18.4.15

Mi encuentro con García Márquez

Un año como cien de soledad
Satoko Tamura, traductora de Gabo, presenta Por los caminos de 'Cien años de soledad'. Fragmento
Gabriel García Márquez, Satoko Tamura, traductora del autor al japonés, y Mercedes Barcha, en casa de los García Barcha, en Cartagena, en febrero de 2010./eltiempo.com

Busco en el aparador del salón comedor de la casa de García Márquez en México y le pregunto a Teresa, la “chacha” que desde hace más de treinta años tiene a su cargo la cocina, dónde está el plato que traje de Japón... “¿Y el tazón?”. A Mercedes, su esposa, le encantan las vajillas japonesas de cerámica y de laca, y suele ponerlas a buen resguardo en el ropero de su dormitorio. Mercedes dispone en una fuente la torta casera que han traído Gonzalo, su hijo; y su nieta Emilia. Ya están preparados el ‘sashimi’, plato preferido de Gabo (como suelen llamarlo), ‘sunomono’, ‘ohitashi’ y la sopa de ‘miso’. En pocos minutos él saldrá de su estudio y cruzando el patio vendrá al comedor para almorzar. No bien llegue pondré a freír la ‘témpura’ para servirla bien caliente y crujiente. Cuando me encuentro ahí preparando la comida, me suele sobrevenir un sentimiento extraño, y eso se debe a las circunstancias que han hecho que esté en la casa de la familia García Márquez y actúe con la naturalidad con que lo haría en mi propia casa.
Todo comenzó hace veinticinco años, cuando recibí una llamada telefónica de Kenji Nakagami.
Atendí la llamada y alguien me dijo:
—Soy yo.
El tono nasal de su voz lo delataba, era Kenji.
—¿No podrías concertarme un encuentro con García Márquez?
—me preguntó.
Ese fue el nexo para que conociera personalmente a Gabo.
Unos meses antes de aquella llamada telefónica me había reencontrado con Kenji en una reunión de exalumnos de la escuela secundaria, después de un lapso de casi veinte años. No recuerdo cuál fue el motivo de aquella reunión, pero tengo bien presente que lo hicimos con la presencia de nuestra maestra Ai Yamamoto en una cafetería próxima a la estación de Shingu. La maestra Yamamoto es para mí un personaje que siempre he tenido presente, pues solía invitarnos a Kenji y a mí a su casa para enseñarnos a disfrutar del placer de escribir. Y estoy segura de que también lo ha sido para Kenji. Yo estaba de visita en mi pueblo natal con mi hijo. Por esos años, todos mis excompañeros de escuela estaban ya trabajando, y como muchos no tenían tiempo de celebrar una reunión de camaradería, algunos aprovechamos para juntarnos durante los días feriados en que se celebra el Obón. Como el pueblo no es muy grande, enseguida corrió la voz de que fulano o mengano había vuelto. Después de largos años sin vernos teníamos tanto de qué hablar, que nos quedamos conversando desde pasado el mediodía hasta bien entrada la noche, y nos vimos obligados a salir cuando nos dijeron que ya tenían que cerrar. Al despedirnos noté que mi hijo se había quedado dormido en el sofá y recuerdo bien que al levantarme me dolía la cintura de haber permanecido tanto tiempo sentada.
Quedamos con Kenji en vernos al día siguiente en una cafetería junto a la ribera de Nachi. Contemplando a través de la ventana el mar de Kumano y las olas que brillaban como enormes escamas de pescado heridas por los cegadores rayos del sol, hablamos de lo sucedido en todos esos años, de los temas de común interés y de lo que estábamos haciendo en la actualidad. No pudimos contener la risa al recordar cuando publicábamos en la escuela una revista literaria y frecuentemente reñíamos en el momento de evaluar los trabajos presentados.
Kenji Nakagami se hizo muy famoso desde que recibió el Premio Akutagawa de Literatura. Había comprado un apartamento cerca de la cafetería donde nos dimos cita y, como cada vez que yo regresaba visitaba a nuestra antigua maestra, por ella tenía yo noticias de él. Kenji siempre sintió una gran simpatía por los países del Sur, que para mí son algo esencial, y creo que esta actitud se debe en gran medida a que ambos nos hemos criado y formado bajo la influencia del tradicional espíritu rebelde de Kumano. En su juventud, Kenji sentía atracción por la música gitana y por el reggae, se interesaba en los escritores del llamado boom de la literatura latinoamericana, cuyos nombres eran ya conocidos en Japón, y ahora quería saber de mis trabajos y actividades*.
