contemporánea. Cuenta Gómez que bachilleres, amas de casa y viejos se sentaron en la misma mesa a hilar sus relatos. Uno de ellos, un brujo retirado, sintió que todas esas historias que llevaba entre pecho y espalda debían salir de alguna manera. Y gracias a las técnicas narrativas y descriptivas que trabajaron, resultó un cuento. “Es una labor muy gratificante, que indudablemente debe seguir creciendo. Pero lo que hemos logrado es importante, hace diez años no había sino dos talleres de escritura en Bogotá, y ninguno de ellos era gratuito”, dice Gómez, quien prefiere promocionar en clase la lectura de nuevos talentos colombianos. A pesar de que no llegaron a graduarse el ciento por ciento de los participantes, la mitad de ellos acudió religiosamente, cuatro horas cada sábado, a leer y a escribir; a pensar en lo que otros escriben. Seguramente, con el anhelo de llegar a participar en uno de los Estímulos que ofrece el Distrito. El Premio Distrital de Poesía y el de Cuento; el Concurso de Cuento Urbano, que incluye una residencia creativa en Berlín, y la Beca de Investigación en Literatura son algunos de los premios más buscados por los participantes. Jairo Andrade, ganador del Premio Distrital de Cuento 2014, es también tallerista del programa de Idartes, lo que demuestra el buen nivel. “Narrativamente hablando, cada día es una especie de cuento, de forma que todos estamos a un paso de contar algo”, dijo Andrade, quien seguirá alimentando talentos de la ciudad el año que viene.
Herederos de la colección
Es fundamental que las nuevas generaciones reciban ese legado que se está sembrado en la capital. Una de las madrinas del proceso es Mery Yolanda Sánchez, asesora de Literatura de los Clan –Centros Locales de Artes para la Niñez y la Juventud– y encargada de iniciar a los niños en el pensamiento creativo. “Cada niño escribe en la medida de lo que conoce y sabe. Promovemos la lectura incluso en voz alta, para que escuchen el concierto de voces”, cuenta Sánchez, quien dice incluir a Juan Rulfo y a Evelio Rosero entre la lista de autores que leen. Este año, un total de 17 Clanes se repartieron por diferentes localidades de Bogotá, dándoles a 35.000 niños y jóvenes un ambiente donde la danza, el teatro, la música, el cine y las letras fueron su mejor alimento.
Otros saciaron su sed literaria con la séptima versión del encuentro Las líneas de su mano, que llevó poetas hasta los Clan, durante Septiembre Literario de Idartes. Allí, la poesía convocó a cientos de personas para escuchar los versos del mexicano Eduardo Lizalde y otros poetas más de países como Italia, Islandia y Ucrania. Un mes más tarde, en medio de calabazas y brujas, se organizó el viii Festival de Libros para Niños y Jóvenes, apadrinado por la Cámara Colombiana del Libro. Más de 200 actividades llevaron a padres e hijos a leer, pintar y reír bajo el lema: “¡Familia que lee unida va a la librería!”, promocionando así estos escenarios como un lugar de encuentro fundamental. No es solamente el Distrito el que busca la inclusión de los niños en estos espacios, son ellos mismos quienes los demandan. En esta edición de Filbo se registró un boom en las ventas de literatura juvenil. Enrique González, presidente de la Cámara Colombiana del Libro, aseguró –basado en las cifras– que “esta generación lee más que la anterior”.

Pero los futuros guardianes de la literatura no tienen que ser necesariamente cuentistas o poetas. Incluso en el cómic y en la ilustración subyace gran parte de la herencia narrativa de la ciudad, y por eso el Idartes apoyó en 2014 varias iniciativas, como el Congreso Internacional de Ilustración y el Festival Entreviñetas. Este último mostró la movida de la historieta en tres ciudades: Bogotá, Medellín y Manizales.

Y como es obvio estas actividades han producido que las bibliotecas y las librerías se conviertan, para muchos, en una necesidad vital. Por ello, además de apoyar encuentros como Las líneas de su mano, o el Festival de Librerías de la Revista Arcadia, que se realiza una vez al año en el Parque de la 93 como una manera de reconocer el tozudo trabajo de los libreros de la ciudad. A la par de esto, la Secretaría de Cultura ha trabajado en conjunto con la gerencia de Literatura para seguir expandiendo la Red de Bibliotecas Públicas para convertirlas en espacios donde coincidan muchas artes. Una biblioteca es más que un lugar para ir a estudiar, y por ello Idartes se ha empeñado en que las colecciones de Libro al viento invadan las estanterías y hagan alianza con títeres, bailarines y músicos.

Sembrando memoria
Bogotá tiene suficientes noticias a diario como para alimentar miles de historias. La historia de los casi ocho millones de habitantes está marcada por gritos de dolor y dicha. Quienes han sido víctimas deben valerse de toda forma de expresión para cerrar su herida.
Rosa Elvira Cely. Jaime Garzón. El Palacio de Justicia. Todos son episodios de la violencia de una ciudad tan densificada como Portugal o Bolivia. A los ocho millones de bogotanos nos ha dolido lo que pasó con esta mujer, violada y asesinada de la manera más inhumana en el mismo parque donde se lee bajo los árboles; también nos hemos sentido huérfanos luego del asesinato de uno de los periodistas más valientes y brillantes de nuestra historia. Pero, sin duda, ver arder el Palacio de Justicia aquel 6 de noviembre de 1985 dejó una cicatriz que aún surca el pavimento. Para que no me Olvides fue uno de los últimos proyectos de Idartes en 2014, un ejercicio de memoria colectiva en el que cuatro episodios violentos fueron traídos al presente para pensar y proponer cambios que satisficieran un renovado anhelo de paz. La puesta en escena de la obra La Siempreviva fue uno de ellos. Cristian Valencia, coordinador de la actividad, dice que la paz estará cimentada “en todas esas muertes, en esos momentos aciagos”, y que “nuestro aprendizaje de convivencia, nuestra apuesta sin consideraciones es producto de esos profundos demonios que hemos mirado a los ojos”. Los hemos sabido mirar y aquí estamos, narrando y buscando entre las cenizas palabras que nos laven y dejen ver el sol sobre los cerros. Bogotá ha logrado que toda una generación de habitantes se apoye en los libros para contar su propia historia. Algo muy en el fondo parece estar sanando con ello. Al decir de Santiago Trujillo, director de Idartes “Hay varios retos. El primero es que la literatura se apodere del espacio público, que el libro, la lectura, la escritura y la conversación hagan presencia en nuestra vida y en la cotidianidad de la ciudad, que podamos reconocerlo en diferentes entornos, en la familia, en el barrio, la localidad... Desde acá podemos pensar en que Bogotá se consolide como un referente para Latinoamérica y el mundo, haciendo honor a la distinción que tuvo hace algunos años como Capital Mundial del Libro”.


El año literario

 Bogotá contada 2.0

  Durante el año 2014, este proyecto dirigido por IDARTES y la Cámara Colombiana del Libro, invitó a diferentes autores internacionales

 Bogotá Contada 2.0  Bogotá Contada cumplió su segunda versión durante el año 2014. Uno de los escritores invitados fue el venezolano Alberto Barrera, quien visitó la ciudad en el mes de octubre.

