16.4.15

Gritos y susurros del expediente Hobsbawm

 Entre 1942 y 1994, la inteligencia británica siguió los pasos del autor de Historia del siglo XX. Un reporte da hoy cuenta del contenido de miles de archivos que, por ahora, llegan hasta mediados de los 60
Eric Hobsbawm por su militancia comunista fue fisgoneado por el M15, grupo de inteligencia del gobierno inglés./latercera.com

Humillar al servicio secreto sin darse cuenta. En diciembre de 1962, el MI5 británico, la inteligencia “interior” del Reino Unido, recibió un dato que consideró significativo de una fuente “extremadamente delicada”: el historiador británico Eric Hobsbawm, militante comunista desde mediados de los años 30 y hasta la disolución del PC británico (1991), ultimaba detalles de una gira académica de 12 meses por Latinoamérica, financiada por la Fundación Rockefeller. 
La misión del MI5 era sabotear la gira de un marxista cuya influencia debía ser puesta a raya en la lógica binaria de la Guerra Fría. Para ello, dejó el caso en manos de la sede en Washington de la agencia exterior de inteligencia británica, el MI6, que a su vez armó un “dossier de sus asociaciones comunistas” y lo puso a disposición de la CIA y el FBI. Pero la estrategia no funcionó: era muy tarde para que la señalada fundación rescindiera su patrocinio al autor de La era de la revolución (1962) sin originar un escándalo. Se decidió, entonces que éste sería monitoreado por agentes del MI6 en Sudamérica (incluyendo Chile, donde visitaría al matrimonio de Salvador Allende y Hortensia Bussi). Y más no se supo.
Que aun sin quererlo Hobsbawm robara inútilmente el tiempo y las energías a cuatros agencias gubernamentales -incluidas dos de EEUU-, dio para avergonzarse. De hecho, llevó a que se efectuara en el MI6 una urgente revisión de la “maquinaria para evaluar a las personas enviadas al extranjero por organismos públicos y privados”.  Ello consta en las últimas hojas disponibles del Archivo Personal número 211.764 del enjundioso expediente del MI5 referido al historiador. 
Antes de morir a los 95 años, en octubre de 2012, el propio Hobsbawm había solicitado al Estado británico conocer ese material. Pero una ley no escrita impide al acceso antes de que el sujeto espiado haya fallecido. Otra regla tácita señala que tampoco pueden conocerse aquéllos con menos de medio siglo. Así las cosas,  las decenas de miles de archivos hobsbawmianos disponibles en los National Archives londinenses sólo llegan hasta mediados de los 60. Pero no deja de ser.
Un minucioso reporte publicado en la London Review of Books revela que Hobsbawn fue considerado un comunista “de línea dura” o “Categoría A”, y que su archivo se mantuvo activo -y él bajo vigilancia- posiblemente hasta 1994. Lo que hoy puede estudiarse, pese a las limitaciones, ayuda a enriquecer el perfil de quien llegara a ser, en palabras de su colega Tony Judt, “el historiador más conocido del mundo”. 
SU PROPIA CARPETA
Nacido en Alejandría de padres judíos, en 1917, Eric John Ernest Obstbaum se crió en Viena y en Berlín. Para cuando Hitler llegó al poder (1933), integraba en esta última ciudad la Federación de Estudiantes Socialistas, sección del Partido Comunista alemán para estudiantes secundarios. La represión del nuevo régimen fue severa: para abril de ese año, 25 mil comunistas habían sido puestos en “custodia” y enviados a Dachau, primer campo oficial de concentración habilitado por el III Reich.
En ese escenario, el tío que lo tenía a su cargo (sus padres ya habían muerto) mudó su familia a Londres, que asomaba como el mejor refugio posible: el joven Eric, después de todo, tenía pasaporte británico y sus padres siempre le hablaron en inglés. 
Cosa de toda la vida, su inclinación política lo devolvió a la militancia en 1936, cuando entró a estudiar al King’s College de Cambridge. Allí se encontró en medio de “la generación más roja y radical en la historia de la universidad”, como mucho después afirmaría él mismo. Al estallar la II Guerra, con lo antinazi que puede ser un comunista judío arrancado de Alemania, se enlistó en el Ejercito, donde originalmente ofició de zapador. En junio de 1942 fue nombre sargento instructor y puesto a enseñar alemán y asuntos de actualidad en el cuerpo de educación del Ejército.
Hasta ahí no había seguimiento de su persona, aun si el propio Hobsbawm especuló que lo hubo desde que se integró al partido. Pero todo cambió ese mes tras escribir una carta, interceptada por el servicio secreto, a su amigo Hans Kahle, invitándolo a dar una charla a una unidad armada. Kahle era sospechoso de ser un espía soviético de alto nivel y tenía una carpeta en el MI5 desde 1935. A partir de ese momento, Hobsbawm tendría también la suya.    
¿Qué implicaba este nuevo estatus? Según lo describe la periodista e historiadora Frances Stonor Saunders, autora de la investigación publicada por la LRB, esto suponía lalibertad de pedir a los superiores de Hobsbawm en el Ejército informar acerca de sus actividades y poner coto a su tendencia a “convertir” políticamente a sus compañeros de filas. Asimismo, daba vía libre a las intercepciones telefónicas, grabadas en discos de acetato y transcritas minuciosamente por un ejército de empleados del Estado británico. También a meter mano en su correo, abriendo sus sobres con vapor y fotografiando el contenido de las cartas enviadas y recibidas. Eso sí, Hobsabwm fue advertido del espionaje por un camarada y pasó a ser, en la nomenclatura de la época, “surveillance sensitive” (“sensible a la vigilancia”): se sabía seguido y evitó dar “material” a sus seguidores.    
Como consecuencia de lo anterior, y pese a sus aptitudes eventualmente útiles en la guerra, partiendo por su dominio del alemán, el día de la invasión a Normandía, en junio de 1944, figuraba enseñando artesanía en un hospital militar en Cheltenham, Gloucestershire. El MI5 lo quería lejos de la acción y, terminada la guerra, lejos también de la influencia pública. Y según revelan los documentos desclasificados, esta lógica se mantuvo invariable: se desarrollaron exitosos esfuerzos por limitar el avance de su carrera académica, así como por mantenerlo lejos de los micrófonos de la BBC, donde tuvo muy esporádicas apariciones.
Otro ítem fue su rol partidario. Si hasta hoy el prestigio de Hobsbawm se ve mellado por su respaldo, tácito o explícito, al terror y las invasiones soviéticas, los archivos dibujan un militante crítico, escéptico y hasta irónico que muchos camaradas veían con distancia. ¿Por qué no dejó el partido cuando tantos lo hicieron? Porque eso era pasar al “otro lado”, cuestión impensable. Alguna vez juró al teléfono que nunca se iría. Y no lo hizo.     
Si la historia, como se ha dicho, es argumento basado en evidencia, en el MI5 la entendieron a su manera. Si el Partido Comunista británico era el hazmerreír de los partidos comunistas, por su escaso arraigo, eso no fue razón para que el servicio secreto bajara la guardia o para que no esperara una arremetida de la ominosa Komintern. Por eso, hasta cuando daba charlas sobre jazz -otra de sus aficiones, aparte de las revoluciones y la era del capital-, no faltaba quién lo siguiera y tomara nota de sus dichos. 
El resultado de esta interminable fisgonería puede haber cumplido, finalmente, propósitos distintos a los originalmente imaginados.

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