En resumen, le conté que tuve la experiencia de vivir junto a los latinoamericanos la historia de las turbulencias políticas que acarrean las revoluciones y contrarrevoluciones; que después de haber estudiado en México para acceder a las obras de Gabriela Mistral en su idioma original, hice un viaje por Sudamérica con la mochila al hombro; que durante mi estancia en Chile estaba en el gobierno el presidente socialista Salvador Allende, posteriormente depuesto por el golpe de Estado orquestado por los Estados Unidos de América; que en España fui testigo de la transición de la dictadura franquista a un régimen democrático y que más recientemente había visitado Nicaragua poco después de triunfar la revolución sandinista. Y también que amigos y familiares de las personas que había conocido durante mi permanencia en Chile marcharon al exilio tras el golpe y que algunos de los que se quedaron fueron arrestados y enviados a campos de concentración; que participo en el Movimiento de Solidaridad Internacional que aboga por la democratización y que hago traducciones y sirvo de intérprete para una organización que denuncia abusos por violación de los derechos humanos. Pensándolo bien, creo que, inducida por el hábil Kenji, fui yo la única que habló todo este tiempo.
Restablecido el contacto, nos despedimos con la promesa de vernos otra vez en Tokio y Kenji, bronceado por el sol, se fue con su arpón a la provincia de Mie para pescar buceando a pulmón en la playa de Niguishima.
A partir de entonces nos encontramos muy seguido en el barrio de Shinjuku, que prácticamente era su “base”. Fue él quien me llevó a un bar que cumplía las funciones de salón literario y quien me invitó a probar por primera vez en mi vida los platos de Okinawa, entre ellos un pepino amargo llamado ‘goya’, poco conocido por entonces en Japón.
—Mira —me dijo—, este es el pepino amargo y su amargor es lo bueno que tiene.
Kenji me llamó por teléfono para que concretara un encuentro con García Márquez y me pidió que lo acompañara para hacerle de intérprete. Le prometí consultar con un amigo del escritor y que le avisaría no bien tuviese respuesta.
Enseguida me puse en contacto con el poeta y periodista cubano Jorge Timossi, a quien tuve la oportunidad de conocer en el Festival Internacional de Poesía celebrado un año antes en Morelia, capital del estado de Michoacán, en México. Por entonces estaba yo en ese país enviada por la Fundación Japón. Y como nos hospedábamos en el mismo hotel, tuvimos la ocasión de mantener largas conversaciones sobre el arte de la poesía y llegamos a entablar una estrecha amistad. Nacido en Argentina, Jorge Timossi posee actualmente la nacionalidad cubana. En su juventud simpatizó con la Revolución Cubana, y en 1959 participó en la fundación de Prensa Latina, la agencia oficial de noticias que difunde información sobre América Latina de una manera independiente y libre de los prejuicios de Estados Unidos, y desde entonces ha sido corresponsal de la misma. García Márquez brindó su apoyo a la fundación de Prensa Latina y mantiene con Timossi una estrecha amistad.
Fue así como lo llamé por teléfono para ver si podía hacernos el favor de ponerse en contacto con García Márquez y decirle que un escritor representativo de Japón, Kenji Nakagami, estaba sumamente interesado en conocerlo personalmente, y que estábamos dispuestos a ir a verlo en la fecha más conveniente. Mientras esperaba la respuesta recibí un telegrama con la invitación para participar en el Segundo Encuentro de Intelectuales de Latinoamérica y del Caribe, por celebrarse en Cuba. El mensaje decía que García Márquez también tendría mucho gusto de conocerme y que acudiese sin falta. Ninguna mención a Kenji Nakagami. Llamé nuevamente por teléfono a Jorge Timossi para aclararle que no era yo sino el escritor Kenji Nakagami quien quería entrevistar a Gabo, pero la respuesta fue esta:
—Gabo dice que a quien va a recibir es a Satoko. Se interesó por todo lo que le hablé de ti, así que no desaproveches la oportunidad de venir a verlo.
García Márquez apoyaba al gobierno de Salvador Allende y cuando estalló el golpe amenazó con dejar la pluma en señal de protesta. Supuse que Timossi le habría contado de mi participación en movimientos de solidaridad en apoyo de exiliados y activistas defensores de los derechos humanos.
