16.1.15

Charlie Hebdo y los límites de la libertad de expresión

Informe especial
Todos somos Charlie
Sí deberíamos ser Charlie. El triunfo de la libertad de expresión está en defender el derecho, de quienes dicen cosas con las que no estamos de acuerdo, de no ser encarcelados ni asesinados

Dios los perdone. Yo soy Charlie, lo dice el Profeta Mahoma./lasillavacia.com
La semana pasada 12 personas fueron asesinadas en la redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdo (y ocho más en otras partes de París). Puesto que las víctimas fueron seleccionadas predeterminadamente, que varias de ellas trabajaban en la revista, que la revista publicaba (entre muchas otras cosas) caricaturas burlándose de ciertas creencias musulmanas, y que los asesinos pertenecían a grupos islamistas radicales, los asesinatos se entendieron como una respuesta a esas burlas y como un atentado a la libertad de prensa y a la libertad de expresión.
No podemos estar seguros de si esta, en efecto, fue la motivación (y mucho menos ahora que la policía francesa “dio de baja” a los dos asesinos). Pero sí podemos estar seguros de que el mundo reaccionó, en masa, para repudiar estos asesinatos y defender “la santidad” de la libertad de prensa y la libertad de expresión.
Nada más ayer, en París y otras ciudades francesas, unas cuatro millones de personas salieron a marchar para repudiar el atentado y demostrar su apoyo a la libertad de expresión y a la libertad de prensa. Varios periódicos del mundo (incluso en el mundo árabe y el mundo musulmán, que no son lo mismo, por cierto) publicaron caricaturas y editoriales defendiendo estas libertades como valor supremo de nuestra vida en sociedad. En Colombia, por ejemplo, El Tiempo publicó una primera página en blanco y negro y varios medios –incluida La Silla Vacía, creo– se unieron a la campaña #JeSuisCharlie (“Yo Soy Charlie”).
El atentado es evidentemente una tragedia injustificable, pero también ha abierto una discusión importante sobre estas libertades que ha mediado el discurso sobre lo sucedido. Porque también es evidente que ni la libertad de prensa ni la libertad de expresión son santas. Es decir, son deseables y, como pilares de una sociedad justa, dignas de defender, pero también tienen límites, han de ser acotadas.
El primer límite es simple: cualquier derecho se acaba cuando comienzan los derechos de los demás. Propagar mentiras sobre alguien, a título personal, es, cuando menos, problemático, pero acusar a alguien falsamente (o sin pruebas) de alguna actividad ilícita en un foro público o un medio masivo es, sencillamente, criminal.
El segundo límite es más complicado. Aunque muchas veces los medios de comunicación no se den cuenta, la información que propagan (quieran o no), mutan y moldean cómo sus consumidores ven la realidad. Es por eso que ciertas representaciones contra ciertos grupos pueden llevar a marginarlos. Es necesaria cierta censura (no creo que una censura legal, pero sí por lo menos cierto rechazo social*) para evitar esto.
Ya hemos visto varios casos (en este blog he escrito sobre cómo lo hacen algunos políticos colombianos) en los que la libertad de expresión es una excusa usada para decir estupideces sin consecuencias. Pero la libertad de expresión y la libertad de prensa implican que cada uno es libre de decir estupideces, así como los demás son libres de criticarlas y tildarlas de estupideces, si en efecto así las consideran (como imagino que al menos uno de ustedes hará en la sección de comentarios de este artículo).
Es así que tanto la esclavitud y el racismo en Estados Unidos, como los fascismos europeos del siglo pasado, los “revolucionarios” racistas de Rwanda, los comunistas alrededor del mundo y, más recientemente, las guerras de Estados Unidos y sus aliados europeos contra ciertas partes del mundo musulmán, se han afianzado y proliferado gracias a la utilización de los medios masivos de comunicación. Pero también es así que muchos activistas, columnistas y periodistas han luchado contra esas representaciones discriminatorias y han buscado callar voces violentas.
Es por eso que varios comentaristas se han unido a una campaña diferente, la de “Yo no soy Charlie”, teniendo en cuenta que la revista, en ocasiones, ha publicado burlas al Islam como religión y como cultura que, en ciertas características, coinciden con cómo algunos medios han representado al Islam (a todos los 1.600’000.000 de practicantes musulmanes) como una secta barbárica y radical (que ha de ser combatida).
Esta burda simplificación hecha por los medios en general (no sólo Charlie Hebdo en particular) ha causado estragos, incluso en Colombia. Sólo hay que ir a El Espectador y leer la columna de Héctor Abad Faciolince de ayer, en la que equivocada, ignorante e irresponsablemente afirma que “buena parte del Islam está todavía en la fase medieval de sus creencias. Los tiempos coinciden: la predicación de Mahoma empezó en el año 622. Si le restamos este número a 2014, vemos que ellos están apenas en el año 1392 de su historia: viven todavía en tiempo de cruzadas, de fetuas y Yihad; el Renacimiento apenas va a asomar la nariz, no han descubierto a América, les falta un siglo para Lutero y tres para Voltaire y Diderot”. O ir a Semana y leer la falsa polarización que Antonio Caballero hace entre “civilización” (liberal, laica y occidental) y “barbarie” (fundamentalista, religiosa y no-occidental).
Sin embargo, también es evidente que estos límites, estas discusiones, no aplican para la masacre de Charlie Hebdo. Nunca el castigo para quien se salga de los límites discutidos más arriba debería ser el asesinato. Pero las discusiones sobre estos límites sí deberían aplicar al contenido de Charlie Hebdo y de todos los demás medios (bien sean masivos o pequeños como la revista francesa). Por supuesto, los límites de los que hablo son maleables, dinámicos y discutibles. Y son difíciles de definir claramente.
Charlie Hebdo, por ejemplo, además de publicar contenidos problemáticos y quizás discriminatorios, también publica burlas a todas las religiones y a todos los estamentos del poder. Decir que es una publicación discriminatoria sería apresurarse, pero decir que todo su contenido es aceptable (o que debería estar libre de crítica) también sería equivocado.
Por ahora, creo que sí deberíamos ser Charlie. El triunfo de la libertad de expresión está en defender el derecho, de quienes dicen cosas con las que no estamos de acuerdo, de no ser encarcelados ni asesinados. Pero eso implica estar también dispuestos a la crítica y a la discusión sobre los límites y los problemas de la libertad de expresión. Sin esto no podríamos ser Charlie, ni ningún otro medio.
*Cambié las palabras de esta frase tras esta discusión en twitter.
Por cierto, estos son los tres artículos más lúcidos que he leído sobre Charlie Hebdo: Teju Cole habla en The New Yorker sobre el contexto social de este atentado y cómo el “Occidente” interpreta diferentemente ciertas violencias, mientras que en The Guardian Joe Sacco dibuja sobre lo problemático de las imágenes ofensivas y Gary Younge complejiza brillantemente el debate sobre la religión y el radicalismo.
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Hola, ¿qué tal? ¿Cómo están todos? Sé que no escribo en este blog hace mucho. Espero que me hayan extrañado tanto como yo a ustedes.
He estado ocupado con otros proyectos, entre ellos Latin America is a Country, una página que inicié junto a Camila Osorio (otra orgullosa alumna de La Silla Vacía) en la que discutimos cómo América Latina y temas latinoamericanos son tratados en los medios estadounidenses y europeos y en la que intentamos explicar la importancia de ciertos temas locales para audiencias globales. Léannos, sígannos en Twitter y en Facebook, y cuéntennos qué piensan.
Como siempre, los espero con malos análisis de fútbol y peores chistes en @derpoltergeist.

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