9.2.15

Un panorama inquieto y cuestionador (1)

Informe especial
Yo Soy del Punto Cubano
Hace años que en la literatura cubana se respira la inminencia de una eclosión
Alexandre Arrechea: Capitolio de La Habana (serie La ciudad dejó de bailar), 2009./elcultural.es
Para pulsar la nueva cultura cubana en estos tiempos de cambios conviene interpelar a sus creadores sin olvidar las duras condiciones políticas y sociales de la Isla, la relación entre el interior y el exterior, y entre los más o menos críticos, los disidentes y los que esperan
Ignacio Echevarría traza desde Cuba un panorama de la joven narrativa cubana. Buscamos a los más pujantes escritores, un contraste de géneros y estilos. Y entrevistamos al escritor Leonardo Padura, con su nuevo libro de relatos Aquello estaba deseando ocurrir; a la artista Tania Bruguera, retenida en La Habana y muy crítica con el régimen, y al cineasta Laurent Cantet, que estrena Regreso a Ítaca, una mirada a la actualidad emocional de la isla
El giro dado por Obama a la actitud de Estados Unidos hacia Cuba alienta entre los habitantes de la Isla expectativas ilusionadas, moderadas en algunos por el escepticismo, cuando no por una abierta suspicacia. La mayoría lo considera un paso necesario, largamente esperado, cuya beneficiosa influencia confían que no tarde en hacerse notar. Entretanto, el regreso de los tres presos cubanos recién liberados, aclamados como héroes, ha supuesto el reverdecimiento del espíritu épico que late aún en buena parte de la ciudadanía cubana, siempre muy celosa de su propia dignidad.
En el terreno cultural, resultaría ridículo tratar de detectar ningún síntoma nuevo, ni siquiera incipiente. Como mucho, cabe decir que las nuevas expectativas refuerzan la actitud que, entre los más jóvenes escritores, parece predominar en los últimos tiempos: la de dejar atrás -o a un lado, al menos- la “excepcionalidad” cubana; es decir, “sintonizar” la producción cultural cubana con la del resto de Latinoamérica y, más ampliamente, del mundo.
Una tarea difícil, cuando se trata de una literatura a la que la mayoría de los lectores se acercan para entrever a través de ella la realidad tan particular y tan polémica del país. Como ha escrito recientemente el ensayista Jorge Fornet (Elogio de la incertidumbre, Ed. Unión, La Habana, 2014), “leer la Cuba novelada del siglo XXI es tanto un ejercicio literario como una práctica con vocación política”. Esto hace que la mayor parte de las aproximaciones a la narrativa cubana aparezcan enredadas en una maraña de tópicos y prejuicios, concienzudamente explotados por el llamado realismo sucio y cierta estética del desencanto y del fracaso de la que hicieron industria los narradores que, surgidos en la década de los 90 bajo el impacto traumático del llamado Periodo Especial, obtuvieron notoriedad fuera de la Isla y hoy siguen acaparando la atención de la mayoría.
En el cambio de milenio, un puñado de narradores cubanos se dieron a conocer bajo la etiqueta “Generación Año 0”, que en la actualidad, más que para designar a un grupo determinado -hoy ya bastante desarticulado-, suele ser empleada como marca de una nueva actitud caracterizada por el desentendimiento de todo compromiso testimonial; también por la tendencia a la metaficción, el recurrente empleo de la parodia, la apropiación de los códigos propios de la cultura de masas y, más generalizadamente, una desinhibida concepción del arte y de la literatura como diversión, entendida esta como juego y entretenimiento, pero también como “lo que mueve a risa” o emerge allí donde “las circunstancias ordinarias han sido sustituidas por una situación extraordinaria o poco común” (Lizabel Mónica, Generación 0, La Noria).
Varios de estos rasgos son destacados por Caridad Tamayo Fernández en el prólogo a Como raíles de punta (Ediciones Sed de Belleza, 2013), una amplísima antología que reúne relatos de más de 30 narradores cubanos nacidos a partir de 1977. Tamayo subraya especialmente la tendencia a “hurgar en las problemáticas individuales”, con premeditado olvido del “sujeto social colectivo de las décadas precedentes”. Subraya además otro aspecto relevante, enfatizado a su vez por Fornet: la creciente impronta de la literatura escrita por mujeres. “Ellas, prácticamente, se han adueñado del panorama cultural más visible (premios, publicaciones, foros de discusión y promoción cultural, etc.) y han puesto en circulación algunos de los textos más atrevidos que han podido leerse en la Cuba de los últimos años”.
La publicación fuera de Cuba sigue siendo la posibilidad más codiciada por los jóvenes cubanos
En cuanto a los temas tratados por los más jóvenes narradores, tanto su diversidad como sus líneas maestras (conflictos familiares, protagonistas niños o adolescentes, precariedad laboral, violencia, fantaciencia) confirman que el movimiento se produce en la dirección antes indicada: la de la sintonización con el resto de la narrativa latinoamericana, a la que esos mismos jóvenes pugnan por incorporarse.
En 2011, cuando la Feria del Libro de Guadalajara dio a conocer “Los 25 secretos mejor guardados” de la nueva literatura latinoamericana, no había, entre los seleccionados, ningún escritor cubano. A raíz de esto, Leonardo Padura declaró que “el escritor cubano en activo, de hoy, es un fantasma”, y dibujó “un panorama de desolación espantoso”, resultado, según él, de varios factores determinantes: el exceso de localismo, la falta de promoción, la ausencia de crítica y un deficiente mercado.
Los tres últimos factores siguen siendo señalados recurrentemente como los grandes hándicaps a los que debe hacer frente todo escritor latinoamericano que aspira a obtener alguna visibilidad. Pero se trata de una situación derivada, en buena medida, de la masiva y a menudo indiscriminada emergencia de escritores que se han beneficiado de las políticas de recuperación y de descentralización cultural impulsadas por el gobierno cubano desde finales de los noventa. Éstas se han traducido, entre otras cosas, en la reanimación de editoriales y revistas ya establecidas, en un importante incremento de las editoriales de provincias y en una tupida malla de premios literarios, becas de creación, talleres, encuentros de escritores y nuevas y a menudo muy dinámicas revistas impresas y digitales.
Hace años que en la literatura cubana se respira la inminencia de una eclosión
Al enumerar estos logros, Caridad Tamayo llama la atención sobre el dato de que su antología de nuevos narradores cubanos fuera realizada a partir de un primer escrutinio de más de cincuenta autores menores de 35 años que entonces (2012) tenían ya un libro publicado. Un dato llamativo en un país sometido aún a los efectos de una catastrófica crisis económica, y que mueve a Fornet a observar, no sin cierta decepción, de qué modo, “satisfechos el deseo y la necesidad de publicación, se hizo evidente la incapacidad para provocar una reflexión propia sobre lo que se estaba produciendo”. Una incapacidad de la que cabe responsabilizar en primer lugar a los propios escritores, y que no haría más que agravar las consecuencias de lo que viene a constituir el verdadero cul de sac del circuito de producción de textos: las graves insuficiencias de un mercado incapaz de hacerlos circular en una medida satisfactoria, tanto dentro como fuera de la Isla. La publicación fuera de Cuba sigue siendo, desde los noventa, la posibilidad más codiciada por los jóvenes escritores cubanos, que cuando sueñan con la implantación, dentro de la Isla, de unas condiciones de mercado como las que imperan en otros países, no suelen tener en cuenta las muy superiores dificultades que, en esas condiciones, ellos mismos habrían tenido para ver publicados sus propios textos. No parecen percibir tampoco las consecuencias de la avalancha de cultura basura que, procedente sobre todo de Miami, penetra poco a poco en un país cuya excepcionalidad consiste, entre otras cosas (pues no todo son lastres), en exhibir un nivel de educación y de cultura muy por encima de la media.