Timossi era corresponsal de Prensa Latina en Chile cuando ocurrió el golpe, y a través de él me enteré de los pormenores de lo que había ocurrido. Unos cincuenta soldados armados irrumpieron en la corresponsalía y se lo llevaron detenido. Al salir a la calle pudo ver muchos cadáveres. A las pocas horas lo dejaron en libertad, pero como se había implantado el toque de queda, a duras penas pudo regresar a salvo a su oficina esa noche esquivando los tiroteos. Al día siguiente se embarcó en un avión enviado por el gobierno soviético y abandonó Santiago. Cuando le conté que en esa época yo ayudaba como intérprete a los músicos chilenos en el exilio que iban invitados a dar conciertos en Japón y que traducía las conferencias que daban ex-presos políticos para contar el sufrimiento de las torturas a que habían sido sometidos, y al escuchar que yo había volado a Chile llevando el dinero de una colecta para entregarlo secretamente a una organización clandestina en contra de Pinochet, Timossi se sorprendió de que en un país oriental tan lejano, situado en las antípodas, hubiera personas que participaban, como yo, en movimientos de esa naturaleza. Y supongo que tal vez le hubiera contado todo eso a García Márquez.
Después de mi conversación telefónica con Timossi, me devané los sesos pensando qué haría con Kenji, tan esperanzado en conocer personalmente al escritor. Como era imposible que fuese yo sola, decidí que lo mejor sería ir juntos y, en última instancia, hacer que se sentara a mi lado y dejarle la palabra en el momento de hacer la entrevista.
Pero cuando lo llamé por teléfono para darle la noticia, me respondió que lo lamentaba en el alma, pero que le sería imposible ir conmigo en los días convenidos pues por esas fechas le habían surgido unos compromisos ineludibles. Y desde ese momento abandoné el control que me había impuesto para no introducirme en terrenos que fueran ajenos a mi especialidad, la poesía, y armada de valor fui a hacer la entrevista a García Márquez.
En Cuba me recibieron con los brazos abiertos. Fidel Castro me extendió la invitación para asistir a una recepción en el Palacio de la Revolución. Cuando acudí a su encuentro en el atrio del edificio y reparó en que iba vestida de kimono, se interesó por saber de dónde venía. Tal vez le sorprendía que una persona fuese así vestida a la reunión del Congreso Internacional de los Intelectuales de la región de América Latina y el Caribe. Sentí una fuerte emoción al estrechar la mano de ese hombre vestido de uniforme, de elevada estatura y de figura imponente, y lamenté que Kenji no estuviera presente. La foto que me tomaron junto a Fidel Castro apareció en la portada de una revista. García Márquez me invitó a su casa de la Habana y en todo momento fue muy amable al realizar la entrevista exclusiva, que se publicó el 24 de enero de 1986 en el ‘Asahi Journal’ bajo el título de “Debate entre la literatura y la política”. Y así Kenji quedó satisfecho de poder leerla.
Después hubo una serie de gratas sorpresas. Al poco tiempo vino a Japón el secretario de Gabo, que en Cuba era Presidente de la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano. Me traía de regalo un recuerdo de arte popular que correspondí enviándole un presente de mi parte. Al año siguiente Mercedes, su esposa, visitó Japón y la acompañé durante su viaje por Kioto. Y cuando vinieron Gabo y su esposa para asistir al Festival del Cine Latinoamericano, desde la mañana hasta altas horas de la noche estuve acompañándolos a reuniones oficiales, a visitas turísticas y a ir de compras. Mercedes me dio el número de su habitación y la contraseña para poder llamarlo por teléfono en cualquier momento.
Después volví a verlo en sus casas de México, Bogotá y Cartagena, y llegué a entablar una estrecha amistad con sus secretarias y con los numerosos miembros de su familia. Poco a poco fui descubriendo, entre otras cosas, la profunda vinculación entre sus obras y su familia, el ambiente en que fue criado, su vida real... Me propongo aquí echar una mirada retrospectiva al laberíntico discurrir de un cuarto de siglo, para relatar lo que he logrado comprender del mundo de Gabo.

Satoko Tamura. Traductora de Gabriel García Márquez, al idioma japonés.

No hay comentarios: