16.4.15

Argullol: "El ciudadano está amnésico"

Se publica  La razón del mal, una novela con la que el pensador ganó el Premio Nadal en 1993 y que sorprende por un argumento que parece retratar fielmente nuestra actualidad
Rafael Argullol, autor español de La razón del mal./lavanguardia.com
Portada de La razón del mal.

Acantilado está recuperando las obras de Rafael Argullol, ganador de los premios Cálamo y Ciutat de Barcelona, en 2010, por su monumental Visión desde el fondo del mar. Allí como en ningún otro título encontramos su pensamiento nómada y su escritura transversal, en la que ensayo, narrativa y poesía conviven en un único cuerpo literario. La misma editorial reedita ahora La razón del mal, una novela con la que el barcelonés ganó el Premio Nadal en 1993, y que sorprende por un argumento que parece retratar fielmente nuestra actualidad.
Los dos personajes principales, el psiquiatra David Aldrey y el fotógrafo Víctor Ribera, intentan comprender cómo una ciudad ordenada y segura se ha abocado al abismo. Una suerte de epidemia ha causado que miles de ciudadanos, sin causa aparente, pierden las ganas de vivir, la voluntad. Después de que la sociedad acuda a todo tipo de esoterismos para frenar la plaga, la neurosis colectiva, nadie reconocerá un periodo en el que el miedo abrió las puertas a la superstición. Otro de los personajes, Ángela, restaura un cuadro de Orfeo y Eurídice escapando del infierno. Hay allí una potente metáfora del valor lárico, aquello que une el presente con el pasado.
Mirar atrás no siempre es una condena.
En la novela se aborda la relación entre la memoria y el olvido. Hoy hay un vértigo en la información pero, sin embargo, vivimos en una cultura que lo que produce fundamentalmente es amnesia. Una información atropella a la anterior, en gran parte porque no hay una jerarquía que transforme la información en comprensión.
Los ciudadanos de la novela, cuando todo ha acabado, establecen un perímetro de silencio. Pero sin memoria no hay criterio.
Una sociedad condenada a la amnesia es una sociedad fácilmente manipulable. De eso se habla en La razón del mal. Perdemos la resistencia. Lo estamos viendo en nuestros días. Aunque no nos demos cuenta -lo que ocurre en el presente es difícil de analizar con perspectiva-, estamos siendo constantemente manipulados. Incluso en el lenguaje.
Lo importante es convertir la palabra en una “corteza vacía”. Hay, y eso también aparece en la novela, una colonización política del lenguaje.
Cuando en los titulares de los periódicos se utiliza el lenguaje economicista, como si fuera el lenguaje humano, es porque se ha substituido la consciencia del ser humano por una especie de monstruo con simulación antropomórfica, pero un monstruo.
Ahora son los mercados quienes tienen estrés, no nosotros.
Además se mide el bienestar o la infelicidad de las sociedades de acuerdo con el bienestar o la infelicidad de los mercados.
Los afectados son los exánimes, “hombres sin aliento”. Mucho antes de que La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han se convirtiera en un auténtico best seller, usted publicó junto a Eugenio Trías El cansancio de Occidente, en 1992.
Es una de las características de nuestra época. Ya lo anunciamos entonces, sí. La gente está cansada. La frase que más se escucha a lo largo del día es “estoy cansado”. La gente a veces está cansada de trabajar, pero a veces también está cansada del ocio, de ir al gimnasio,… Los transportes, la ciudad, la burocracia, todo lleva al cansancio.
La ciudad dibujada en el libro es próspera porque lo dicen los datos y las cifras. Pero las estadísticas suelen esconder otras complejidades. La educación ahora va bien o mal según lo que diga el informe PISA.
Responde a la falta de sutileza. En la lectura y la mirada, pero también en la capacidad de escuchar. La llamada cultura, o la llamada educación, está en manos de sociólogos. Llevamos siete reformas educativas desde que murió Franco. Y quienes hacen los planes de estudio son pedagogos de despacho. La síntesis la ha dado muy bien el señor Wert, diciendo que se iba a cambiar la lógica filosófica por la lógica del emprendedor. Palabra mágica de nuestra época, que nadie sabe qué quiere decir exactamente.
No definirse con precisión es visto como un mérito.
Hay una pugna por no definirse. La verdad es que el ciudadano no sabe hacia dónde van las nuevas fuerzas emergentes, como Ciutadans o Podemos, pero es algo hecho de manera expresa. Se quiere dar prioridad a la forma sobre el fondo.
Pero en La razón del mal, precisamente, tienen clara la importancia de poner nombre a los afectados. La palabra es aún imprescindible para no convertir un problema en innombrable.
Pasa lo mismo ahora. Por un lado no se nombran las grandes controversias ideológicas pero, por otro lado, sí se nombra, cada vez con siglas más pesadas, cualquier tipo de patología que a alguien la da por descubrir, por ejemplo en los niños. Todos los niños están clasificados por las siglas de supuestas patologías que se han inventado psicólogos de gabinete.
En la novela se multiplican los adivinos. Los templos se llenan. Rubén, el Maestro, es visto como el gran salvador. ¿Por qué el ciudadano contemporáneo cree aún en la figura del salvador?
Es debido a la sensación de amenaza, que es uno de los grandes temas de la novela, y que puede aún incrementarse.
La provisionalidad es la primera consecuencia de la amenaza. Los enfermos pasan a adversarios.
El problema de la falta de memoria la advertimos en la vida cotidiana, más allá de la política. Mientras las cosas van relativamente bien, hay lo que se llama entretenimiento, diversión. Y cuando las cosas van mal, hay un vacío…
La multitud necesita nuevos ídolos donde canalizar el entusiasmo. Desde el 15-M se hablaba de horizontalidad y tranversavilidad y, sin embargo, volvemos al hiperliderazgo.
El ciudadano está cansado y amnésico y, en cierto modo, ha pasado de ciudadano a súbdito.
También hay espacio en su novela para hacer un retrato de los medios de comunicación. El Progreso es el gran diario de la época. Usted entiende la escritura como los matices que recorren el abanico que separa el ruido y el silencio.
Cuando escribí la novela los periódicos aún tenían un papel importante. Un periódico ahora no es un centro de gravedad como lo era entonces, a principios de los noventa. Dicho esto, la intervención del pensamiento crítico en un diario es muy relativa… Ahora la intervención depende de la resonancia en las redes sociales.
Alguna responsabilidad tendremos.
Hay algo en lo que hemos llamado cultura, la cultura de los últimos cincuenta años, que no ha acabado de ser atractivo y seductor para la vida. Ese es un tema muy importante que las llamadas gentes de la cultura, que cada vez dan más pereza, no afrontan. Cuando se dice que hay crisis en la cultura en España, enseguida se apunta que no hay dinero para el cine. Y es verdad. Pero pocas veces se hace autocrítica.
Hemos dejado que establezca qué es arte, y qué no, Sotheby's y Christie's. El precio aparenta ser el único juicio.
Si no hay una conexión real entre la creatividad y el público es que algo sucede.
Desde el periodismo cultural hemos llamado cultura más al objeto que a la experiencia.
El periodismo cultural no existe. No existe, sin contar alguna honrosa excepción, la crítica musical, la crítica literaria, la crítica musical… El periodismo cultural se limita a los epifenómenos, a la sociología. El periodismo cultural ha sido expulsado del periodismo cultural.
La ciudad de la novela es, esencialmente, cosmopolita. ¿Es necesario recuperar algo de magia frente al exceso de racionalismo de la smart city? ¿Cómo ve la actual Barcelona?
Barcelona es una ciudad sin ningún misterio. Si tuviera que encontrar hoy un rincón salvaje, enigmático, no encontraría ni uno. Lo que realmente está pasando es lo que los propios políticos explicitan: se ha pasado de la idea de metrópolis a la marca. Incluso en la lucha de nacionalismos, unos y otros hablan de su marca. La patria romántica, un concepto ultrapasado, no da lugar a la polis en el sentido democrático. España ha llegado a crear una comisión para reivindicar su marca.
Usted quiso ser cirujano y acabó siendo un viajero que disecciona los entresijos de la literatura y la filosofía, convirtiéndose en catedrático de estética. ¿Es aún posible viajar?
Cada vez es más complicado. Encuentras los mismos negocios en todas las ciudades europeas. Es un déjà vu permanente. La figura del flaneur de Baudelaire cada vez es más difícil de ejercitar. La única posibilidad de viajar está vinculada con la calidad de la mirada. Y en ese sentido no hace falta desplazarse kilómetros. Puedes viajar sin moverte del barrio o yendo a la Patagonia.
¿Nos recomienda una forma concreta de viajar, entonces?
Yo le diría a un viajero que si va a un museo, mire como máximo diez cuadros. Quizá uno. Y que en la ciudad aplicará el mismo criterio. Que, como fuera, substituyera lo cuantitativo por lo cualitativo.
Actualmente, con la precariedad acechando por todos sitios, podría parecer poco comprometido hablar de la necesidad de belleza. Sin embargo, también necesitamos una revolución espiritual.
En Italia, por ejemplo, lo bello sigue siendo una expresión muy utilizada. También en Francia. Pero en España la belleza ha sido expulsada, incluso, del lenguaje cotidiano. Para mí un valor decisivo es la libertad. Pero he llegado a la conclusión de que una libertad que no busca la belleza es una fuerza ciega.
Ha sido profesor en diversas universidades. ¿Por qué las humanidades se han alejado tanto de las ciencias?
Es algo grave. Se ha producido un deterioro desde ambos lados. Al ciudadano tampoco le interesa la ciencia como podía interesarle antes. El hiperconsumo de tecnología no lleva al ciudadano a preguntarse por las causas de esa tecnología. No está interesado por la aventura del descubrimiento.
Está, también, contra el dualismo que separa filosofía y cuerpo, sensibilidad e inteligencia.
Estamos en una sociedad demasiado pragmática. Demasiado utilitaria. Se busca la inmediatez, la apariencia. En ese sentido, no interesa el pasado, pero tampoco el futuro. Por eso el utopismo tampoco está presente.
Cada vez parece más urgente recuperar lo mediato frente a la inmediatez del presente continuo. Usted escribe a mano. ¿Es una forma de no caer en la aceleración?
Me interesa mucho el aspecto fisiológico del acto de la escritura. En ese sentido se establece un ritmo entre el pensamiento y la mano. Hay algo mucho más armónico… Lo perfecto sería caminar, pensar y escribir al mismo tiempo.
No se siente demasiado cómodo cuando le denominan filósofo. Dice que le gustaría ser recordado como “un hombre libre”. ¿Qué quiere decir ser libre en el siglo XXI?
Prefiero que me presenten como escritor, es más laico. Lo de filósofo está entre lo sagrado y lo ridículo. Ser libre quiere decir ser capaz de tomar decisiones, desde la propia soledad, independientemente de lo políticamente correcto, del gregarismo y del grito colectivo. Ser libre es como leer. Una combinación entre experiencia y experimento. O como avanzar en un problema matemático en el que vas encontrando encrucijadas.

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