Como sea, en la conquista de la visibilidad resultan decisivo el atrevimiento empleado en alcanzarla. Un ejemplo significativo lo brinda la ultimísima antología de joven narrativa cubana publicada en España, provocadoramente titulada Malditos bastardos. Diez narradores cubanos que no son Pedro Juan Gutiérrez, ni Zoé Valdés, ni Leonardo Padura, ni... (Ediciones La Palma, Madrid, 2014). La antología ha sido publicada al unísono en Cuba, y su responsable es el joven e hiperactivo Gilberto Padilla Cárdenas, surgido del conocido popularmente como Taller del Chino, un centro de formación de escritores en el que, desde 2008, se han graduado cerca de 500 jóvenes.
Gilberto Padilla presenta su selección de la nueva narrativa cubana afirmando que “hacía mucho que la literatura cubana no revelaba una (de)generación con un talento tan diabólico para la inconveniencia”, y sugiriendo que, si “Gutiérrez, Valdés, Padura, buscan representar a Cuba”, los nuevos narradores “sólo quieren reemplazarla”.
Parece que los narradores seleccionados por Padilla representan bien la última narrativa cubana. Ahmel Echevarría, el conspicuo Jorge Enrique Lage, Raúl Flores y Orlando Luis Pardo pertenecen a la bautizada en su día como “Generación Año 0”; Michel Encinosa, Abel Fernández Larrea y Erick J. Mota tienen varios libros publicados; Osdany Morales, Legna Rodríguez y Ansley Negrín nacieron ya en la década de los ochenta. A ellos cabe sumar nombres como los de Abel González-Melo, Dazra Novak y bastantes otros.
Hace años que en la literatura cubana se respira, al decir de algunos, la inminencia de una eclosión para la que se cumplen muchas de las condiciones exigibles. De momento, según Tamayo (que contradice con su diagnóstico el de Padura), lo que se tiene delante es “un panorama literario rico en autores y temas, dinámico y dinamizador, explosivo, inquieto y cuestionador”.
Nadie se atreve aún a pronosticar cuáles son, entre sus múltiples direcciones, las que están señalando el futuro. Pero cunde la impresión de que ese futuro ya ha comenzado.

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