 En 2014 se invitaron 5 escritores que hicieron parte de diferentes eventos literarios. El colombiano Luis Fayad recorrió Bogotá durante el mes de noviembre.

 La escritora cubana Wendy Guerra visitó la ciudad durante el mes de agosto. Los textos de los escritores invitados se publicarán dentro de la colección Libro al Viento.

Los escritores invitados escribieron un texto inspirado en las realidades y peculiaridades que se viven en Bogotá.


El boliviano Rodrigo Hasbún asistió al Festival de Librerías de Arcadia en medio de la actividad Bogotá Contada 2.0


 La actividad consiste en invitar un autor internacional a recorrer Bogotá mínimo por 10 días. El escritor mexicano Élmer Mendoza visitó la ciudad en el mes de julio.

Fuente:revistaaarcadia.com

Los libros de 2015: grandes nombres, ciencia y política

De todo un poco. Habrá un libro de conferencias de Borges sobre el tango, una nueva entrega de Juegos de tronos  y siguen las neurociencias

Casi Nobel. Murakami habla del desamor./revista Ñ

Usted acaba de entrar a una librería en la que hay un poco de todo. Otro dato: en la librería ya es 2015.
Así que si va a la mesa de los Grandes Nombres de la Literatura va a encontrar El tango, que compila conferencias que Jorge Luis Borges dictó sobre el dos por cuatro durante los ‘70, descubiertas en 2013. Y se va a llevar un código digital para escuchar las charlas en las que el autor incluso canta. En la misma mesa va a estar La cortina de la niñera L, un texto infantil poco conocido de Virginia Woolf.
Si anda por la mesa de Narrativa Extranjera va a encontrar novedades del eterno candidato al Nobel Haruki Murakami, que publicará relatos sobre el desamor y la soledad en Hombres sin mujeres y el esperadísimo sexto tomo de la saga Juego de Tronos de George R.R. Martin.
También estará el libro del francés Emmanuel Carrère –atención a este nombre, que viene creciendo fuerte en elmundo–, que relata “los primeros días de esa pequeña secta judía que acabó convirtiéndose en el cristianismo”.
Por ese sector pueden andar El peso del corazón, de Rosa Montero, que visitará la Feria del Libro, Un extraño en mi mente, de Orhan Pamuk, y el nuevo libro de Arturo Pérez-Reverte. El sueco Henning Mankell publicará Arenas movedizas, que narra su experiencia durante el tratamiento contra el cáncer. David Lagercrantz, también sueco, publicará una continuación de la saga Millenium, el tanque de ventas de Stieg Larsson. El griego Petros Márkaris lanzará El Epílogo de la Trilogía de la Crisis, en el que su comisario Kostas Jaritos vuelve al ruedo. También habrá noticias del chileno Alejandro Zambra, que publicará la novela Facsímil, y del cubano Leonardo Padura, que en Aquello que estaba deseando ocurrir reúne sus cuentos.
Si se le da por los argentinos, habrá un nuevo libro del prolífico César Aira y se publicará un nuevo tomo de los Papeles de Trabajo de Juan José Saer. Federico Andahazi lanzará Los amantes bajo el Danubio, una novela situada en la Budapest ocupada por el nazismo. Florencia Bonelli cerrará la trilogía que empezó con Jasy y Gabriel Rolón publicará La voz ausente, segunda parte de la saga que empezó con Los padecientes.

Para chicos y adolescentes

Del rincón infantil y juvenil los más chicos podrán llevarse Bostonbuenosairesbarcelona, de Albert Espinosa, y La chica-pájaro, de Paula Bombara. Y Ruth Kaufman y Raquel Franco, junto al dibujante Diego Bianki, publicarán Abecedario, un libro-álbum que recorre el alfabeto a través de verbos, en vez de sustantivos. Para los que ya no son tan chicos pero aún disfrutan de los dibujitos y el humor gráfico Gustavo Sala sale con su cuarto Bife angosto, se publica Luche peluche 3, de El Niño Rodríguez, y ¡Eso, pescuezo!, de Alberto Montt.

Lo que no es ficción

Facundo Manes volverá sobre el cerebro, esta vez específicamente el de los argentinos. Adrián Paenza, una vez más, escribirá sobre Matemática. Y Beatlemanía científica, del físico uruguayo Ernesto Blanco, asocia el proceso de creación de las canciones de los “Fab Four” con avances tecnológicos de su época.
En la mesa dedicada a la música habrá una especie de diario íntimo de Andrés Calamaro y la biografía de Soda Stereo a cargo nada menos que de Zeta Bosio. Entre los libros de divulgación se publicarán Todo lo que necesitás saber sobre Literatura Contemporánea, de Andrés Hax, y Todo lo que necesitás saber sobre Terrorismo, de Ana Prieto.
Para los que gusten del ensayo, la mesa tendrá grandes nombres: se editará La gran extranjera, que compila textos inéditos en castellano en los que Michel Foucault aborda la literatura. Intervenciones políticas: Un sociólogo en la barricada reúne textos de “combate” intelectual de Pierre Bourdieu, y habrá dos libros de Thomas Piketty, autor del exitosísimo El Capital del siglo XXI.

Año electoral

En medio del año electoral la política se gana su espacio entre las mesas: Alejandro Belloti y Gabriel Vommanro publicarán un libro sobre el PRO, y Alejandro Rebossio junto a Alejandro Bercovich, una investigación en torno de Vaca Muerta. Eduardo Zanini lanza un perfil de Máximo Kirchner y Gerardo Young, una crónica sobre el kirchnerismo. También habrá novedades de Ceferino Reato y de Juan Bautista “El Tata” Yofre.
Y como el espacio en los diarios es tirano, habrá libros de crónicas e investigaciones: Juan Cruz publicará una conversación con Beatriz de Moura sobre el oficio de editar y Gonzalo Sánchez, un recorrido histórico y político por El Calafate, desde la presencia del perito Moreno hasta los años kirchneristas. Victoria De Masi trazará un perfil de Carlos Nair Menem mientras que Gabriela Saidon publicará Los verdes, una crónica sobre la tendencia hacia una vida ecológica y saludable.
Hay mucho para leer en 2015. Por suerte hay todo un año.

