22.5.15

Guardar la casa y cerrar la boca

“Matilde de Magdeburgo escribía en un estado de inspiración mística…”, cuenta Clara Janés (Barcelona,1940) en un capítulo de su profundo ensayo Guardar la casa y cerrar la boca
 
Clara Janés./elcultural.es
 La mujer iluminada a la que se refiere nació en 1207 y fue monja cisterciense, seguidora del pensamiento de las beguinas; escribió el libro revelado La luz fluyente de la divinidad en un alemán que Enrique de Nördlingen consideró el “más maravilloso y extraño”.

Tras la puerta cerrada de los conventos muchas mujeres tuvieron posibilidades de desarrollar sus aptitudes intelectuales, dice Clara Janés. Santa Teresa de Jesús (1515) es el ejemplo más conocido, pero Janés se desliza por claustros españoles del barroco y muestra a sor María de Santa Isabel ( sobre 1590), poetisa con el seudónimo de Marcia Belisarda, a sor Marcela de San Félix (1605), hija ilegítima de Lope de Vega, o a sor María Jesús de Agreda (1602), que se carteaba con Felipe IV y publicó Mística ciudad de Dios. Si muchos textos femeninos se perdieron en el tiempo, los de las religiosas pudieron conservarse en los conventos. Sin embargo, la autora de estas reflexiones recuerda que, en los casos de algunas monjas, los confesores, “bien protegidos por sus negras sotanas, como cuervos las acechaban, se apropiaban de sus textos, los sometían a una revisión final y los firmaban”.

En los espacios mexicanos, entre vendavales, volcanes y lluvias, Clara Janés se detiene en la inmensa poetisa sor Juana Inés de la Cruz (1651). Y aún revela otro universo de México, el de la azteca, princesa Macuilxóchitl, que cantó las victorias de Axayacatl, rey azteca entre 1460 y 1479. Porque este libro no es sólo una laberíntica sucesión de mujeres que tomaron la palabra, de tal manera que a las escritoras citadas las vemos en su tiempo y con la luz de sus textos, sino que pese a la brevedad de algunos ejemplos, acaba siendo una arqueología vibrante de diversas sociedades en distintas épocas, con las huellas de tinta de las mujeres en esos escenarios.

La transparencia de la escritura de Clara Janés, poeta, novelista, biógrafa, ensayista y excelente traductora, se despliega en cada página de esta construcción, que se inaugura con la sacerdotisa acadia Enheduanna (2371 a.C.), “el primer escritor con nombre conocido de la historia”. De los himnos sumeroacadios se llega hasta la poetisa china Ts'ai Yen (195 d.C.), y de un salto en el tiempo, contemplamos a Wu Tsao( sobre 1830), una importante voz lírica china. Desandando los pasos por este laberinto de siglos, Janés se acerca a la japonesa Murasaki Shikibu (978 d.C.), autora de la enorme obra del siglo X, La novela de Genji. Y luego retrocede hasta las escritoras griegas y romanas, Safo muy presente, y a las arabigoandaluzas. Después hablará de trovadoras, guerreras e iluminadas que empuñaron la pluma y aún la espada. El recorrido termina, aunque se trata de caminos que se bifurcan y abren nuevas sendas, en las escritoras acalladas o, lo que es lo mismo, en algunos ejemplos de escritoras árabes como la perseguida prosista egipcia Nawal al-Sa'dawi (1931) o la poeta palestina Fadwa Tucán (1917). Especialmente interesantes son los cantos de las mujeres afganas, los poemas orales llamados landay, recogidos por Sayd Bahodin Majruh en El suicidio y el canto, obra traducida al español por la misma Clara Janés.

Hay escritoras que para hablar de mujeres y literatura, repiten estadísticas, otras prefieren no separar a las autoras del curso general de la crítica literaria. Clara Janés opta por el camino de Ellen Moers en Literary Women, libro que contempló la herencia de la literatura de mujeres, como “una corriente profunda, rápida y poderosa”. Moers se concentró en rescatar a muchas autoras excluidas del canon literario. Lo que vemos en este prisma planteado por Janés , sensualidad poética y pensamiento unidos, es la esencia de la historia de las mujeres, iluminada a través de sus manifestaciones literarias, aunque en apariencia sean únicamente breves esbozos de exquisito trazo.

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