23.12.14

Libros para conocer mejor la historia de Cuba bajo Fidel Castro

Desde Lezama Lima y Alejo Carpentier, hasta Leonardo Padura, Iván de la Nuez y Rafael Rojas, pasando por Cabrera Infante, Reinaldo Arenas y Heberto Padilla 
 
Un joven lector durante la Feria Internacional del Libro de La Habana, en 2007. /Javier Galeano./elpais.com
Un grupo de escritores cubanos crea una cartografía literaria para conocer mejor la historia de su país en los últimos 55 años. Primero comentan algunos de sus libros en los que han abordado temas cubanos y después recomiendan a otros autores y libros.
ALMA FLOR ADA
"He escrito las memorias Vivir en dos idiomas, Alla donde florecen los framboyanes y Bajo las palmas reales, y las novelas En clave de sol y A pesar del amor.
"Sobre otros autores: El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, es una de las novelas más importantes de la literatura hispanoamericana, se nutre de los conflictos inherentes a las revoluciones: la injusticia que las provoca, el idealismo que las inicia, el absolutismo, los desmanes y las traiciones que pueden engendrar. El hombre que amaba a los perros y el resto de la obra narrativa de Leonardo Padura son una profunda crítica al desgaste de los ideales revolucionarios, a las traiciones cotidianas que erosionan principios fundamentales. Pero a pesar de la crítica honesta y profunda ambos narradores dejan abierta la esperanza en el ser humano como ente social.
"El poeta Nicolás Guillén tenía ya una voz potente antes de la Revolución, durante cuyas primeras décadas alcanzó aún mayores cimas. Esas primeras décadas fomentaron ampliamente las publicaciones en Cuba, tanto de libros cuanto de revistas literarias y dieron un amplio aliento a la literatura infantil".
ABILIO ESTÉVEZ
“He intentado reflejar mi manera de “interpretar” esa realidad que me tocó vivir, y como no podía ser menos, en casi todo cuanto he escrito. Aunque quizá haya dos novelas mías que pretendan una indagación más directa: Los palacios distantes y El navegante dormido. Para intuir una realidad tan difícil, habría que leer, además libros como La fiesta vigilada, de Antonio José Ponte; los ensayos de Iván de la Nuez o Rafael Rojas; La novela de mi vida de Leonardo Padura; Informe contra mí mismo, de Eliseo Alberto. Y por supuesto, dos clásicos: Reinaldo Arenas y Guillermo Cabrera Infante. Aunque no se me escapa que dejo fuera libros y autores que la brevedad de esta nota me impide señalar".
WENDY GUERRA
"Los autores cubanos que no pudieron o pueden hoy publicar en su patria son escritores sin país, y para muchos, es casi un favor ser editados por editores foráneos porque no todos son negocio para esas editoriales. ¿A quién le importa hoy en tópico cubano? Tiene que ser algo excepcional para despertar tal interés internacional. A los agentes literarios les cuesta mucho venderlos porque su verdadero y numeroso público está en Cuba y aquí no pueden ser comercializados.
"La consecuencia general de todo esto son los bandos políticos, el odio que destilan los blog que se escriben de lado a lado. El combate de insultos y vanidad, desencanto y decadencia es, muchas veces incomprensible para el resto del mundo.Otra de las consecuencias es la pérdida del respeto por parte de los observadores, teóricos, intelectuales o editores extranjeros que, cuando escuchan o leen dichas discusiones aparentemente agudas, pero bordadas de indescifrables insultos, nos retiran su atención. A esto le llaman “rollitos cubanos” o “alta chusmería política”.
"Mis libros puntuales para nombrar lo vivido en estos años son: Negra, Todos se Van, y que hoy es un filme de Sergio Cabrera y que parte de un Diario Personal que abarca la infancia y adolescencia de Nieve Guerra una niña cubana en años en los que el estado, muy por encima de sus padres, decidía su suerte, su destino y el de sus contemporáneos. También citaría Nunca fui primera dama, este libro habla sobre estas cinco décadas donde la mujer no ha tenido voz dentro del poder real de la vida política cubana.
"Recomiendo a Pedro Juan Gutiérrez, Reinaldo Arenas, Cabrera Infante, Leonardo Padura, Reina María Rodríguez, Ena Lucía Portela, Sigfredo Ariel, Atilio Caballero. Y por supuesto a Lezama Lima, Dulce María Loynaz, Eliseo Diego, Carlos Victoria y Guillermo Rosales".
CARLOS ALBERTO MONTANER
"He escrito varios libros sobre el tema. Las novelas Perromundo (sobre la dolorosa elección entre la sumisión o la muerte), La mujer del coronel (sobre el control afectivo de una revolución que persigue el adulterio de las mujeres casadas con oficiales del ejército y cuadros del Partido) y Tiempo de canallas. Esta novela se centra en la vida ficticia, pero tejida con elementos reales, de un hispanocubano aparentemente trotskista, que participa en la guerra civil español. Esta es una narración sobre la traición, enmarcada en el ambiente de la Guerra Fría. Pronto saldrá publicada en España bajo el sello de Edhasa. También libros de ensayos: Informe secreto sobre la revolución cubana, Cuba: un siglo de doloroso aprendizaje, Viaje al corazón de Cuba y Los cubanos: historia de Cuba en una lección, entre otros.
"Entre las recomendaciones de otros autores la mejor historia de Cuba, con mucho, es Cuba: economía y sociedad (16 volúmenes) del profesor Leví Marrero. Es una portentosa obra, increíblemente escrita por un autor que, sólo con la ayuda de su mujer, en una modesta casa de Puerto Rico, reconstruyó la historia colonial cubana. Hoy ésa sería la obra de un equipo de investigadores".
KARLA SUÁREZ
"Entre mis libros señalo dos novelas. Silencios (Premio Lengua de Trapo): una protagonista de mi generación que narra la vida de su familia desde los años setenta hasta la caída del muro de Berlín. Y Habana año cero (Premio Carbet del Caribe, inédita en España): cinco personajes se aferran a una absurda idea con tal de sobrevivir en 1993, el peor año del “Período Especial”.
"Recomiendo a Leonardo Padura y Jesús Díaz que narran períodos diferentes. Además, Cien botella en una pared, novela de Ena Lucía Portela y Habana Babilonia, un excelente ensayo de Amir Valle sobre la prostitución".
ZOÉ VALDÉS
"Pese a que varios de mis libros fueron escritos dentro de Cuba, he escrito una literatura del exilio, como casi toda la gran literatura que se ha hecho en Cuba desde José Martí a Gertrudis Gómez de Avellaneda.
"Yo tuve la suerte de tener una gran abuela, muy anticastrista, y un padre preso durante cinco años, que no fue una suerte para él, pero a mí me abrió los ojos muy temprano. Tuve la suerte de tener una abuela que también me abrió los ojos desde niña. Y atendí más a mi abuela que a Granma (juego de palabras).
"Cuando salí de Cuba la primera vez tenía 23 años, fue acompañando a mi primer esposo Manuel Pereira, ahí descubrí el mundo, y todas las mentiras que nos habían contado.
"Cuando salí de Cuba definitivamente, la segunda vez tuve que aprender la verdadera historia de Cuba, yo tenía 34 años. Leer a Leví Marrero, los capítulos censurados de Fernando Portuondo, toda la historia censurada, y me di cuenta que mi abuela tenía razón en todo lo que me había querido enseñar de la historia de Cuba.
"Nunca me he arrepentido de mi exilio, siento que la libertad la aprendí en Francia, y en España aprendí a ser persona, porque fue España quien me dio primero que nadie la nacionalidad.
"De mi obra puedo hablar de La nada cotidiana, hay un antes y un después de esa novela, aunque me hayan querido silenciar tanto tirios como troyanos, en Te di la vida entera también abarco siete décadas de la historia de Cuba, hasta los años noventa, La Ficción Fidel, es el libro más directamente político, los anteriores son novela.
"De los escritores actuales que yo recomendaría están Juan Abreu, José Abreu Felippe, Luis de la Paz, Carlos Victoria, Yanitzia Canetti, Antonio Ricardo Valle, entre otros, y por supuesto, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Lydia Cabrera, Lezama, Sarduy, de los de siempre, de toda la vida".

Literatura cubana: medio siglo de censura, metáfora y apertura

Un grupo de escritores cubanos, de dentro y fuera de la isla, describe la realidad personal y literaria de su país y lo que significa crear bajo el castrismo 
 
Escaparate de una librería en La Habana, en 2006. /Jorge Rey./elpais.com

Silencio, metáfora… apertura.

Silencio, decepción... verdad.

Estas son las dos vías paralelas de la literatura cubana en los últimos 55 años, desde que llegó Fidel Castro al poder. La primera vía es de aquellos que han escrito desde la isla y la segunda desde el exilio. Dos caras de una misma moneda que han mantenido viva la creación. El sino cultural en países con regímenes parecidos.

En este caso, “la relación estado-literatura en Cuba ha sido compleja y contradictoria; insana y, sin embargo, capaz de servir de caldo de cultivo para obras y autores de notable calidad; extremadamente paradójica”, resume Antonio Orlando Rodríguez, que empezó a publicar en la isla y hoy desde el exilio en Estados Unidos. Un vistazo atrás le permite mostrar esa paradoja porque, “el gobierno ha contribuido a darles alas a muchos escritores, a través de la educación y del acceso a la cultura, pero con la pretensión de que solo las usarían para volar entre las paredes de su jaula”.

El arco de esa historia lo trazó Seymour Menton en Caminata por la narrativa latinoamericana. Identifica seis fases literarias: La lucha contra la tiranía (1959-61), Exorcismo, existencialismo y autocensura (1962-65), Epopeya, experimentación y escapismo (1966-70), La novela ideológica, realismo socialista (1971-74), Novelas detectivescas y novelas históricas (1975- 1987) y La sexta fase (1989-2000). Faltaría una séptima, la del siglo XXI que podría ser Diversidad y apertura.

Si las novelas de 1959-60, explica Menton, “se caracterizan por sus héroes románticos que viven melodramáticamente durante un breve periodo novelístico de menos de un año, los protagonistas del segundo grupo son individuos angustiados cuya vida prerrevolucionaria carente de sentido justifica las arrolladoras reformas sociales llevadas a cabo por la Revolución”.

Entonces las voces disidentes empezaron a aparecer. Y con ellas la censura, aunque Castro dijera más de una vez que cada cual podía escribir lo que quisiera porque su gobierno no le iba a prohibir a nadie lo que escribiera: “Al contrario. Y que cada cual se exprese en la forma que estime pertinente y que exprese libremente la idea que desea expresar”. Lo hizo, sobre todo, en 1961 cuando los tres directores del suplemento cultural Lunes, del periódico Revolución, tuvieron que comparecer ante un tribunal del Partido Socialista Popular: Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández y Heberto Padilla. Los tres fueron enviados al extranjero en asuntos diplomáticos.


desde un punto estrictamente literario, el conflicto vivido era, es, una invitación a escribir”.

En el origen y en la cotidianidad de todo eso se detiene Abilio Estévez: “Politizaron nuestras vidas; nos obligaron a vigilarnos los unos a los otros; nos forzaron a vivir en estado de guerra permanente contra un enemigo que nunca nos atacó, y vivir en condiciones de guerra; nos exigieron entender una sola filosofía, el marxismo-leninismo; creímos entender que la verdadera vida estaba en otra parte y aprendimos que huir era la única solución… Y aunque parezca una frivolidad: desde un punto estrictamente literario, el conflicto vivido era, es, una invitación a escribir”.

Aunque la respuesta del Gobierno, en muchos casos, según Wendy Guerra, fue aplastar todo aquello que no alabara o contentara su ideal político. “¿En qué país crecí yo?”, se pregunta, y contesta: “En un país de escritores oficialistas, por un lado, o por el otro, de creadores muy agudos que lograron salir adelante gracias a fenómenos muy particulares o ayudas de personas brillantes y poderosas que los salvaron de la hoguera (esos fueron los pocos), en mi mundo personal conocí muchos seres acallados, criaturas sublimes castradas en su pensamiento, apabullados y atemorizados, poetas presos, homosexuales expulsados o condenados a trabajos forzados, nombres borrados del mapa intelectual cubano. Libros quemados. Deportación o exilios impuestos”.

Al comienzo, dice Carlos Alberto Montaner, “casi toda la producción literaria era prorrevolucionaria y cantaba la gesta (el lenguaje siempre es épico) de la lucha contra la dictadura de Batista. Desde hace unos 30 años eso comenzó a cambiar y hoy es abrumadoramente anticomunista, antiestalinista, en cantidad y calidad”.


hoy los jóvenes tocan temas impensables antes, como la homosexualidad o la falta de alimentos.

Ese acercamiento a la realidad lo comparte Antón Arrufat. Durante un tiempo, reconoce, se recurrió a la metáfora y a los símbolos, luego se hizo literatura de evasión, pero “hoy los jóvenes tocan temas impensables antes, como la homosexualidad o la falta de alimentos. Hay libros que, tal vez, literariamente no valgan pero como documento sí”.

Antes, en los ochenta, nace una nueva generación de artistas contestatarios, recuerda Zoé Valdés. Todo empezó por la pintura, dice, “luego le seguimos los escritores. Algunos ya habíamos leído a Cabrera Infante, Lezama Lima (prohibido entonces), empezábamos a tener noticias de Reinaldo Arenas, adorábamos a Lydia Cabrera. En los ochenta empezaron a hacerse performances callejeros muy herméticos y críticos. Eso alertó al Ministerio de Cultura, que en esa época quiso reunirse con los artistas y escritores contestatarios. Le dijimos lo que pensábamos, pero todo fue una tomadura de pelo para apretar más las tuercas de la censura. Muchos de los que estuvimos en aquella reunión nos fuimos al exilio en los años que se sucedieron”.

Censura es la palabra más citada. “Hay autores que no han sido publicados o que han dejado de serlo, por el contenido de sus textos, ya vivan dentro o fuera de la isla”, afirma Karla Suárez. Dentro de las mismas editoriales, agrega, “hay como una especie de resistencia, gente que intenta hacer las cosas de otro modo y se enfrenta. De otra parte, creo que la misma situación fomentó la creatividad, esa necesidad de contar, de dejar escrito en un papel lo que no salía o no sale en los periódicos”.

La realidad como materia prima y la adversidad como incentivo y recursos creativos se aprecia en Cuba en el arco que traza Alma Flor Ada: “De El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, que se nutre de los conflictos inherentes a las revoluciones: La injusticia que las provoca, el idealismo que las inicia, el absolutismo, los desmanes y las traiciones que pueden engendrar”; hasta El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura y el resto de su obra: “hace una profunda crítica al desgaste de los ideales revolucionarios, a las traiciones cotidianas que erosionan principios fundamentales. Pero a pesar de la crítica honesta y profunda ambos narradores dejan abierta la esperanza en el ser humano como ente social”.

Lo que da el marco principal a las dos orillas de la realidad cubana, es, según Isel Rivero, Guillermo Cabrera Infante: “Aunque no estemos todos de acuerdo por diferencias estilísticas u otras, es la obra de más consistencia de los últimos 50 años. El libro de Reinaldo Arenas, Antes que Anochezca, es ya la denuncia abierta al régimen. Y el libro de poemas de Heberto Padilla, Fuera del Juego, marcó un hito en la represión de intelectuales que habían sido leales al proceso”.

Lo que queda es el interrogante de Wendy Guerra: “¿Las personas que dirigen el país amaban, aman o disfrutan realmente las artes? Esa es la verdadera pregunta. ¿Hace falta que el gobierno sospeche de nosotros, de nuestra capacidad y éxito más allá del tópico político? No, el daño está hecho, somos nosotros los que sospechamos uno del otro, el profundo daño humano está hecho”.

¿Hay que ir a la escuela para ser escritor?

 ¿Cuántos talleres de escritura se imparten en España? Nadie lo sabe a ciencia cierta. El número se ha disparado en los últimos años. Hay cientos; miles, quizás. ¿Hay suficientes lectores para tanto escritor?
Escuela de Escritura de Barcelona / Facebook./zoomnews.es
 
Lo publicó Julio Cortázar hace más de medio siglo –forma parte de Historias de cronopios y de famas (1962)pero ha cobrado un nuevo sentido con la explosión digital: "Como los escribas continuarán, los pocos lectores que en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas".
Cada año, miles de alumnos acuden a los talleres de escritura que se imparten en docenas de instituciones, desde centros especializados hasta bibliotecas públicas. Su duración es, también, muy variada, los hay de unas pocas sesiones y de varios años. Para muchos escritores, esta docencia supone un alivio en unos momentos de ventas escasas y dificultades económicas. Pero, ¿y para los alumnos?

¿Se puede aprender a escribir?

"¿Se puede aprender a escribir?", es una de las preguntas que más se repiten cuando se habla sobre los talleres de escritura. La otra es "¿se puede enseñar a escribir?". Son cosas distintas. La segunda es, a mi juicio, la pregunta clave.
En un artículo para la biblioteca virtual Miguel de Cervantes, Rafael González, filólogo y profesor del taller de escritura creativa de la Universidad de Alicante, plantea una fórmula matemática que intenta reflejar la esencia de la Literatura y, en especial, de la ficción: Literatura = Talento + Técnica literaria. Afortunadamente, nos dice, la cosa no es tan sencilla.
El escritor, crítico y teórico de la literatura George Steiner –premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2001– sostiene que solo hay tres campos creativos en los que la precocidad no es una rareza: el ajedrez, la música y las matemáticas.
En cualquiera de esas tres áreas, el número de genios precoces es muy superior porcentualmente al de la literatura. Salvo honrosas excepciones, continúa Rafael González, la mayor parte de las grandes novelas son fruto de la madurez creativa.
Volviendo a nuestra pregunta inicial, basta con echar un vistazo a los programas de los principales talleres para concluir que ofrecen, en esencia, las claves técnicas de la escritura, desde la estructura de un relato eficaz –cuento, novela o guión–  a consejos específicos para los distintos aspectos de la narración –construcción de personajes, diálogos, etc–.
Lo del talento es harina de otro costal. ¿Se puede enseñar el talento?
Uno de los padres de la publicidad moderna, Bill Bernbach, aseguró –con su legendaria capacidad de síntesis– que él no podía enseñar el talento, él enseñaba publicidad.
Sin embargo, partiendo de la premisa de Steiner sobre la precocidad, se puede concluir que el talento, al menos en literatura, madura y, por lo tanto, evoluciona. Por eso, los responsables de los talleres literarios creen que se puede potenciar. ¿Cómo? No hay fórmulas mágicas. Constancia. Es una cuestión de leer mucho –y de una forma crítica– y escribir, escribir y reescribir. Ya saben, "el genio es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de sudor", que aseguró Thomas Alva Edison.

Notas de un fenómeno no tan reciente

Uno de los primeros talleres literarios modernos de los que tenemos noticia –hay quien se remonta a las tertulias de la Ilustración– se impartió en la Universidad de Iowa en la primavera de 1897. Pronto hará 117 años. De ahí que hablar de la 'moda de los talleres literarios' suene un tanto extraño.
En 1936 se creó en aquella misma universidad su famoso Taller de Escritores tal y como hoy lo entendemos. Fíjense: no habla de escritura sino de escritores. Directo y prometedor. Muy americano.
En su presentación, el Taller afirma que "si se puede 'aprender' a tocar el violín o pintar, se puede 'aprender' a escribir, aunque no haya ningún proceso de formación que asegure que uno lo vaya a hacer bien".
Entre sus antiguos alumnos destacan algunos de los nombres fundamentales de la narrativa contemporánea norteamericana, como Phillip Roth, Kurt Vonnegut, John Cheever, Raymond Carver –que no llegó a graduarse– y Flannery O’Connor. No está mal. Suman más de una docena de Pulitzer y National Book Award, los dos premios literarios más importantes de los Estados Unidos.
El escritor Paul Auster ha impartido clases en el taller de la Universidad de Princeton / Getty
El escritor Paul Auster ha impartido clases en el taller de la Universidad de Princeton / Getty
Paul Auster ha impartido clases en otro de esos centros impagables –en el sentido metafórico, realmente cuestan una morterada de dólares–, el de la Universidad de Princeton.
El modelo se exportó a Hispanoamérica a mediados del siglo XX. En Argentina y Chile se realizaron los más prestigiosos. Y de allí nos llegó a España. Cuentan que fue el escritor chileno José Donoso quien montó el primero –de una forma casera, si se quiera– en su residencia de Sitges, en la costa barcelonesa, en la década de 1970. Aquel pueblo era un refugio de escritores; Ana María Matute, por ejemplo, vivió allí varios años.
Poco después –hacia 1980– abrió su taller una escritora argentina, Clara Obligado. Aún continúa en activo.
Hay que esperar a 1985 para que aparezca uno de los grandes, el taller Fuentetaja, en Madrid. Dispone de una editorial especializada en manuales para escritores.
Fuentetaja evita usar la palabra "escuela" porque crearía excesivas expectativas. "Convertirse en 'escritor' o 'escritora', es otro asunto" –advierten sus responsables–. "Una aspiración legítima, desde luego, pero cuya concreción en ningún caso dependerá mas que en una pequeña parte, de haber participado durante varios años en un taller o máster de escritura".
El Ateneo Barcelonés, en cambio, sí utilizó esa palabra para bautizar a su Escuela de escritura, la mayor de nuestro país y segunda de Europa. Su claustro está formado por más de cien profesores. Y en su presentación no elude el concepto que, en España, parece maldito: escritor profesional.
"La escuela está dirigida a aquellas personas amantes de la lengua y de la literatura que quieran convertir su pasión en un oficio, ya sea como escritor o como profesional del mundo editorial", asegura en su declaración de principios.
En ese mismo sentido se orienta la Escuela de escritores, con cursos presenciales en Madrid, Burgos y Zaragoza. Prácticamente todos los centros ofrecen enseñanza online.

¿Y en la universidad?

Pese a la oferta de talleres de escritura en varias universidades españolas y la inclusión de asignaturas sobre esta materia en distintas Facultades, la creación de un grado universitario en escritura creativa parece lejano.
La parte académica no ofrece problemas aparentes. Hay materia de sobra. De hecho, algunas escuelas y universidades ofrecen másteres de varios años de duración. El problema reside en la falta de tradición, por un lado, y en las dificultades de la evaluación por otro. ¿Qué criterio se usa para premiar un trabajo con sobresaliente? ¿Y para suspenderlo? Nadie quiere cargar con el mochuelo de haber cateado a un genio.
El interés –curioso en un país en el que los índices de lectura son bajos– por convertirse en escritor y publicar va al alza. En los próximos años habrá que estar atento a qué universidad toma la iniciativa. Hay mucho dinero en juego.
Dinero y literatura. Curiosa pareja. Lo reflexiono mientras tomo un cafelito.

Muere Joe Cocker

El cantante sucumbe a los 70 años a un cáncer de pulmón
 
Joe Cocker se ganó un recuerdo inolvidable al musicalizar la serie Los años maravillosos con una canción prestada de The Beatles, With A Little Help Of My Friends /elpais.com


La voz grave y volcánica del soul blanco se ha apagado este lunes. Y tuvo que ser un cáncer de pulmón, el órgano que insuflaba el aire que la alimentaba, el que acabó con la vida del cantante británico Joe Cocker a los 70 años. Terminaba así una carrera que empezó entre vapores de alcohol en los años sesenta en los clubes de Sheffield, ciudad del centro de Inglaterra donde nació.
Deja para la historia su voz única y sus movimientos espasmódicos ante el micrófono, plasmados para la eternidad en su dramática interpretación de With a little help from my friends, el éxito de los Beatles, sobre un escenario de Woodstock, cuando el cantante solo tenía 25 años, recogida en la película del festival. Aquella versión, por la que le felicitaron los propios autores, supuso su primer número uno en 1968 y reveló su gusto y acierto al reinterpretar, o más bien reinventar, composiciones ajenas. Tras conocer ayer por la tarde la noticia, Paul McCartney dijo que estará “para siempre agradecido” a Cocker por convertir aquella canción del Sgt. Pepper’s en un “himno del soul”.
De origen proletario, Joe Cocker sucumbió a todas las tentaciones de la bohemia rockera. Pero incluso cuando parecía tocar fondo era capaz de cosechar éxitos planetarios. Su voz quedará para siempre unida al cine de los ochenta, gracias a Up where I belong, su dueto con Jennifer Warnes en Oficial y caballero, que le valió un Grammy y un Oscar en 1983. Pero, sobre todo, por su versión de You can leave your hat on, de Randy Newman, que puso ritmo al mítico strip tease de Kim Bassinger ante Mickey Rourke en Nueve semanas y media, y se convirtió en himno erótico para toda una generación.
John Robert Cocker, nacido el 20 de mayo de 1944 en un suburbio de Sheffield, vivía desde hace años en Estados Unidos, en un rancho de Colorado, junto a su segunda esposa.
Su agente, Berrie Marshall, ha confirmado el lunes por la tarde la muerte de un artista “sencillamente único”. “Será imposible llenar el espacio que deja en nuestros corazones”, dijo. “Fue sin duda alguna la mayor voz de rock y soul que nunca dio el Reino Unido. Fue el mismo hombre durante toda su vida. Tenía verdadero talento, era una auténtica estrella, pero al mismo tiempo un hombre amable y humilde que amaba estar sobre el escenario. Cualquiera que le haya visto alguna vez en directo no podrá olvidarle”.
Cuenta la leyenda que se lanzó a cantar ante un micrófono por primera vez a los 12 años, en la banda de su hermano. Pero ya desde que cumplió los 15 lo empezó a hacer en bandas propias. Sus comienzos en la música profesional fueron bajo el nombre artístico de Vance Arnold. Con su banda, los Avengers, y su poderosa voz, versionaban éxitos de Chuck Berry y Ray Charles. En 1963 telonearon a los Rolling Stones en Sheffield. Un año después firmaba un contrato para el primero de su veintena de álbumes en solitario.
Su estilo caótico y desaliñado sobre el escenario, cuenta quienes le conocieron, tenía su réplica en su vida personal. A pesar de sus reticencias iniciales a prodigarse en directo, en 1970 se embarcó en una monumental gira por 48 ciudades de Estados Unidos acompañado por cuarenta músicos, que se llamó Mad dogs & Englishmen (perros locos y hombres ingleses). El éxito de la aventura, recogida en un álbum en directo y en una película, cimentó su leyenda americana, pero aquella larguísima fiesta casi acaba con su salud física y mental.
En 2007, la reina de Inglaterra le entregó la medalla que le acreditaba como Oficial del Imperio Británico por sus servicios a la música. Cocker publicó en 2012 su álbum de estudio Fire It Up, el último de su larga carrera. El año pasado emprendió en una gira triunfal por diversas ciudades Europa que terminó en junio en el Hammersmith Apollo londinense, en el que el destino quiso que fuera su último concierto.




Hay ‘Drácula’ más allá de las cruces

Fernando Vicente ilustra una edición del clásico que evita algunas imágenes icónicas
El Conde Drácula, según Fernando Vicente./elpais.com

Las ilustraciones  de Fernando Vicente  cuentan el fragor de la maldad sanguinolenta de Drácula, y son impecables./el pais.com

El ilustrador Fernando Vicente reconoce que "no había leído" el clásico que publicó Bram Stoker en 1897. Sus referencias del conde Drácula eran sobre todo cinematográficas. Este madrileño de 51 años participó en 2012 en una exposición, en A Coruña y Madrid, sobre el centenario de la muerte de Stoker con una ilustración del escritor irlandés y otra de uno de los Dráculas más célebres del cine, Bela Lugosi. Ahí fue cuando la editorial Reino de Cordelia le propuso ilustrar esta novela, y entonces se puso a leerla. "Un año, aunque no de continuo", dice Vicente que necesitó para completar los dibujos de esta bella edición que acaba de ver la luz con la traducción de 1993 de Juan Antonio Molina Foix y un prólogo del filólogo y poeta Luis Alberto de Cuenca.

Este nuevo Drácula contiene unas 40 imágenes grandes, varias de ellas a doble página, y otras 30 pequeñas, incluidas las siluetas que encabezan cada capítulo. En la cubierta del libro hay dos bocas a punto de besarse con un colmillo blanco asomando en una de ellas. Y de ese roce nace de fondo "un río rojo, de sangre", describe el autor de la que define como "una portada mínima". Para estar preparado cuando le llegase la inspiración, Vicente fue tomando notas a medida que leía las aventuras del bebedor de sangre y sus enemigos. Así le fueron viniendo a la cabeza las imágenes que ha distribuido en las 544 páginas del libro. No tenía muchos precedentes en el mundo de la ilustración que le sirvieran de referencia, principalmente una versión en cómic realizada al óleo por Fernando Fernández. Como escribe De Cuenca en el prólogo: "El mundo de la ilustración no ha mostrado tanto interés por este personaje como el cine".

Vicente, también pintor y colaborador en EL PAÍS desde hace 15 años con sus dibujos, intentó huir para este trabajo de las conocidas imágenes cinematográficas del mito que están en el imaginario popular: los vampiros elegantes y repeinados como el mencionado Lugosi o el británico Christopher Lee, el repulsivo Nosferatu, de Murnau; o la versión que dirigió Francis Ford Coppola en 1992 protagonizada por Gary Oldman. "A medida que avanzaba en mi trabajo, en la editorial me decían, '¿pero no vas a dibujar más cruces y ajos?' Pues, no. Y tampoco hay estacas. Además, he preferido no enseñar demasiado el rostro del personaje", subraya, por lo que al vampiro se le ve casi siempre de perfil o entre tinieblas. "Es para mantener cierta curiosidad en el lector".

Lo que sí ha intentado transmitir sin ambages "es la desazón y el ambiente malsano del texto original, de una novela que sigue teniendo vigencia, he querido contar el auténtico Drácula". Para ello ha empleado mucho el color negro, "más del que suelo usar, para reflejar así la noche y las sombras, y el rojo, que remite a la sangre, además del blanco y el gris". Todo con el estilo pulcro y elegante que le caracteriza.


“He preferido no enseñar demasiado el rostro del personaje”

El ilustrador explica que en los pasajes del libro que relatan sueños y pesadillas ha "dejado volar más la imaginación". Mientras que quizás lo más complicado "de esta tarea tan costosa de acometer" ha sido ilustrar la persecución final al príncipe de las tinieblas, resuelta con una doble página en la que un lobo a la carrera alberga en su interior un coche de caballos y una locomotora.

Donde también ha querido dejar su impronta Fernando Vicente ha sido a la hora de dibujar a las mujeres protagonistas de esta historia, Mina Murray y Lucy Westenra, mostradas con cuerpos marfileños y entre transparencias, apetitosas para el monstruo que las quiere poseer. "Y cuanto más cerca están de enamorarse, de caer en los brazos de Drácula, más sensuales las he dibujado".

22.12.14

Fallece Paco Porrúa, el editor de ‘Cien años de soledad‘ y ‘Rayuela’

 Fue el primero en publicar  Rayuela  Cien años de soledad  y un referente ineludible en el mundo de los libros
Francisco Porrúa, editor español de la primera edición de Cien años de soledad./elpais.com

Conocí a Paco Porrúa (Corcubión, La Coruña 1922-Barcelona, 18 de diciembre de 2014) por intermedio del escritor argentino Marcelo Cohen. Fue por los años ochenta. Porrúa había leído una reseña mía (en el suplemento de libros de este diario, que por entonces se llamaba Libros) de una novela de José Bianco editada por Anagrama. Se trataba de Sombras suele vestir. Me llamó por teléfono para que habláramos un “rato de literatura”. En realidad de lo que quería hablar, lo descifré unos días más tarde, era de mi reseña de José Bianco, Pepe Bianco le llamaba él.
Hasta hoy nunca supe si la reseña le había gustado poco o nada. Mucho seguro que no. Pero entonces tuvo la suficiente elegancia como para no aclarármelo. Parece que mi crítica de Bianco le había parecido equivocada. Positiva pero equivocada. Eso me llenó de pavor porque me acordé de una sentencia de Jaime Gil de Biedma sobre Gonzalo Sobejano, de quien escribe en sus diarios, con una apenas disimulada crueldad, que era muy buen critico pero casi nunca decía aquello esencial que tenía que decirse de un libro.
Esa duda nunca se agravó con el transcurrir de nuestros encuentros, por lo menos no tanto como para que quien escribe eso desistiese para siempre de la crítica literaria como oficio. Pero tampoco se sintió obligado a ser abiertamente benévolo conmigo. Me consoló siempre el hecho de que me diera trabajo como escritor de solapas de libros, informes literarios y me invitara a comer o a tomar café cerca de su editorial de la Avenida Diagonal de Barcelona (siempre pagaba él, aunque uno se esforzara en contrariarlo).
Si cuento todo esto es porque me parece que da pistas sobre cómo era Paco Porrúa. Un hombre inmensamente culto, un editor apasionado, pero, a la vez, me lo pareció siempre, incapaz de mentirse a sí mismo mintiendo a los demás. Sentía una gran admiración por José Bianco, tanta que cualquier equívoco sobre su modo de entender la ficción lo consideraba una aberración. Con el tiempo, luego de muchos cafés y comidas, entendí que eso lo sentía por muchos autores. Y creo, además, que experimentaba cierta desconfianza hacia los críticos literarios. Pero eso nunca lo explicitó.
Cuando lo conocí era director de la editorial Edhasa, además de editor de su colección de ciencia-ficción Minotauro. Nunca dejé de sentirme un privilegiado hablando (y aprendiendo) con él. Tenía esa forma algo porteña que tenían mis amigos de tertulia de los cafés de la calle Corrientes, en los años sesenta. Gente muy formada, muy generosa con sus conocimientos, pero terriblemente exigentes con el talento desperdiciado o la sensibilidad mal educada.
Porrúa era un loco de la ciencia-ficción. Tenía conocimientos exhaustivos del género. Y no recuerdo nunca que haya afirmado que Ray Bradbury era un autor de género. Creo que lo consideraba un gran poeta. Dos de los mejores textos sobre ciencia-ficcion y sobre literatura fantástica (los dos del británico David Pringle) los editó él en su colección Minotauro. Todo lo que sé sobre estas materias, todo lo que sé en especial sobre J. G. Ballard, lo aprendí de Porrúa. Su amor y su inmenso respeto a la literatura fantástica, siempre me pareció que fue suficiente para que entendiera al instante el valor estético de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, del que fue su primer editor. También de Rayuela, de Julio Cortázar. También fue el responsable de la publicación en castellano de El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien.
Todo esto pasó hace muchos años. Volví a pensar en Paco Porrúa cuando leí, hace poco, las casi 40 menciones que tiene en el libro de Xavi Ayén Aquellos años del boom. Ello da una idea aproximada de su importancia en todo lo que supuso la arquitectura crucial del boom. El boom como fenómeno literario pero también comercial y mediático, es en esencia Gabriel García Márquez. Y Paco Porrúa jugó un papel no menos esencial como editor. Y sobre todo, como lector y valedor del gran escritor colombiano.
De sobra está decir que Porrúa era un gran conversador. Un día comentamos una frase de Jorge Luis Borges, creo que la única soberbiamente tórrida y sensual que dijo el poeta argentino: “Me duele una mujer en todo el cuerpo”. Repitió la frase dos o tres veces, como si no pudiera creer que Borges expresara alguna vez algo semejante. También gracias a él conocí el funcionamiento de Sur, la revista de Victoria Ocampo. Lo curioso de nuestras charlas, que no fueron muchas, es que nunca le escuché decir nada intrascendente. Nada que no tuviera una importancia inmediata. Nada que no me sirviera instantáneamente para ser mejor como crítico y como persona.

 Resplandor de Porrúa 

El editor de  Cien años de soledad  falleció el 18 de diciembre de 2014 

Francisco Porrúa fue un resplandor. Editorial, humano. Un ejemplo de cómo publicar según el gusto que te manda, de acuerdo con el catálogo que te organiza, según la pituitaria suprema del azar de tu capacidad (cultural) de elección. Era un editor, y era un resplandor. Cuando este periodista inició una serie sobre grandes editores del mundo, el impar Javier Pradera pasaba por mi lado y me decía: “Y no te olvides de Porrúa”. Porrúa fue el resplandor para dos o tres, o cuatro, generaciones de editores entre los que estaba Javier Pradera, como lo estuvieron Carlos Barral o Jaime Salinas o, más recientemente, ese editor netamente europeo que fue Jaime Vallcorba.
Pradera lo consideraba un maestro del gusto y del rigor, porque, como él, se fijaba más en el texto que debía leer el lector que en el texto mismo. El texto debía tener una consecuencia; el editor, en ese sentido, no era un mero transmisor, un notario; era, por así decirlo, el que iba a convocar sobre el texto toda la magia de la que es capaz un editor cuando dentro de sí hay una historia cultural, una exigencia y una apuesta. En las cartas que Porrúa le envió a Julio Cortázar, cuando la confianza del joven autor de Bestiario era todavía como una hoja de papel, son un ejemplo de esa constancia editorial que Porrúa imprimió a su trabajo y que Pradera (como tantos otros) apreciaba en el editor que acaba de morir. De esas cartas uno sabe por lo que decía Cortázar en las suyas; están, como todas las de Julio, en los volúmenes que compiló Aurora Bernárdez y que ahora pueden consultarse, en ese caso al menos, como el mayor monumento que un autor puede hacerle a un editor.
Las relaciones entre autor y editor han sido marcadas en los últimos tiempos por la existencia de intermediarios que seguramente han mejorado el negocio pero que no necesariamente han animado a la persistencia de una relación radicalmente humana y directa, como la que tuvieron, a la vista de esa correspondencia, Cortázar y Porrúa. Lo que ocurría entre ellos era una relación de usted (no de vos ni de tú; de usted). Eso no era así sólo desde el punto de vista del lenguaje que usaban para tratarse, que en principio fue de usted, sino que se correspondía con la propia eficacia del trabajo: lo que Cortázar le decía tenía que ver con los asuntos del oficio; y mientras esa relación fue así, oficial y de caballeros, uno y otro debieron aprender mucho, del mismo modo que muchos otros (como Pradera, seguramente como Barral, es probable que como Vallcorba) aprendieron de Porrúa en persona o a distancia.
Esas cartas le levantaron la moral a Cortázar, cuando creía que su porvenir eran unos libros arrumbados en un almacén de los que los rescató Porrúa; y cuando ya el escritor era el gran autor de Rayuela, aquel resplandor que se dio entre ambos no conoció tregua, sino que fue alimentando una amistad que hoy sería, muy probablemente, uno de los más excepcionales elementos que constituyeron el llamado boom de la literatura latinoamericana. Entre los protagonistas de ese universo narrativo que hizo explosión están, como se recuerda siempre, los nombres propios que todos conocemos (Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa…, en el ámbito puramente literario), Carmen Balcells, como agente de todos los citados, y después de Julio Cortázar), y Carlos Barral… No incluir en esa lista a Porrúa, que fue resplandor primerizo y original de tremendo suceso, pone de los nervios a quienes han estudiado bien la historia; en concreto, ante esa omisión que es muy frecuente entre nosotros (y que era de la que alertaba Pradera) reaccionaba Luis Harss en la esperada, y eficaz, reedición de su Los nuestros, la imperdible acta notarial del inicio verdadero del boom. En ese libro Porrúa está en su sitio, como lo está ya en la historia. Está en su sitio y ese sitio representa un resplandor.
Lo fue, digo, para Cortázar. Un resplandor. Y lo fue, en gran medida, para Gabriel García Márquez. Éste contaba que Porrúa le avisó de que se iban a imprimir siete u ocho mil volúmenes de Cien años de soledad; entonces, en Argentina, donde la Sudamericana de Porrúa apostó tan fuerte por la obra maestra de Gabo, esa cifra era una heroicidad. Pero Porrúa sabía lo que hacía: esa era también una heroicidad en España, y antes de que cantara el gallo ya esa cifra resultaba ridícula, en Argentina, en el mundo, para lo que la gente fue pidiendo de inmediato. No fue tan solo la gente: la gente lee y demanda; es el gusto del editor, su capacidad tensa de riesgo, la que de algún modo convoca de inmediato el gusto ajeno. Y García Márquez comprobó en seguida que estaba en manos de un editor capaz de la magia de comunicar que era oro lo que relucía.
La vida actúa, decía Fernando Arrabal, en golpes de teatro. A veces el teatro es la realidad, y ésta te convoca a seguir los pasos de los maestros, para hacerles caso. Un mediodía triste de Barcelona, sol y lágrimas, casi otoño de 2009, en la despedida de otro gran editor (en este caso, un publisher clave, un empresario editorial, Antonio López Lamadrid) vi en medio de la multitud melancólica el resplandor de un pelo blanquísimo, blanquísimo, como la nieve de invierno en Lleida. Al lado de aquel cuerpo vestido también de blanco iba la admirable mujer, espléndida agente literaria, Isabel Monteagudo.
Ese hombre de blanco, como un resplandor, era Paco Porrúa, que desde hacía rato vivía en Barcelona. Me acerqué, le di el recado de siempre de Pradera, y me citó para algún tiempo más tarde. Luego el teléfono fue despidiendo excusas: él ya no estaba para entrevistas ni siquiera para café o mate o para nada más que para el descanso que merecía su cuerpo cansado, vestido en aquel momento del entierro de Toni con aquella elegancia que lo convertían en un bello indiano de sombrero blanco.
Desde entonces, desde aquel encuentro, incluso cuando leo las cartas de Cortázar me lo imagino así, con su bastón, con ese traje, bajo el sol, revisando las pruebas de Rayuela, corrigiendo los apresuramientos de Cien años de soledad, ejerciendo uno de los oficios más bellos del mundo. Mientras estén su recuerdo y sus ejemplos, ese oficio de editar lo tendrá como un referente ineludible. Fue un resplandor, como nos decía Javier Pradera.